Domingo I de Adviento

Misa retransmitida por Radio María desde la catedral – 1 diciembre 2013

Con esta Eucaristía del primer domingo de adviento nos dispone al encuentro con Cristo. La liturgia celebra año tras año todo el ciclo del misterio de Cristo pero nuestra vida no vuelve atrás, nuestra vida es todo un caminar hacia el encuentro de Cristo. Él viene y nos encontrará si nosotros estamos dispuestos a acogerle. Él viene como don pero no será don para aquellos que no le acogerán: «vino a los suyos, nos recuerda el Evangelio de Juan, pero tantos de ellos no lo recibieron». Estamos en un ambiente que va concluyendo el año, se acortan los días, hace frío, hay dificultades, complicaciones, parece negativo, final de año.

Más pesimista es el clima que se respira en el ambiente. Todo el mundo habla de la crisis económica y tantísimos sufren en sus propias carnes sus consecuencias. Los ancianos se ven como una carga. Los niños que llaman a la puerta para nacer son fácilmente eliminados si vienen con alguna deficiencia. Eliminados antes o después de nacer. Una ola de pesimismo lo envuelve todo: las conversaciones, los medios de comunicación social, las tertulias radiofónicas y televisivas. Los mismos hechos de la excarcelación de los terroristas y delincuentes inquieta y hace sufrir especialmente a los que han sido víctimas de sus crímenes.

Sin embargo, el clima que nos ofrece la liturgia de hoy es completamente distinto: comienza el año nuevo de la Iglesia, comienza el adviento, disponiendo nuestro corazón al encuentro con Cristo. Se acerca la Navidad y, con ella, el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Todo nos habla, por tanto, de futuro, de horizontes optimistas, de triunfo y de victoria.

Ante este contraste, cabe preguntarnos si el mensaje de la liturgia no será un mensaje ingenuo, superficial, sin los pies en la tierra, que desconoce la realidad. Las lecturas que hemos proclamado nos dicen que no es ingenuo, que la liturgia está en lo cierto, que su optimismo no es fruto de la superficialidad o de la falta de realismo sino que brota de su fe y de sus convicciones.

La liturgia y la Iglesia parten de una gran convicción: este mundo tiene salvación, tiene remedio, el bien triunfará sobre el mal, las espadas se convertirán en arados y las lanzas en podaderas… porque no es la fatalidad y el destino quienes la rigen. El protagonista (de la historia) es Dios. Él está presente en medio de nosotros con su Palabra, con sus sacramentos, con sus santos, con sus inspiraciones, con su ayuda. La coexistencia del trigo con la cizaña puede desconcertarnos y hacer que no percibamos esta acción de Dios. Pero Dios está en medio de nosotros. Y, al final, hará que el bien se imponga al mal.

Pero él cuenta con nosotros. Nosotros no podemos desentendernos; no nos encontraremos con Cristo sin hacer nosotros nada por encontrarle. También nosotros hemos escuchado y nos desentendemos como se desentendieron los hombres del tiempo de Noé, o algunos de los primeros cristianos que no fueron fieles y se entregaron a las borracheras, desenfrenos y pasiones. Es la posibilidad de cada uno de nosotros. Al contrario hemos de estar vigilantes, en una vigilancia amorosa por la llegada de Cristo; no dormidos, dedicados a hacer triunfar el bien sobre el mal. Porque no da todo lo mismo. Al final del mundo, unos serán acogidos en la gloria del Padre y otros desechados, porque no quisieron acoger la salvación misericordiosa que se les acercaba y ofrecía acogiendo al Señor ya en la tierra.

Una pregunta pues y una llamada: ¿estamos dormidos o despiertos?, ¿estamos zambullidos en el pecado o dedicados a hacer el bien? Y la llamada: Jesús nos da una nueva oportunidad: él viene de nuevo para ser nuestro Salvador. No dudemos en abrirle la puerta de nuestro corazón de par en par.

Ahora una palabra sobre la corona de adviento que tenéis delante del altar. El color es verde, en señal de esperanza: esperamos a Cristo Salvador, que vendrá pronto en Navidad y un día, al final de los tiempos, para llevarnos con él. La forma (de esta corona): es redonda. Simboliza la eternidad. Dios, desde siempre, decidió hacernos hijos suyos en Jesucristo. Finalmente, las cuatro velas, corresponden a cada una de las semanas de adviento.

Cada semana iremos prendiendo una, manifestando que el adviento avanza. Hoy hemos prendido la morada, como señal de Penitencia, de austeridad, de dejar lo que no construye para estar disponibles al encuentro con el Señor. El Adviento nos reclama que dispongamos nuestra alma, con la conversión y la penitencia, para acoger al Mesías Redentor.

María es el mejor camino para encontrarnos con Cristo Jesús. Ha sido ella el camino que Dios ha elegido para enviarnos al Salvador. María ruega por nosotros pecadores ahora, en el tiempo de este adviento que nos prepara para el encuentro definitivo con Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

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