75 aniversario de la fundación de la ONCE

Catedral – 15 diciembre 2013

Hoy es tercer domingo de Adviento; tiempo que la Iglesia pone a nuestra disposición para que nos preparemos a la venida del Señor en la ya inminente Navidad. En este domingo siempre tienen un papel especial los ciegos, como hemos podido escuchar en la primera lectura y en el evangelio. Pero este año ese papel es mucho más destacado, porque la ONCE está de fiesta y ha querido festejar en la Catedral los 75 años de su creación y los 25 de la Fundación ONCE.

No podían encontrar un marco más adecuado que el de la Eucaristía para dar gracias a Dios por los innumerables actos de servicio que –con su ayuda– han podido realizar con muchos miles de personas discapacitadas. Y para pedirle su gracia para que estos servicios se puedan seguir prestando; más aún, mejorando y ampliando. Yo me uno con gusto a vuestra fiesta y ofreceré la misa que estoy celebrando por vosotros, por vuestras familias, por los socios fallecidos durante este año y para que la ONCE realice siempre sus proyectos en servicio de la dignidad humana de todos, y de modo especial, de sus miembros.

Pero el protagonismo de los ciegos en este domingo procede, especialmente, de que Dios ha querido que la curación de la ceguera fuera una profecía que anunciaba la llegada de un futuro Mesías y la prueba de que ya había llegado. La profecía la hemos escuchado en la primera lectura. En ella, el gran profeta Isaías consuela a su pueblo anunciándole un futuro mejor. Ese futuro llegaría con un enviado especial de parte de Dios. Ese Enviado –que luego resultaría ser su mismo Hijo–, realizará grandes obras. Entre otras, la de curar a los ciegos: «Se despegarán los ojos del ciego». Es decir, los ciegos comenzarán a ver.

La prueba de que ese Mesías ya había llegado la hemos encontrado en el Evangelio. Juan el Bautista estaba en la cárcel, porque había reprendido a Herodes que viviese en concubinato con su cuñada Herodías, que era la mujer de su hermano. Y Herodes, que era el rey, no lo soportó, sobre todo a instancias de Herodías. Estando en la cárcel, el Bautista escucha maravillas sobre la predicación y milagros de Jesús. Y le vino la duda de si sería el Mesías, que él había anunciado y había preparado el camino invitando a la penitencia. Como no puede comprobarlo con sus propios ojos, al estar encarcelado, envía a dos discípulos con esta misiva: «¿Eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?».

Jesús no dice ni «sí» ni «no». Pero responde sin irse por la tangente. Su respuesta es esta: «Id y decid a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los cojos andan y los ciegos recobran la vista». Repite lo que había dicho Isaías, pero no con palabras sino con lo que hace. Juan tenía la respuesta: Jesús es el Mesías. Uno de los signos, de las señales para identificar al Mesías, a Jesucristo, es que los ciegos ven. Es, pues, evidente que los ciegos han jugado un papel especial en los planes de Dios.

Queridos hermanos: este mensaje tiene que llenaros de alegría y esperanza. Jesús está de vuestra parte, os quiere de modo especial. Él mismo curó a muchos ciegos. Alguno de ellos se hizo tan famoso, que hoy los cristianos de todo el mundo sabemos su nombre: Bartimeo, el hijo de Timeo, el de Jericó. Cuando envió a predicar a sus apóstoles les dio este encargo: «curad a los enfermos, dad vista a los ciegos».

Él mismo se presentó como la luz que viene a iluminar a este mundo, que camina a oscuras y no sabe de dónde viene, a dónde va y cuál es el sentido de la vida y de lo que hace. «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas». A sus discípulos nos ha dado esta misión: «Vosotros sois la luz del mundo». Y nos aclaró en qué sentido lo somos: «No se enciende una lámpara para meterla debajo de la cama, sino para colocarla en el candelero y que alumbre a los que están en casa. Brille así vuestra vida, para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo».

Las buenas obras son la mejor luz. Para verlas no hacen falta los ojos de la cara. Lo sabéis vosotros muy bien. Las buenas obras se perciben con otros ojos: los ojos del amor, los ojos de la necesidad asistida, los ojos de la compañía, los ojos de la ayuda pedida y recibida.

Ciertamente, Jesús no curó a todos los ciegos de su tiempo ni vino a este mundo para acabar con esa enfermedad. Tampoco le dio a la Iglesia esa misión. Pero Jesucristo quiere que sus discípulos nos comprometamos en ayudar a los ciegos. Más aún, que haya algunos que dediquen su talento y su esfuerzo a investigar todo lo que sea posible para realizar la curación de los ciegos. Hoy todavía no es posible. Pero el esfuerzo y el talento han hecho posibles muchas cosas que parecían imposibles. ¡Ojalá que esté cercano el día en que esto pueda ocurrir!

Queridos hermanos y amigos. Permitidme que os lea unas palabras que me escribió la directora de la ONCE de Burgos, cuando me pedía que presidiera esta Eucaristía. Decía en su carta: «Con el espíritu de colaboración y ayuda a los más necesitados que siempre ha tenido nuestra institución, en este aniversario se destinará la colecta que aportarán los afiliados, trabajadores y acompañantes, a la institución Cáritas, por la importancia que en estos momentos esta entidad está teniendo en la acción caritativa, ayudando a los más necesitados». Hermoso gesto, que confirma lo que antes he dicho: hay cegueras más importantes que la física y hay luces que se perciben con otros ojos que los del cuerpo.

Enhorabuena, afiliados, trabajadores y acompañantes de la ONCE. Sentíos queridos y amados por Jesús. Sentíos queridos y amados por la Iglesia. Que el Señor bendiga vuestras ilusiones y proyectos de servicio. Y a todos los demás, nos abra los ojos del alma para descubrirle en cada hombre necesitado y en cada acontecimiento de nuestra vida. Así, todos nos iremos preparando al encuentro del Señor en la próxima Navidad.

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