Felicitación navideña

Capilla de la Facultad de Teología – 21 diciembre 2013

Muchas gracias, señor Vicario, por las palabras que me ha dirigido en nombre suyo y en el de los sacerdotes, religiosos y seglares de la diócesis. Muchas gracias, especialmente, por encomendarme al Señor y desear seguir colaborando amorosamente en el cuidado pastoral de esta diócesis de Burgos.

A sus palabras quiero, por mi parte, añadir otras dos: una de gratitud y otra de deseo. En el año que está concluyendo Dios ha seguido derramando sus bendiciones sobre todos y cada uno de nosotros, sobre todas las personas de la diócesis y sobre todas nuestras tareas pastorales. Estas bendiciones son tantas, que nos desbordan por los cuatro costados de nuestra vida. Si ahora nos fuera posible pasarlas en una rápida visión cinematográfica, quedaríamos sorprendidos por su número y calidad. Algo parecido ha ocurrido con toda la Iglesia. Por eso, os invito a uniros a mi agradecimiento al Señor por todos ellos y entonar un Te Deum, al menos interior, antes de concluir el año.

No obstante, quisiera subrayar algunas gracias especiales que Dios nos ha concedido durante este año 2013.

Ante todo, el Año de la Fe, que ha supuesto un paso decidido en el gozo de sentirnos discípulos del Señor y comunicar a los demás que Jesucristo es su único Salvador y el hombre en el cual todo hombre encuentra su plenitud. Sólo Dios conoce lo que ha supuesto en la diócesis, pero tengo la firme convicción de que ha sido una gran gracia.

Junto al Año de la fe, la renuncia del Papa Benedicto XVI a seguir pilotando la nave de Pedro, con el fin de que otro Pontífice pudiera encarar los problemas actuales de la Iglesia. Sólo una persona verdaderamente santa, humilde y generosa pudo dar un paso tan histórico como este. Máxime, tratándose de una persona tan extraordinariamente dotada y lúcida.

El Señor ha premiado su gran humildad y disponibilidad, dándonos un Papa que en nueve meses de Pontificado ha llevado el rostro positivo y amable de la Iglesia a las páginas y telediarios de todo el mundo. Hasta el punto de ser declarado por la revista americana Time «Hombre del Año». Pidamos al Señor que ayude y proteja al Papa Francisco en la profunda reforma vital y estructural de la Iglesia que se ha propuesto y cuyas líneas maestras nos ha entregado ya en la exhortación Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio). Pienso que todos tenemos la impresión de que en la Iglesia han entrado aires de renovación y esperanza gozosa. Demos, pues, gracias a Dios, de quien procede todo bien y toda bendición.

Junto a ella, quiero expresaros un deseo que ahora está particularmente presente en mi corazón de pastor. Me gustaría que todos y cada uno de nosotros abramos nuestra mente, nuestro corazón y nuestra acción pastoral y apostólica a los aires de renovación que nos está trasmitiendo el Papa Francisco. Abrir nuestra mente implica leer sus escritos. Desde las homilías diarias en Santa Marta hasta la exhortación antes citada, pasando por las audiencias de los miércoles y las alocuciones del ángelus de cada domingo, y los discursos y mensajes en diversas circunstancias. Esta lectura ha de ser creyente y orante, escuchando en ella la voz del Buen Pastor. De este modo, iremos empapándonos de su talante y cambiando nuestros esquemas mentales.

Abrir el corazón implica acoger con docilidad, humildad y amor lo que el Papa nos vaya diciendo. Pero no de una forma meramente pasiva, sino con responsabilidad y creatividad, tratando de que el nuevo espíritu que el Papa trasmite con su vida y palabras vaya moldeando la realidad concreta en la que cada uno estamos inmersos.

Finalmente, es preciso abrir toda nuestra acción pastoral a la radicalidad evangélica que postula el Papa. Esto implica que cada día pongamos más en el centro de nuestra vida y de nuestra actividad a la Persona de Jesucristo. Siendo conscientes de que Él y sólo Él es el Salvador y Redentor de los hombres y que a nosotros se nos pide estar plenamente dedicados a su servicio, en obediencia amorosa a su elección gratuita e inmerecida. A Jesucristo, lo sabemos bien, le encontramos en su Palabra, de modo eminentísimo en la Eucaristía celebrada y adorada, en el sacramento del perdón –recibido y dado–, y en el servicio de la caridad, especialmente de los más pobres.

Y todo ello, con gran alegría. La alegría es la característica de todo el Evangelio. Alegre fue el saludo del Ángel a María en la Anunciación; alegría llevó María a la casa de santa Isabel; alegría anuncian los ángeles a los pastores; alegría comunican estos a los habitantes de Belén; alegría causaban los apóstoles en todos los lugares donde fundaron iglesias después de la venida del Espíritu Santo; alegría vivía la primera comunidad cristiana cuando celebraba la Eucaristía y compartía sus bienes; alegría y esperanza necesita nuestro mundo.

No quiero concluir sin manifestaros mi profunda gratitud por vuestro servicio pastoral y apostólico. Sin él, sería imposible llegar a todos los lugares y situaciones que exige la atención a las almas en este momento.

¡Que Dios os premie vuestra entrega y la acreciente de día en día!

Seguid pidiendo al Señor que me ayude a ser el Pastor que Él espera de mí.

Terminemos el año 2013 y comencemos el 2014 bajo el manto de nuestra Madre, Santa María la Mayor, Estrella de la nueva evangelización en nuestra diócesis.

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