Navidad, fiesta de la alegría
Cope – 22 diciembre 2013
Hace unos días, el Papa Francisco concedió una entrevista al diario turinés La Stampa. Dada la proximidad de la Navidad, el periodista le preguntó: «¿Qué significa para usted la Navidad?» El Papa contestó: «Es el encuentro con Jesús. Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que estará siempre cerca de él». Aquí está la clave para comprender y vivir la Navidad según el espíritu cristiano. Por eso, el Papa volvió a repetir en la audiencia del pasado miércoles: «Dios está con nosotros y confía todavía en nosotros. Dios viene a habitar con los hombres, elige la tierra como morada».
En esta audiencia sacó una conclusión que puede sonar a desconcertante: «La tierra ya no es un valle de lágrimas, sino el lugar donde Dios ha puesto su tienda, el lugar de la solidaridad de Dios con el hombre». Dios ha tomado partido por nosotros y lo ha hecho de modo radical, pues lo ha hecho de una vez para siempre. Esta presencia y toma de partido no elimina nuestra libertad ni nuestra responsabilidad. Esto explica que en la tierra sigan existiendo injusticias, hambre, guerras, conflictos. Pero que siga siendo posible la alegría. No, ciertamente, una alegría mundana sino la verdadera alegría, la que es capaz de convivir con el sufrimiento y el dolor. Sucede como con el parto de una mujer. No sólo hay dolor sino alegría, la inmensa alegría de traer un hijo al mundo.
Quizás nos parezca que esta alegría no es verdadera ni íntima sino superficial y sentimental. El periodista de La Stampa se hacía eco de esta dificultad en estos términos: «A menudo se presenta la Navidad como una fábula de ensueño. Pero Dios nace en un mundo en el que también hay mucho sufrimiento y miseria». El Papa no se va por la tangente, sino que prefiere hablar de lo que fue la primera Navidad. «Lo que leemos en los Evangelios es un anuncio de alegría. Los evangelistas describen una alegría. No hacen consideraciones sobre el mundo injusto, sobre cómo es posible que Dios naciera en un mundo así. Todo esto es fruto de nuestra contemplación: los pobres, el niño que nace en la precariedad. La Navidad no fue una denuncia de la injusticia social, de la pobreza, sino un anuncio de alegría… La Navidad es alegría, alegría religiosa, alegría de Dios, interior, de luz, de paz».
¿No nos estará invitando el Papa a revisar si nuestra insistencia en hablar sobre la crisis económica, social y política se debe a que no sabemos bien qué es la alegría verdadera y dónde hay que ir a encontrarla? Quizás sí. Porque su respuesta concluía con estas palabras: «Cuando se está en una situación humana que no te permite comprender esta alegría, se vive la fiesta con alegría mundana. Pero entre la alegría profunda y la alegría mundana hay mucha diferencia». Podrían confirmarlo quienes, por ejemplo, nadan en la abundancia económica o están en la cresta de la ola de la popularidad pero son profundamente desgraciados, porque no tienen paz en su casa o su corazón está comido por la envidia o la soberbia engreída y es incapaz de encontrar algo que realmente le satisfaga.
Por eso, quizás nos venga bien volver en estas Navidades al nacimiento de Jesús y verlo como realmente fue: expresión de la confianza de Dios con el hombre, manifestación del amor de Dios hacia nosotros. Es posible que así entendamos la hondura de las palabras de santa Teresa de Jesús: «Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Lo decía una persona que vivía profundamente pobre y, a la vez, poseía una alegría contagiosa.
¡FELIZ Y CRISTIANA NAVIDAD para todos los burgaleses, especialmente para los lectores de esta columna!