Misa de Nochebuena

Catedral – 25 diciembre 2013

También José y María, que eran de la familia de David, subieron a Belén». Todos los poderosos de la tierra han soñado siempre con tener un censo lo más completo posible para cobrar los más impuestos posibles. El emperador Augusto no se libró de esta tentación y ordenó que todos los ciudadanos del Imperio se empadronasen en el lugar donde tenían sus bienes. José y María suben a la montaña de Judea, más concretamente a Belén, a cumplir con este requisito.

María se encuentra en avanzado estado de gestación y próxima a dar a luz. Entre Nazaret y Belén hay unos 140 km que hay que recorrer a pie por pésimos caminos, quizás ayudados por un animal doméstico: un burro o una mula. No protestan ante este edicto. Tampoco desobedecen. No se quejan a Dios de que no les libre de esta situación. Al contrario, obedecen y van a Belén. Saben ver allí la mano de Dios. Dios, en efecto, escribe derecho con líneas torcidas y es el que mueve los hilos de la historia. Con esta orden egoísta de un soberbio emperador, Dios iba a realizar lo que había prometido por el profeta Miqueas: «Y tú Belén, tierra de Judá, no serás la más pequeña de las ciudades de Israel, porque de ti nacerá el Salvador». Esta sería, precisamente, la profecía que los sacerdotes recordaron a Herodes para que pudiera informar a los Magos, que preguntaban dónde había nacido el Rey de Israel.

«Dio a luz a su hijo y lo reclinó en un pesebre». El acontecimiento más importante de todos los tiempos ha sido el Nacimiento de Dios en la tierra. No hay nada que se le pueda comparar ni de lejos. Así lo han percibido incluso los que no son cristianos, que han dividido la historia en dos mitades: antes de la venida de Cristo y después de su venida. Sin embargo, este acontecimiento es descrito con enorme sencillez, sin aparato alguno: en tres o cuatro líneas y con palabras tan sencillas y ordinarias como estas: «Y mientras se encontraban allí, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio en la posada».

José y María habían llamado a muchas puertas en Belén. Pero todas estaban cerradas. No es que sus parientes y amigos no quisieran darles acogida, pues los orientales eran muy hospitalarios. Es que materialmente no había sitio en sus casas, porque estaban llenas de gente que había venido a lo mismo que José y María. Además, María no podía dar a luz en una casa en esas condiciones. Por eso, optaron por salir a las afueras y buscar un refugio frente al frío y las inclemencias. Y se refugiaron en un establo donde se guardaban los animales. Allí José, al menos, podía hacer lumbre y dar un poco de calor a María. Es lógico que colocara al Niño en el sitio mejor: un pesebre. Allí estaría libre de las humedades y podría preservarle mejor del frío del suelo. Pero, ¿verdad que todo esto impresiona? ¿Verdad que nos desconcierta que el Salvador del mundo nazca en un lugar tan inhóspito, tan solitario, tan diferente al que hemos tenido, incluso los que no somos ricos? Jesús dirá un día: «Las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza». Dios ha iniciado su camino en la tierra en un establo y en pesebre.

¡Cuántas lecciones que aprender: de humildad, de anonadamiento, de sencillez, de pobreza verdadera! ¡Cómo contrasta todo esto con nuestro afán de sobresalir, con nuestro interés en llamar la atención, con nuestra vida burguesa!

Sigamos el relato. Dice el texto sagrado que había unos pastores que estaban pasando la noche al raso velando sus rebaños y que, de pronto, se les presentó un ángel, la gloria del Señor los envolvió y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». No era solo una buena noticia ni una noticia alegre: era una gran noticia, más aún, la gran noticia que había esperado durante siglos el pueblo de Dios. LA NOTICIA DE QUE HABÍA NACIDO EL SALVADOR. Antes, muchos se habían presentado diciendo: «Yo soy la persona que necesitáis. Yo os conseguiré el paraíso. A vosotros os basta escucharme». Hoy tampoco escasean este tipo de salvadores. Pero solo hay un Salvador: el que habían anunciado los profetas y había esperado la gente piadosa y buena de Israel.

Esta gran noticia –este notición– no se comunica al emperador Augusto, ni al Sumo sacerdote de Jerusalén, ni al Senado del pueblo de Israel, ni a los sabios escribas que enseñaban las escrituras a la gente. ¡Se comunica a unos pastores; gente iletrada e incluso poco observante de la ley; pero gente abierta a lo que Dios quiera comunicarles. Por eso, cuando les comunica que ha nacido el Salvador y que le encontrarán en un pesebre, no se ponen a discutir que eso no puede ser, que el Mesías no puede haber nacido en un establo. Aceptan el mensaje y se ponen en camino con prontitud. Y, efectivamente, cuando llegan encuentran las cosas tal y como les habían dicho.

Ellos se llenan de alegría. Y les falta tiempo para venir a Belén y comunicar a los vecinos la gran noticia. Siempre ocurre igual: cuando una persona encuentra personalmente a Jesucristo se llena de alegría. Más aún, la alegría es tan grande, que no le cabe en el pecho y siente la necesidad de comunicársela a los demás. ¡¡Esta es la Iglesia con la que sueña el Papa Francisco y esta es la Iglesia que el mundo necesita: cristianos que se llenen de alegría y santo orgullo de ser discípulos de Jesús, y lo digan a todos los que caen en su radio de acción: familiares, amigos, conocidos!!

¿Tenemos nosotros el alma sencilla y apostólica de esos pastores o nos dedicamos a discutir, a darle vueltas, a buscar justificaciones para no poner en práctica de verdad el Evangelio?

Pero esta Noche no puede ser más que una Noche de alegría, de gozo y de paz. Porque los ángeles nos han comunicado a todos este maravilloso mensaje: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». Los ángeles no comunican la paz a los hombres de buena voluntad, sino la paz a los hombres que ama el Señor. La noticia no es que los hombres amemos a Dios, que tengamos buena voluntad. Lo verdaderamente importante es que, por encima de nuestra buena o mala voluntad, Dios nos ama, Dios nos acoge, Dios se acerca a nosotros para salvarnos. ¿Cómo no vamos a saltar de alegría y cómo no vamos a llenarnos de paz?

Como Pastor de la diócesis me alegra trasmitiros estos sentimientos, desearos unas Navidades llenas de alegría y paz, y pediros que llevéis este mensaje a vuestras familias, especialmente a los que estén enfermos o impedidos y no puedan salir estos días. FELIZ NAVIDAD

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