Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Catedral, 13 abril 2014 · Acabamos de escuchar el impresionante relato de la Pasión del Señor según san Mateo. Y, ante él, surgen muchos y diversos porqués. ¿Por qué la muchedumbre que hoy le ha aclamado como el Hijo de David y el Mesías esperado, el próximo viernes gritará “crucifícale, crucifícale”? ¿Por qué Pedro, que ha protestado que daría la vida por él aunque todos le abandonasen, al cabo de unas horas reniega de él y dice que no le conoce? ¿Por qué fue uno de los discípulos –Judas- y no un adversario el que le entregó a sus enemigos? ¿Por qué sus apóstoles le dejaron solo cuando más les necesitaba? ¿Por qué Pilatos, viendo que era inocente y que le habían entregado por odio, no le deja en libertad sino que le condena a muerte de cruz? ¿Por qué los jefes del pueblo acumularon tanto odio a Cristo que no dejaron hasta que le vieron muerto? ¿Por qué las mujeres fueron las únicas que le acompañaron con su amor compasivo en el camino hacia el Calvario y al pie de la Cruz? ¿Por qué es un ladrón es el primer santo que entra en el Paraíso? ¿Por qué fue un pagano –el Centurión- el que le confesó como “Hijo de Dios” viendo cómo moría?
Cada uno de estos porqués tiene su respuesta en el texto que hemos proclamado. Pero podríamos contestarlos todos y no llegar hasta el fondo, hasta el verdadero porqué de todo lo que ocurrió en la Pasión. El verdadero porqué no es la maldad humana en todas sus formas, ni la flaqueza de los hombres, ni las circunstancias que se acumulan y causan este terrible drama. Ni siquiera el odio de sus enemigos.
La verdadera respuesta, el último porqué de toda la Pasión lo encontramos en estas palabras de san Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Único Hijo”. O en estas otras, más personalizadas, de san Pablo: “Me amó y se entregó a la muerte por mi”. El amor de Dios a los hombres, a todos y a cada uno de nosotros: ¡¡esta es la razón última que explica la Pasión de Jesucristo!! El amor de Dios, que supuso al Padre entregar lo que él más quería: su Hijo; algo que no hace ningún padre de este mundo. El amor de Dios, que llevó al Hijo a aceptar con obediencia amorosa esta voluntad del Padre y entregarse voluntariamente a la muerte. El amor de Dios, que hizo que la donación del Espíritu Santo fuera fruto y consecuencia de la Cruz.
Queridos hermanos: cada uno de nosotros puede decir con toda verdad: Dios me ama. Más aún, Dios me ama más que nadie, Dios me ama como nadie me ha amado. Sea como sea, tenga los pecados que tenga, Dios me ama. Por desastrosa que pueda ser la vida de un hombre, por enormes que sean sus miserias y pecados, es infinitamente mayor el amor que Dios siente por él. Nadie tiene derecho a desesperar.
Enorme fue el pecado de los dirigentes del pueblo. Pero Jesús pidió a su Padre que no se lo tomara en cuenta, diciendo: “Perdónales, que no saben lo que hacen”. Grandísimo fue el pecado de Pedro, que le renegó de Él por tres veces. Pero Jesús no le retiró su confianza y se puso al frente de su Iglesia. Inconmensurable fue el pecado de Judas, pero Jesús le ofreció su perdón, llamándole “amigo”.
Hoy ha comenzado la Semana Santa. Hemos asistido a la entrada de Cristo en Jerusalén entre gritos de gloria por parte de la gente. Él oía detrás de esos gritos el contrapuesto del “crucifícale, crucifícale”. Sabía que su entrada en la Ciudad Santa era para entregar su vida por nosotros. Acojamos ese amor y acojamos su perdón. Él espera que estos días no se queden en sentimiento superficial sino que nos abramos a su amor y a su perdón.
La eucaristía nos sitúa ante este inefable misterio de amor y de perdón, pues en ella hacemos presente –de modo sacramental- el sacrificio de la Cruz. Que la Sangre de Jesucristo caiga sobre nosotros como sangre de redención y de conversión.