En torno a las «Edades del Hombre» en Aranda
El próximo 6 de mayo se abre una nueva muestra de las Edades del Hombre. En este caso, en Aranda de Duero y en torno a la Eucaristía. De inmediato surge esta pregunta: ¿Cómo hay que ver esta exposición de arte sacro que gira en torno a lo que el Concilio Vaticano II llama “fuente” y “cumbre” de la vida de la Iglesia y del cristiano?
La pregunta no es retórica. Porque la comprensión de una muestra de arte sacro no puede prescindir de la idea que la dio origen y que el artista quiso plasmar. ¿Cómo se podría, por ejemplo, prescindir del significado que tienen el maná del desierto, el sacrificio de Abrahán o la cena pascual a la hora de comprender los cuadros o imágenes que les representan? Ciertamente, algo se captaría. Pero una comprensión en toda regla requiere unos conocimientos mínimos, pero básicos, sobre la “trastienda conceptual” que esconde. En una muestra sobre la Eucaristía todavía es más necesario.
Porque la Eucaristía es un don que Dios ha hecho a todos los hombres y le ha ido dando por entregas. Primero, fue un don anunciado, prefigurado y profetizado; luego, fue un don instituido con carácter permanente; finalmente, un don hecho celebración.
Este largo itinerario de tiempo y espacio está descrito en el Antiguo y Nuevo Testamento y en la historia de la Iglesia. En el Antiguo Testamento ocupan un lugar importante el sacrificio de Abel y el de Abrahán, la Pascua, la Alianza del Sinaí, la ofrenda de pan y vino de Melquisedeq, el gran sacrificio del Yom Kippur o gran expiación, la comida de la sabiduría y la gran profecía de Malaquías sobre el sacrificio ofrecido de Oriente a Occidente en honor de Yahvé. Ellos nos llevan de la mano hasta el Sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza realizado, instituido y celebrado en el Nuevo Testamento. La Iglesia recibió este tesoro para que lo custodiara y actualizara sin cesar en todo tiempo y lugar.
Ella, fiel al mandato de su Señor, lo puso en práctica desde su mismo nacimiento. Tanto los Hechos de los Apóstoles como sus Cartas dejan constancia de ello así como de su arraigo en las primeras comunidades cristianas. Baste pensar que, ya a mediados del siglo segundo, el gran filósofo y apologista cristiano san Justino, dejó un testimonio escrito sobre la celebración de la Eucaristía que coincide sustancialmente con la que hacemos ahora nosotros.
Luego vino la reflexión de los grandes autores de la antigüedad, del medievo y de la época moderna sobre los datos recibidos de la Escritura. Junto a ellos, la vivencia del pueblo cristiano, al cual se debe la creación de un inmenso patrimonio en torno a la presencia real, substancial y permanente de Jesucristo en las especies eucarísticas. Los clérigos, por una parte, y los artistas, por otra, plasmaron en obras de arte todo este inmenso arsenal de datos y vivencias con el objetivo de expresar la fe, fomentarla y celebrarla.
No parece, por tanto, exagerado afirmar que la muestra sobre la Eucaristía de Aranda necesita la guía de la Biblia y de la catequesis cristiana para mostrar todo su encanto. Por eso, desde aquí me atrevo a sugerir que los visitantes la vean con la Biblia en la mano y que se detengan a leerla, si no en todos los cuadros de la muestra, sí en los principales. A quienes son creyentes, les animo a pensar en nuestros antepasados que nos han transmitido estos tesoros de fe y de amor y sientan el santo orgullo de formar parte de esa cadena realmente esplendorosa.