Colación de ministerios de lectorado y acolitado
Seminario de San José, 17 mayo 2014
1. La primera lectura que acabamos de proclamar nos ha presentado la suerte que corrió la Palabra de Dios predicada por Pablo y Bernabé en la ciudad de Antioquia de Pisidia. Muchos buenos judíos y prosélitos la acogieron y se hicieron discípulos. Más aún, se la comunicaron a sus compatriotas, los cuales también respondieron con entusiasmo. Sin embargo, otro grupo reaccionó violentamente, y provocó una situación que trajo consigo la expulsión de Pablo y Bernabé de aquella ciudad. Pero Pablo y Bernabé no se acobardaron ni dejaron de predicar. Se les cerró la puerta de los judíos, pero ellos abrieron la puerta de los paganos. El resultado final fue la constelación de comunidades cristianas que creó en torno al Mar Mediterráneo.
Es la misma suerte que tuvo la predicación del Señor y la misma que tendrá a lo largo de los siglos, según él mismo expuso en la parábola del sembrador: unos la aceptan con gusto, otros la vuelven la espalda y otros la combaten. Sin embargo, Jesús no dejó de predicar ni la Iglesia dejará de hacerlo. Los pastores responsables siguen predicando y anunciando la salvación. No se quedan en lamentos. Aunque tengan que tomar decisiones tan serias y dolorosas como la que tuvieron que tomar Pablo y Bernabé. El demonio lograría su objetivo, si ante las dificultades del ministerio de la predicación, los ministros dejáramos de anunciarla con convicción y perseverancia.
Así tenéis que hacer los que recibís el ministerio del Lectorado cuando estéis trabajando en vuestro futuro ministerio. Vosotros os encontraréis con la misma respuesta que Pablo y Bernabé: unos os aceptarán y otros rechazarán vuestro mensaje. Pero vosotros tendreís que seguir anunciando que Jesucristo ha muerto y resucitado por ellos y quiere su salvación.
Para ello, es necesario estar poseídos, ganados, por la Palabra de Dios; estar plenamente convencidos de su necesidad, de su fuerza y de su eficacia para provocar la fe y la conversión. Ese dejarse ganar no viene como llovido del cielo sino que es consecuencia de una lectura creyente y habitual de la Palabra de Dios; de dejarse interpelar continuamente por ella y de responder a sus exigencias cada vez con más docilidad.
El lectorado es una gracia del Espíritu Santo para facilitarnos esta tarea.
2. En el evangelio hemos encontrado otra clave para el ejercicio responsable del ministerio de la Palabra. Lo decía Jesús: “Las Palabras que Yo hablo no las hablo de Mí mismo”. Jesús predica un mensaje que no es suyo sino el que le ha encomendado su Padre. San Juan da testimonio de la insistencia que puso Jesús en ello. “Mis palabras no son mías sino del que me ha enviado”. Él fue fiel a esa misión, hasta entregar su vida para cumplirla.
El ministro de la Palabra tiene que hacer lo mismo. Él no puede predicar ni su doctrina ni la doctrina de otros doctores, aunque sean muy sabios. El heraldo del Evangelio predica el Evangelio de Jesucristo, tal como lo ha entendido y entiende la Iglesia. Ciertamente, dedica tiempo al estudio y a la reflexión del mensaje revelado y propuesto por la Iglesia. Pero lo hace para comprenderlo cada vez mejor, para adaptarlo con más eficacia a las necesidades de los oyentes. Pero siendo totalmente fiel a la Palabra de Dios. Si no lo fuera, la esterilidad está asegurada, porque la fe viene por la predicación.
El ministerio de Lectorado que hoy asumís, es un paso más en ese compromiso de conocer, amar y servir a la Palabra de Dios.
3. En Evangelio encontramos otra indicación: “El que cree en Mí hará las obras que Yo hago y aun mayores”. Como sabéis muy bien, en el Evangelio de Juan –al cual pertenece el relato que hemos proclamado- los verbos ver, conocer y creer forman una trilogía intercambiable, casi sinónima. El conocer de la fe no es la mera intelección intelectual, como la entendemos los que procedemos de la cultura griega. Para nosotros, el hombre conoce las personas y las cosas como objetos que abstrae y contempla desde fuera, a base de ideas y conceptos. En el pensamiento bíblico y semita –que refleja san Juan- conocer es ante todo tener una experiencia personal del objeto con el que se entra en relación. En el caso de Dios, a través de su Hijo Jesucristo que lo manifiesta en su Personas y en sus obras.
Cuando nos dice Jesús que si le creemos y conocemos haremos “las mismas cosas cosas y aún mayores” que él es esto: si tenemos la experiencia personal de Él y de Dios Padre por medio de Él, produciremos frutos abundantes en nuestra vida y en nuestro ministerio. ¿Dónde y cómo tener esa experiencia personal de Jesús?
El ministerio del Acolitado que recibís os da la clave. Este ministerio os vincula de un modo especial con la Eucaristía. Es ahí donde conoceréis de modo eminente a Jesús. Desde hoy seréis ministros extraordinarios de la Comunión y de la Exposición del Santísimo Sacramento. El Acolitado crea entre vosotros y la Eucaristía una relación especial. En cierto sentido, pasáis a ser responsables de ella ante el pueblo. Sed, pues, cada día más amantes de la Santa Misa, más adoradores del Señor en el Tabernáculo, mejores comulgantes del Cuerpo y Sangre de Cristo.
La Santísima Virgen fue la primera creyente de la Palabra de Dios. Fue también la gran mujer eucarística de todos los tiempos. Que Ella os alcance la gracia de ser fieles al ministerio que hoy recibís y sentir el gozo de seguir cada vez más de cerca a su Hijo y hermano nuestro, Jesucristo.