Se entrega al monasterio de Leyre una reliquia de san Íñigo

El próximo sábado, y en el marco del rezo de unas vísperas solemnes, el arca con los restos del santo se reabrirá, después de siglo y medio, para entregar una reliquia del mismo al monasterio benedictino de Leyre, en Navarra.
En este relicario de plata se guardan los restos del santo abad de Oña.

En este relicario de plata se guardan los restos del santo abad de Oña.

El domingo 1 de junio, la localidad de Oña se dispone a celebrar a uno de sus personajes más ilustres, san Íñigo, quien durante treinta y cinco años fue abad de su monasterio benedictino, a la vez que rigió otras iglesias vecinas a él encomendadas. La víspera de su fiesta, el sábado 31 de mayo, su tumba se reabrirá para entregar una reliquia del santo a otro monasterio benedictino, el de Leyre, en Navarra. Será a las 18:00 horas en el marco de la celebración de unas vísperas solemnes con la presencia de diversas personalidades civiles y eclesiásticas. El arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, dio permiso para conceder una reliquia al monasterio en 2008; sin embargo, por distintas circunstancias, el acto todavía no había tenido lugar.

Desde finales del siglo XVI no se entregaban reliquias de este santo. La última tuvo lugar en 1597, cuando algunos restos óseos del abad viajaron hasta una de las parroquias de Calatayud, localidad que vio nacer al santo a finales del siglo X. La última vez que se abrió la tumba fue en 1865, para cerciorarse de que la invasión francesa no había acabado con las reliquias del santo abad: sus huesos se recogieron en un saco blanco y se depositaron en una arqueta de madera dentro de su relicario de plata, tal como detallan algunos documentos del archivo parroquial de la villa burebana.

San Iñigo tuvo gran fama como taumaturgo en los siglos de la Reconquista y del esplendor de España. Fue canonizado el año 1163 en el sínodo de Tours, por una bula del papa Alejandro III. Fray Juan de Alcocero, uno de sus discípulos, escribió de él que «no vivió para sí solo, sino para nosotros, porque todo el día estaba él para nosotros; el Espíritu Santo otorga su don de justicia a los más benignos, y concede a los suyos tanta equidad y justicia como gracia y piedad; de ahí que nuestro padre Iñigo guardaba rectitud al examinar lo justo y misericordia al decidir la sentencia».

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