Día del misionero burgalés
Trespaderne, 15 junio 2014
Queridos hermanos: Una vez más nos reunimos para celebrar una fiesta muy nuestra: “El día del misionero burgalés”. Este año concurre con la solemnidad de la Santísima Trinidad.
Permitidme que salude a los misioneros y misioneras que nos acompañan y que les agradezca el servicio que están prestando a la Iglesia y a la sociedad allí donde realizan su misión. Vosotros sabéis muy bien –porque lo tenéis experimentado- que es verdad lo que dice el papa Francisco y recoge el cartel que anuncia nuestra fiesta: “La alegría de evangelizar”. Más aún, que nada hay comparable con la alegría de dar a conocer a Jesucristo, que es el resumen de toda evangelización.
Quiero saludar también a vuestras familias, y agradecerles que su ejemplo y su palabra estén en la base de vuestra vocación: de su nacimiento, de su desarrollo y de su perseverancia. La familia es el ámbito donde nacen y crecen todas las vocaciones; también la vocación misionera. Por eso, yo os invito hoy a que defendáis la familia cristiana y a que la presentéis ante el mundo actual como la mejor escuela de virtudes humanas y cristianas. Y como refugio al que acudir cuando arrecian las dificultades de la vida. ¡Qué bien lo ha puesto de manifiesto la crisis económica actual, como sostienen todos los observadores objetivos! Sin la ayuda y la protección de la familia, muchos parados se abrían lanzado a la calle y, quizás, hubieran puesto en peligro la paz social.
Decía antes que hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Como profesamos todos los domingos en el Credo, el misterio de la Santísima Trinidad consiste en que nuestro Dios es uno solo en su naturaleza y trino en Personas. Es decir, que hay un solo Dios pero que ese Dios no es un dios solitario, sino una familia, en la que hay un Padre, un Hijo y el Espíritu Santo. Es el misterio principal de nuestra fe, porque de él derivan todos los demás. De Dios, en efecto, brotó el hombre y toda la creación. De Dios brotó la salvación del hombre, una vez que cayó en el pecado y cerró las puertas del Paraíso. De Dios depende nuestra vida actual. De Dios depende que, al final de los tiempos, resucitemos para nunca más morir y pasar a su compañía por toda la eternidad, si hemos sido buenos. De él depende nuestra santificación mientras vivimos en la tierra.
Pensad en el Bautismo. Cuando el sacerdote derrama agua sobre la criatura, dice: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Pensad también en el sacramento de la Penitencia. Cuando vais a confesaros, el sacerdote dice: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. La fiesta del perdón es, pues, una fiesta trinitaria. Pensad en la Misa. Comenzamos diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y también la terminamos recibiendo la bendición que nos da el celebrante “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Pero, sobre todo, pensad en lo más importante de ella: hacer presente el sacrificio de la Cruz. El sacrificio de la Misa corresponde a toda la Trinidad. La Iglesia invoca al Padre para que envíe al Espíritu Santo y convierta el pan y el vino en el cuerpo entregado –sacrificado- y en la sangre derramada de Cristo. Y así ocurre. Porque el Hijo se hace presente y se ofrece por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. La Misa es una acción trinitaria, de las tres divinas personas. Por eso, al final de la Plegaria Eucarística hacemos esta gran alabanza: “Por Cristo, con él y en él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, a lo que vosotros respondéis con el AMÉN, que es un acto de fe y de adhesión a esas palabras.
Para que no olvidemos esta importantísima verdad, la Iglesia quiere llamarnos la atención con la fiesta de la Santísima Trinidad. Os invito a que hoy digáis con frecuencia y con amor esa oración que aprendimos de niños y hemos dicho tantas veces: “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. Repetidla durante el resto del año. Es una manera sencilla de tratar a cada una de las tres divinas Personas y un modo de manifestarlas nuestra amor y nuestra adoración.
La fiesta de la Santísima Trinidad está íntimamente unida a la fiesta del Misionero burgalés y, en general, a la misión. ¿Qué es, en el fondo, un misionero? Un continuador de la misión que el Padre confió al Hijo y que el Hijo confió a los apóstoles y que el Espíritu Santo hace posible realizar con sus dones y virtudes. Lo decía con toda rotundidez el Evangelio que hemos proclamado. “Tanto amó Dios –el Padre- al mundo, que le envió a su Hijo Único”. Si el Padre no hubiera sino “un misionero”, “el primer misionero”, Jesucristo no hubiera realizado la salvación y nosotros no estaríamos ahora aquí, formando una comunidad de salvados. Y si Jesucristo no continuara realizando en el prodigio del primer Pentecostés en la Confirmación, nadie podría acoger la salvación para sí y comunicársela a los demás.
Es lógico, por tanto, que nos hayamos reunido en el día de la Santísima Trinidad para celebrar la fiesta del Misionero burgalés.
¿Cuál sería el mensaje que a mí me gustaría trasmitiros en la celebración de este año?
Uno que es muy sencillo, pero central: hay que promover las vocaciones misioneras. Tenemos que promoverlas los que estamos aquí. Pero tenéis que promoverlas también los que estáis en la misión. Hay que promover las vocaciones nativas; ellas son las que aseguran vuestra labor. Si hasta ahora Europa y, dentro de ella, España han sido la fuente de la que os habéis alimentado, hoy ha cambiado la realidad. De modo que, desde aquí no se van a enviar, al menos en la proporción que se ha hecho hasta ahora.
Pienso que esto no debéis verlo sólo como un problema sino también como una oportunidad para promover las vocaciones nativas. Esta es mi convicción y como tal os la trasmito.
Queridos hermanos: Sigamos participando en la Eucaristía. Descubramos en ella la presencia y la acción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pidamos para todos y cada uno de los misioneros burgaleses esparcidos por el mundo y para todos y cada uno de nosotros, que seamos continuadores de la misión salvadora de Jesucristo. Y que nos aumente el gozo de anunciar el Evangelio allí donde estamos.