Vigilia de Espigas

Quintanar de la Sierra, 14 junio 2014

Queridos hermanos: Hoy es el primer domingo ordinario después de la Pascua; es también una fiesta eucarística especial: la de “Las Espigas” y es, finalmente, la fiesta de la Santisima Trinidad. Reflexionemos brevemente sobre cada uno de estas realidades.
En primer lugar, hoy es domingo. La celebración que estamos haciendo me recuerda otra que tuvo lugar en el norte de África a principios del siglo IV. El emperador Diocleciano había dado la orden de no poseer la Biblia y de no reunirse los domingos para celebrar la Eucaristía. El que quebrantase esa ley era condenado a muerte. Un día fueron sorprendidos por la policía imperial un grupo de cristianos, mientras celebraban la Eucaristía en casa de un tal Emeterio. La policía preguntó: ¿No sabíais que estaba prohibido esto? Sí, lo sabíamos. Entonces, ¿por qué lo habéis hecho? Ellos respondieron: “Porque no podemos vivir sin celebrar el domingo, sin celebrar la Eucaristía”. Ellos prefirieron correr el riesgo de la muerte antes que correr el riesgo de perder la fe. Y, efectivamente, perdieron la vida, pero el martirio les abrió las puertas del Cielo, desde donde nos contemplan ahora.   
Hoy no existe una ley del poder político o judicial que prohíba a los cristianos reunirnos para celebrar la Eucaristía el domingo. Pero existe un medio ambiente sumamente adverso y difícil. Tanto, que nos obliga a decir como a aquellos mártires de Abitene: “No podemos dejar de celebrar el domingo, no podemos vivir sin la Eucaristía”. El papa san Juan Pablo II lo vio con meridiana claridad y llegó a decir: un cristiano que no acude a la Eucaristía el domingo es un cristiano en riesgo de dejar de serlo, un cristiano que corre el peligro de perder su fe.
No es difícil comprenderlo. Si no escucha la Palabra de Dios, ¿cómo podrá seguir teniendo fe un cristiano, cuando la televisión, la radio y los medios de comunicación le están bombardeando con criterios paganos, y hasta anticristianos? Si no se alimenta con el Cuerpo y la Sangre ¿cómo podrá resistir el cansancio del camino y reparar las fuerzas que se pierden en la lucha de cada día? No en vano dijo el Señor: “Quien no come mi Carne y no bebe mi Sangre, no puede tener vida”.
Vengamos a misa todos los domingos. No nos dejemos vencer por la pereza, la cobardía ante el qué dirán y la tibieza. Todos sabemos que no basta con venir a Misa, pues hay que guardar todos los Mandamientos, especialmente al amor a Dios y a los hermanos. Pero quien no viene a misa nunca o casi nunca, que no se engañe: tampoco guardará los demás mandamientos.
2. La segunda realidad que celebramos es la fiesta de las Espigas. Como todos sabemos, esta fiesta fue -en su origen- una Vigilia para dar gracias a Dios por las mieses, prontas ya para la siega; y para dar a conocer y propagar la Adoración Nocturna. Con la evolución de la sociedad, el sentido de dar gracias por los frutos de la tierra se amplia y concreta en dar gracias a Dios por los logros del trabajo humano, poniendo este trabajo nuestro en sus manos, para que él lo trasforme en fruto de redención. Lo que no ha cambiado es lo relativo a dar a conocer la Adoración Nocturna. No se trata de un acto humano de propaganda sino que es una celebración que nos recuerda dos cosas muy importantes. La primera es que Jesucristo está presente entre nosotros; y la segunda, que nosotros no seríamos agradecidos a esta presencia si no venimos a estar con él.
Jesucristo está entre nosotros de modo permanente. Eso es lo que nos enseña nuestra fe, cuando nos asegura que Jesucristo se hace presente en la Misa y su presencia perdura en el Sagrario mientras no se corrompen las sagradas especies. Cuando el sacerdote dice sobre el pan ESTO ES MI CUERPO y sobre el cáliz ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, el pan y el vino dejan de ser pan y vino y se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, en Cristo mismo. Esta presencia no se acaba cuando termina la misa, sino que perdura en el sagrario.
¿Es lógico que nosotros vengamos a estar con él? Lógico y además necesario para nosotros. Porque Jesús sigue siendo el mismo que vivía en Palestina y trata a la gente con misericordia y con amor. Sigue consolando a los que sufren y ayudando a los necesitados. A veces se hace de rogar porque quiere aumentar nuestra fe y nuestra confianza en él.
Darse de alta en la Adoración Nocturna es un modo concreto de facilitarnos este trato con Jesucristo. Por eso, yo os animo a que forméis parte de esta Asociación. La experiencia confirma que Jesucristo paga con creces el pasar unas horas en su compañía, cuando los demás duermen y descansan.
 
3. Por último, hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad. Todos los domingos, más aún, todas las celebraciones son fiestas de la Trinidad. Pensad en el Bautismo. Cuando el sacerdote derrama agua sobre la criatura, dice: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La primera fiesta de un cristiano es, por tanto, una fiesta de la Trinidad. Pensad también en el sacramento de la Penitencia. Cuando vais a confesaros, el sacerdote dice: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. La fiesta del perdón es, pues, una fiesta trinitaria. Pensad en la Misa. Comenzamos diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y también la terminamos recibiendo la bendición que nos da el celebrante “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Pero lo más importante es que el sacrificio que hace presente la Misa es el sacrificio de toda la Trinidad. La Iglesia invoca al Padre para que envíe al Espíritu Santo y convierta el pan y el vino en el cuerpo entregado –sacrificado- y en la sangre derramada de Cristo. Y así ocurre. Porque el Hijo se hace presente y se ofrece por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. La Misa es una acción trinitaria, de las tres divinas personas. Por eso, al final de la Plegaria Eucarística hacemos esta gran alabanza: “Por Cristo, con él y en él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, a lo que vosotros respondéis con el AMÉN, que es un acto de fe y de adhesión a esas palabras.
Para que no olvidemos esta importantísima verdad, la Iglesia quiere llamarnos la atención con la fiesta de la Santísima Trinidad. Os invito a que hoy digáis con frecuencia y con amor esa oración que aprendimos de niños y hemos dicho tantas veces: “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. Repetidla durante el resto del año. Es una manera sencilla de tratar a cada una de las tres divinas Personas y un modo de manifestarlas nuestra amor y nuestra adoración.

  1. Sigamos ahora la Eucaristía y veamos en ella una acción maravillosa en la que Dios Padre Hijo y Espíritu Santo quieren comunicarnos su amor y su salvación.

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