«El mundo necesita referentes que le muestren a Dios»
El uno y el otro. Siempre juntos. Amigos. Quintos. Y ahora, diáconos. Félix Díez y Eduardo Dorado se conocieron hace doce años en el Seminario Menor. De todo el grupo de amigos que compartieron pupitre en aquellas aulas, solo ellos dos han descubierto que lo de ser cura «vale la pena». Mañana, 21 de junio, recibirán en la catedral la ordenación diaconal, «un cambio radical», un nuevo y «definitivo paso» en su camino hacia el sacerdocio, que esperan con ilusión.
A Eduardo le encanta la música, tocar la guitarra en su grupo de rock «Pescadores de Hombres» y jugar al fútbol. Félix, por el contrario, siempre piensa en la oportunidad para escaparse a Paules del Agua, el pueblo donde se bautizó hace 25 años, y pasear por aquellas tierras. Son «jóvenes normales», como ellos mismos se consideran. Pero, sin embargo, con un objetivo claro en la vida: «Quiero ser sacerdote porque la gente necesita a Dios y el sacerdote es quien se lo puede dar a conocer, porque es uno con ellos, conoce sus preocupaciones y sus problemas», comenta Dorado. Félix «también ha sentido fuerte la llama» a ser sacerdote y ha descubierto cómo Dios «siempre le ha encaminado hacia él» a lo largo de su vida. Y «poder llevar a Cristo a la gente» es lo que «más le ha tocado el corazón».
Ahora asumirán esta nueva etapa en su vida «con gran alegría », «sirviendo en todo lo que se pueda y donde la Iglesia lo requiera». Una decisión y entereza que han preparado a lo largo de sus años de Seminario. El camino no ha sido fácil. Sus estudios y la elaboración de sus tesis –sobre evolución humana, la de Eduardo, y sobre la comunión eclesial, la de Félix- son reflejo y fruto de ello. Los madrugones, el estudio de la teología y las conversaciones filosóficas, la convivencia con otros jóvenes y los pequeños malentendidos han servido a Eduardo para «limar su carácter», algo que cree «está consiguiendo». Félix valora «las amistades hechas a lo largo de todos estos años y el ambiente que se hemos respirado en el Seminario».
Mañana mismo recibirán en la catedral, por la imposición de manos del arzobispo, la ordenación diaconal, el primer grado del sacramento del orden sacerdotal, gracias al cual podrán bautizar, presidir los matrimonios o las exequias. Y, cómo no, servir al altar, distribuir la comunión y realizar la exposición del Santísimo Sacramento. «Es decir sí definitivamente a Dios; ya no habrá marcha atrás», comentan. El paso es tan importante para sus vidas, que lo han «meditado mucho en la oración» y en el que, además, se sienten respaldados por los rezos y la compañía de familiares, amigos y compañeros.
Después, a su tiempo, llegará la anhelada ordenación sacerdotal. Pero ya desde ahora sienten lo «gratificante» de su vocación, al descubrir cómo gracias a ellos, y a veces sin saberlo, la gente da pequeños pasos para acercarse cada vez más a Dios. La ilusión es tan grande que no dudan en animar a otros jóvenes a seguir su ejemplo: «Vale la pena; Cristo regala mucho más que lo que uno deja», comenta Félix. A lo que Eduardo apostilla: «No hay que tener miedo. Hay que ponerlo todo en las manos del Señor. Si Él quiere hacernos este regalo no deberíamos dudar en ningún momento».