La eliminación de los cristianos en Oriente Medio
2014 08 17 mensaje arzobispo de Burgos pdf
“Lo he encontrado muy, muy preocupado. Siente sobre sí el drama de esta pobre gente, constreñida a abandonar todo para no morir. Centenares de miles de personas en fuga sin nada”. Son palabras del cardenal Filoni en una entrevista a Il Messagero de Roma, respecto al estado de ánimo del papa Francisco sobre la situación en Irak, a donde ha ido como su enviado personal.
Es triste pensar que esto pueda ocurrir en pleno siglo XXI. Pero es todavía más triste que ni siquiera los cristianos nos sintamos personalmente concernidos de verdad. En el sentido de movilizarnos para evitar una tragedia semejante. Porque en esos “centenares de miles” de prófugos, a los que se refería el cardenal Filoni, hay muchos niños, muchas mujeres, entre las que habrá embarazadas, y muchos ancianos y enfermos. Independientemente de que sean cristianos, se trata de personas inocentes a quienes se niegan derechos tan fundamentales como es el permanecer en su casa y practicar la religión que, según su conciencia, deben seguir.
También llama mucho la atención que la comunidad internacional no haya reaccionado con más prontitud y con más eficacia. Como señala la doctrina social de la Iglesia, “el principio de humanidad, inscrito en la conciencia de cada persona y pueblo, conlleva la obligación de proteger a la población civil de los efectos de la guerra”. La misma doctrina social señala que “los conatos de eliminar enteros grupos nacionales, étnicos, religiosos y lingüísticos son delitos contra Dios y contra la humanidad, y los autores de estos crímenes deben responder ante la justicia”. Eso explica que la comunidad internacional en su conjunto tiene la obligación moral de intervenir a favor de aquellos grupos cuya supervivencia está amenazada o cuyos derechos humanos fundamentales son gravemente violados.
Los cristianos llevamos la persecución, violenta o solapada pero real, en el DNI de nuestra fe. “Si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”. Pero eso no nos priva de ejercer y reclamar los derechos que corresponden a toda persona humana, ni exime de responsabilidad y culpa a quienes los conculcan. Ser un ciudadano cristiano no conlleva privilegios pero tampoco discriminaciones. La verdad y la justicia son realidades de valor y aplicación universal.
Cuando uno contempla la historia, no puede menos de entristecerse al ver que ahora se puede repetir lo que ya ocurrió hace muchos siglos. ¿Quién sabe que Tertuliano, san Cipriano o San Agustín pertenecieron a comunidades cristianas pujantes y llenas de vida, de las que hoy no queda ni rastro? La desaparición de dichas cristiandades y de su cultura, ¿ha perjudicado únicamente a la población cristiana o ha sido una pérdida para toda la comunidad de Occidente? Sería muy triste que la tierra donde el Cristianismo arraigó con fuerza desde los primeros siglos, corriese la misma suerte que las cristiandades del Norte de África.
Irak no es el único lugar de conflicto. Lo son Nigeria, Pakistán, Sudán, Corea del Norte y tantos otros. Incluso Europa no queda al margen. Es verdad que en la zona europea la persecución no es física. Pero basta ver ciertos programas de televisión, leer a ciertos cronistas de periódicos, escuchar a algunos tertulianos o políticos para percatarse de que la persecución tiene aquí una forma diferente pero que es tan real como en otras latitudes. Ante esta situación es preciso pensar que la guerra –física o moral- es siempre una derrota del hombre y que con la violencia verbal o fáctica no construiremos una sociedad verdadera progresista, donde el gran beneficiario sea el hombre. Pidamos al Señor el don de la paz.