Un nuevo intercesor para los burgaleses

2014 09 28 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

Ayer tuvo lugar en Madrid la beatificación de Álvaro del Portillo. Yo tuve la suerte y la dicha de participar en ese fausto acontecimiento, junto con varios centenares de obispos y la participación de muchos miles de personas en la misa que presidió el cardenal Angelo Amato. Fue una gran fiesta de fe cristiana y un cántico de alabanza a Dios Nuestro Señor, de quien procede toda gracia y todo don. Para mí fue un motivo añadido de alegría el hecho de haberle conocido y tratado personalmente y ser arzobispo de una ciudad en la que él vivió durante algunos meses. Durante la ceremonia pensé que desde ahora los burgaleses tenemos otro intercesor en el Cielo.

¿Quién era el Beato Álvaro del Portillo? Hijo de madre mejicana y padre español, nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Después de cursar el bachillerato, hizo la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y la de Filosofía y Letras (Sección de Historia), en la que se doctoró en 1944.

En 1935 se incorporó al Opus Dei y recibió directamente del fundador, san Josemaría Escrivá, la formación y el espíritu de esa institución. En 1944 fue ordenado sacerdote y en 1946 se trasladó a Roma, donde convivió con san Josemaría durante muchos años y del cual fue leal, eficaz y fidelísimo colaborador.

Durante sus años en Roma comenzó una honda reflexión sobre el papel y responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones familiares y sociales. Años más tarde escribiría a este respecto: “En el hospital, la Iglesia no está sólo presente por el capellán: también actúa a través de los fieles que, como médicos o enfermeros, procuran prestar un buen servicio profesional y una delicada atención humana a los pacientes; en un barrio, el templo será siempre un punto de referencia indispensable: pero el único modo de llegar a los que no lo frecuentan será a través de otras familias”.

Como consecuencia de todo esto, los Papas, desde Pío XII a san Juan Pablo II, lo llamaron para desempeñar diversos cargos en la Santa Sede. San Juan XXIII le nombró consultor de la Sagrada Congregación del Concilio y Pablo VI consultor de la Comisión posconciliar sobre los Obispos y el Régimen de las Diócesis. Durante el concilio Vaticano II fue secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo cristiano, que preparó el decreto de dicho concilio sobre “La vida y ministerio de los presbíteros”. El Padre Congar, que había trabajado en varias comisiones conciliares, dijo que se había encontrado muy a gusto con don Álvaro del Portillo por su bondad, sencillez y eficacia. San Juan Pablo II le consagró obispo y le tuvo como un gran amigo. De hecho, el día de la muerte de don Álvaro se desplazó al lugar donde vivía. Convencido de su santidad de vida, invitó a los presentes no a rezar un responso sino a cantar una Salve a la Virgen.

Tras la muerte del fundador del Opus Dei, fue elegido por unanimidad su sucesor. Cuando esta institución fue erigida como Prelatura personal, él fue elegido primer Prelado y, luego, obispo. Durante sus años como Prelado del Opus Dei estimuló la expansión de la Prelatura en veinte nuevos países y la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas: Cebú, Nigeria, Congo, etc., etc., la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, de Roma, el Seminario Internacional “Sedes Sapientiae” (Roma) y el “Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa”, en Pamplona.

Dios le llamó a su presencia el 23 de marzo de 1994. Muchos miles de personas testificaron por escrito sobre su bondad, su humildad, su audacia sobrenatural y sobre la paz que transmitían sus palabras y gestos. Tras el reconocimiento de un milagro, el Papa Francisco aprobó la beatificación, que ayer celebramos con gozo en Madrid. ¡Demos gracias a Dios!

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