Sembrando esperanza en el dolor del adiós

Celebramos en el inicio de este mes de noviembre la festividad de Todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos, días que dan pie a reflexionar sobre la actitud de la sociedad respecto a una realidad que a muchos asusta, pero que para otros es tan cotidiana que, lejos de ser una amenaza, se la puede llamar, como decía san Francisco de Asís, «Hermana Muerte».

Noviembre es un mes que trae el recuerdo de todos los difuntos. Su primer día se celebra la solemnidad de Todos los Santos. Esta tradición católica busca rendir honor a todos los santos, conocidos o desconocidos, y compensar la falta a las fiestas de los santos por parte de los fieles durante todo el año. El segundo día de este mes nos hace recordar a todos los difuntos y numerosas familias se acercan a los cementerios para orar por sus seres queridos que allí reposan.

 

tumba

 

Pero para algunos, la realidad de la muerte está presente cada día del año, como es el caso de Ezequiel Rodríguez Miguel, uno de los capellanes de los tanatorios de la capital burgalesa, y José Pérez Ubierna, capellán del cementerio de la ciudad y que comparte tarea con Ángel Díez Vallejo.

 

Previamente a su reciente cargo como capellán de tanatorios, Ezequiel Rodríguez ha desempeñado la labor de párroco en la iglesia de San José Obrero de Miranda de Ebro y de capellán en el hospital de Santiago Apóstol durante ocho años. Por su parte, José Pérez comenta que la mayor parte de su vida la ha pasado «como cura de pueblo», servicio que durante varios años ha simultaneado con la labor de capellán sustituto.

 

Cuando la pena por la perdida de una persona querida alcanza a una familia, allí están ellos para hacer lo más llevadero posible este momento. «Familias a las que les reconforta que te preocupes de ellos, que estés cerca, el apretón de manos… y para no pocos el responso que realizas la víspera en la sala –si algún día no se puede hacer muchos lo echan en falta–; las palabras de esperanza que se les dirigir en la homilía también las agradecen mucho», comenta Ezequiel. Una labor centrada en recibir con calor humano y, afirma José, «en nombre de Dios, como profetas, recordar el amor de Cristo que por voluntad del Padre ha muerto por nosotros para que vivamos siempre con él».

La indiferencia de los vivos

Probablemente, lo más difícil de atender a quienes despiden a algún familiar es hacer caer en la cuenta de que la muerte es una llamada de atención a todos los presentes, «no solo es una despedida y “se acabó”. Para intentar conseguirlo hago las oraciones en plural y recuerdo a los difuntos de cada uno que, como creyentes que fueron, desde el cielo están intercediendo por nosotros», cuenta José.

 

Una tarea en la que surgen escollos cuando se entra a considerar que parte de la sociedad ha dejado de lado el sentido de la trascendencia. Así lo refleja Ezequiel: «No cabe duda que todo lo que rodea a la pérdida de una persona querida y la forma de afrontarlo es un termómetro de la espiritualidad. A simple vista, se nota que hay personas  que lo relacionado con lo religioso no va con ellos, cuando rezas el responso no se acercan o se salen y en el funeral se quedan detrás o en la calle. En general coincide casi siempre con las generaciones más jóvenes. También se nota en las distintas actitudes y expresiones que no reflejan la esperanza cristiana». Pero no todo va a ser negativo: «Me he sorprendido gratamente de lo bien que se participa  en la eucaristía y de la mucha gente que canta, eso refleja que aún se vive y se celebra la religión».

 

cementerio

 

A pesar de que la muerte es una realidad tan cotidiana como otras muchas, es evidente que la sociedad actual prefiere atenuar al máximo posible su existencia y relegarla a un plano en el que no se habla de ella más que cuando su presencia es irremediable. Y esta circunstancia es algo que tanto Ezequiel como José confirman. Según Ezequiel, «esto cada día es más patente y en el entorno de los tanatorios quizás sea más notorio. En líneas generales están relacionadas con la pérdida de valores, o al menos de los valores que hasta ahora hemos vivido en esta sociedad occidental. Se vive para las sensaciones del presente, predomina el materialismo y el consumismo, la trascendencia en su amplio significado para muchos ya no existe. El concepto de vida no se relaciona con el concepto de muerte que en definitiva van unidos. Antes el tema tabú que no se podía hablar en familia era la sexualidad, ahora el tema que no se habla es la muerte, se oculta desde que los niños son pequeños. Muchas veces me viene a la memoria San Pablo en el areópago de Atenas, cuando se puso a hablar de resurrección de los muertos y se quedó sólo. Incluso entre los que nos llamamos católicos no se habla con soltura de la resurrección de los muertos, siendo una verdad que profesamos en nuestro Credo».

 

Recordar la misericordia de Dios

«No es secreto para nadie el materialismo creciente de la sociedad en que vivimos –añade José–, que conduce a la indiferencia y, ¿por qué no decirlo?, al miedo a la muerte. Los eufemismos usados para tratar estos temas son prueba de que algunos –quizá muchos– hacen como el avestruz que mete la cabeza bajo el ala para creer que ya desapareció el peligro. Muchos creen que por no recordar la muerte no va a llegar nunca».

 

Precisamente por ello, por la indiferencia cada vez más acusada de nuestra sociedad, «los profetas del Dios bueno y redentor debemos elevar nuestra voz para que se haga presente su misericordia y nos mueva a elevar a Él nuestra fe y nuestra esperanza», comenta José. Así se lo han manifestado a los capellanes en más de una ocasión diferentes personas cuando, ante la posibilidad de evitar o reducir la presencia alentadora de un sacerdote en el velatorio, les han llegado a responder: «Por favor, padre, no lo haga; que hace mucho bien».

 

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