Islas de misericordia en un mar de indiferencia
2015 02 15 mensaje arzobispo de Burgos pdf
Ser “islas de misericordia en medio de un mar de indiferencia” es el programa que el papa Francisco propone a la Iglesia, a las parroquias y a cada uno de nosotros para la próxima Cuaresma, que comienza el próximo miércoles, con la Imposición de la Ceniza. El mundo actual, en efecto, ha sucumbido a la tentación de la indiferencia con el prójimo y con Dios en tales proporciones, que “podemos hablar de la globalización de la indiferencia”. Se ha generalizado este modo de pensar: “yo estoy relativamente bien y a gusto, no tengo por qué preocuparme de quienes no están bien”. Se cae así en la tentación del egoísmo, y dejan de interesarnos los problemas, los sufrimientos e injusticias que sufren los demás.
Los cristianos no podemos cruzarnos de brazos ante esta situación. Al contrario, hemos de plantarle cara y tratar de romper una dinámica que el Papa no duda en calificar de “diabólica”. ¿Cómo? En primer lugar, no cayendo en sus redes, o, si hemos caído, cortando los lazos que nos tienen maniatados en la cárcel del egoísmo y abriéndonos al mundo liberador del amor a Dios y al prójimo. En segundo término, combatiendo directamente contra ella, especialmente en las parroquias y en nuestra vida personal.
“¡Cuánto deseo que los lugares en que se manifiesta la Iglesia, en especial nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, dice el papa Francisco. Él mismo nos indica el camino que hemos de seguir para lograrlo: tener “la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo”, estar abiertas a los dones de Dios para recibirlos y compartirlos, conocer “los miembros más débiles, pobres y pequeños” para hacernos cargo de ellos, huir del “amor universal” que se compromete “con los que están lejos” y “olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada”, ponerse “en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y alejados”. ¿Quién puede dudar de que hay aquí un amplio campo para examinarnos y llevar a cabo una profunda conversión?
Pero no podemos olvidar que cada uno de nosotros puede caer en la tentación de la indiferencia con Dios y con el prójimo. Más aún, justo es reconocer que tantas veces hemos caído en ella. La Cuaresma es una oportunidad “de gracia” para combatirla, recurriendo a las tres armas que nos ofrece el Papa: la oración, las obras de caridad y la conversión del corazón.
La oración es uno de los elementos clásicos de la Cuaresma. No podemos olvidar “la fuerza de la oración” de la Iglesia. Como recordaba san Agustín, en la oración de la Iglesia ora Cristo como Cabeza y como Sacerdote. Por tanto, es una oración de una eficacia inmensa. Para llevarla a cabo, el Papa desea que “la iniciativa 24 horas para el Señor” se celebre en toda la Iglesia y en todas las diócesis en los días “13 y 14 de marzo”.
Las obras de caridad son también un elemento esencial de la Cuaresma. Obras de caridad son: visitar a los enfermos, consolar a los que están tristes y abandonados, compartir ratos de nuestro tiempo con los ancianos que viven solos, acercarnos a aquella persona cuyo matrimonio está en peligro o se ha quebrado, darnos de alta como voluntarios de Cáritas, colaborar económicamente con Cáritas diocesana y parroquial, el Banco de alimentos y otras iniciativas de ayuda al prójimo, etcétera.
Finalmente, cambiar nuestro corazón para que se haga más misericordioso. Como decía Benedicto XVI –y recoge el papa Francisco en su Mensaje cuaresmal- un corazón misericordioso es un corazón “cerrado al tentador pero abierto a Dios, un corazón que se deja impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas, un corazón que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”.