Curpillos 2015

Homilía del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, en la fiesta del Curpillos · Real Monasterio de Las Huelgas, viernes 12 de junio de 2015

 

Queridos hermanos:

 

Estamos celebrando una fiesta local de hondas raíces y significado: el Curpillos. Como todos sabemos, desde hace siglos, la gente de Burgos bajaba al lugar en que ahora nos encontramos el día siguiente del Corpus, cuando éste se celebraba en jueves. La gente de la ciudad bajaba hasta aquí para hacer posible que las Religiosas de este monasterio de las Huelgas celebrase con todo esplendor la fiesta del Corpus. Nosotros estamos repitiendo esta tradición, aunque ahora la fiesta del Corpus tenga lugar en domingo. Bien podemos decir que estamos celebrando un segundo Corpus y, por ello, un segundo día del amor. Porque, si algo es el Corpus, es la fiesta del amor de Dios. Dios ha querido quedarse entre nosotros para acompañarnos en el camino de la vida, ser el alimento de ese camino y dar eficacia a nuestros trabajos y quehaceres.

 

Esto no queda anulado por el hecho de que la liturgia de la Iglesia nos impida usar hoy los textos del día del Corpus y nos haga usar los de la fiesta que hoy se celebra en toda la Iglesia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. No  hay, en efecto, una prueba más grande amor que dar la vida y dejarse atravesar el corazón por amor a los demás. Y eso es lo que celebramos en la fiesta del Corazón de Jesús: Jesús que va a la Cruz por nuestro amor, y cuando ya ha muerto y sigue clavado, se deja atravesar el costado por la lanza de un soldado.

 

Al decir “corazón de Jesús” no nos estamos refiriendo al órgano físico gracias al cual vivimos. Nos referimos al corazón como símbolo del amor y como síntesis del infinito amor que Jesucristo nos tiene. Nuestro modo de hablar nos ayuda a comprenderlo. Cuando nosotros queremos decir que una persona es muy buena, decimos: “tiene un gran corazón”; al contrario, cuando queremos decir que tiene malos sentimientos, decimos: “tiene un corazón de piedra”. Y cuando queremos decir que amamos entrañablemente a una persona decimos: “te amo con todo mi corazón “, “te llevo en mi corazón”.

 

Dios mismo ha usado este lenguaje. En la primera lectura, el profeta Oseas describía el amor de Dios como el de un padre que enseña a andar a su hijo, que le coge en brazos, que se conmueve ante las necesidades del hijo, que le trata bien aunque él se porte mal, que le cuida y protege. También san Pablo empleaba términos de gran ternura para describirnos el amor que Cristo nos tiene y nos apremiaba a captar ese amor para que el amor sea el motor de nuestra vida. Lo decía con gran energía: “Que el amor sea  vuestra raíz y vuestro cimiento; así, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. De este modo, llegaréis a vuestra plenitud”.

 

Pero donde la Palabra de Dios alcanza hoy su máxima expresividad acerca del amor es en el Evangelio, en el que aparece Jesucristo clavado en la cruz por amor y con el costado atravesado por una lanza. Es la suprema revelación del amor de Dios. Las primeras comunidades cristianas meditaron mucho sobre ello en la parábola del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Jesús se presenta a sí mismo como el Buen Pastor que da la vida por nosotros. Luego, se le unió la imagen de Cristo crucificado con el costado traspasado por una lanza y dejando manar de su corazón agua y sangre. El agua de la nueva vida que había conquistado con su muerte en la Cruz y que nos comunicaría con los sacramentos, especialmente con el del Bautismo. Y la sangre que nos purificaba de nuestros pecados y nos daba la fuerza de la Eucaristía, para que de modo permanente pudiésemos acercarnos a ese costado abierto por amor y beber las aguas de la salvación.

 

Estamos celebrando, por tanto, la fiesta del amor; por ser el Curpillos y por ser el Corazón de Jesús. Fiesta del amor de Dios hacia nosotros, y fiesta del amor de nosotros hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Porque el amor cristiano incluye de modo inseparable el amor de Dios y el amor del prójimo.

 

A la luz de esta verdad, voy a repetiros lo que ya dije el día del Corpus en la homilía de la Catedral. Quiero repetirlo porque hoy estáis aquí muchos que aquel día no me oísteis. Y, sobre todo, porque se trata de algo que me preocupa profundamente. Me estoy refiriendo a la necesidad de reconciliarnos unos con otros que tenemos los burgaleses y los españoles en general, seamos del signo político, social, cultural o  religioso que seamos. Digo esto, porque hemos ido creando un clima de progresivo enfrentamiento de los unos contra los otros. Por desgracia, hemos desenterrado actitudes, gestos y comportamientos que parecían superados de modo definitivo y asistimos al enfrentamiento verbal y fáctico entre nosotros.

 

No os oculto que -como Pastor de la diócesis- me preocupa seriamente esta situación. Por eso, os hago un llamamiento apremiante a reconciliarnos y recuperar el talante y las actitudes que adoptamos en el momento de la transición y que tanto bien nos han hecho.

 

Para ello, es preciso, en primer lugar, desterrar todos los odios, rencores, enfrentamientos verbales, calumnias, maledicencias, sospechas, desconfianzas apriorísticas. El odio es muy mala simiente y sólo produce la muerte: moral, física o social.

 

En segundo término, tenemos que comprometernos hoy ante el Señor a crear un clima de aceptación del otro, de perdón generoso, de olvido de las ofensas –reales o supuestas-, de no ver en los demás enemigos sino hermanos. Para ello hemos de ser conscientes de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, que la unión hace la fuerza y la división y el enfrentamiento destruyen y debilitan; y que la paz es siempre un bien, un gran bien, mientras que los enfrentamientos y la guerra -física, verbal y social- es siempre un inmenso mal.

 

Finalmente, es preciso que unamos nuestros esfuerzos y trabajemos juntos para remediar la situación en que se encuentran tantos hermanos nuestros: paro prolongado y paro juvenil, hipotecas que no se pueden pagar, vivienda que hay que abandonar, soledad que hay que sufrir, abandono que hay que soportar, problemas familiares que es preciso remediar. Y tantas otras necesidades a las que es urgente dar respuesta.

 

Que Santa María la Mayor nos una en Jesucristo para que todos los burgaleses –y todos los españoles- volvamos a considerarnos y tratarnos como hermanos.

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