Los Dominicos: «Nos vamos, pero no decimos adiós»

Después de 44 años trabajando en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, la pequeña comunidad de Dominicos de Burgos abandona su "presencia significativa" en la ciudad. Repasamos estas cuatro décadas al servicio de la pastoral diocesana con los tres frailes de la comunidad burgalesa.

 

dominicos burgos

Los padres Arsenio, Enrique y Fortunato, a la entrada de la que ha sido hasta ahora su casa.

 

Cuando comenzó su actividad apostólica y diseminó a sus primeros discípulos –apenas un puñado– para estudiar en las más prestigiosas universidades europeas del siglo XIII con el fin de mejorar su predicación, algunos pensaban que santo Domingo de Guzmán estaba loco. Él, lleno del espíritu de Dios, respondió a las acusaciones: «Dejadme hacer, yo sé lo que hago; el trigo amontonado se pudre…» Y así, con comunidades de Dominicos muy pequeñas, empezó a extender su carisma por el Viejo Continente. Ese carácter es el que hasta el día de hoy ha mantenido la comunidad de Dominicos en Burgos, tan reducida que el lugar donde han convivido no puede llamarse ni siquiera convento: «Nosotros lo llamamos casa, porque no hemos superado nunca el número de siete hermanos», revela el padre Enrique Ruiz, el último superior de los Dominicos en la ciudad. Y decimos «el último» porque la ausencia de nuevas vocaciones ha llevado a la congregación a reestructurar su organización interna a nivel nacional y tomar la «difícil decisión» de abandonar su «presencia significativa» en la capital de la provincia.

Siglos de presencia en la ciudad

Tras ocho años de la fundación, en 1216 los Dominicos se afincaron en Burgos en el antiguo convento de San Pablo sobre el que hoy se asienta el moderno Museo de la Evolución Humana. Allí permanecieron hasta que en 1836 la desamortización de Mendizábal les obligó buscar otros lares para desarrollar su misión evangelizadora. Pero a finales de 1970, coincidiendo con el octavo centenario del nacimiento de su fundador y como «reconocimiento a su labor», el entonces arzobispo de Burgos, don Segundo García de Sierra y Méndez, propició su regreso al encomendarles una nueva parroquia dedicada al santo de Caleruega. Una inexistente calle Vitoria y una barriada militar era la zona donde desarrollaría su actividad la parroquia, que tuvo que esperar hasta 1975 para ver finalizado su templo.

 

Desde entonces, la parroquia ha contado con ocho párrocos Dominicos y alrededor de treinta y cinco frailes que han hecho de ella una «parroquia enriquecedora» –tal como revela su último párroco, el padre Arsenio Gutiérrez— al favorecer un «clima de familiaridad» propiciado por el carácter comunitario de los religiosos: «Aquí todos se sienten como en su casa», indica. En estos 44 años, la de Santo Domingo «siempre ha dejado la puerta abierta a toda actividad razonable» en «plena comunión con la diócesis y los compañeros sacerdotes del arciprestazgo». Actividades tan variadas que se han concretado en los grupos de la parroquia, el cuidado pastoral del colegio de la Sagrada Familia, visita a los presos de la cárcel o la atención a personas con discapacidad, en la creación del Centro diocesano de Orientación Familiar o diversas clases en la Facultad de Teología.

 

Y es que estos religiosos nunca han entendido la parroquia «como un despacho de sacramentos», tal como indica el padre Enrique. En este sentido, han procurado siempre aprovechar el carisma de santo Domingo para dinamizar la vida de la parroquia, buscando siempre «ser expertos en la predicación» y anunciar al mundo de forma adecuada el mensaje del evangelio. «Predicación y estudio» son las dos ruedas con las que avanza su congregación y que ha servido para que sea «una bendición para el mundo en general y para este barrio en particular», tal como indica el padre Fortunato Bodero, vicario parroquial.

«Nos vamos, pero no decimos adiós»

Ahora, los Dominicos «nos vamos, pero no decimos adiós», dejando abierta la puerta para volver –quién sabe– en un futuro. Una solemne misa la mañana del domingo 28 de junio servirá como despedida. Los tres frailes de la comunidad de Burgos, al echar la mirada atrás, no pueden sino «dar gracias por la acogida recibida» por parte de «todos los fieles de la parroquia, quienes han celebrado la fe con nosotros y toda la diócesis». Al hacer las maletas, una espina se les queda clavada en el corazón: la de «no haber logrado convertir a santo Domingo en el gran burgalés de fama universal». Una tarea que, aunque los dominicos se vayan, esperamos ver pronto cumplida.

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