El domingo de la Divina Misericordia

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 3 de abril de 2016.

 

Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. Fue el Papa san Juan Pablo II quien fijó oficialmente la celebración de esta fiesta en toda la Iglesia el segundo domingo de Pascua, llamado «domingo blanco». Situó la misericordia en el centro de su vida y de su pontificado, hasta el punto de que se le denomina «el Papa de la misericordia». A nivel personal vivió hondamente esta espiritualidad. Muchos cristianos vieron un hecho providencial que fuera llamado a la casa del Padre en el atardecer de la víspera de este domingo.

 

El 8 de abril de 2005, el entonces J. Ratzinger –y hoy Papa emérito Benedicto XVI–,  como decano del colegio cardenalicio, dijo durante las exequias de Juan Pablo II, que: «nos ha mostrado el misterio pascual como misterio de la misericordia divina». Ciertamente la misericordia adquiere relieve en el pontificado de Juan Pablo II porque él  la vive y la proclama sobre el trasfondo de los dramas históricos que han tenido lugar a lo largo del siglo XX: las dos guerras mundiales, la expansión de los sistemas totalitarios, las atrocidades del nazismo y del estalinismo…

 

La primera canonización del tercer milenio, el 30 de abril de 2000, dedicada deliberadamente al tema de la misericordia, fue la de la religiosa y mística polaca Faustina Kowalska, muerta en 1938, entre los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Esta mística experimentó la misericordia de Dios y se consagró a ella como su «secretaria» o su «testigo» en el mundo. Hizo propio el sentimiento de Jesús: «Siento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón», «yo no quiero castigar a la humanidad dolorida sino curarla abrazándola sobre mi corazón misericordioso». La misericordia, la flor del amor, es proclamada por Faustina como el mayor de los atributos divinos. Sin embargo, ello no era un simple aspecto o una propiedad de Dios, era realmente «una Persona» que desde su dinamismo de amor empuja a abrir el propio corazón a los otros.

 

El Año de la Misericordia, al que hemos sido invitados por el Papa Francisco, nos vuelve a situar en el corazón de Dios, que oyendo los gritos y lamentos de sus hijos en tantos lugares de la tierra, quiere que edifiquemos una Iglesia y un mundo desde profundas y transformadoras entrañas de misericordia.

 

Porque hablar de misericordia es hablar de victoria, de triunfo, de Pascua. La misericordia brilla sobre todo en el esplendor de la resurrección: el Hijo se revela como Dios misericordioso no sólo en la cruz sino de forma plena en su condición ulterior de Resucitado, en la gloria de la nueva creación, de la creación transfigurada que ha dejado atrás el sufrimiento, el pecado, la muerte.

 

Por todo ello, la comisión diocesana creada para este Año Jubilar nos invita en la tarde de este «Domingo de la Divina misericordia» a participar en un gesto público. Diversos grupos, parroquias y comunidades cristianas vienen reflexionando sobre esto y, desde sus aportaciones, se ha elaborado un comunicado en el que se agradece a Dios su sorprendente modo de actuar con nosotros, se valoran las actitudes y obras que se vienen realizando y se descubre lo que aún nos queda por hacer para ser misericordiosos como el Padre. El acto tendrá lugar en la Plaza de Santa María, después de la celebración de la Eucaristía, que tendrá lugar a las 18 horas en el templo de las Madres Salesas.

 

Permitidme que os invite a todos los burgaleses que lo deseéis (cristianos, de otras religiones, hombres y mujeres de buena voluntad…) a hacer nuestra la oración de Santa Faustina:

 

«Oh Señor, deseo transformarme toda en tu Misericordia y ser reflejo vivo de ti. Ayúdame a hacer que mis ojos sean misericordiosos… A hacer que mi oído sea misericordioso… A hacer que mi lengua sea misericordiosa… A hacer que mis manos sean misericordiosas… A hacer que mis pies sean misericordiosos… Ayúdame, oh Señor, a hacer que mi corazón sea misericordioso, de modo que participe en todos los sufrimientos del prójimo». 

 

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