Por un trabajo digno y estable

Carta-mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 1 de mayo de 2016.

 

A finales de enero tuve la suerte de participar en el Encuentro Diocesano de Pastoral Obrera. El objetivo del mismo se planteaba en el lema que guiaba la jornada: «mirar con el corazón al mundo obrero». En la asamblea fueron desfilando ante los asistentes los testimonios de numerosos burgaleses que vivían su realidad de trabajo desde muchas dificultades y sufrimiento. Allá se fueron desgranando historias reales que nos son tan cercanas a todos: situaciones de desempleo, de precariedad, de accidentes laborales, de contratos vejatorios, de abusos e injusticias, de incumplimiento de derechos laborales, de incompatibilidad entre la vida familiar y laboral… Prácticas inhumanas y deshumanizadoras que la situación de crisis en la que nos encontramos no ha hecho sino profundizar y acrecentar. Ante todas estas historias reales que afectan a tantas personas de nuestros entornos más inmediatos, no cabe sino un corazón que sea capaz de conjugar la misericordia y la justicia.

 

La misericordia es la capacidad que tenemos de conmovernos ante el sufrimiento de nuestros hermanos. Desde la misericordia, su angustia nos afecta y no nos deja indiferentes. Esa capacidad es precisamente la que nos distingue del resto de los seres creados y nos hace auténticamente humanos, pues posibilita que nos vinculemos y crezcamos así en humanidad. Pero también, la mirada de la fe y nuestro consiguiente compromiso hace que nos empeñemos en la búsqueda de una vida social más justa y digna para todos. A eso nos invita el Papa Francisco en la convocatoria del Jubileo: «abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslas a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad».

 

Me parece que estas dos claves pueden iluminar mucho la realidad del trabajo cuya fiesta hoy, 1º de mayo, celebramos unidos a todo el movimiento obrero. La realidad del trabajo se ve afectada en el momento presente por las consecuencias de la idolatría de la lógica mercantil que mueve hoy nuestro quehacer económico y que excluye de la economía la dimensión humana para colocar en su centro el máximo beneficio, la rentabilidad y el individualismo utilitarista. Ello deriva en que los trabajadores son instrumentalizados cuando no descartados, como sucede en tantas ocasiones con los parados de larga duración o incluso con la propia población juvenil que vive con tanta desesperanza su propio futuro.

 

Por eso, ante esta realidad dolorosa, la misericordia y la justicia han de ir unidas de la mano para transformar esta situación. Nos preocupa profundamente qué mundo queremos dejar para las futuras generaciones. En ese sentido, los Obispos españoles hemos reivindicado en el documento «Iglesia, servidora de los pobres», la necesidad de una política eficaz que sea capaz de generar empleo. Pero no un empleo cualquiera, sino un trabajo digno y estable «que sirva para realizar a la persona, además de satisfacer sus necesidades básicas».

 

La apuesta por un trabajo digno y estable es hoy fundamental y pienso que ahí es donde deben converger los esfuerzos de las políticas económicas, así como las iniciativas de empresarios, sindicatos y políticos. También de nuestra Pastoral Obrera a la que animo en su tarea de seguir vinculando y concienciando en estas realidades. Un trabajo digno que permita salir de la exclusión y de la pobreza en la que muchos trabajadores hoy están sumergidos, que contribuya a crear las condiciones favorables para una vida digna y que posibilite recuperar la dimensión humanizadora que tiene el trabajo. Porque el trabajo da dignidad a la persona pues, en palabras del documento citado, «un empleo digno nos permite desarrollar los propios talentos, nos facilita su encuentro con otros y nos aporta autoestima y reconocimiento social».

 

La doctrina social de la Iglesia, que os invito a conocer y profundizar, nos indica caminos apropiados en este complejo mundo que pongan en el centro a la persona y hagan realidad la solidaridad, la justicia y la urgente imaginación de nuevas alternativas por recorrer.

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