Nuestro urgente compromiso para una ecología integral

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 17 julio 2016.

 

Nos encontramos en medio del verano, tiempo especialmente propicio para la contemplación de la naturaleza, de esta casa común en la que habitamos. En estos días calurosos en que nuestros agricultores recogen el fruto de sus mieses, agradecemos mucho más esos lugares de pequeño ensueño que pueblan nuestra geografía burgalesa y que yo también voy conociendo. Todas las comarcas de nuestra querida provincia tienen pequeños paraísos dignos de ser conocidos y disfrutados.

 

Junto a esos lugares que salen en las guías turísticas, y que estos días son visitados de una manera especial, están esos otros lugares personales que nos son más cercanos y que nos sirven para descansar, relajarnos, disfrutar con los familiares y amigos, compartir una sencilla comida y una amable conversación, alabar y orar ante el Dios que todo lo ha creado… Son esos sitios que quizás disfrutamos, porque guardan muchos recuerdos y nos remuevan el ánimo y las fuerzas para nuestro caminar cotidiano. Me vienen a la memoria esas palabras del papa Francisco en su encíclica Laudato Si, que justo hace un año publicaba: «Cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia identidad».

 

En esa encíclica a la que corresponden estas palabras, y que os animo a releer estos días, el papa Francisco nos hablaba con toda su crudeza de la urgencia y complejidad de la «única crisis socio-ambiental» en que nos encontramos sumidos: el descuido de la naturaleza, esta casa común que habitamos, a causa de modelos de producción, de desarrollo, de consumo y de convivencia que obran egoístamente sin mirar al bien común y sin observar los deberes de justicia ante las generaciones futuras.

 

Ante este panorama desolador, la mirada del creyente está siempre impregnada de esperanza. Por eso, la propuesta que el Papa nos ofrecía pasaba por varios caminos que tendríamos que recorrer entre todos: la urgencia de fomentar una ecología integral que se haga cargo de las implicaciones políticas, económicas, culturales y sociales del tema; la necesaria conversión ecológica, fruto del encuentro con Cristo, que nos haga redescubrir la armonía de relaciones con Dios, con los demás, con uno mismo y con lo creado; la necesidad de una espiritualidad ecológica que sostenga en el tiempo este equilibrio; la apuesta por estilos de vida diferentes en la vida cotidiana; la educación ecológica de las nuevas generaciones que lleven a un respeto mayor a esta casa común; las medidas políticas y económicas que han de ser implementadas para solucionar tan graves problemas y para generar una nueva cultura tan necesaria…

 

Los creyentes contemplamos la naturaleza con una mirada de fe y desde unas convicciones que enriquecen a nuestro mundo con razones más profundas y radicales para un necesario compromiso con el cuidado de la naturaleza. La sabiduría de los relatos bíblicos que leemos en los primeros capítulos de la Biblia nos hace conscientes de que “no somos Dios, que la tierra nos precede y nos ha sido dada” como regalo precioso; la actitud lógica que brota ante esta certeza es la de sentirnos jardineros responsables que cuidan y mejoran su entorno para poderlo dejar adecuadamente a las nuevas generaciones.

 

Así lo ha hecho suyo toda la tradición de la Iglesia que tiene en San Francisco de Asís un buen exponente. En esa rica tradición de testigos, el lunes pasado honrábamos a San Benito, el fundador de la orden benedictina, que tuvo tanta influencia en nuestra cultura occidental con la presencia de los monasterios, todos ellos situados en lugares bellísimos y que han seguido cuidando y cultivando con esmero y responsabilidad. Ciertamente hemos de ver la naturaleza como un espléndido libro en el que Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad.

 

Os invito en estos días tan propicios a que, en contacto con la madre tierra, también nosotros  estallemos en un canto que combine la alabanza y el compromiso: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana madre tierra», «muéstranos nuestro lugar en el mundo como instrumentos de tu cariño por todos los seres creados».

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