Al cuidado pastoral de los pueblos

Unos pueblos cada vez más vacíos y envejecidos y un clero que va en disminución, hacen que cada día sea más complejo atender la vida pastoral de la zona rural en la provincia. A pesar de las dificultades, los sacerdotes de la diócesis trabajan con tesón por mantener encendida la vida de fe en las pequeñas comunidades. Rafael Gómez, José Luis Corral y Raúl Pereda son solo tres ejemplos de ello.

 

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Una de las líneas de trabajo que quiere poner en marcha el nuevo plan diocesano de pastoral es la de «plantearse la atención dominical a las pequeñas comunidades rurales». La geografía burgalesa es extensa y variada, formada por muchas y pequeñas localidades que también requieren el debido cuidado pastoral. Bien lo saben Rafael Gómez, José Luis Corral o Raúl Pereda, exponentes de tres generaciones de curas que se afanan día a día por atender a los fieles de sus numerosos pueblos en los arciprestazgos de Medina de Pomar y Merindades de Castilla la Vieja. Gómez es párroco de Momediano de Losa y otros 8 pueblos. Corral atiende Trespaderne y 22 parroquias más. Pereda, vicario parroquial de Espinosa de los Monteros, acompaña junto a su párroco, Alejando Ruiz, la vida de otras 25 comunidades. Ellos son una pequeña muestra, seguro que no la única ni quizás la más representativa, del ingente trabajo que numerosos sacerdotes están llevando a cabo en toda la provincia.

 

La realidad de los pueblos que atienden va en declive. Cada vez son núcleos más despoblados y con una vecindad que envejece rápidamente. Cada domingo celebran la eucaristía en varias comunidades en compañía de entre ocho y quince personas. Una realidad pobre en apariencia, pero gratificante para el ministerio de estos sacerdotes: «A veces te planteas si vale la pena celebrar la misa para ocho personas –comenta Corral– pero ellos hacen un gran esfuerzo por acudir a las celebraciones y corresponden al trabajo que realizamos los curas, así que merece la pena estar con ellos y vivir la fe». Y es que las gentes de estos pueblos «te tienen estima y les coges cariño; tienes un trato continuo con ellos, hablas de sus cosas, de sus problemas… y nace así una amistad y acaba siendo como una relación entre padres e hijos», apostilla Gómez.

 

En efecto, la atención pastoral a estas comunidades no se limita solo a las celebraciones dominicales. «También hay un trabajo de visitar a los enfermos, llevarles la comunión, organizar encuentros y catequesis», revela Raúl. Y es que la gente sencilla de los pueblos pide «que el sacerdote les acompañe, que esté siempre con ellos, que sea cercano y se haga presente en la vida y acontecimientos de los pueblos, también en sus fiestas y tradiciones». Y junto a ello, buscar solución para cuidar las iglesias y ermitas de esos pueblos, reparando goteras y evitando que sus tejados se vengan abajo.

 

A pesar de todo, es mucho trabajo para tan pocos operarios y la realidad se impone a la fuerza. Sus feligreses son también conscientes del problema; saben que en muchos casos no se celebrará semanalmente la misa en la ermita o iglesia de su pueblo y «asumen la realidad de lo que son». «Al principio les cuesta porque es perder cierta ‘categoría’ o ‘relevancia’, pero luego se adaptan a la situación y la aceptan con normalidad», indica Corral. Así que los sacerdotes se organizan por intentar que la celebración de la eucaristía pueda ser accesible al mayor número de personas, sabedores de que sus fieles son mayores y en muchos casos carecen de medios para desplazarse a otras localidades. Además de Trespa-derne, José Luis Corral celebra la misa todos los domingos en Cillaperlata y alterna cada quince días con las parroquias de Arroyuelo y Pedrosa de Tobalina. Rafel celebra todas las semanas en Momediano, Oteo de Losa y Castresana. En la zona de Montija, sin embargo, desde hace algunos años rotan las cuatro misas de cada domingo entre diferentes pueblos, notando cómo la gente sí se traslada a otras localidades a celebrar el día del Señor.

Invierno y verano

El difícil trabajo del invierno se ve incrementado, además, cuando llega el estío. Los vacíos pueblos se llenan de veraneantes que desean celebrar sus fiestas y tradiciones. En sentido estricto, estos foráneos no son «feligreses» de estos curas, pero también a ellos hay que atender. La pastoral de estos sacerdotes se hace más dinámica, acuden a todos los pueblos al menos el día de su fiesta y, junto a los visitantes, afianzan su relación con los fieles de siempre. «Tenemos muchos veraneantes del norte del país, sobre todo de la zona de Bilbao y participan de nuestras celebraciones y nuestra pastoral se multiplica», comenta Gómez. «Se vive intensamente la religiosidad popular y la gente quiere que compartamos con ellos sus tradiciones», puntualiza.

 

Una realidad amplia en extensión y localidades pero escasa en personas que hace que la pastoral también busque nuevos dinamismos y formas de corresponsabilidad. Y es entonces cuando la relación de estos curas también se afianza. Se nota que entre ellos existe sintonía, comparten preocupaciones y celo por atender a su feligresía e interés por consolidar su amistad: «El arciprestazgo nos da la posibilidad de juntarnos, formarnos, rezar en los retiros, organizarnos entre compañeros sacerdotes y también entre las comunidades; realizamos jornadas arciprestales, excursiones, peregrinaciones o certámenes de villancicos…» Cualquier excusa parece buena para que, desde la amistad, la celebración de la fe y la preocupación por los problemas de sus gentes, estos curas sigan trabajando por mantener encendida la vida de los pueblos.

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