Un Círculo de Silencio centrado en la mujer migrante

El Círculo de Silencio de marzo ha estado dedicado a la denuncia de la situación de las mujeres migrantes, víctimas habituales de abusos e injusticias.

 

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El Paseo de Sierra de Atapuerca volvió a convertirse ayer en el escenario de un Círculo de Silencio, actividad que programa cada mes la delegación diocesana de pastoral con inmigrantes y que en esta ocasión, la edición número 50, estuvo animada por Cáritas diocesana.

 

Este Círculo del mes de marzo estuvo dedicado especialmente a la mujer migrante, y es que en la provincia de Burgos, el 49% de las personas extranjeras empadronadas son mujeres. Según datos de la ONU, casi la mitad de los 244 millones de personas migrantes y desplazadas que existen en el mundo son mujeres. Y según CEAR, el 71% de las víctimas de trata son mujeres y niñas, la mayoría con fines de explotación sexual. Según el manifiesto emitido por la pastoral con inmigrantes ayer, «las mujeres sufren, con demasiada frecuencia, discriminación en la salud, la educación, la representación política y el mercado de trabajo, entre otros ámbitos. La situación de falta de igualdad se ve especialmente agravada por las situaciones de pobreza y violencia de muchos países. Las crisis humanitarias y la violencia se ceban más contra las mujeres y las niñas. Violencia de género, persecución por orientación sexual, matrimonio forzado, mutilación genital, feminicidio, esterilización forzada, aborto selectivo, trata de personas con fines de explotación sexual, violencia sexual y vejaciones, vulnerabilidad a las infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados y altas tasas de mortalidad maternas, son riesgos muchas veces acumulados a los que están expuestas mujeres y niñas en los países de origen, en las crisis humanitarias, en los campamentos de refugiados, en los países de tránsito y en las fronteras».

 

Añade además este comunicado que «en España, los CIEs son motivo de quejas por trato inhumano, degradante y discriminatorio a las mujeres migrantes. En nuestro país, ser mujer, inmigrante y trabajadora es sinónimo, muchas veces, de una triple discriminación. Las oportunidades laborales de las mujeres, sobre todo al principio, son mayoritariamente en el trabajo de hogar y de cuidados, donde frecuentemente los ingresos son bajos, los horarios prolongados, y la presencia de la economía sumergida es grande. Suele ser muy difícil compatibilizar adecuadamente la vida laboral y la vida familiar, más cuando bastantes mujeres migrantes son cabeza de familia con varios hijos a cargo. Constatamos las dificultades con que se encuentran las mujeres migrantes, pero también admiramos su ejemplo de superación y su actitud positiva por salir adelante».

 

Los asistentes al Círculo concluyeron recordando su implicación: «Quienes hoy estamos aquí, nuestras instituciones, asociaciones, ONGs, Cáritas, parroquias, movimientos, colectivos migrantes, renovamos el compromiso por construir un mundo donde mujeres y hombres, migrantes y autóctonos, compartamos en condiciones de igualdad la misma tierra, el mismo destino, la esperanza de un mundo más justo y fraterno».

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