No está aquí. ¡Ha resucitado!
Mi saludo y felicitación pascual, en esta mañana de Pascua, con el deseo de que la alegría, la esperanza y la paz del Señor Resucitado, estén con todos vosotros: en vuestros corazones, en vuestras familias, en vuestros amigos, en vuestro trabajo y en vuestra vida. Anoche, al celebrar la Vigilia pascual, se actualizaba para nosotros el anuncio más gozoso que recibieron los primeros discípulos: ¡Jesús ha resucitado!. No busquéis entre los muertos al que vive. «No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,6). En estas palabras se condensa el núcleo de nuestra fe cristiana.
En la celebración de la Vigilia, los símbolos del fuego, la luz, el agua, el cirio pascual, los cantos… querían hacernos experimentar la presencia de Alguien, Jesús resucitado, que ¡está vivo en medio de nosotros!, para darnos su Vida definitiva y plena. Una Vida deseada por Dios para toda la humanidad desde el principio, como evocábamos haciendo memoria de sus principales obras creadoras y salvíficas. La liturgia de la Palabra nos narraba su alianza, su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. Y se nos daba plenamente la Palabra viva, Jesús, que es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría.
Hoy os animo a renovar y a celebrar la alegría cristiana. Se diría que los cristianos somos más dados a celebrar la cruz que la gloria, la pasión que el triunfo del Señor Resucitado. Pero si el acontecimiento pascual da fin a la tristeza y a la desesperanza que acosan al ser humano, un signo de la Vida nueva de la Pascua, en nosotros, ha de ser la alegría de quienes viven la certeza de la Resurrección. No es casual que la alegría fuera la experiencia primordial de los primeros testigos del Resucitado: se llenaban de alegría al ver al Señor. Y celebraban el memorial de la Pascua, la Eucaristía, con sencillez y alegría de corazón. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium se nos invita a recuperar la alegría del Evangelio, cuando se dice que «esta alegría llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús, porque quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior» (EG,1). Celebremos pues la alegría, buscando ese encuentro personal con Jesucristo en este tiempo pascual.
Renovemos también en esta Pascua la esperanza. Puede que a nosotros también nos ocurra como a las mujeres de las que habla el Evangelio. Habían salido muy temprano por la mañana, llevando los aromas que habían preparado, pero estaban «desconcertadas», y «despavoridas y mirando al suelo», hasta que oyeron las palabras del ángel, «el Señor ‘no está aquí. Ha resucitado’ (v.6); Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don; que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a Él… Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: que nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39)». No encontraremos a Dios si permanecemos tristes, desesperanzados y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, para que Jesús entre y nos llene de vida. Y seamos portadores de esperanza que tanto se necesita en el mundo y a nuestro alrededor.
Renovemos en la Pascua y vivamos especialmente el amor cristiano, porque se nos invita a anunciar que Jesús ha resucitado y hemos de hacerlo no solo con palabras sino con las obras del amor; pues la fraternidad es el fruto de la Pascua de Cristo que, con su muerte y resurrección, ha derrotado el pecado que separaba al hombre de Dios, al hombre de sí mismo, y al hombre de sus hermanos. En una de sus homilías pascuales nos dice el Papa Francisco: «el Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua. Porque olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo».
Que la Virgen nuestra Madre nos ayude para que nuestras obras den testimonio de vida nueva, vida resucitada en su Hijo Resucitado. Feliz Pascua de Resurrección.
María Herrero Pérez
21 abril, 2019 en 14:20
Sólo comentar que ha sido una pena nuevamente se han vuelto a olvidar mencionar y agradecer a los niños de la banda de tambores que con tanta ilusión y alegría acompañan a la Virgen de la Alegría.