La vocación de ser ‘padre’

Mientras celebramos el año de San José conocemos el testimonio de Paco, que ve crecer y madurar la vocación al sacerdocio de Rodrigo, uno de sus cuatro hijos.

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Rodrigo Camarero tiene 21 años, es un apasionado del arte, estudia 3º de Teología y se forma en el Seminario diocesano de San José, pues desde bien pequeño tenía en la cabeza que quería ser sacerdote. Nació en Madrid, pero sus primeros años de vida transcurrieron en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). Allí recuerda cómo, con apenas tres o cuatro años, acompañaba a sus padres, que impartían catequesis de aldea en aldea, y cómo su vida de fe ha crecido «de forma sencilla y natural» en el núcleo familiar, al que se sumaron, después de él, otros tres hermanos más (hoy, de 19, 16 y 9 años).

 

Fue tras hacer la primera comunión en Los Quiles, uno de esos pueblecitos en los que sus padres animaban la formación catequética, cuando empezó a rondar en su cabeza la idea de ser cura. Le ilusionaba la alegría y entrega de aquel párroco y así se lo manifestó a sus padres. «Ellos no se lo tomaron a mal, ni me animaban ni me ponían pegas. Yo veía aún lejos el Seminario pero tenía clarísimo que quería ser cura», relata.

 

En 2011 la familia se traslada hasta Palacios de la Sierra, donde él es profesor de Educación Física en el instituto de Quintanar y ella maestra de primaria en los pueblos de la comarca. Aquí conoció el Seminario de San Jose y después de varios contactos con el director espiritual del mismo, decidió ingresar en 3º de la ESO. Desde entonces han pasado ya seis cursos y ahora Rodrigo espera con ilusión su admisión a las sagradas órdenes, un rito que celebrará el 20 de marzo ante la presencia del arzobispo, don Mario Iceta.

 

«Ahora puedo decir que todo es estupendo y que la formación que está recibiendo Rodrigo es extraordinaria, pero al principio tengo que reconocer que no fue fácil», comenta Paco, su padre. No pone ninguna pega en que su hijo llegue a ser sacerdote –«estamos encantados»– pero sí explica que no fue sencillo dejar que Rodrigo dejase el núcleo familiar para vivir en el Seminario. De su trabajo en el instituto –donde también es jefe de estudios– conoce de sobra lo importante que es para los adolecescentes relacionarse con otros jóvenes y le preocupaba que Rodrigo creciera sin ese ambiente, dados los pocos compañeros que vivían como él en el edificio del paseo del Empecinado. «Sabía que la formación espiritual y académica estaban garanizadas, pero era esa parte social, más integral, la que me inquietaba», recuerda. Ahora, sin embargo, puede decir que «lo que le preocupaba ha quedado cubierto» y que la formación que Rodrigo está recibiendo se ha completado incluso viajando, poniendo en marcha musicales y montajes teatrales, visitando otros países, cultivando el deporte o la música.

 

Desde su propia experiencia, entiende el recelo que puede suscitar en los padres dejar que sus hijos vayan al Seminario, pero subraya que allí «se preocupan por una formación integral». «El Seminario no es una burbuja donde se les aparta del mundo real y donde solo existe una formación religiosa. A mí ese miedo se me quitó enseguida», insiste. Además, hoy en día, la relación de las familias con el Seminario es esencial, hay mucho flujo de comunicación y los padres participan de varias actividades junto con sus hijos seminaristas, como salidas culturales, comidas de hermandad u otros encuentros.

 

Regalo mutuo

 

Paco sostiene que es un «orgullo» ver que «un hijo desarrolla su vocación, y encima esta tan especial». Sabe que a Rodrigo aún le queda un largo camino por delante, pero el recorrido ya realizado «es todo un regalo y, si acaba siendo sacerdote, todavía más». Con todo, si por cualquier motivo ese día no llegara «también lo comprenderíamos y no lo valoraríamos como un fracaso o un tiempo perdido». «Todo lo ganado hasta ahora es un regalo.

 

Como padre que conoce a sus hijos, imagina a Rodrigo «como un sacerdote cercano, dedicado a ayudar a los demás y muy espiritual». No en vano, recuerda cómo ya de pequeño mostraba una gran sensibilidad hacia otros niños que lo pasaban mal o estaban tristes. «No me lo imagino moviendo grandes masas ni con aspiraciones de nada. Creo que será más bien un buen conversador y que ayudará a la gente necesitada, aunque puedo estar equivocado y sus dones pueden ser toda una sorpresa».

 

En el año en que la Iglesia universal celebra un jubileo especial dedicado a san José, al que muchos califican como el formador del Sumo Sacerdote, padre e hijo sostienen que aprenden uno de otro. Para Paco es una «satisfacción» ver que su hijo es fiel a su vocación, algo que ha echado por tierra todos sus miedos y recelos. Para Rodrigo, por el contrario, su padre es un referente en quien fijarse, también, para ser un buen sacerdote: «Siempre me ha apoyado en todo momento. De él admiro el cariño que siempre nos ha dado y que sabe ser serio y a la vez cariñoso, haciendo más fácil que confíe en él y le quiera».

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