Basi Ruiz: la misionera burgalesa que cura enfermos de sida en África
La vida de los misioneros siempre ha sido digna de admiración. Si a las ya complicadas situaciones que tienen que hacer frente sumamos las dificultades que ha traído la pandemia mundial de coronavirus que azota al planeta, las circunstancias de su vida son aún más complejas. Así lo ha experimentado la hermana Basi Ruiz, burgalesa, religiosa de San José de Gerona y misionera durante 42 años en África (allí llegó después de haber estado otros ocho años en Venezuela), concretamente en Yaundé, un poblado de Camerún, donde se afanan por atender y cuidar a los estigmatizados enfermos de VIH.
Curar el alma curando el cuerpo
Allí los católicos apenan superan el 33% de su población y ellos, junto a los musulmanes (otro tercio) y las religiones animistas y sincretistas, las nuevas iglesias que están surgiendo, viven cada día las consecuencias de la pobreza. Basi y sus hermanas de comunidad quieren presentar la belleza del evangelio en medio de una cultura y un ambiente religioso de tipo milagrero y curandero que capta adeptos con ritos mágicos, ayunos, exorcismos, duros ayunos y largas vigilias nocturnas.
Ellas, sin embargo, gota a gota, sacian la sed de los enfermos de sida, que se multiplican sin que los hospitales de la zona y otras oenegés hagan nada por ayudar a paliar las consecuencias de esta grave pandemia en África. Allí, el sistema sanitario «solo funciona si hay dinero». El país «tiene muchos centros de salud, muchos médicos y muchos médicos parados que se dedican solo a estudiar y no a curar porque no hay dinero para pagarles», lamenta.
Pese a todo, estas religiosas se afanan por curar a los enfermos de VIH que recalan en su hospital, que financia íntegramente su congregación. Su tarea consiste en acogerlos y ayudarles a mejorar su salud y sus condiciones de vida, ya que la epidemia acarrea graves consecuencias sociales: «Es una enfermedad con mucho estigma, las familias se rompen y son excluidos de la sociedad», detalla la misionera.
Haciendo vida la exhortación de su fundadora, María Gay Tibau, pretenden «llegar al alma a través del cuidado del cuerpo». Tanto que esta religiosa define su trabajo como un «apostolado de la vida», en el que luchan por mejorar las condiciones de salud de sus pacientes, llevar a cabo distintas tareas de formación y prevención de contagios y de acompañamiento a familias desunidas o estigmatizadas a causa de la enfermedad. Por eso crearon el «Centro Dream», un servicio gratuito donde «tenemos el sueño de formar una familia en la que ningún niño de esas madres que toman medicamentos nazca contagiado y las personas infectadas puedan tener larga calidad de vida. Yo hago un poco de todo: los recibo, hago el historial médico…soy como la asistenta psicosocial», detalla. «Les ayudo como puedo». Junto a estos trabajos de acogida, hospitalización, prevención y seguimiento del VIH en el hospital, las religiosas también colaboran en la pastoral de la parroquia, impartiendo catequesis y ofertando distintos talleres formativos, sin olvidar el anuncio de la Palabra de Dios a través de diferentes grupos de WhatsApp y el trabajo de fomento de las vocaciones, que han hecho florecer 50 nuevas religiosas para su congregación.
«Yo les digo muchas veces a nuestros pacientes que nosotras trabajamos por la vida, por la vida de familias, para que puedan vivir bien; evitamos que los niños se queden huérfanos, las muertes prematuras, los problemas de salud. Respetamos sus creencias y sus religiones y apoyamos a las madres que sufren dificultad». «No nos quedamos con curar el físico, les enseñamos a vivir y valorar la vida, una vida que les pueda hacer plenamente felices».