La vida consagrada, «luz en los oscuros agujeros de la historia»
Más: galería fotográfica completa
«Qué hermoso es que forméis parte de nuestra archidiócesis y que caminéis con nosotros». Es la felicitación que el arzobispo, don Mario Iceta, ha trasladado hoy a las religiosas y religiosos congregados en la Catedral para celebrar la Jornada de la Vida Consagrada. Su vida de entrega silenciosa hace que ellos sean «una luz en medio de los agujeros de la historia», pues «no hay pobreza humana donde no estéis presentes. Sois la luz en la oscuridad que ningún vendaval puede apagar, sois los que lleváis la luz de Jesús a todas partes», ha insistido.
La jornada de esta tarde en nada se parecía a la de hace un año, cuando las limitaciones de aforo impidieron a los religiosos celebrar el día con la dignidad que merecía. Hoy, sin embargo, representantes de la vida consagrada han copado la capilla de Santa Tecla de la Catedral momentos después de procesionar por las naves del templo desde la capilla de la Presentación con sus candelas encendidas. Y es que, como ha insistido el arzobispo, «nosotros también podemos ser luz en medio de la oscuridad, aun cuando nuestra vida esté sumergida en la tiniebla y vivamos abrazados al Viernes Santo». «Si la tiniebla llega a nuestra vida y nuestra vida es entregada no tenemos que temer».
Rescatados por la luz
En su homilía, el pastor de la archidiócesis ha asegurado que «para reconocer la potencia de Dios» son necesarios «ojos sencillos», pues él siempre se manifiesta «en lo pequeño y lo callado». Ojos como los de Simeón y Ana, protagonistas de las lecturas bíblicas proclamadas en la liturgia y que fueron capaces de tomar en brazos y reconocer en Jesús «al Consejero, al príncipe de la Paz, al Niño que se nos ha dado». «Jesús –ha proseguido el arzobispo– ha sido presentado en el templo para rescatarnos de nuestras pobrezas, de nuestras miserias y nuestras lepras e introducirnos en la riqueza del Cielo».
Jesús se convierte en esta manera en «luz del mundo», un mundo que atraviesa «tiempos convulsos y vertiginosos», donde la gente «vive con miedo e incertidumbre y donde parece que se les ha amputado sus deseos». Jesús se presenta para ellos «como luz y quiere que nosotros reflejemos su luz», como la luna ilumina la oscuridad de la tierra por influjo del sol.
Después de la homilía, los consagrados presentes han renovado las promesas de pobreza, castidad y obediencia que pronunciaron el día de su profesión religiosa en sus respectivas congregaciones.