«Iglesia en estado de misión»

Sujeto eclesial, pedagogía y espiritualidad para tiempos de desertificación. Carta pastoral del arzobispo, don Mario Iceta Gavicagogeascoa.

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A. INTRODUCCIÓN

 

1. Hemos concluido el jubileo con ocasión del VIII centenario de nuestra catedral. Damos gracias a Dios por este acontecimiento de gracia. Mi agradecimiento a las personas, parroquias, comunidades e instituciones diocesanas por vuestra extraordinaria implicación y esfuerzo, así como a la ingente labor realizada por la Fundación VIII Centenario de la Catedral de Burgos y a todas las instituciones civiles que han colaborado. Si bien todo lo vivido –celebraciones, espiritualidad, cultura, conciertos, congresos, publicaciones, arte, historia, etc.– marcará nuestras vidas, quiero destacar un elemento fundamental de este jubileo: la celebración de la Asamblea Diocesana cuyo Documento final orientará nuestra acción pastoral durante los próximos años. En esta carta, en plena sintonía con la Asamblea, me gustaría abordar principalmente la cuestión del sujeto eclesial llamado a llevar a cabo las acciones propuestas, es decir, cada uno de los que formamos parte de esta Iglesia y las comunidades concretas que la conforman. Todo ello, en consonancia con nuestra participación en el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad que el Papa ha convocado para toda la Iglesia.

 

2. Este Año Jubilar ha coincidido providencialmente con el inicio de mi ministerio en esta querida Iglesia burgalesa. Mi reconocimiento a don Fidel Herráez, mi inmediato antecesor que inició la preparación del Año Jubilar, y a don Francisco Gil Hellín por su entrega y servicio a nuestra Archidiócesis. El tiempo que llevo con vosotros me ha permitido ir conociendo personalmente a sacerdotes, diáconos, comunidades de vida consagrada, laicos con responsabilidad pastoral, así como visitar parroquias, arciprestazgos, monasterios e instituciones que configuran nuestra Iglesia diocesana. Doy gracias a Dios por tantos dones con los que somos bendecidos. Mi profundo reconocimiento y agradecimiento a todos, infatigables trabajadores de la viña del Señor.

 

I. Dar de beber en el desierto espiritual

 

3. La contemplación de los tiempos actuales me recuerda la situación en la que acontece la vocación del joven Samuel. En efecto, nos dice el primer libro de Samuel que en aquel tiempo «era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones» (1 Sam 3, 1). Y es, precisamente en ese tiempo de sequía espiritual, cuando Dios suscita la vocación del profeta Samuel que responde generosamente: «Habla, que tu siervo escucha» (1 Sam 3, 10).

 

4. De modo similar, vemos que en nuestra sociedad crece la indiferencia religiosa, se adoptan formas de vida donde Dios ya no cuenta, se propaga una cultura que se va tornando refractaria a muchos aspectos de la cosmovisión y antropología cristianas, donde el materialismo, el individualismo, el hedonismo y el relativismo van calando en el modo de pensar y, por tanto, de vivir. A pesar de que muchas personas buscan formas nuevas de espiritualidad, podríamos definir la situación actual como de desertificación espiritual. Y es precisamente en este contexto cuando Dios, una vez más, vuelve a pronunciar nuestros nombres invitándonos a la tarea evangelizadora. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la del joven Samuel, llena de agradecimiento y disponibilidad: «Aquí estoy, habla que tu siervo escucha».

 

5. Y es que Dios «viene a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento» (cfr. Prefacio I de Adviento) consolándonos con su misericordia y sosteniéndonos con su amor. Si ha habido un acontecimiento relevante en estos últimos tiempos ha sido precisamente la pandemia, que, junto a tantos aspectos dolorosos, ha puesto al descubierto algo que percibíamos desde hace tiempo, pero que no se había manifestado tan abiertamente: que muchas de nuestras comunidades envejecen, va disminuyendo el número de sus miembros, pierden vitalidad y no es fácil suscitar un relevo generacional. Pero, en esta situación, el Señor sigue llamando a personas de toda condición para acogerlas en su discipulado y enviarlas a la misión.

 

6. Estoy convencido de que el deseo de Dios, por muy debilitado que esté, no se extingue en el corazón humano. Y dar de beber a los sedientos de Dios, ser personas cántaros, es nuestra misión fundamental. Como afirma el Papa Francisco: «En el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza». En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros «para dar de beber a los demás» (EG, 86). Si no lo hacemos nosotros, si no saciamos la sed de Dios de nuestros hermanos, difícilmente habrá quien lo haga.

 

7. Testimoniar y manifestar el amor de Dios, acercar a Dios a las personas y las personas a Dios, darles a conocer el Evangelio de Jesucristo para que tengan un encuentro personal con Él que transforme decisivamente sus vidas ha de ser nuestra tarea fundamental. Quien se ha encontrado con el Señor y cultiva una profunda amistad con Él, es capaz de transformar todo lo que le rodea, incluidas estructuras y condicionantes sociales, económicos y culturales según el corazón de Dios. Pero si no acontece ese encuentro personal con Jesucristo, esta fuerza transformadora carecerá de raíces y de savia viva, por lo que tarde o temprano se agostará y quedará estéril.

 

8. La llamada de Dios genera la conversión personal, que significa volver el rostro hacia Dios, afianzar en Él nuestra vida, encontrar la propia vocación, experimentar un profundo cambio interior, revestirse del hombre nuevo en la comunión de la Iglesia que imprime una nueva y decisiva orientación a la propia vida. Dios ilumina todas las facetas y dimensiones de la existencia humana y las llena de sentido. Él lo transforma todo, lo llena de luz, de alegría y esperanza. No hay situación tan degradada que no sea capaz de ser recreada por el amor de Dios. Esta es la tarea ilusionante y apasionante de la evangelización: mostrar el camino para el encuentro personal con Jesucristo, que revela al Padre, y que es Camino, Verdad y Vida. Así, con mayúsculas.

 

B. NUESTRA IGLESIA PRESENTE EN LA SOCIEDAD BURGALESA

 

I. Algunos datos de nuestra Iglesia burgalesa

 

9. La encuesta sociológica que realizamos el pasado año 2021 pone en evidencia algunos datos que nos ayudan a comprender mejor la realidad socio religiosa en la que vivimos.

 

  • El 67% de la población burgalesa se declara católica. Pero el 50% de los menores de 34 años se declaran agnósticos, ateos o religiosamente indiferentes (38% en la franja de edad entre 35 y 44 años).
  • El 60% de la población considera que la Iglesia y sus instituciones son positivas para la sociedad (48% por su labor social, 40% por las creencias que transmite y 39% por sus valores).
  • La pandemia ha variado los hábitos de los católicos practicantes: muchos han dejado de acudir presencialmente a la Eucaristía, y la siguen a través de los medios de comunicación o redes sociales. Pero también la pandemia ha sido ocasión para un aumento de fe, práctica de la oración y ejercicio de la caridad.
  • Entre los católicos practicantes llama la atención la escasa implicación en actividades eclesiales más allá de la participación en la Eucaristía. En torno al 80% reconoce no pertenecer a ningún grupo, asociación o institución eclesial.
  • Los burgaleses valoran la accesibilidad, el compromiso y la cercanía de la Iglesia. Pero reclaman una mayor modernidad, transparencia, austeridad, coherencia y credibilidad.
  • Los católicos no practicantes manifiestan la falta de identificación con algunos de los mensajes de la Iglesia, el desinterés, el aburrimiento o la percepción de que no es necesaria la Iglesia para orar.

 

10. La pandemia distorsiona los datos sacramentales de los años 2020 y 2021 por las limitaciones de aforo que hemos padecido. Por eso, tomaremos como referencia los datos de 2019. En los últimos 10 años el número de bautizos, de confirmaciones y de matrimonios canónicos se han reducido a la mitad (los matrimonios a la cuarta parte en los últimos 20 años); las primeras comuniones han disminuido un 30% y previsiblemente seguirán disminuyendo, ya que solo se bautizan el 56% de los niños que nacen. Estos datos nos obligan a reflexionar, a orar y a discernir las implicaciones que se derivan para nuestra tarea evangelizadora.

 

II. Un cambio de época: crisis de la verdad, nuevas antropologías, ideologías y populismos

 

11. Junto al aumento de la indiferencia, el agnosticismo, el ateísmo u otras formas de increencia, cabe destacar por su novedad la eclosión de un antiteísmo beligerante con ciertas trazas de religiofobia y cristianofobia. También asistimos a la presencia de una significativa pluralidad religiosa de una gran complejidad en las formas diversas de concebir la realidad. En una visión panorámica de nuestra sociedad, vemos que en muchos casos se reconoce como única fuente de verdad los datos procedentes de la ciencia empírica, dando así preponderancia, y casi exclusividad, al cientificismo como vía de conocimiento y de acceso a la verdad. Todo lo demás es remitido al ámbito de la subjetividad, la especulación o la mera opinión personal, lo cual, en el caso de las realidades trascendentes, conduce a que sean consideradas, en muchos casos, como fruto de la superstición, de la ignorancia, de la imaginación, de la fantasía o de la mera creación poética. Todo ello nos hace pensar que una característica importante de los tiempos actuales es la crisis de la verdad. Es un tema de especial importancia que reclama una sosegada reflexión. No pretendo, ni mucho menos, abordar de modo exhaustivo esta cuestión.

 

12. Algunas corrientes filosóficas dudan de la capacidad del ser humano para llegar a conocer la verdad, conformándose con alcanzar, a lo sumo, fragmentos de la misma. Ante esta supuesta incapacidad, en diversos ámbitos, la verdad ha sido suplantada simplemente por opiniones y por verdades parciales. Esto facilita la generación de corrientes de opinión que predisponen con mayor facilidad a la manipulación o a la ingeniería social. De este modo, la verdad queda deformada o eclipsada y, cuando esto sucede, tanto a nivel personal como social, la libertad, que es la capacidad de elegir en la verdad, queda inevitablemente comprometida y, con ella, la justicia debilitada.

 

13. El cuestionamiento de la verdad y de la posibilidad de acceder a ella ha derivado en la pérdida de interés por la búsqueda de la verdad y ha generado a nivel social la derivación hacia el relativismo, el pensamiento débil o la proliferación de ideologías y populismos, en muchos casos con presupuestos no argumentados pero presentados como irrefutables. Cuando se refiere a la verdad sobre el ser humano, aparecen concepciones antropológicas nuevas, que hunden sus raíces en la ideología de género o el transhumanismo, y que contrastan en muchos aspectos con la antropología cristiana. Esta revolución antropológica, marcada por una notable desvinculación de las relaciones personales y sociales y la falta de una comprensión profunda de la dignidad de la persona y sus implicaciones en el ámbito familiar y social, nos lleva a afirmar que nos encontramos, y de ello debemos ser conscientes, ante un cambio de época más que ante una simple revolución ideológica.

 

14. Una de las manifestaciones más visibles de este cambio de época es la proliferación de una concepción materialista o hedonista, la cual deriva en una visión puramente consumista de la vida humana; en consecuencia, no se comprende la vocación y misión del hombre y de la mujer, la verdad y bondad del matrimonio y de la familia, el don de la maternidad, el inmenso bien de toda vida humana desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, más allá de sus condicionamientos físicos, psicológicos, familiares, económicos o sociales, el respeto y cuidado debidos a todo ser humano, favoreciendo una auténtica cultura de la vida y del encuentro. Todo ello genera grandes dosis de frustración, soledad, tristeza y desesperanza. Y a nivel social es fuente de desigualdades e injusticias.

 

15. En esta nueva concepción antropológica no es infrecuente ver cómo se construye la propia vida sobre el emotivismo, que incapacita a la persona para construir relaciones humanas profundas, sólidas y estables. También vemos que, en muchas ocasiones, la vida de los más frágiles, particularmente de los no nacidos y de las personas vulnerables y debilitadas a causa de la ancianidad o la enfermedad, es puesta bajo el paradigma del utilitarismo: el aborto es considerado como un derecho y la eutanasia ya tiene encaje legal entre nosotros, ampliándose así el influjo de la cultura de la muerte.

 

16. Los últimos pontífices trataron acertadamente esta cuestión acerca de la verdad y ofrecieron interesantes pautas que no deben caer en el olvido. San Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975) afirma: «De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla» (EN, 78). San Juan Pablo II en Fides et ratio (1998) afirma que «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar la plena verdad sobre sí mismo» (FR, Introducción).

 

17. Benedicto XVI, en su famoso Discurso de Ratisbona (2006) señala la vinculación de la verdad con una adecuada concepción de la razón sin la cual es inviable no solo el conocimiento verdadero, sino la misma posibilidad de un encuentro fructífero entre las culturas y de estas con la fe cristiana. Así afirma: «Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no a la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo».

 

18. Y en su primera encíclica, Lumen fidei (2013), el Papa Francisco afirma que «el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante» (LF, 24). En esta misma línea se sitúan sus indicaciones sobre la alegría de la verdad en la Constitución Apostólica Veritatis gaudium (2017), que comienza precisamente con estas palabras: “La alegría de la verdad ―Veritatis gaudium― manifiesta el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre, habite y comparta con todos la Luz de Dios. La verdad, de hecho, no es una idea abstracta, sino que es Jesús, el Verbo de Dios en quien está la Vida que es la Luz de los hombres (cf. Jn 1,4); el Hijo de Dios que es a la vez el Hijo del hombre”.

 

C. LA LLAMADA INELUDIBLE Y URGENTE A LA EVANGELIZACIÓN

 

I. Urgencia de poner nuestra Iglesia en estado de misión

 

19. «Nos apremia el amor de Cristo» (2Co 5, 14). Los datos de la encuesta sociológica de 2021 anteriormente expuestos, manifiestan el aumento de la indiferencia religiosa en sus diversos modos. También nos encontramos ante un pluralismo de concepciones vitales a partir de las cuales cada uno configura su existencia. Jesucristo, que revela al Padre, se vuelve irrelevante para la vida de muchas personas. Todo ello nos urge a discernir el modo de despertar en nuestros conciudadanos el deseo del Dios vivo y verdadero inscrito en el corazón humano.

 

20. Esta situación de desertificación espiritual no nos debe conducir a la desesperanza o a la frustración. No es algo nuevo en la historia de la Salvación: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló […]. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 1.5). Este escenario constituye, en realidad, una llamada fuerte a nuestra Iglesia, una nueva oportunidad para ponernos, una vez más, personal y comunitariamente, en estado de misión. No valen excusas ni justificaciones. Aunque la llamada a la misión tiene como destinatarias a todas las personas, se hace especialmente necesaria en las personas más jóvenes o de mediana edad, que son llamadas a edificar y configurar la sociedad presente y futura. Esta tarea evangelizadora no puede llevarse a cabo si no la vivimos en profundo clima espiritual, de oración, de amistad con Dios, de comunión entre nosotros y con la profunda convicción de ser discípulos enviados a la misión.

 

21. Esta urgencia por evangelizar ha sido un tema presente y recurrente en los planes de evangelización y también en la Asamblea Diocesana. Y para llevar adelante esta tarea es necesario concretar algunos elementos esenciales: a qué personas o grupos de personas dirigiremos nuestra acción misionera; qué pedagogía y método utilizaremos para reavivar la fe dormida o, realizar un ‘primer anuncio’; quiénes son los enviados y cómo prepararlos y acompañarlos; de qué parroquias, comunidades o movimientos proceden estos enviados; con qué comunidades eclesiales contamos para acoger a los que han respondido al ‘primer anuncio’ y acompañarlas en un itinerario de iniciación o de reiniciación. Si no abordamos juntos estas cuestiones y dedicamos los recursos humanos y materiales necesarios, corremos el riesgo de que todo pueda quedar en buenas ideas y planes, en el «entusiasmo por las estructuras y no por las personas, o en el interés por la “hoja de ruta” y no tanto por la ruta misma» (cfr, Papa Francisco EG, 82), pero que no incida en las realidades concretas para transformarlas.

 

22. En la encuesta sociológica del 2021 también se revelaba la necesidad de crecer en trasparencia en todas nuestras actividades y, particularmente, en nuestra economía. La trasparencia ha de ser el estilo habitual de nuestras Iglesia. Así mismo, se nos requiere una mayor coherencia entre lo que predicamos y vivimos. Recordemos la conocida afirmación de San Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (EN, 41). Y se valora la austeridad como distintivo que debe impregnar nuestra vida. Transparencia, coherencia y austeridad generan confianza y credibilidad.

 

23. San Pablo VI afirmaba que «evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (EN, 18). Estoy convencido de que la tarea evangelizadora requiere hoy la irrenunciable implicación personal y, en muchas ocasiones, se realiza de modo concreto de persona a persona. El Papa Francisco aclara que evangelizar no es hacer proselitismo, sino que la Iglesia crece por la atracción de la belleza del mensaje evangélico y la bondad del testimonio de vida, todo ello, obviamente, precedido y sostenido por la gracia de Dios, que «opera en nosotros el querer y el obrar» (cfr. Flp 2, 13). Esta implicación personal se da en el interior de la irrenunciable dimensión comunitaria de la tarea evangelizadora: «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan» (EG, 24).

 

II. La comunicación, elemento esencial para la evangelización

 

24. «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15) son las palabras de Jesús que nos envía a anunciar la Buena Nueva. Y san Pablo concreta el modo de realizar esta tarea: «¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? ¿Y cómo anunciarán si no los envían?» (Rm 10, 14-15).

 

25. La comunicación es un elemento inherente y fundamental del Evangelio. Constatamos que nos cuesta comunicar y abrirnos a las formas actuales de comunicación que, como otros ámbitos, evolucionan vertiginosamente. El 65% de los burgaleses afirman que están poco o nada informados de las actividades y noticias de la Iglesia a través de nuestros propios medios de comunicación. Indudablemente necesitamos aprender a comunicar mejor, tanto al interior como al exterior de la Iglesia. Debemos cuidar la comunicación, promover e impulsar los cauces de los que ya goza nuestra Iglesia diocesana e iniciar nuevos métodos y modos de comunicar. En este campo, no solo los profesionales, sino también los jóvenes, que conocen bien las nuevas formas de comunicación, pueden ayudarnos a mejorar. No me cabe duda de que, en las parroquias, arciprestazgos, comunidades y grupos, existen jóvenes nativos en el lenguaje de la nueva comunicación, dispuestos a colaborar en esta tarea.

 

III. Generación de cultura cristiana, cultura del encuentro y diálogo con las diversas corrientes de pensamiento

 

26. Este ambiente cultural de crisis de verdad y de escasez de referentes culturales sólidos, que debilita el ejercicio adecuado de la libertad y compromete la justicia, así como la desertificación espiritual, influyen indefectiblemente en nuestra vida personal y eclesial. Debemos desarrollar un sano y necesario sentido crítico para que las fuentes cristalinas y vivas de la Palabra de Dios revelada y encarnada no se enturbien con adherencias de postulados, afirmaciones y eslóganes de corrientes ideológicas y populismos extraños al mensaje evangélico que pueden convertirlo en sal sosa que solo sirve para tirarla y que la pise la gente (cfr. Mt 5, 13).

 

27. Ante esta situación cultural, puede aflorar la tentación de camuflarnos por el temor a ser contraculturales, o quedar paralizados ante el miedo a la crítica, imposibilitados para ser verdadera sal y luz, cediendo a la presión social, al influjo de ideologías y a la posición de algunos medios de comunicación cuyos postulados contrastan con la cosmovisión y antropología cristianas. Debemos escuchar la palabra de Jesús que, caminando sobre las aguas embravecidas exhorta a los discípulos: «¡Ánimo, soy Yo!, ¡No tengáis miedo!» (Mt 14, 22).

 

28. Pero precisamente la crisis de la verdad que se vive en muchos ambientes debe estimularnos a acoger la verdad que se manifiesta en la realidad, en la belleza de la creación, particularmente en la creación del ser humano en su unidad dual y, de modo eminente, en la revelación de Dios a través de su Palabra, en su admirable Encarnación, en su presencia operante en la comunión de la Iglesia. Estamos llamados a ser portadores y testigos de la verdad: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32).

 

29. Hemos de poner de relieve la belleza, verdad y bondad del mensaje evangélico que ilumina todas las dimensiones de la vida humana para llevarlas a su plenitud. Dios es capaz de colmar todos los deseos y anhelos que anidan en lo más profundo del corazón humano. Así mismo, Jesucristo, en palabras del Concilio Vaticano II, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS, 22). En palabras de san Pablo: «Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado» (Ef 1, 5-6).

 

30. Generar cultura cristiana y dialogar con las diversas corrientes de pensamiento fomentando una cultura del encuentro constituyen elementos esenciales de la evangelización. Tenemos la gracia de contar con la Facultad de Teología y demás instituciones relacionadas, con centros educativos católicos, con presencia de profesores de Religión en los públicos, con un inmenso y precioso patrimonio cultural, con una catedral que es patrimonio universal de la humanidad. Participamos de una red de instituciones universitarias, académicas y culturales con las que tenemos excelentes lazos de colaboración. Además, contamos con numerosos profesionales cristianos en los diversos campos, de la cultura, de la ciencia y del saber, cuya presencia sacramental es levadura en medio de la masa. Debemos potenciar estas realidades, promover espacios de divulgación, de diálogo fecundo, de promoción de la cultura cristiana en todos los ámbitos: pensamiento, universidad, literatura, artes plásticas, escénicas, audiovisuales, musicales… Para ello debemos dedicar personas y recursos.

 

IV. La alianza entre familia, educación, parroquia y tiempo libre

 

31. Debemos recordar que es esencial fortalecer la alianza que existe entre las familias, las parroquias, los centros educativos y los espacios de ocio y tiempo libre. Constituyen los cuatro agentes que inciden principalmente en la educación de las nuevas generaciones.

 

32. Hoy, más que nunca, las familias necesitan ser acompañadas y fortalecidas. Hemos visto que los matrimonios canónicos han disminuido enormemente en los últimos veinte años. Percibimos la fragilidad y vulnerabilidad de muchas familias. Vemos en ellas situaciones muy diversas que requieren una atención adecuada y personalizada. La Conferencia Episcopal y las diversas diócesis han hecho grandes esfuerzos para impulsar las Delegaciones Diocesanas de Familia y Vida, crear Centros de Orientación Familiar e impulsar itinerarios de formación y educación para el amor para los adolescentes, jóvenes, novios, matrimonios jóvenes y adultos.

 

33. Nuestra Archidiócesis cuenta con la excelente labor que realiza el Centro diocesano de Orientación Familiar. También existen diversas asociaciones y movimientos dedicados a la pastoral familiar. Es esencial promover itinerarios de acompañamiento, formación y ayuda en los momentos de dificultad. No nos cansemos de realizar propuestas y trabajemos en red entre los diversos carismas e instituciones eclesiales. No dejemos a las familias abandonadas a su suerte, de modo particular a las más vulnerables, a las que están atravesando una crisis o sufren una dolorosa ruptura.

 

34. La familia es una realidad transversal en la tarea evangelizadora por razón de los miembros que la integran y, entre ellos, los hijos merecen especial atención por su vulnerabilidad y potencialidad. Así mismo, en la familia se fragua la caridad que fecunda la sociedad; en ella se encuentra, en último término, la raíz de nuestras Cáritas, establece los fundamentos de una sociedad justa y fraterna, cuida la dignidad humana en todo el arco vital de su existencia y cura las heridas de quienes se encuentran sumidos en la exclusión. Toda implicación y compromiso social se gesta y nace primariamente en la familia.

 

35. Los adolescentes y los jóvenes necesitan espacios de encuentro y precisan de acompañamiento para sanar las heridas que ellos mismos confiesan tener, y desarrollar adecuadamente toda su potencialidad. Por eso, la pastoral juvenil es siempre pastoral de anuncio y profundización en la fe que abarca todas las dimensiones de la persona, con una dimensión vocacional fundamental, pues los jóvenes necesitan discernir el modo concreto de responder a la llamada de amor que Dios les dirige. Como les dice el Papa Francisco: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (Christus vivit, 286).

 

36. Pienso que es útil diferenciar la pastoral con adolescentes de la pastoral con jóvenes, pues son etapas distintas en el ciclo vital de la persona. Las propuestas deben ser creativas, progresivas, adaptadas a sus edades y que les introduzcan en todas las dimensiones de la fe que les ayuden a desplegar y consolidar todas las facetas de sus vidas. No cejemos en el empeño y ayudémonos unos a otros coordinando las diversas iniciativas, que siempre suman y que constituyen un signo claro de vitalidad y creatividad eclesial.

 

37. Los centros educativos diocesanos, religiosos o de inspiración cristiana, constituyen un recurso providencial para ofrecer una educación integral a niños, adolescentes y jóvenes, libre de ideologías y orientada por los principios cristianos. Es preciso formar y acompañar espiritualmente al profesorado y a todo el personal, además de a los alumnos y sus familias. Lo mismo debemos hacer con los profesores de Religión en los centros de titularidad estatal. Es necesario recordar que aspectos tan importantes como la educación en el ámbito afectivo-sexual no puede ser delegada en instituciones ajenas a la Iglesia ni asumir propuestas que contrastan con una antropología adecuada. Nuestro Centro de Orientación Familiar ofrece la ayuda necesaria para poner en marcha programas apropiados, tanto en los centros educativos como en las parroquias y comunidades.

 

38. No descuidemos los espacios de ocio y tiempo libre, donde podemos incluir el acceso a los medios de comunicación y a las redes sociales. La tarea educativa en familias, centros educativos y parroquias puede quedar malograda por una gestión inadecuada de esta realidad. Es necesario favorecer un uso responsable de estos espacios y medios, fomentar relaciones sanas y constructivas a través de los mismos e impulsar espacios y proyectos que ayuden a las nuevas generaciones a participar de iniciativas culturales, deportivas, sociales, de voluntariado y servicio.

 

V. El servicio en todos los ámbitos de pobreza y exclusión

 

39. No es el momento de enumerar todos los ámbitos de pobreza y exclusión en los que trabajan Cáritas, congregaciones religiosas, instituciones eclesiales, parroquias y comunidades. La sociedad valora positivamente la accesibilidad, el compromiso y la cercanía con los necesitados que prestan las personas y los organismos eclesiales. Mi reconocimiento y agradecimiento por el magnífico testimonio de amor de quienes trabajáis en estos campos. Es necesario continuar fortaleciendo nuestras Cáritas con la presencia de voluntarios creyentes que nos estimulen a compartir, y que son expresión concreta de la Iglesia diocesana que quiere servir a los que viven la vulnerabilidad y la exclusión.

 

40. Pero quisiera señalar algunas pobrezas, quizás más nuevas que antiguas, que requieren nuestra atención y una respuesta concreta y eficaz. Quisiera hacer mención de la soledad en que viven muchas personas, especialmente las personas mayores. También la soledad y la dificultad para encontrar un sentido a la vida de muchos jóvenes que en ocasiones intentan calmar el dolor de sus heridas mediante las adicciones, el alcohol, la pornografía o, incluso, el suicidio. Así mismo, los momentos finales de la vida ponen en crisis nuestra existencia. Se hace necesario el acompañamiento lleno de esperanza en el momento de la muerte y en la elaboración del duelo por parte de los familiares. No podemos olvidar la dificultad de aquellas madres con embarazos no deseados que precisan de ayuda y acompañamiento para no claudicar ante los reclamos del aborto. También debemos continuar implicándonos en la acogida e inserción eclesial y social de personas y familias que huyendo de pobrezas, guerras y hambrunas buscan entre nosotros un futuro digno. Lo mismo con las personas que no encuentran un trabajo digno y estable o las familias que no llegan a fin de mes. Este servicio a las diversas pobrezas precisa nuestra constante solicitud y se ensancha hasta el confín de la tierra mediante el trabajo admirable de nuestros misioneros.

 

D. QUÉ ESPIRITUALIDAD, QUÉ CRISTIANOS Y QUÉ COMUNIDADES

 

I. Necesidad de una espiritualidad recia para tiempos de desertificación

 

41. Como he señalado anteriormente, la progresiva desertificación espiritual de la sociedad también alcanza a nuestras comunidades e, incluso, puede penetrar sin darnos cuenta en nuestra vida personal. Pero recordemos que el desierto es también lugar de manifestación del Espíritu, lugar de prueba y combate interior donde nuestra experiencia cristiana y nuestra vida espiritual adquieren una inusitada fortaleza con la gracia de Dios. Por eso necesitamos fomentar una espiritualidad que nos ayude a afrontar estos tiempos recios.

 

42. Algunos de los males insidiosos que terminan por debilitar nuestra vida cristiana y, consiguientemente, apagar el ardor misionero son: la mundanidad espiritual, la tibieza y la acedia. En el fondo, todos ellos constituyen un pecado contra la caridad. El Papa Francisco, con respecto a la mundanidad espiritual, afirma: «He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la exhortación Evangelii gaudium (nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan… Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia» (DD, 17).

 

43. La tibieza y la acedia constituyen una falta de tensión espiritual, de pérdida del amor primero, de acostumbramiento a lo sagrado privado de trascendencia, de cansancio insano que desgasta, de una rutina que acartona el corazón. El Papa expone sus nefastas consecuencias: «Así se gesta la mayor amenaza, que es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio. Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico» (EG, 83).

 

44. Esto ocurre fundamentalmente cuando comienza a concebirse la vida, no tanto como una entrega generosa y constante a Dios y a los demás, sino como un cuidado egocéntrico y autorreferencial de los propios gustos y comodidades que van olvidando la centralidad fundante del amor a Dios y al prójimo. Poco a poco se va dejando de participar en la Eucaristía porque comienza a parecer rutinaria; se van descuidando los tiempos de oración asidua y de calidad; se descuida el ofrecimiento a Dios de cada jornada y su presencia en el trabajo; vivir la comunión en el servicio comienza a resultar tedioso y molesto; se van buscando con mayor frecuencia tiempos y espacios personales sin que nadie “moleste”. De este modo la caridad va siendo infiltrada por un egoísmo silencioso que nos va encerrando en nosotros mismos, enfría la relación con Dios y con los demás y, con el tiempo, la vida espiritual termina por colapsar.

 

45. Frente a la tibieza y la acedia, se hace necesario volver al amor primero, ser conscientes de la propia parálisis espiritual, pedir luz para realizar un profundo examen de conciencia, recuperar la oración personal y comunitaria, acudir al sacramento de la Reconciliación, recobrar el gozo de participar en la Eucaristía, retomar el servicio de la caridad que nos ayuda a salir de nosotros mismos, evitar estar encerrados y pendientes de los propios gustos y caprichos, vivir el desprendimiento y la austeridad, fomentar la confianza en la providencia de Dios, ofrecerle el trabajo, los gozos y también las dificultades, tenerle presente en la vida familiar y las actividades cotidianas, afianzarse en la perseverancia gozosa y pedir insistentemente el don de fortaleza.

 

46. Conviene recordar la importancia de participar de la vida comunitaria para huir de la autorreferencialidad y contar con un acompañante espiritual que nos ayude a tomar la temperatura de nuestra vida espiritual y nos oriente en su crecimiento y fortalecimiento. Cuando intentamos vivir de esta manera, entonces, como dice la Escritura, «surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”. Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (Is 58, 8-10).

 

47. Es muy importante ofrecer en todas las parroquias y comunidades una formación espiritual sistemática y continuada, fomentar escuelas de oración y de lectio divina, promover la oración personal, familiar y comunitaria, organizar retiros mensuales y actividades específicas en los tiempos fuertes. Sería también muy conveniente la organización de ejercicios espirituales para las familias de modo que, anualmente, todos sus miembros pudieran participar juntos de este excelente medio de crecimiento espiritual. Cuando participamos en ellos, no pensemos solo en el bien que nos hacen, sino también en el bien que hacemos a los hermanos cuando compartimos con ellos la fe, la esperanza, la caridad y la misión.

 

48. La Virgen María nos muestra, de modo extraordinario, la respuesta apropiada a la invitación de Dios al discipulado y a la misión. La humildad de la sierva del Señor, su respuesta confiada, «hágase en mi según tu Palabra», transforma toda la vida en un cántico de alabanza por la infinita misericordia que Dios muestra en todos los momentos de la existencia. ¡Cuánto tenemos que aprender de Ella! ¡Nos acogemos a su maternal protección!

 

II. La liturgia, particularmente la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana

 

49. El discipulado, la vida de oración, la comunión entre nosotros, la tarea evangelizadora, el servicio a los pobres y necesitados, la transformación del mundo (en definitiva, la misma Iglesia) tienen una fuente común. No nace primaria y fundamentalmente de nuestro pobre esfuerzo, de nuestras ideas o decisiones, de una solidaridad bien entendida y fundamentada, ni de una necesaria y adecuada preocupación y compromiso ante las cuestiones sociales y ecológicas que nos acucian.

 

50. El origen de todo es mucho más profundo e inmenso: es el amor de Dios, su iniciativa y su presencia que siempre nos precede. Él nos amó primero. El mismo Evangelio nos recuerda que Jesús «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). Y este amor poderoso que todo lo inunda y transforma se hace presente, por antonomasia, en la liturgia que, como bien afirma el Concilio Vaticano II «constituye el culmen hacia el cual tiende la acción de la Iglesia y a la vez la fuente de donde mana su fuerza vital» (SC, 10).

 

51. El Papa Francisco acaba de promulgar la carta Desiderio desideravi, sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios. En ella, afirma: «La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es. La Liturgia nos garantiza este encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos» (DD, 10-11).

 

52. De modo particular, la Eucaristía, como afirma el Papa Benedicto XVI, «es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel que impulsa a “dar la vida por los propios amigos”» (SC, 1). Y solo desde aquí puede nacer la respuesta adecuada a todos los interrogantes humanos y el compromiso pleno con todas sus carencias y pobrezas.

 

53. En la Eucaristía el protagonista principal es Cristo y nosotros somos asociados a Él por medio del Espíritu Santo formando el Cuerpo místico que celebra, alaba, testimonia y es enviado. Esta celebración se prolonga en la adoración eucarística presente en las parroquias, iglesias, monasterios y, de modo particular, en la adoración perpetua.

 

54. Según la encuesta sociológica de 2021, algunos fieles manifiestan que han dejado de participar en la Eucaristía porque se aburren, no les suscita interés o no la estiman necesaria. Las nuevas generaciones están especialmente necesitadas de comprender lo que celebramos y penetrar en el sentido de la liturgia. A veces damos por hecho una formación y experiencia litúrgica de la que muchos carecen. A este respecto pienso que debemos potenciar nuestros esfuerzos en una adecuada formación litúrgica, en consonancia con lo expresado por el Papa Francisco (DD, 27-47) y la Asamblea Diocesana.

 

55. Cuando la liturgia se celebra dignamente, cuidada y con amor, conscientes del valor y significado de las palabras y gestos, acogiendo a quienes participan en ella, con homilías preparadas que mueven el corazón, alimentan el espíritu y la mente, con los oportunos momentos de silencio, con cantos adecuados y bien interpretados, con la preparación apropiada del lugar, la ayuda precisa de los lectores y acólitos, una iluminación y megafonía adecuada…, entonces se dan las condiciones básicas para el encuentro con Jesucristo en la liturgia. Agradezco todos los esfuerzos que las comunidades realizan para que esto se realice así, a pesar de las pobrezas y carencias con las que podamos encontrarnos. Como afirma el Papa: «Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece» (DD 23).

 

56. Pero, sigue diciendo el Papa, «incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena» (DD, 23). Así lo afirmaba el Concilio Vaticano II: «Para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC, 14). Es decir, es necesaria la adecuada disposición personal, siendo conscientes de que participamos de un misterio tan grande que nos abraza y nos introduce en el amor de Dios. Entonces no habrá lugar para el aburrimiento o desinterés, sino ocasión de dar infinitas gracias al Señor por el regalo inmenso de su Palabra, su Cuerpo, su Sangre, su Vida, su Espíritu que se ofrecen en la Eucaristía. Y que en la acción de gracias tras recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo nunca falten cuatro palabras: gracias, perdón, ayúdame más, te quiero.

 

57. Algunos cristianos perciben una especial dificultad para comprender el lenguaje litúrgico. En las celebraciones deben utilizarse los textos tanto del Leccionario como del Misal aprobados por la Conferencia Episcopal. Es cierto que algunos términos y oraciones pueden ofrecer una cierta dificultad de comprensión, ya que es un lenguaje peculiar, propio de la liturgia. Pero esto no nos debe sorprender. También utilizamos lenguajes “peculiares” en otros ámbitos, por ejemplo en las redes sociales: like, hashtag, trending topic,… y los hemos aprendido sin problema. Por eso insisto en que es realmente necesario promover una adecuada formación litúrgica para, además de otros objetivos, comprender y gustar de los textos empleados en la liturgia que hemos heredado de una tradición multisecular, con la que han orado y celebrado quienes nos han precedido, y que son expresión viva de la fe de la Iglesia: lex orandi, lex credendi.

 

58. Junto a la Eucaristía no podemos olvidar la importancia del sacramento de la Reconciliación, que requiere un oportuno discernimiento con respecto al modo y forma de celebrarlo, la adecuación de la sede de su celebración (renovación de los confesonarios, situándolos, así mismo, en lugares oportunos) según las disposiciones de la Iglesia que, sobre todo, necesita de la dedicación y disponibilidad cotidiana por parte de los sacerdotes. Sin la recepción de este sacramento de la misericordia difícilmente es posible progresar en el crecimiento de la vida espiritual y avanzar en el camino de la santidad.

 

59. Así mismo, las diversas formas de piedad popular presentes en nuestra Iglesia diocesana (el rezo del rosario, viacrucis, peregrinaciones, romerías, etc.) ayudan y contribuyen a crecer en la amistad con Cristo y en la vida y misión de la Iglesia. Debemos acoger con esmero a los peregrinos que recorren el Camino de Santiago. No en vano, nuestra Iglesia burgalesa y nuestra catedral se encuentran en el corazón de este Camino. Lo mismo ocurre con las cofradías y asociaciones de fieles que ayudan a muchas personas, particularmente a los jóvenes, a una vivencia profunda de la fe.

 

III. Suscitar líderes cristianos en todos los ámbitos laborales, económicos, sociales y eclesiales

 

60. Este título puede parecer más propio de la cultura americana o de otras denominaciones cristianas. Pero me parece útil y actual. Debemos convencernos de que todos estamos llamados a ser discípulos y misioneros y, por tanto, todos tenemos que dar testimonio del Señor con la palabra, el testimonio y la propia vida. Es una vocación personal e indelegable. No podemos transferir nuestra responsabilidad personal a terceros o a concretos ámbitos eclesiales.

 

61. Además del liderazgo pastoral que ejercen quienes han sido llamados al ministerio sacerdotal, el Espíritu Santo suscita diversidad de dones y carismas entre los miembros de la Iglesia. Tenemos que aprender a identificar, formar y acompañar a estas personas con carismas concretos, de modo particular entre los matrimonios y los jóvenes, para que ejerzan un ministerio de liderazgo y evangelización entre sus congéneres y en sus propios ambientes. Así como en los campos de fútbol trabajan los “ojeadores” para identificar buenos delanteros o defensas, también nosotros debemos estar despiertos para reconocer estos líderes, tanto hombres como mujeres, que han sido enriquecidos en nuestras comunidades con carismas diversos. Es necesario convocarlos, ayudarlos a que respondan con generosidad, implicarlos en la vida de la parroquia o comunidad, formarlos, acompañarlos y enviarlos a la misión en todos los ámbitos sociales, políticos, laborales, económicos, empresariales, impregnándolos profundamente y transformándolos según la Doctrina Social de la Iglesia.

 

62. Y de modo similar en las comunidades cristianas. Las sacerdotes presiden y guían la comunidad por el sacramento del orden que han recibido del obispo. Sin embargo, son necesarios estos líderes laicos para que promuevan y animen grupos de jóvenes, novios, matrimonios, catequistas, voluntarios de Cáritas y grupos en los diversos campos de la evangelización. No podemos esperar a que surjan espontáneamente o a que llamen motu proprio a la puerta de la parroquia, porque esto raramente se da. Es necesario estar atentos, salir a buscarlos, formarlos y acompañarlos. Ya se trató en la Asamblea Diocesana sobre la conveniencia de crear un equipo, secretariado o delegación de primer anuncio, que pienso debería impulsar también la búsqueda y formación de estos líderes laicos.

 

IV. La transformación de las comunidades en minorías creativas

 

63. Nuestras comunidades parroquiales, salvo contadas excepciones, disminuyen en el número de sus miembros y envejecen. Este problema se agudiza sensiblemente en el ámbito rural. El número de habitantes de muchos municipios de la provincia va disminuyendo. Solo veintiséis municipios tienen más de mil habitantes y trecientos menos de mil. Algunos de ellos cuentan con varias poblaciones y parroquias. Todos compartimos en mayor o menor medida la convicción de que no podemos seguir haciendo lo mismo. Necesitamos audacia y creatividad para repensar el modo de atender pastoralmente las zonas rurales.

 

64. A este fin he nombrado un vicario episcopal territorial para que, entre otras tareas, ayude a discernir el modo de atender las parroquias, se distribuyan, organicen y coordinen los recursos humanos, tanto del clero, de la vida consagrada como de los laicos, se destinen los recursos materiales necesarios, se creen las unidades pastorales donde sea necesario, se discierna comunitariamente en cada zona qué debemos dejar de hacer, o hacer de otro modo, o qué debemos comenzar a hacer.

 

65. Frente a esta situación de envejecimiento y disminución, que corre el riesgo de sumirnos en el desánimo, el Papa Benedicto XVI habló en diversas ocasiones de la necesidad de transformar las comunidades cristianas en minorías creativas que viven una profunda vida espiritual y que suscitan una fuerte tensión misionera actuando a modo de fermento en medio de la masa. Si nuestras comunidades, parroquias, grupos, instituciones, asociaciones van perdiendo vigor, ¿no corren el riesgo de preocuparse más de la autopreservación en lugar de arriesgarse a reconfigurarse y nuevamente salir de sí mismas en clave de misión? ¿No deberíamos afrontar esta transformación de nuestras comunidades en minorías creativas? ¿No es el vigor evangelizador uno de los signos principales de la vida espiritual de las familias, parroquias, asociaciones, grupos e instituciones?

 

66. En último término, la autopreservación conduce a la autorreferencialidad, a la pérdida de impulso misionero que provoca envejecimiento y disminución. Las estructuras pastorales no son un fin en sí mismas, sino un medio para que las comunidades cristianas sean realmente lugar de encuentro con Dios, comunión y misión. Es una realidad que tenemos que saber afrontar sin miedo y ver el modo de generar estas minorías creativas que vivan una intensa y fecunda comunión que haga a todos sus miembros corresponsables en la misión. En este contexto, quiero agradecer el esfuerzo que tantos fieles, sacerdotes, diáconos y miembros de la vida consagrada realizáis para hacer de las comunidades verdadero fermento de vida cristiana.

 

V. El cambio de mentalidad y la actualización de las pedagogías evangelizadoras

 

67. El poner nuestra Iglesia en estado de misión no depende solo –y, quizás, ni siquiera principalmente– de la renovación de las estructuras. Es preciso un cambio de mentalidad, una profunda renovación interior. Como afirma San Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rm 12,2). La configuración de la sociedad actual cambia vertiginosamente, apareciendo nuevos modos vida, trabajo, ocio, prioridades personales, familiares y sociales diversas. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (cfr. Hb 13, 8). Pero si la sociedad evoluciona, es evidente que no podemos seguir con los mismos esquemas mentales y consiguientes modos de actuar, pues el destinatario de la tarea evangelizadora se ha ido transformando. Por eso, muchos de nuestros procesos catequéticos y formativos necesitan de una adecuada actualización que den respuesta a las nuevas realidades.

 

68. Lo del «siempre se ha hecho así» no suele ayudar. Sin abandonar precipitadamente nuestras actividades evangelizadoras de siempre, ¿seremos capaces de generar formas nuevas, atrayentes, creativas de evangelización, formación, acompañamiento y presencia pública? ¿Seremos capaces de abrir nuestro modo de pensar a formas nuevas de evangelizar? Estas pedagogías y modos actualizados se revelan urgentes para llegar a las generaciones más jóvenes.

 

69. En el Congreso de Laicos Pueblo de Dios en salida del año 2020 se presentaron experiencias de buenas prácticas que pueden abrir caminos nuevos de evangelización en nuestra Archidiócesis. Lo mismo aparece en el Documento Final de la Asamblea Diocesana. Una vez más, debemos preguntarnos: ¿qué nuevas formas de evangelización, formación y acompañamiento es posible impulsar aquí y ahora? ¿A quién o quienes irán dirigidas? ¿Quién lo va hacer? ¿Cómo se va a hacer? ¿Dónde se va a hacer? ¿Con qué pedagogía y metodología? Preguntas que requieren una respuesta concreta, tanto personal como comunitaria.

 

VI. Sinodalidad, comunión y corresponsabilidad

 

70. La llamada a la sinodalidad que nos dirige el Papa Francisco, necesita ser concretada y vivida tanto a nivel personal y comunitario. Se cuenta que cuando preguntaron a santa Teresa de Calcuta qué cambiaría en la Iglesia, ella respondió: «Se me ocurren al menos dos: primero yo y luego tú». De poco serviría el esfuerzo por impulsar la dimensión sinodal de la Iglesia si cada uno de nosotros no se convierte de su individualismo para vivir en comunión y corresponsabilidad. Cuidemos la relación entre nosotros. Aprendamos a escuchar, comprendernos y comunicarnos, querernos y perdonarnos. Fomentemos el trabajo en común y compartido, la práctica de la oración y del discernimiento comunitario. No podemos hablar de sinodalidad y no vivir la comunión real y concreta con quienes nos rodean. Las personas suelen estar cansadas de palabras y buenos consejos, y necesitan imperiosamente acciones y testimonios reales y cercanos.

 

71. En la vida de nuestra Iglesia diocesana tenemos diversos ámbitos donde trabajar y crecer en sinodalidad, de los que me gustaría resaltar los siguientes:

 

72. Ante todo, advertir la dificultad que tenemos para trabajar en equipo. Individualmente trabajamos mucho y bien. Pero a la hora de trabajar en equipo percibimos nuestras limitaciones. Incluso en ocasiones nos contraprogramamos y “pisamos” unas actividades con otras; y ello, muchas veces, sencillamente, porque tenemos un déficit de comunicación. Trabajar en equipo tiene sus dificultades y seguramente es más lento y esforzado, pero indudablemente es mucho más gratificante y eficaz. Y, sobre todo, es el estilo del Evangelio, donde los discípulos nunca son enviados individualmente, sino en comunión. Recientemente, el Consejo Pastoral Diocesano y el Consejo Presbiteral han aprobado un itinerario para la constitución de Unidades Pastorales. Serán un referente para el trabajo pastoral coordinado entre sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos. Igualmente, los diversos grupos en las parroquias, comunidades y asociaciones, las diversas delegaciones y departamentos de nuestra Curia necesitan impulsar formas nuevas de trabajo compartido, coordinado y en red.

 

73. Lo mismo ocurre con parroquias vecinas o a nivel arciprestal. ¿No sería adecuado, por ejemplo, consensuar un horario de Misas coordinado entre parroquias próximas? ¿No podríamos coordinar las tareas de parroquias cercanas y ayudarnos en proyectos formativos para los catequistas, de actividades con adolescentes y jóvenes, de acompañamiento a novios y matrimonios, de atención coordinada de Cáritas, de visita a enfermos, etc.? Estamos llamados a sumar sin coartar la sana libertad y diversidad suscitada por el Espíritu Santo para el bien de todos.

 

74. Frente a convocatorias diocesanas con un eco y asistencia notable, como por ejemplo la clausura del Año Jubilar o el comienzo del curso pastoral, llama la atención la respuesta limitada que en algunos casos se da en otras actividades o celebraciones diocesanas, por ejemplo, en algunas convocatorias formativas, retiros, vigilias diocesanas o las mismas ordenaciones diaconales o presbiterales. A veces pudiera parecer que incumben únicamente a las parroquias de procedencia de los ordenandos o a grupos concretos de personas. Es, precisamente, en los acontecimientos diocesanos donde se manifiesta y celebra de modo singular la dimensión sinodal de la Iglesia.

 

75. La sinodalidad es correlativa a la corresponsabilidad. Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a ser corresponsables, cada uno según su carisma y ministerio, de la tarea evangelizadora, de la vida de nuestras comunidades, parroquias, grupos o instituciones eclesiales. Todos hemos recibido dones para poner al servicio de Dios y de los demás, como bien nos recuerda la parábola de los talentos (cfr. Mt 25, 14-30). Esta corresponsabilidad también incluye la sostenibilidad económica. Debemos mejorar sustancialmente la autofinanciación de nuestras comunidades eclesiales, impulsando nuevas formas de colaboración.

 

D. CONCLUSIÓN

 

I. Nuestra vocación es la santidad

 

76. En definitiva, cada día debemos recordar que nuestra vocación consiste en vivir arraigados en Cristo; sostenidos y alentados por el Espíritu; participando de la comunión de la Iglesia, sirviendo constantemente a los hermanos y transformando el mundo y todas las realidades temporales según el corazón de Dios. Qué tarea más hermosa y apasionante. Qué vocación tan inmensa, capaz de colmar el corazón y la vida. Esta es la vocación a la santidad, es decir, la vocación a un amor pleno y verdadero, que procede de Dios, el único santo, caminando en la fe y sostenidos por una esperanza cierta y fiable. Nuestra vida está hecha para amar, y esto conlleva la entrega constante a Dios y a los demás. Amar es servir, entregar la vida y ofrecer a Dios todos los acontecimientos de la propia historia. En la exhortación apostólica sobre la llamada a la santidad Gaudete et exultate, el Papa Francisco nos proponía las bienaventuranzas como el carnet de identidad del cristiano, y el ejercicio de las obras de misericordia, recogidas en el capítulo 25 de san Mateo como el «gran protocolo» de la vida cristiana: «Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, enfermo […] y me ayudaste» (cfr. Mt 25, 31-46). Y este es precisamente el Evangelio, la buena noticia de una vida santa, esperanzada y apasionada en medio de las pruebas, pero llena de sentido, como nos muestran tantos santos de todos los tiempos y condición.

 

77. Como veis, no he querido tratar muchos aspectos, no porque otros no sean importantes, sino porque me ha parecido oportuno subrayar aquellos que, tras un prolongado tiempo de oración y discernimiento, me interpelan de modo particular y pienso que constituyen una llamada del Espíritu a nuestra Iglesia burgalesa, en plena sintonía con el Documento final de la Asamblea Diocesana. El Señor nos asista con su Espíritu para ponernos manos a la obra con convencimiento, audacia y pasión, pues de Él proceden todos los dones que necesitamos. No podemos dejarnos llevar por una especie de melancolía, resignación o falta de tono vital. El Espíritu Santo es, siempre, fuente de alegría, fortaleza, creatividad, comunión, apertura de nuevos caminos.

 

78. Queridos sacerdotes y diáconos, gracias por vuestro testimonio y entrega. Me pongo a vuestra plena disposición animándoos a trabajar juntos, ayudándonos los unos a los otros, sosteniéndonos en el cansancio y alentándonos en las dificultades. Vivir en comunión es una gran gracia y una necesidad. La abundante gracia de Dios nunca falta, porque Él comenzó la obra buena y la llevará a término. Mi reconocimiento y profundo agradecimiento a la vida consagrada, tanto contemplativa como activa: sois la fuerza que, desde los monasterios, sostiene la misión, y en la vida activa constituís la presencia amorosa de Dios en las numerosas fragilidades y necesidades de los más vulnerables.

 

79. Y muy queridos laicos: el apartado dedicado a la necesidad de nuevos líderes que se hagan presentes en todos los ámbitos y la llamada a la corresponsabilidad se dirige especialmente a vosotros. Vuestro testimonio y presencia pública en todos los ámbitos de la sociedad, como la levadura en la masa, sembrando el Evangelio, es especialmente necesaria en estos tiempos: en el primer anuncio, en la evangelización de todos los ambientes, con una formación permanente adecuada a los tiempos actuales, con vuestra presencia pública y el fomento de una profunda y recia espiritualidad. Me pongo a vuestra disposición para serviros y ayudaros en el hermoso camino de vuestra vocación.

 

80. Siempre volvemos los ojos y el corazón a Santa María la Mayor, estrella de la evangelización que guía y sostiene nuestra Iglesia burgalesa. Ella transforma el templo en un hogar de hijos que experimentan cotidianamente su cuidado materno. Es siempre nuestro consuelo y descanso. Con humildad le pedimos que nos acompañe y fortalezca en esta etapa que inauguramos, poniendo por obra todos los dones e inspiraciones recibidos en la Asamblea Diocesana.

 

Con todo mi afecto y agradecimiento, pido a Dios que os bendiga.

 

Burgos, 14 de septiembre de 2022
Fiesta del Santísimo Cristo de Burgos

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos

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