Clausura para contemplar «la entrega total» de Cristo en su pasión

Las Clarisas de Medina de Pomar viven en recogimiento los días de Semana Santa. Su monasterio recibe numerosas visitas y desde él parten algunas procesiones y Via Crucis.
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Fotos: Quique Ugarte

 

En 1313, Sancho Sánchez de Velasco, adelantado mayor del rey Alfonso XI, y su mujer Sancha García, camarera mayor de doña Leonor de Aragón, fundaron un monasterio en Medina de Pomar. Encomendaron el cuidado del lugar a una treintena de monjas «de velo negro» que, 710 años después, se mantienen en número tras la reciente incorporación, hace cuatro años, de las últimas moradoras del cenobio de San Martín de Don, «un tesoro, un regalazo para la comunidad». Las veintiocho Clarisas que habitan el lugar viven con intensidad estos días de pasión como lo han hecho siempre, el clausura, en recogimiento espiritual, si bien las rejas del monasterio se abren durante la Semana Santa para acoger a numerosos medineses y foráneos –cada año más– que quieren celebrar con ellas los actos centrales del año litúrgico.

 

«Vivimos estos días en silencio y recogimiento, esperando la transformación del corazón, unidas a la Madre Iglesia, que nos ayuda a vivir este misterio de Pasión y de amor», relatan las hermanas. Ellas perciben cómo estos días muchas personas acuden a este santuario para rezar al imponente Cristo yacente de Gregorio Fernández o participar junto a las religiosas en sus liturgias, que pueden llevar a cabo, «gracias a Dios», a la atención pastoral que les brindan los sacerdotes de la parroquia, con los que están «encantadas».

 

La austeridad se vive entre los muros de este monasterio desde el inicio de la Cuaresma. Desde el miércoles de ceniza, la clausura se vuelve más rígida y se suprimen las visitas. Los viernes alimentan el cuerpo con un solo plato a la comida y una frugal cena. Las torrijas solo se prueban a partir de Pascua. Y durante los días del Triduo, todo rezuma un ambiente especial: «Queremos acoger la belleza del amor de Dios; contemplar cómo sólo por amor se puede llegar a esa entrega total», explican las hermanas.

 

Además de las habituales celebraciones de la Cena del Señor, la Pasión o la solemne vigilia pascual, estas Clarisas viven en comunidad otras liturgias paralelas, heredadas de su propia historia y tradición. El Jueves Santo, sin ir más lejos, la abadesa preside a puerta cerrada un particular lavatorio de pies después del rezo de Tercia. Durante la celebración, la superiora lava y besa los pies de todas las hermanas de la comunidad antes de fundirse en un «sentido abrazo fraterno». Después de la misa del Jueves Santo, hacen turnos de oración durante toda la noche para acompañar al Señor en el manifestador «de la paloma» de su retablo mayor y el Viernes Santo el menú se compone –«para las que mejor aguantan»– de pan y agua.

 

Porque, aunque procuren vivir en recogimiento, no siempre es posible y el trajín también se multiplica durante estos días santos. De hecho, las hermanas se encargan de almacenar las andas de las tallas que procesionan por la ciudad, así como los hábitos de los cofrades y otros ajuares de estos actos de piedad. Ellas son las responsables, además, de ornamentar el paso de la borriquilla del Domingo de Ramos, cuya procesión inicia en las inmediaciones del monasterio, al igual que el Via Crucis del Viernes Santo, que congrega a decenas de medineses.

 

Hace tres años, la pandemia obligó a los fieles a celebrar la Semana Santa confinados. Estas monjas llevan haciéndolo toda la vida, en clausura. Vivir en recogimiento es la mejor manera, como explican, de «encoger el corazón para recibir el amor de Dios».

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