Se han presentado un total de 1.299 trabajos de 23 colegios diferentes de la capital y la provincia, tanto de Primaria como de Secundaria. De ellos, 341 son de 5 colegios de la Ribera del Duero (Dominicas y Simón de Colonia de Aranda de Duero, San Gabriel de La Aguilera, Diego Marín de Peñaranda de Duero y Riberduero de Fuentespina).
Cuatro de los premios han correspondido a alumnos de esta zona: en Primaria, Lidia Abejón Muñoz (4º) e Iría Sotillo López (5º), del colegio Dominicas; y Elia Díaz Gil (2º) del colegio Riberduero. Y en Secundaria, Raluca María Dnistranu (2º) del colegio San Gabriel.
La exposición con los premios y con todos los trabajos presentados por los alumnos de los colegios de la Ribera del Duero tendrá lugar del 25 de marzo al 5 de abril en la Casa de Cultura de Aranda de Duero, en el horario habitual: de 10:00 a 14:00 y de 16:30 a 20:30, de lunes a viernes (sábados y festivos cerrado).
De su costado mana abundante sangre, al igual que de las llagas de manos y pies. Su cuerpo está salpicado de laceraciones y de cada herida brotan tres gotas de sangre. Su aspecto delata que se trata de un Cristo vinculado a la familia de los Trinitarios. De hecho, la tradición cuenta que fue el papa Inocencio III quien regaló esta imagen al fundador de la orden, Juan de Mata, y que éste la trajo hasta el convento que fundó en las inmediaciones del arco de San Gil. La misma tradición cuenta que aquel edificio se vino abajo en 1366, golpeando la cabeza del Cristo con una de las piedras desprendidas de la bóveda. En aquel momento, del Cristo comenzó a manar sangre, que fue recogida en un sudario que hoy descansa en un relicario a los pies de la imagen, custodiada en la iglesia de San Gil Abad desde 1836.
Para extender y perpetuar la devoción al Santísimo Cristo y el milagro de las santas gotas, en 1592 se fundó la «Cofradía Noble de la Sangre de Cristo», que cada domingo de Ramos organizaba una solemne procesión portando el Santo Cristo y el sudario con las gotas. Una procesión que se perpetuó hasta 1753 y que en 2007 recuperó la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1944 con sede en la parroquia de San Gil Abad. Desde hace algunos años, además, la talla procesiona en vertical, manteniendo así con vida una de las procesiones de Semana Santa más antigua de la ciudad.
Esta tarde, la réplica de la venerada imagen ha vuelto a descender con solemnidad las escaleras de acceso a la iglesia. Sus treinta porteadores la han entronizado en la carroza labrada por Saturnino Calvo. Una saeta y el toque manual de campanas han dado comienzo al recorrido. Con paso solemne, el trono (de más de 1.000 kilos) ha recorrido las calles de San Gil, Arco del Pilar, San Lorenzo, San Carlos, Almirante Bonifaz, San Juan y Avellanos, para regresar de nuevo a su parroquia y ser introducida con solemnidad en el templo, «el cofre que custodia este gran tesoro», como se ha escuchado a su llegada. Una vez dentro, se han quemado las peticiones que, a lo largo del año, miles de personas depositan en una urna ubicada en la capilla donde se venera la talla original.
Con la de hoy, concluyen las primeras procesiones de la Semana Santa de Burgos. Si el tiempo lo permite, mañana, Lunes Santo, los jóvenes protagonizarán el Via Crucis con antorchas por las laderas del castillo, que partirá a las 20:30 horas desde la iglesia de San Esteban.
Es, sin duda, una de las procesiones más populares de la Semana Santa en la capital. Miles de burgaleses han salido un año más a la calle con ramos y palmas para recibir el paso de Jesús en la Borriquilla, de los talleres de arte sacro de Olot y portado con solemnidad sobre los hombros de los cofrades de la Coronación de Espinas y Cristo Rey. Después de que el arzobispo haya bendecido los ramos en la iglesia de San Lorenzo, la imagen ha recorrido las calles Laín Calvo y La Paloma y la plaza del Rey San Fernando para hacer su entrada por la puerta de Santa María en la catedral, donde se ha celebrado la eucaristía.
Ramos y Pasión
La algazara de la procesión, en la que los niños son protagonistas, contrasta con la sobriedad con la que la liturgia comienza la Semana Santa y en la que se proclama la Pasión y muerte de Cristo. En su homilía, mons. Mario Iceta, ante numerosos cofrades y cientos de burgaleses, ha recordado que Jesús es «rey de pobres, rey de paz y rey universal».
Y al igual que entró de forma humilde montado sobre un borrico en Jerusalén como «rey pobre» y hoy lo ha hecho en la catedral, desea «entrar en tu corazón, pero sólo si eres pobre, si reconoces tus limitaciones y tus pobrezas». Del mismo modo, es un rey que otorga la paz que brota del perdón, «que es la perfección del amor». «Sólo los que saben amar y perdonar son artífices de paz», ha subrayado. Por fin, como «rey universal», su reinado se extiende por todo el mundo porque ha hecho un pueblo eucarístico». Y todo, «para decirnos una palabra de aliento, una palabra de misericordia» que haga «brotar la alegría» «en medio de nuestras dificultades».
Tras la misa, la imagen de Jesús con la borriquilla ha vuelto a la calle. En la plaza del Rey San Fernando se han congregado todas las cofradías de la ciudad, mientras el arzobispo ha vuelto a bendecir los ramos. A continuación, los porteadores de la imagen la ha procesionado por el paseo del Espolón, Carnicerías, plaza Mayor, Admirante Bonifaz y San Carlos para regresar a su parroquia de origen, en la calle San Lorenzo.
Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta Gavicagogeascoa
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, comienza el tiempo de gracia para abrir, sin reservas ni evasivas, el corazón a Dios.
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!, volvemos a clamar en este Domingo de Ramos, a los pies del pollino que carga con Aquel que señala el camino de la redención, del poder del amor y de la misericordia.
Adentrarse en el espíritu de la Semana Santa supone abandonarse al cuidado de un Dios que se hace carne para llevar nuestras fragilidades, renuncias y pecados en su Cuerpo hasta la Cruz para que, lavados en su sangre y en la entrega de su vida, es decir, en su amor infinito, vivamos con Él y para Él y nunca olvidemos que «con sus heridas fuimos curados (1 Pe 2, 24).
Este tiempo de silencio, prueba y fortaleza en medio de la adversidad se convierte en una oportunidad para dejarse sorprender por el Amado. Si Él pudo hacer frente a tanto dolor y su apasionada respuesta fue devolver bien por mal, redescubrimos que la Semana Santa es un misterio de amor: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego» (Jn 10, 18), dice el Señor.
Así, hemos de preguntarnos cuánta vida entregamos en nuestro quehacer diario y qué testimonio estamos dispuestos a donar durante estos días de Pasión, Muerte y Resurrección. Si Él nos invita y nos reúne para ablandar los corazones endurecidos por el odio, la mentira, la intolerancia, la soberbia y la crueldad, ¿cómo vamos a hacer oídos sordos a su llamada y a su entrega?
Él «nos ha rescatado de la esclavitud de la muerte, ha roto la soledad de nuestras lágrimas y ha entrado en todas nuestras penas y en todas nuestras inquietudes», decía el Papa Benedicto XVI. De esta manera, Dios nos ha regalado su propia vida abrazada a un madero para que seamos capaces de atravesar el apasionado y tantas veces agitado mar de la existencia. Es la nueva alianza en la Sangre de Cristo; es decir, en su vida. Y esa entrega crucificada y resucitada renueva al hombre viejo, porque la muerte se convierte en la suprema manifestación del Amor que se dona a quienes más lo necesitan.
Esto nos recuerda que, si fijamos los ojos en Jesús durante esta semana de pasión y gloria, aprenderemos –con Él y en Él– a superar la adversidad y a afrontar situaciones dolorosas que sobrevengan a nuestras vidas. Porque la resurrección es el fruto de un amor compasivo que genera una esperanza verdadera y que no pasa jamás (cf. Cor 13, 8).
Hoy dejamos atrás el tiempo de Cuaresma, donde hemos caminado durante cuarenta días por el desierto. Hemos pasado de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Es la libertad del amor que rescata a los sufridos, pobres y desheredados de la tierra, para afianzar su dignidad y resarcir lo que la injusticia les ha sustraído.
Hagamos, de toda vida humana, un eterno Triduo Pascual. Acompañemos al Señor en la Cena del Jueves Santo, sentémonos a su lado, junto a sus discípulos y a sus pobres, y compartamos su Cuerpo y su Sangre en su mesa fraterna; estemos a su lado durante la Pasión del Viernes Santo, cuando pesa el abandono, por si el llanto, el dolor y la tristeza vuelven a inundar el Huerto de los Olivos, y acompañémosle agradecidos para que las tinieblas no nublen un solo ápice de su luz que quiere iluminar a los que viven en la tiniebla de la miseria, el sufrimiento o el desamor; permanezcamos cerca de Él, al albor del Sábado Santo, en silencio, hasta que se encuentre nuevamente en los brazos del Padre, una vez vencida la muerte, proclamado el triunfo definitivo de la vida y, abiertas las puertas del cielo, podamos resucitar –con Él– a una vida nueva.
La Semana Santa nos invita a volver a abandonar todos los cansancios y agobios en los brazos del Señor (cf. Mt 11, 28-29). Y también a aprender de Él, que es manso y humilde de corazón, y es el único descanso verdadero para toda la humanidad. Y, como el discípulo amado, acojamos en nuestra casa a la Virgen María. Ella, mejor que nadie, conoce el precio incalculable del amor.
Si la Virgen María fue modelo de feminismo en el pregón de la Semana Santa de Burgos, en la procesión que recorre la ciudad cada sábado de Pasión, también. Un total de 26 mujeres, pertenecientes a distintas hermandades y cofradías penitenciales de la ciudad, han unido sus fuerzas para sacar a la calle la imagen de la Virgen de las Angustias.
Endosadas en los hábitos de sus propias agrupaciones, y abrazadas unas a otras, han desfilado con paso firme desde la iglesia de San Cosme y San Damián hasta la catedral, en un recorrido en el que ha conquistado vivas y algún que otro aplauso. Allí, en la plaza del Rey San Fernando, la nueva iluminación de la catedral parece haber disipado las lágrimas del rostro de esta talla, la última en incorporarse a la Semana Santa burgalesa, y obra del escultor sevillano Juan Manuel Montaño Fernández.
Tras cruzar de nuevo el Arlanzón por el puente de Santa María, la imagen ha regresado a su lugar de origen, donde se ha concluido el acto con el canto de la Salve. En la procesión también han participado representantes de otras cofradías y hermandades de la ciudad y la banda de cornetas y tambores de la Ilustre Archicofradía del Santísimo Sacramento y Jesús con la Cruz a Cuestas, coordinadora del acto.
Mañana, Domingo de Ramos, puerta grande de la Semana Santa, el programa de actos contará con las procesiones de la Borriquilla, por la mañana (con salida a las 9:45 desde la iglesia de San Lorenzo, que se reanudará tras la misa a las 11:00 en la catedral presidida por el arzobispo, mons. Mario Iceta), y del Cristo de las Santas Gotas, por la tarde (desde las 20:00 horas, con salida desde la parroquia de San Gil).