La fecundidad de la Palabra de Dios en nuestra vida

por redaccion,

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Hace unos meses dediqué uno de mis mensajes dominicales al tema de la Palabra de Dios. Fue con ocasión del tercer domingo del tiempo ordinario, instituido por el Papa Francisco como «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios», con el objetivo de «hacer crecer en el Pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura»…, «para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo» (Motu Propio Aperuit illis.) Hoy deseo retomar este tema por un doble motivo: por un lado, la experiencia del confinamiento pasado, que ha provocado en muchos cristianos una búsqueda y un encuentro nuevo con la Palabra de Dios; por otro, las lecturas de la liturgia de hoy, dedicadas a la acción y a la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la acogen con fe.

 

La experiencia del confinamiento, en lo que se refiere a la dimensión religiosa y vivencia de la fe, ha sido definida como tiempo de «ayuno eucarístico», por la imposibilidad de celebrar comunitariamente la Eucaristía de modo presencial. Esta carencia ha sido sustituida por muchos de vosotros con el seguimiento de la celebración eucarística a través de la televisión, de youtube, o participando incluso en Eucaristías online por medio de plataformas que, gracias a Dios, han tenido un notable desarrollo durante esas semanas y han prestado un enorme servicio en muchos sentidos.

 

Esta situación, por el hecho mismo de la necesidad que nos estaba envolviendo y por la animación y ayuda que suponía el seguimiento de las celebraciones desde nuestras casas, ha suscitado también en muchos un acercamiento más directo y personal a la Palabra de Dios. Hemos podido valorar la centralidad de la Palabra y por eso darnos cuenta de que la Palabra de Dios forma parte esencial de la Eucaristía. Ahora podemos entender mejor que la celebración del Pan nace de la Palabra, y por ello valoraremos más intensamente la proclamación de la Palabra en nuestras celebraciones comunitarias. Veamos también como una gracia la recuperación de la oración, del silencio y del tiempo necesario para leer y reflexionar de otro modo la Palabra de Dios. No olvidéis esa costumbre que ha servido para profundizar vuestra experiencia de fe.

 

Gracias a la lectura de la Sagrada Escritura nos hemos reencontrado con Jesús. San Jerónimo escribió con verdad: «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is.prólogo:PL 24,17). Por el contrario, al tener los Evangelios como libro de cabecera y al leerlos con frecuencia, Jesús nos ha resultado más cercano, pues le hemos visto cuando caminaba de aldea en aldea e iba respondiendo a las necesidades, a los problemas y a las expectativas de las personas que encontraba en su camino. También para nosotros, entre incertidumbres y preocupaciones, la Palabra del Señor nos ha acompañado, consolado y estimulado, suscitando procesos de discernimiento y alimentando nuestra oración. Necesitamos seguir alimentándonos de ella para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.

 

La lectura del Evangelio de este domingo nos ofrece la parábola del sembrador, que nos invita a tener la actitud adecuada para que la acción de la Palabra en nosotros sea más fecunda. El sembrador hace resonar el mensaje del Evangelio, pero su destino es diverso en función de la disposición del que escucha: a) a veces esa Palabra cae al borde del camino, es escuchada con indiferencia, sin entenderla ni prestarle atención, y por ello no es eficaz, se diluye como algo que no significa nada; b) a veces cae en terreno pedregoso, porque somos inconstantes y superficiales, y no somos capaces de recoger su interpelación; c) a veces cae entre zarzas, y los afanes de la vida y las seducciones de este mundo hacen que sea estéril; d) pero a veces encuentra el terreno adecuado y por ello es fecunda, transforma la vida del creyente y de la sociedad. Lo que se nos pide es abrirnos a la Palabra, acoger la semilla y renovar la esperanza en la acción salvadora de Dios.

 

La primera lectura, del profeta Isaías, nos estimula a confiar en la fuerza de su Palabra. «Porque, dice el Señor, como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía» (Isaías 55, 10–11). Tenemos que creer en la fuerza transformadora del Evangelio y dejar que siga siendo en nuestra vida como la lluvia y la nieve que empapa la tierra para fecundarla, para hacerla germinar, para que dé frutos abundantes.

 

En el camino de escucha y cumplimiento de la Palabra de Dios nos acompaña la Madre del Señor, Que Ella nos enseñe y ayude a decir de corazón: «Hágase en mi según tu Palabra».

Un plan para resucitar

por redaccion,

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Hay unas palabras de San Pablo en su carta a los Filipenses que me gusta recordar ahora, cuando nos vamos abriendo cautelosamente a una nueva etapa después de lo anteriormente vivido; dice San Pablo: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús» (Flp 3,13-14). A lo largo de estos meses hemos venido reflexionando mucho sobre lo que nos ha acontecido y lo que hemos experimentado personal y comunitariamente. A través de mis mensajes, también he querido animaros a que nos apoyáramos mutuamente y a vivir la situación como un tiempo de gracia, que nos permitiera abrirnos al plan de Dios que siempre es misericordioso.

 

Hoy, siguiendo con la mirada hacia adelante como os decía el domingo pasado, me gustaría soñar el futuro y avivar en vosotros la necesaria esperanza que nace de la fe y que hoy es tan urgente. En alguna ocasión os he manifestado mi certeza de que la experiencia vivida nos debe llevar a construir un mundo distinto, porque el mañana no puede ni debe ser como el ayer. Sin duda hay un antes y un después de lo vivido, o tendría que haberlo necesariamente, si es que hemos aprendido algo de este acontecimiento de muerte y de vida. Así confluyen las valoraciones y reflexiones que nos invitan a consolidar las actitudes mejores nacidas durante la pandemia. Y así lo hace también el Papa que nos ofreció su propia reflexión en torno a la Pascua con el título: «Un plan para resucitar», como un aliento de esperanza y de alegría pascual para animar la vida en tiempos de la pandemia. Solo así podremos afirmar que el dolor de lo vivido no ha sido en vano y que las crisis son el comienzo de un nuevo nacimiento. Dejar, como decía Pablo, lo que queda atrás… y correr hacia adelante, hacia la meta que deseamos.

 

Me viene al pensamiento la pregunta que el Papa Francisco plantea en su Encíclica Laudato Sí, de la que estamos celebrando su quinto aniversario, y cuyas enseñanzas están hoy más vivas que nunca: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (LS 160). Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. En efecto, la pandemia es un momento oportuno para que seamos capaces de reflexionar particular y conjuntamente sobre esta gran cuestión. Preguntarnos sobre qué tipo de mundo queremos es descubrir la insatisfacción por el mundo en el que vivimos y afrontar juntos esas otras epidemias silenciosas que también nos asolan. Así nos vuelve a preguntar el Papa: «¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?» (Cfr. «Un plan para resucitar»).

 

La Encíclica Laudato Sí puede ser una excelente guía moral y espiritual para la concreción de esta nueva sociedad que buscamos y por la que luchamos: un mundo más solidario, fraterno, pacífico y sostenible. Porque si algo nos ha demostrado la crisis que hemos vivido es que todos estamos conectados, que somos interdependientes. Y eso requiere de respuestas integrales tal y como se nos recordaba en la Encíclica. La «ecología integral», como propuesta de camino, tiene en cuenta los distintos aspectos ambientales, humanos, económicos y sociales; es esa visión completa que hoy necesitamos para esta casa común en la que vivimos. En concreto, esa pluralidad de elementos que componen nuestro mundo y que ninguno ha de descuidarse: una buena política que haga converger las diferentes sensibilidades en torno al bien común; una economía humana que solucione las auténticas necesidades de las personas; una cultura que contribuya al auténtico desarrollo; unos estilos de vida sencilla y solidaria que tengan en cuenta la justicia intergeneracional; una espiritualidad y una educación que sostengan este compromiso transformador…

 

Releer esta Encíclica nos puede ayudar a cambiar, y a que algo cambie en el mundo, en esta nueva etapa a la que nos enfrentamos; sin duda es un hermoso «plan para resucitar». «Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante… Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea» (LS, 245).

Retomando el camino diocesano

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Al compartir hoy con vosotros esta breve reflexión dominical, después de la experiencia de la pandemia que hemos vivido y que nos sigue amenazando todavía con los brotes y secuelas persistentes, quiero hacerlo con una mirada hacia adelante. Ahora, que parece que se va viendo luz en el túnel, que aún con muchas cautelas estamos volviendo a la vida cotidiana, que nos vamos encontrando con los familiares y amigos, que en gran medida retorna la actividad a las calles, que nuestras celebraciones litúrgicas y actividades eclesiales van recobrando cierto ritmo…, creo que es un tiempo oportuno para que retomemos y prosigamos con paso nuevo, mirando hacia adelante, nuestro caminar diocesano.

 

El Papa Francisco hacía esta reflexión a los jóvenes en la Exhortación Apostólica Christus Vivit: «Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan y los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencidos, ni quedarse paralizados. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra barca y remar mar adentro con Él. Él cambia la perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no solo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él … Rema mar adentro» (n. 141). Bien podemos hacer nuestra esta reflexión.

 

Vivimos el momento de vuelta a la «nueva normalidad», que es la expresión al uso, pero tendríamos que hablar más bien de la vuelta a una cotidianidad que no sea como antes, sino que recoja sabiamente lo aprendido en el confinamiento y nos permita construir un «día de después» distinto, mejor. Es ahora cuando tendríamos que volver a lo habitual, a lo de siempre, de otra manera. El virus se ha llevado muchas cosas. ¿Qué es bueno recuperar y qué no? ¿Qué cosas tienen que cambiar? ¿Qué lecciones tenemos que aprender? Porque también esta situación ha hecho que aflorara lo mejor de nosotros mismos como personas y como cristianos y nos ha llevado a encontrarnos con las preguntas esenciales sobre la vida, sobre la muerte, sobre la humanidad, sobre Dios. Estoy convencido de que este periodo nos ha aportado personalmente momentos importantes para madurar en nuestra condición humana y creyente y para actuar en consecuencia, mirando hacia adelante, con la ayuda de Dios.

 

Pienso que nos ha preparado también para que «caminemos alegres con Jesús», retomando el caminar diocesano, en lo que se refiere especialmente a la Asamblea Diocesana. La crisis provocada por el coronavirus ha suspendido muchas de las actividades pastorales puestas en marcha en la Iglesia en Burgos. Con todo, la Asamblea Diocesana iniciada el pasado mes de septiembre ha continuado su andadura a través de la vía telemática y sin reuniones presenciales, aunque con las dificultades propias para avanzar con los ritmos previstos. ¿En qué punto estamos y cómo seguir avanzando?

 

Cuando llegó el confinamiento, los 300 grupos de la Asamblea estaban en pleno trabajo y envío de propuestas sobre el Cuaderno 1. Tras un proceso de reflexión ante la dificultad sobrevenida, implicando en él al Consejo Pastoral Diocesano, se llegó a tres conclusiones: Que la Asamblea debía continuar a pesar de las dificultades, viéndola incluso como una oportunidad para el discernimiento comunitario y para sentirnos Iglesia diocesana en la misión compartida. Que era necesario repensar y flexibilizar los plazos previstos, a fin de que los grupos con menos posibilidades de trabajar en estos meses no quedaran descolgados (y así, se ha concretado que los Cuadernos 1 y 2 se sigan trabajando hasta finales de septiembre y noviembre respectivamente). Y que no podíamos continuar, en medio de lo que estábamos viviendo, como si no hubiera pasado nada; por ello se introdujo un nuevo material, titulado «Lectura creyente en Asamblea del fenómeno de la pandemia», para que los grupos, en su primera reunión, compartieran la experiencia vivida desde la fe y aportaran propuestas pastorales al conjunto de la diócesis. En este punto estamos, esperando recoger en junio y julio estas aportaciones al hilo de la actualidad, de modo que en septiembre se siga la marcha habitual de la Asamblea.

 

Del Año Jubilar, al que me referiré más ampliamente en otro momento, también quiero deciros que se ha tenido que retrasar la fecha del comienzo; será en el último trimestre del año, haciéndola coincidir con el día de la Iglesia diocesana. En ese año de gracia nuestra Iglesia burgalesa conmemorará el VIII Centenario, celebrando el júbilo de la fe y de la misericordia del Señor, con la alegría de la renovación interior para vivir más decididamente el seguimiento de Jesús.

 

Que Santa María, Maestra en los caminos que conducen al Señor, y los apóstoles San Pedro y San Pablo, cuya fiesta celebraremos mañana, nos ayuden a retomar con nuevo impulso el caminar diocesano para dar respuesta desde el Evangelio a los desafíos de la realidad actual.

«Hacia un renovado Pentecostés»

por redaccion,

Pentecostés Espíritu Santo

 

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Al hilo del Año Litúrgico hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor. Después del tiempo pascual en el que hemos venido compartiendo la alegría y la esperanza de Jesús Resucitado, hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. La «Pascua granada», como la llamáis con acierto a nivel popular, que es fundamental para la vida de la Iglesia y de todos los creyentes. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor, que está junto al Padre, después de cumplir su misión en la tierra con su vida, palabra, pasión, muerte y resurrección. Padre e Hijo, que no quieren dejarnos solos ni huérfanos sino que nos regalan definitivamente su amor a través del Espíritu Santo prometido. Pentecostés es la fiesta que actualiza aquí y ahora ese don del Espíritu derramado en cada creyente, en la Iglesia y en el mundo entero.

 

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra con fuerza lo que fue Pentecostés para los primeros discípulos encerrados en el Cenáculo por miedo a los judíos (Hch 2,4). Quizá el marco de este relato nos resuene hoy más cercano, después de los meses en que también nosotros hemos estado confinados con nuestros miedos, con la esperanza y la fe puestas a veces a prueba, contemplando la enfermedad, la desolación y la muerte que nos han rodeado. Pues en aquel contexto sucede el primer Pentecostés de la historia y los apóstoles son transformados por el Espíritu, que cambió sus corazones y sus vidas; de vacilantes pasan a ser valientes, de temerosos y encerrados pasan a ser misioneros, y comienzan a anunciar sin miedo la experiencia del Señor resucitado a cuantos les escuchaban. Hoy, como entonces, Pentecostés se repite en la iglesia, y es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la palabra y la presencia de Jesús.

 

El Papa Francisco en una de sus recientes homilías, comentando la venida del Espíritu, dice: «Éste es el Espíritu Santo, que es el Don del amor de Dios que desciende al corazón del cristiano. Después de que Jesús murió y resucitó, su amor es dado a cuantos creen en Él y son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Espíritu mismo los guía, los ilumina, los fortalece, a fin de que cada uno pueda caminar en la vida, incluso a través de las adversidades y las dificultades, en las alegrías y en los dolores, permaneciendo en el camino de Jesús» (17 mayo 2020). Así pues, cada uno de nosotros, como bautizados, hemos recibido el don del Espíritu. Sabemos que «el amor de de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5); y que «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,7). La docilidad al Espíritu nos hará vivir desde un actual Pentecostés. Es lo que nuestra Iglesia en Burgos desea y pretende, particularmente en esta etapa, con la celebración de la Asamblea Diocesana. Sigamos intensificando la oración y estemos atentos a la voz del Espíritu. Que Él nos ilumine y venga sobre nosotros para hacernos verdaderos seguidores y testigos de Jesús.

 

Hoy se celebra también en la Iglesia española el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que este año tiene por lema «Hacia un renovado Pentecostés». Este día se organiza y se vive en continuidad con el reciente Congreso de Laicos, «Pueblo de Dios en salida», en el que se subrayó la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés. De manera especial, quiero haceros llegar en esta fiesta mi afecto, reconocimiento, apoyo y ánimo a todos los bautizados laicos de parroquias, asociaciones y movimientos, que estáis llamados a descubrir en la Iglesia y en la sociedad vuestra vocación laical y vuestra misión evangelizadora. Los Obispos de la «Comisión para los laicos, familia y vida», en el mensaje que en esta ocasión os envían, dicen que: «Sabremos que estamos caminando hacia un renovado Pentecostés si como Iglesia, Pueblo de Dios en salida, viviendo en comunión, nos ponemos manos a la obra en la misión evangelizadora desde el primer anuncio, creando una cultura del acompañamiento, fomentando la formación de los fieles laicos y haciéndonos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe». Yo encomiendo al Espíritu este ambicioso programa y os encomiendo a vosotros para que con su ayuda sigáis edificando la Iglesia en medio de nuestra sociedad.

 

Termino rezando, en unión con todos, la oración de la Asamblea diocesana: «Espíritu Santo, artífice de la creatividad misionera, muéstranos lo que deseas comunicar hoy a nuestra Iglesia Diocesana. Danos el gozo de compartir la fe, haznos vibrar con la cultura del diálogo y del encuentro, con la mística del ‘nosotros’. Asístenos con tu fuerza para iniciar procesos de nueva evangelización». Santa María, Madre de Jesús, que estabas con sus discípulos aquel día de Pentecostés, ruega por nosotros.

Día de África

por redaccion,

Día de África

 

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La Iglesia celebra este domingo la Ascensión del Señor. Jesús termina su misión en la tierra y comienza la nuestra, la de su Iglesia, ya que antes de partir nos encomienda que hagamos discípulos en nombre de Dios, que extendamos la Buena Noticia de su amor por toda la tierra. Y aunque desaparece de nuestra vista, seguirá actuando a través nuestro con la garantía de que nunca estaremos solos, pues siempre estará con nosotros.

 

A la luz de este encargo del Señor, advirtiendo que mañana, día 25 de mayo, se celebra el Día de África, quiero que volvamos hoy la mirada hacia este continente. A algunos de vosotros tal vez os sorprenda que en este periodo de dolor y de incertidumbre en el que nos vivimos inmersos, os invite a sentir como propia esta celebración del Día de África, que aparentemente nos resulta lejana y distante. No obstante, como ya os he dicho en alguna ocasión a lo largo de estas semanas, la experiencia de sufrimiento, cuando es vivida con sentido humano y cristiano, no nos clausura en nosotros mismos sino que nos abre a la solidaridad con las preocupaciones y la angustia de los demás, especialmente cuando son más vulnerables que nosotros mismos. Solo desde esta perspectiva el dolor nos purifica y nos transforma. Es la actitud que brota del camino que condujo a Jesús a través de la pasión y de la muerte hasta la gloria de la Resurrección. África es, por otra parte, uno de los continentes donde también entregan su vida, sirviendo al Evangelio en más de 20 países, misioneros burgaleses; un numeroso grupo de 70 misioneros: 44 mujeres y 26 hombres (sacerdotes, religiosos, religiosas, y seglares). Es una ocasión de unirnos a ellos con el sentido homenaje de nuestro recuerdo, agradecimiento y oración.

 

África «es un continente, como alguien lo ha definido, de enormes riquezas naturales y humanas, de la juventud y el futuro, de la dignidad que se hace fuerte ante la adversidad, donde el crecimiento económico no es sinónimo de bienestar para la mayoría; un continente que requiere un trabajo continuado y sostenible, que permita a sus habitantes, que luchan para sobrevivir, alcanzar niveles de vida dignos, como corresponde a su condición de seres humanos» (Manos Unidas). La suerte y el destino de los africanos no puede resultarnos indiferente. Sería caer en la globalización de la indiferencia, que tantas veces denuncia el Papa Francisco. A finales del año 2015, durante el regreso de un viaje a aquel continente, decía: «África ha sido explotada siempre por las otras potencias… Hay potencias que buscan solo coger las grandes riquezas de África. África es un martirio, un martirio de explotación a través de la historia». Como signo de solidaridad y de afecto, para hacerla presente en el corazón de la Iglesia, celebró por anticipado en Bangui, la capital de la República Centroafricana, la apertura del Año Santo de la Misericordia, convirtiéndola así en «la capital espiritual del mundo».

 

Nosotros como cristianos debemos sentirnos unidos a África y a los africanos. Sus aspiraciones a la justicia y a la paz deben ser apoyadas especialmente por los europeos, pues las decisiones de hoy serán la base de la relación futura entre los dos continentes. África tiene futuro porque casi la mitad de la población tiene menos de 18 años. Pero ese futuro está amenazado por guerras, hambrunas y pandemias frecuentes, aunque pocas veces aparecen en nuestros medios de comunicación. Los diez países más pobres del mundo se encuentran en África. Las nuevas generaciones tienen derecho a permanecer en su lugar de nacimiento para servir a sus países y construir un futuro mejor para todos. Para ello deben contar con nuestro apoyo.

 

Es de agradecer que la Unión Europea en abril ha comprometido fondos para afrontar la crisis humanitaria más urgente, pero debe dar un paso más allá. Nosotros, dentro de nuestras preocupaciones, no debemos caer en la fatiga de la solidaridad y de la generosidad, ni en la tentación de recortar la Ayuda al Desarrollo por parte de las instituciones y de la sociedad. La catolicidad de nuestra Iglesia exige de nosotros un corazón grande. El Papa Francisco, en su viaje, dijo al visitar un centro impulsado por un movimiento católico en un barrio marginal: «Este centro nos muestra que hubo quienes se detuvieron y sintieron compasión y no cedieron a la tentación de decir: «no hay nada que hacer»».

 

Por otra parte, la comunión eclesial, es decir, la experiencia de sentir como hermanos a los cristianos africanos, nos regala el gozo del crecimiento de esa Iglesia, rápido e incesante, que va incorporando nuevos miembros mediante procesos de evangelización y de catecumenado que pueden ser una lección y un estímulo para nosotros. Ponemos bajo la protección de la Virgen al Pueblo Africano y nos encomendamos a Ella. Nuestra Señora de África, ruega por nosotros.