Curando nuestro patrimonio
A casi ocho metros de altura y ubicada en la hornacina que normalmente ocupa una talla de la Asunción de María, Sara Tablada supervisa el trabajo de nueve alumnos de la universidad bilbaína de Leioa que cursan el grado de conservación y restauración de bienes culturales. Encaramados a un laberinto de andamios, los jóvenes se afanan en recuperar el retablo mayor de la iglesia de Hontoria de la Cantera, una obra barroca del siglo XVIII que ha acumulado polvo y se ha ennegrecido por el humo de las velas. «Hemos aspirado y ahora están asentando las policromías. Irán bajando por cuerpos y al final daremos barnices para proteger el retablo», explica la profesora. Además, los estudiantes recuperarán en el Taller Diocesano de Restauración, ya en la ciudad de Burgos, las tallas de la Virgen, san Miguel, san Pedro y san Pablo que aloja el monumento, junto a otros seis angelotes.
«Había muchísimo polvo; en algunas zonas hasta tres centímetros que hemos quitado a palazos y eliminado con rasqueta», explica Itxaso Ortega, que tras la experiencia vivida el año pasado restaurando un Cristo de Los Balbases «más grande que ella», este verano repite prácticas en la provincia de Burgos. «Es una maravilla, una pasada. Las prácticas me permiten estar con algo de verdad, con un retablo muy, muy grande, de mucha altura. Para la formación de cada uno es una cosa muy interesante» y diferente, comparado con los pequeños objetos que restauran en la facultad de Bellas Artes entre varios alumnos. «Esto impone mucho, exige mucho respeto».
Itxaso y sus otros ocho compañeros se alojan durante este verano en la residencia San Jerónimo. Tras desayunar en el Seminario, se desplazan en coches hasta Hontoria, donde trabajan durante todo el día entre disolventes, adhesivos, pinceles y algodones. Tienen hasta el 28 de julio para recuperar el conjunto y con el paso de los días, como explica su profesora, el miedo se va convirtiendo en rutina y a final de mes los jóvenes serán unos expertos restauradores del patrimonio cultural.
Estas prácticas permiten al Taller Diocesano de Restauración no sólo abaratar costes, sino que el trabajo de recuperación de bienes muebles siga siendo una realidad. Creado en 1984 como uno de los pioneros del país, a lo largo de estos 39 años ha permitido la recuperación de unos 400 retablos de los más de 5.000 con que se estima cuenta la archidiócesis. Su director desde entonces, Antonio García Ibeas, sostiene que la restauración del patrimonio es una prioridad, pues supone «conservar el legado de nuestros antepasados» y mantener con vida «las imágenes que tanto han venerado». «A la gente de nuestros pueblos les hace ilusión ver a su Virgen, a su san Juan o a su san Miguel bien cuidados, limpios y restaurados».
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Referente nacional
El Taller de Restauración nació por iniciativa del entonces arzobispo, don Teodoro Cardenal Fernández. El objetivo, recuperar los retablos que la archidiócesis había rescatado de pueblos abandonados o semi abandonados y que se expondrían en un museo ubicado en la iglesia de San Esteban. Tras las reticencias de los primeros años, poco a poco se fueron recuperando y exhibiendo los conjuntos con la aceptación de sus vecinos, convirtiéndose en un referente nacional.
García Ibeas recuerda la admiración de los vecinos de Abajas cuando vieron restaurado el retablo de su iglesia, del que ni los más ancianos del lugar recordaban haber visto nunca en su esplendor. Antes de que él y su equipo llegaran a la iglesia, «hacía más de 80 años que el retablo se había caído». Las hornacinas estaban dispersas por distintos lugares, algunos relieves colgados entre los muros del ábside y las tallas de madera, sobre la cajonera de la sacristía. El armazón se almacenaba debajo del coro, acumulando humedad. «Recuperar el retablo fue como hacer un auténtico puzzle», rememora. Sólo una mujer veterana fue capaz de reconocer su retablo de entre todos los expuestos en el Museo de San Esteban, gracias a un relieve que se asomaba en una esquina de su foto de bodas.
Servicio profesional
En 2005, el Taller se ubicó en la calle San Francisco y, desde 2012, las instalaciones se han cedido a la empresa Batea, que trabaja en la restauración de los bienes muebles de la archidiócesis. De esta manera, el Taller de Restauración rehabilita ahora monumentos por toda la geografía burgalesa. En cuanto a las obras de rehabilitación del patrimonio, éstas se centran principalmente en problemas de humedad o la invasión de la carcoma: «Hay que tener en cuenta que muchas iglesias apenas se abren diariamente, haciendo que sean insuficientes las corrientes de aire y el ambiente húmedo sea el caldo de cultivo propicio para la carcoma. Con una ventilación adecuada se evitarían muchos males», explica.
Otro de los problemas a los que están habituados en el Taller de Restauración es corregir los males ocasionados por gente que, de buena fe, ha querido cuidar de su patrimonio sin saber muy bien cómo hacerlo: «En muchos pueblos han querido limpiar las imágenes de sus santos usando elementos inadecuados, como el agua o sopletes de aire que han desgastado las policromías y eliminado los revestimientos de oro», lamenta. «Pero para eso también estamos nosotros, para asesorar y realizar tratamientos preventivos para evitar que se extienda la carcoma».
«Los retablos tienen función cultual, pero también cultural por el trabajo de tantas personas que han intervenido en ellos. Esa fue la razón prioritaria de la creación del Taller y del Museo del Retablo». A la hora de intervenir en este tipo de monumentos es necesario primero haber «cuidado la jaula», es decir, que la arquitectura del edificio esté libre de peligros, que no haya humedades y que muros, bóvedas y demás paramentos estén consolidados y libres de goteras. Lamenta que para la rehabilitación de inmuebles existan ayudas y que las destinadas a la restauración de los muebles sean más escasas. Aún así, aplaude el compromiso de parroquias, ayuntamientos, fundaciones y alguna que otra subvención: «Hay que hacerlo por nuestros antepasados y por la gente que nos sucederá en el futuro».
Evangelizar a través del arte
Hace una semana concluía la 75 edición de la Semana Española de Misionología en la ciudad de Burgos. Este año el tema escogido para reflexionar fue «Mujer y Misión», para lo que se contó con la presencia de mujeres y misioneras de todo el mundo. Y una de estas mujeres fue Patricia Trigo (@pati.te), joven ilustradora de Pamplona que impartió su conferencia sobre «La evangelización en la vida cotidiana en clave de mujer». La evangelización que ella realiza es en lo que Benedicto XVI definió como «el continente digital». «Ahí tenemos que estar también los cristianos, porque Dios está en todas partes. Está con el pobre más pobre por supuestísimo, y también con el pobre de espíritu que a lo mejor pasa muchas horas en Instagram, Facebook o YouTube», señala la ilustradora.
Su misión la tiene clara «llevar el mensaje del evangelio a todos aquellos que no lo tienen, no lo encuentran o lo conocen a medias», la forma de hacerlo, a través de sus ilustraciones: «intento que estén con mucha alegría, que representen mucho amor, que es lo que yo creo que más me ha movido a mí para volver a Cristo». Y la razón de fondo por la que se dedica a este proyecto, es la de una artista que «se ha encontrado con la belleza de la fe, de un mensaje lleno de amor del que me he ido enamorando más y he visto la necesidad de no dejármelo sólo para mi, sino que de esto se tiene que enterar todo el mundo».
Su perfil de Instagram cuenta ya con 145 mil seguidores. Esta joven conquista internet con sus dibujos sobre el amor y la ternura de Jesús y la Virgen María. Un ejemplo de cómo los jóvenes también aprovechan internet y sus posibilidades para trasladar un mensaje de esperanza sin fronteras ni barreras. «Cuando yo ilustro pienso que si esto me está ayudando tanto a mí tengo que llevarlo a los demás», y para poder llevar a cabo esta labor sin desviarse de la misión evangelizadora «tengo claramente de guía a la virgen María, ella se encarga de toda esta cuenta», explica Patricia.
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25 años trabajando por la dignidad de las mujeres
El pasado 15 de junio se celebraba la fiesta de Santa María Micaela, fundadora de las religiosas adoratrices del Santísimo Sacramento. Una congregación que trabaja sin descanso por restaurar la dignidad de las mujeres víctimas de la trata y de la explotación sexual y que cumplen 160 años de presencia en Burgos. Además, también se celebran este año el 25 aniversario de la puesta en marcha de su proyecto Betania en la ciudad, un programa de apoyo para las mujeres en exclusión, prostitución y víctimas de trata con fines de explotación.
En todo este tiempo han cambiado las cosas, antes se ponía el foco en las mujeres y ahora se trata de mirar a otros problemas, como las redes que hay detrás o los consumidores de prostitución. «La peor parte de este problema se la llevan las mujeres, pero hay otras partes implicadas y otros actores. Si hay mujeres es porque, de alguna manera, se permite, se consiente y porque hay una demanda», denuncia Consuelo Rojo, adoratriz y directora del Secretariado de Trata. Es una realidad muy «poliédrica», con muchas caras y «hay que mirarlas todas».
La prostitución ha ido variando a lo largo de los 160 años de historia en los que las adoratrices han estado presentes acompañando esta realidad en la ciudad de Burgos: «Hay escritos de hermanas que describen una situación muy dramática, donde las mujeres no eran nadie, eran expulsadas de la sociedad, situaciones de mucha violencia», explica Consuelo. Ahora, esa violencia física –aunque también existe– deja paso además, a la violencia «psicológica y social». Lo que deja entrever que, aunque la situación de la prostitución cambie, «el daño que genera a las mujeres no ha cambiado».
En cuanto a la legalidad o no de esta práctica, también ha habido variaciones, «hemos pasado por momentos donde se ha considerado que había que reglamentar la prostitución porque era un trabajo más, y otros donde se ha considerado que había que abolirla porque es una forma de violencia hacia las mujeres». Actualmente, todo parece indicar que es momento de la segunda opción, donde se considera que la prostitución es una forma más de violencia hacia las mujeres. Pero, a pesar de que a nivel social se esté viviendo este momento aparentemente «favorecedor», todo el debate que se genera alrededor –sobre todo político– «no favorece el acompañamiento a las mujeres». Para Consuelo, sigue tratándose de un «tema pendiente».
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El programa Betania, de las religiosas adoratrices, trata de apoyar a estas mujeres a través de dos métodos de actuación: el acompañamiento y los recursos residenciales. «El año pasado contactamos con más de mil mujeres» y la cara de la prostitución que se ve en este proyecto es de mucha vulnerabilidad, «a las mujeres se les hace mucho daño. No es un oficio sino una actividad que, en un momento determinado de sus vidas, está ahí por diferentes circunstancias», recalca Consuelo.
Mirando al presente y al futuro, lo que se ve es una realidad bastante compleja en la que, por un lado, existen más campañas que nunca a favor de la mujer, pero, por otro lado, también han aumentado las agresiones hacia ellas. «Estamos educando a las generaciones más jóvenes a través de la prostitución y la pornografía, diciéndoles que la sexualidad es violencia, humillación y vejación de unas personas que tienen el poder sobre otras», denuncia Consuelo.
La realidad de acompañamiento a todas estas mujeres es muy «del día a día». Se trata de un trabajo muy lento, que requiere mucha paciencia y para el que cuentan con un equipo multidisciplinar con psicóloga, trabajadoras sociales, etc. «Nosotras sembramos pero sabemos que ni siempre vamos a recoger, ni cuándo recogeremos los frutos», señala la adoratriz. Lo que sí tiene claro es que siempre estarán al lado de las mujeres, «algunas veces de forma silenciosa acompañando y dando la mano; otras gritando y denunciando la situación que viven», concluye Consuelo, que como último reclamo para la sociedad en general pide: «Mirar siempre a las mujeres como ciudadanas de pleno derecho. No son el despojo, ni lo que no queremos. Mirarlas con la dignidad de que son Hijas de Dios».
La vida contemplativa como respuesta a la búsqueda de paz y esperanza
Hoy, 4 de junio, se celebra el día de la solemnidad de la Santísima Trinidad, un misterio que solo puede llegar a comprenderse estando en una estrecha relación e intimidad con Dios. Por esa razón, la Iglesia invita este domingo, en la Jornada Pro Orantibus, a fomentar el conocimiento y la oración por todos aquellos religiosos dedicados a la vida consagrada contemplativa, es decir, por todas aquellas personas que interceden por la Iglesia y por el mundo cada día del año con su oración y con su trabajo dentro del silencio del claustro.
La labor y constancia de estas personas es lo que provoca que se pueda «generar esperanza», como reza el lema de la jornada de este año, en una sociedad cansada y entristecida. Por ello, la misión de los religiosos de vida contemplativa es fundamental, puesto que alientan la esperanza de todos aquellos que lo necesitan aun estando dentro de los muros de un monasterio. Sor María del Rocío del Espíritu Santo y sor María Bernarda de la Cruz son dos monjas cistercienses que viven en el monasterio de Santa María la Real de Villamayor de los Montes que, según cuentan, esta esperanza «la pueden retransmitir en fe».
«Nuestra vida contemplativa es una vida de oración, y en la oración el hilo conductor es la palabra de Dios, y cuando tú vives en sintonía con ella y desahogas en Él, no solo lo que te afecta a ti, sino también lo que le afecta a tus hermanos, lo único que recibes es consuelo», cuenta sor María del Rocío. En la realidad actual del mundo «no es difícil encontrar motivos para la tristeza y la desazón» cuentan los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, y es por eso por lo que vida contemplativa es vital para la Iglesia y para la sociedad, porque en ella residen la sencillez y la humildad de Dios.
Las hermanas trasladan que reciben visitas en el monasterio de mucha gente que, a pesar de ser agnósticos o no creyentes, son capaces de ver que en ese monasterio hay algo distinto: «Enseguida captan que no podemos estar aquí si no hay una motivación que es sobrenatural», cuentan. Sor Rocío bromea diciendo que la tienda del monasterio a veces parece «un confesionario», porque las personas les abren el corazón y les hablan de sus sufrimientos, de su búsqueda de la paz y de la necesidad de buscar un sentido a sus vidas, «sin hablar de Dios se te ponen a hablar de esa dimensión trascendente que también llevan ellos».
Por otra parte, sor María Bernarda de la Cruz cuenta que estando en su país natal, en Venezuela, sintió la necesidad de servir al Señor más de cerca y de «buscarlo en medio del silencio, de la soledad», por lo que decidió obedecer a sus catequistas y venir al monasterio de Burgos para comprobar si esa era su verdadera vocación. Esta experiencia provocó que en su corazón sintiese el verdadero amor de Dios, «cuando le veía en la cruz el Señor me decía: por ti estoy aquí, por ti he dado la vida», comenta la hermana; «ese deseo de ser santa todos los días, eso es lo que realmente me ha inspirado a seguir al Señor aquí».
Respecto a la vida monástica, las religiosas narran cómo desde por la mañana ya van entablando una intimidad con Dios por medio de la oración: «Nos levantamos de vigilia y a las 05:30 nos ponemos a rezar, somos como unos centinelas rezando». Tanto los trabajos que hacen en el obrador como en la hospedería del monasterio los realizan desde la oración y desde el silencio, tratando de meditar y tener una reflexión con Dios, así como ofreciéndolo por todas aquellas personas que no tienen trabajo. «A la hospedería vienen personas sedientas de Dios sin darse cuenta que necesitan ser escuchados».
Por último, en relación al futuro de la vida consagrada las monjas han contado que su labor es valiosa, pero que no se puede medir con parámetros o con efectividad, sino que son «levadura en la masa». Sor María del Rocío habla que su futuro es dar señales de humanidad cuando fuera se vayan evaporando, «volver a recuperar lo que es normal, como el cuidado a los mayores, el respeto de unos hacia otros, la dignidad de las personas».