«San José, modelo de paternidad y patrono del Seminario»

por redaccion,

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Esta semana, el día 19, celebramos la festividad de san José: el patrono de la Iglesia y del Seminario y, además, modelo de paternidad, esfuerzo, trabajo, nobleza, obediencia y esperanza.

 

San José, el «hombre justo» (Mt 1, 19), amó a Jesús con corazón de padre, asumió con entrega plena su progenitura legal y siempre estuvo dispuesto a hacer la voluntad de Dios.

 

Su corazón de esposo fue encomendado por el Padre para cuidar de la Virgen María y, así, convertirse en el custodio de la Sagrada Familia. Un corazón, en palabras del Papa san Juan Pablo II, que «aceptó la Verdad contenida en la Palabra del Dios Viviente».

 

Su mirada confiada, entregada y silenciosa recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. Merced a ese regalo, se convirtió en un padre devoto del Verbo encarnado, tomando el lugar en la tierra, incluso, de su Padre celestial.

 

Y sus manos de carpintero, siempre dispuestas a trabajar por el Reino y su justicia, crecieron tanto en méritos y en santificación que aventajó a todos los santos.

 

«José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes», decía san Pedro Crisólogo, porque escuchaba las palabras de Vida Eterna de su Hijo, siempre en silencio, y aprendía de su humildad, de su pobreza habitada y de su ternura. Era el «guardián del mismo Amor», como señalaba el Papa León XIII, a través del cual el Padre eterno «nos tenía destinado a ser sus hijos por medio de Jesucristo» (Ef 1, 5).

 

A menudo, cuando pienso en la infancia de Jesús, me imagino a José enseñándole el maravilloso arte de vivir como un niño, como un joven y, a la vez, como un hombre. Desde su casa en Nazaret hasta su vida pública, de manera callada, apacible e, incluso, desapercibida. Porque esa era su forma de actuar, de sentir y de ser para con todos los que se encontraba en su camino. Y, sin embargo, desde esa misión oculta, tiene un protagonismo esencial en la historia de la salvación. Tanto, que «entró en el servicio de toda la economía de la Encarnación», como dejó escrito san Juan Crisóstomo.

 

Quizá, es el momento de hacernos una pregunta importante: ¿No es este el modo sereno de amar de san José, el sendero que debemos transitar como cristianos? Él vio dar sus primeros pasos al Señor, escuchó pronunciar sus primeras palabras y fue testigo de sus primeras caricias, hacia él y hacia María, su madre. Le vio florecer «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2, 52) y, como obró el Señor con el pueblo de Israel, así él le enseñó a caminar, atrayéndole con lazos de cariño y de amor; lo tomaba en sus brazos y era para él como el padre que alza a un niño hasta su rostro y se inclina hacia él para cuidarlo. (cf. Os 11, 3-4).

 

San José, como María, supo expresar su particular fiat sin vacilar un solo instante. Y, como el Señor, también fue obediente hasta la muerte y aprendió sufriendo a obedecer (cf. Heb 5, 8). Es por ello el patrono del Seminario. Hoy rezamos de modo particular por los jóvenes que se preparan para ejercer el oficio de amor que es el sacerdocio ministerial. Y pidamos al Señor que suscite nuevas vocaciones para presidir, cuidar y servir al Pueblo de Dios por medio del ministerio sacerdotal.

 

Hoy, a las puertas de la celebración del santo patrono de la Iglesia y del Seminario y junto a la Virgen María, os invito a imitar sus virtudes, para que juntos lleguemos a alcanzar la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. Sin ruido, sin pretensiones que nublen la belleza del amor, para que nos guíe en el camino de la vida y nos enseñe, siguiendo su ejemplo, a ser valientes, entregados y custodios del Redentor.

 

Con gran afecto, pido al Señor que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Ministerios laicales al servicio del Pueblo de Dios»

por redaccion,

servidores del pan y la palabra lectorado acolitado

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Cristo, el Señor, para dirigir al pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo» (Lumen gentium, n. 18).

 

Estos días, en nuestra archidiócesis burgalesa, hemos tratado este tema tan importante de la ministerialidad y los ministerios en la Iglesia. Y puesto que la Iglesia, en sí misma y como Pueblo de Dios, es una realidad ministerial, considero esencial recordar las misiones de lector, acólito y catequista. Porque en el Cuerpo de Cristo –que es la Iglesia– «no todos los miembros tienen la misma función» (Rom 12, 4).

 

En la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, se nos dice que el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, «aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo» (n. 10). De este modo, señala que los bautizados «son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo», para que, por medio de toda obra «ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10)».

 

Hoy, cuando pienso en tantos laicos que hacen, de la Iglesia, un hogar de discípulos de Cristo, revivo su manera de ofrecerse como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom 12, 1), testimoniando el amor de Dios y donándose, de principio a fin, proporcionando razón de la esperanza de la vida eterna que hay en sus corazones (cf. 1 P 3, 15).

 

Los ministerios laicales al servicio de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y del anuncio y la transmisión de la fe suponen una oportunidad «preciosa» de «renovación pastoral», tal y como revela el documento Orientaciones sobre la institución de los ministerios de lector, acólito y catequista, elaborado por las Comisiones Episcopales para la Liturgia y para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española. Una oportunidad en clave de fe y acción pastoral que enriquece a la Iglesia y la hace más corresponsable y fecunda.

 

También nosotros hemos reflexionado sobre esta importante misión de los laicos, que nace de su propia vocación bautismal, y hemos elaborado orientaciones para que estos ministerios sean una realidad en nuestras parroquias y la progresiva constitución de unidades pastorales que supongan un nuevo impulso evangelizador de nuestras comunidades.

 

«La ministerialidad de la Iglesia no puede reducirse solo a los ministerios instituidos, sino que abarca un campo mucho más amplio», dijo el Papa Francisco el año pasado a los participantes en la Asamblea Plenaria del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida. En efecto, en Cristo todos hemos sido constituidos discípulos misioneros y servidores, de modo particular de los excluidos, empobrecidos y heridos de la vida.

 

Por ello, quisiera dirigirme, de manera particular, a cada uno de vosotros, edificadores de una Iglesia que jamás serviría de la misma manera si no fuera por vuestro servicio y por vuestra ilimitada compasión.

 

Queridos servidores del Verbo: cada uno de vosotros, como fieles que desean continuar la misión del Señor Resucitado, debéis llevar adelante la tarea que Cristo os ha encomendado, siendo fieles al mandato que el Espíritu Santo ha puesto en vuestro generoso corazón. Los ministerios, gracias a vosotros, son y serán un bien para la Iglesia, un don para el mundo y una esperanza que sana, consuela y acompaña.

 

Cada vez que leáis la Palabra de Dios y la voz del Espíritu resuene en la proclamación; cada vez que sirváis en la celebración eucarística; cada vez que anunciéis y sirváis a Cristo, siendo presencia viva y transmitiendo la fe a quienes anhelan escuchar la voz del Espíritu… Cada una de estas veces, sois la Palabra encarnada que se hace vida por medio de la palabra humana.

 

Hoy, pongo cada una de vuestras vidas en las manos maternales de la Virgen María, para que Ella os ayude a continuar con el mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28, 19-20). Nunca temáis por vuestros corazones de barro al postraros, cada día, a los pies de los demás; el Amor todo lo reconforta. Y recordad siempre lo que Él nos enseñó: «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos» (Mc 10, 43-44).

 

Gracias por la preciosa misión que cumplís al servicio del Pueblo de Dios.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Con el corazón en Hispanoamérica»

por redaccion,

«Con el corazón en Hispanoamerica»

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, con el lema Arriesgan su vida por el evangelio, celebramos el Día de Hispanoamérica. Esta jornada recuerda, cada año y de manera especial, a los sacerdotes españoles que han dejado atrás sus diócesis de origen para poner por entero su vocación de servicio y entrega en la Iglesia que peregrina en Iberoamérica. Asimismo, no podemos dejar en el olvido que esta jornada también rememora el trabajo incansable y regalado que tantos miembros de la vida consagrada y laicos llevan a cabo en distintas tierras de misión, en todas las partes del mundo.

 

Un día que no solo nos ayuda a la conversión del corazón, sino que, además, descubre y saca a la luz los lazos que nos unen a Hispanoamérica; una historia que nos une desde hace siglos y que se hace realidad merced a los lazos que estrechan el corazón de tantas familias y proyectos comunes que nos cobijan bajo la atenta mirada del Evangelio.

 

El lema de esta jornada «es una forma de afirmar la llamada que, como sacerdotes, hemos recibido por parte del Señor», destaca el cardenal Robert Prevost, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Asimismo, supone «vivir eucarísticamente al servicio de todos» y, en especial, «de los más pobres». Esta manera de «abrazar en serio el amor que encontramos en Jesucristo» exige ofrecérsela a todos «para la salvación del mundo».

 

Son muchos los misioneros españoles que entregan la vida por el evangelio en Iberoamérica. En la actualidad, hay 150 sacerdotes españoles de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), y 13 de ellos pertenecen a nuestra archidiócesis de Burgos. Un dato que habla, en cifras, de la inmensa labor de estos consagrados al Amor que viven por y para ser reflejo suyo, amando como Él ama y llevando su mensaje hasta los confines de la tierra.

 

El Papa Francisco, en Evangelii gaudium, muestra la senda que el Señor dispone para nuestras vidas: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (10). No hay otra manera de compartir la misión, pues si vivimos eternamente sedientos y en la orilla, sin mojarnos siquiera los pies, jamás podremos ser testigos del agua viva que desea bañarnos con su amor para hacernos samaritanos y enteramente suyos (cf. Jn 4, 5-42).

 

Esta sed que reúne al Señor con la mujer samaritana junto al pozo de Siquem, rompe todos los esquemas y normas establecidas, y nos anima a hacernos encontradizos de los hermanos que más nos necesitan.

 

Por ello, además de agradecer la inmensa labor de tantos sacerdotes, religiosos y laicos, deseo dar la bienvenida a aquellos hermanos que vienen de aquellos países para ser acogidos en nuestros hogares. Porque, merced a los dones que ellos ponen al servicio de nuestras parroquias y comunidades, se convierten en un don valioso para reavivar nuestra fe. La entrega de estos hermanos nuestros que también dan su vida por el evangelio, nos ayuda a revitalizar la nuestra. Solo tenemos que confiar y dejarnos modelar para que Dios haga su obra también en nosotros.

 

Ponemos este día de Hispanoamérica en las manos de María, Virgen y Madre de estos misioneros que, con su testimonio, hacen una llamada a la fraternidad y a la comunión eclesial que cruza los mares y aúna los continentes. Y le pedimos a Ella, quien se mantuvo –con una fe inquebrantable– junto a la Cruz hasta recibir el alegre consuelo de la Resurrección, que nos ayude a todos a predicar el Evangelio de la vida que vence al temor, la oscuridad y la muerte.

 

Vale la pena el esfuerzo de amarse y de amar el don de la belleza que no se apaga, que es Dios, manifestado en Cristo muerto y resucitado. Verdaderamente, «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 12-17).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«La Iglesia en la educación»

por redaccion,

fundación manjón y palencia burgos

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El Concilio Vaticano II «considera atentamente la importancia decisiva de la educación en la vida de la persona y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo» (Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana).

 

La labor educativa de la Iglesia a través de múltiples instituciones ha sido inmensa a lo largo de los siglos. Nuestra Iglesia burgalesa ha contribuido notablemente a esta tarea a través de colegios diocesanos, de entidades religiosas dedicadas a la educación y de iniciativas sociales católicas, dirigida de modo particular a las personas y familias más desfavorecidas, con un profundo y amplio compromiso social. Cómo no recordar al sacerdote natural de Sargentes de Lora, don Andrés Manjón, pionero en la educación y gran promotor de esta tarea más allá de nuestras fronteras, cuyo centenario de fallecimiento acabamos de celebrar.

 

Precisamente el pasado diecisiete de febrero celebramos en el Forum de la Evolución en Burgos el primer encuentro de los cinco colegios diocesanos, junto con el del Círculo Católico, que forman parte de la Fundación Manjón y Palencia. Allí testimoniamos el compromiso de caminar juntos y ayudarnos en la búsqueda de la excelencia sobre el surco de la mejor tradición y cultura educativa de la Iglesia.

 

Con el objetivo primordial de renovar la presencia y el compromiso de la Iglesia con la educación, se ha celebrado en Madrid el congreso ‘La Iglesia en la Educación. Presencia y Compromiso’. Ayer asistimos a la sesión final de este evento que ha reunido a una gran cantidad de personas de diferentes delegaciones diocesanas de educación y de instituciones educativas implicadas activamente en esta iniciativa que desea, sobre todo, promover la presencia de la Iglesia en los distintos ámbitos educativos.

 

Desde la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura se ha percibido la urgencia de que la Iglesia «continúe haciendo su aportación específica». Para ello, propusieron abrir un «proceso de encuentro y participación» que tuviese en cuenta todos los ámbitos en los que estamos presentes: colegios de ideario cristiano, profesorado de religión católica, profesorado cristiano, centros de educación especial, centros de formación profesional, universidades católicas y escuelas de magisterio, colegios mayores y residencias universitarias, educación no formal y su relación con la parroquia, la familia y la escuela.

 

El trabajo generado en cada uno de estos ámbitos ha puesto en común el camino recorrido para reconocer, de primera mano, los desafíos de la educación del siglo XXI. La Comisión Episcopal para la Educación y Cultura es consciente de la urgencia de «estar presente en este camino» y de «continuar un diálogo en el que la Iglesia pueda hacer su aportación específica a los retos y desafíos de la educación que se plantean a nuestras propias instituciones e iniciativas educativas en este momento particular».

 

La Iglesia está comprometida con la educación, porque tiene un papel esencial para el crecimiento y desarrollo armónico e integral del ser humano en todas sus dimensiones, también la trascendente, y con la capacidad de transformar la sociedad haciendo presente el Reino de Dios. Educar es un acto vocacional que ha de llevar al Amor, un sendero forjado con teselas de humanidad, que responda a los interrogantes que anidan en el corazón humano, que le abra al conocimiento de la Verdad y del Amor, y que rompa la cultura del individualismo para la edificación de una sociedad fraterna.

 

Educar va más allá de transmitir contenidos para superar una serie de pruebas y conseguir una determinada titulación. Así lo señaló el Papa Francisco durante su discurso en el Congreso Mundial Educar hoy y mañana: una pasión que se renueva, pronunciado en noviembre de 2015: «La educación formal se empobreció debido al positivismo. Solo conoce un tecnicismo intelectual y el lenguaje de la cabeza. Y por eso se empobreció». Asimismo, en dicho encuentro denunció la ruptura del pacto educativo entre la escuela, la familia, las instituciones y la sociedad que, sin duda alguna, «desestabiliza la educación».

 

Hoy también es una ocasión para agradecer a tantos profesionales que viven su vocación en la tarea educativa. Gracias por vuestro testimonio apasionado y entrega generosa a las jóvenes generaciones. Damos gracias a la Virgen María por este trabajo coral desempeñado entre todos; un espacio de colaboración que ha hecho visible la labor imprescindible de la Iglesia en la educación, su servicio a las personas, a las familias y a la sociedad, particularmente a los más desfavorecidos.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

por redaccion,

«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

La Cuaresma es volver a descubrir que «estamos hechos para el fuego que siempre arde, para Dios, para la eternidad del Cielo, no para el mundo». El Papa Francisco, desde esta mirada compasiva que pronunció un día como hoy hace cinco años, nos invita a reflexionar sobre todas las sendas que recorremos a diario en nuestra vida para encontrar el camino de vuelta a casa y nos recuerda que hoy es el momento de regresar a Dios.

 

Adentrados en este tiempo de espera, penitencia y perdón, el Espíritu vuelve a soplar su aliento sobre el barro de nuestras vidas para adentrarse en esos rincones donde más nos cuesta estar.

 

Con el Miércoles de Ceniza comienzan cuarenta días de limosna, oración y ayuno, como sendero de preparación para la Semana Santa. Un nuevo comienzo que nos llevará a un destino seguro: la Resurrección de Cristo, su indudable promesa y nuestra eterna victoria.

 

No es un tiempo para las renuncias sin sentido, sino para descender hasta las profundidades de nuestro interior, recorrer cada una de sus espinas, acogerlas y amarlas como Dios las ama. Solo así, podremos volver al Padre, salir a recorrer sus caminos y allanar sus sendas con la entrega generosa hacia quienes más nos necesitan.

 

La ceniza sobre nuestra cabeza simboliza el camino para volver al Señor, pero no de cualquier manera, porque Dios infunde su espíritu de vida sobre ese polvo enamorado que nos habita para hacernos libres, resucitados y alegres.

 

«Es tiempo de conversión y de libertad. Jesús mismo fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado». El Papa, en su mensaje para esta Cuaresma, nos invita a entrar en el desierto para resurgir con Cristo y renovar nuestra identidad cristiana. Asimismo, nos recuerda que «el desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud». En Cuaresma, insiste, «encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido».

 

Vivamos este tiempo penitencial y de gracia siendo conscientes de que tenemos un Padre que nos espera con el alma y los brazos totalmente abiertos. «Es tiempo de actuar», y «en Cuaresma actuar es también detenerse: detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido.

 

El amor a Dios y al prójimo es un único amor», señala el Papa, porque «delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud».

 

Durante esta Cuaresma, detengámonos en la carne del prójimo, cuidemos la dimensión contemplativa de la vida, abracemos el riesgo de darnos sin esperar nada a cambio, vayamos a lo esencial, ayunemos de lo superfluo, ahoguemos las vanidades, seamos plenamente humanos, avivemos las cenizas de nuestra fragilidad dormida y hagamos nuevas, de una vez y para siempre, todas las cosas (cf. Ap 21, 1-6).

 

Comencemos este tiempo de gracia de la mano de la Virgen María. Ella nos enseña a tomar el camino de la entrega (ese que llega hasta el corazón de Dios), hasta el encuentro con Cristo vivo. La limosna, la oración y el ayuno son el camino, pero la meta de este viaje es el encuentro con Cristo en el desierto: el lugar, como anuncia el profeta Oseas, del primer (cf. Os 2, 16-17) y definitivo amor.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos