Vigilia de «Espigas»

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Quintanilla del Agua – 15 junio 2013

El evangelio que acabamos de escuchar es una especie de drama en tres actos y con tres protagonistas. El primer acto tiene como protagonista a una mujer; el segundo, a un fariseo de buena posición que ha invitado a comer a Jesús; el tercero, que es el más importante y representa el desenlace, es el mismo Jesús. Detengámonos un poco en cada una de estas escenas y personajes.

La primera es una escena muda. No hay palabras, sino gestos silenciosos. Una mujer pecadora –probablemente una prostituta, pues «pecadora» era el nombre con que se llamaba a una mujer que ejercía la prostitución-, sabedora de que Jesús está en casa del fariseo Simón, viene a su casa con un frasco de perfume. Se echa a los pies de Jesús, se poner a llorar a lágrima viva y, luego, se desmelena los cabellos y con ellos se pone a limpiar los pies de Jesús y a ungirlos con el perfume. No osa tocar la cabeza, sino que se arroja a los pies.

La segunda escena sigue siendo muda. Porque Simón no habla con palabras que se oigan. Con todo, en su interior sí habla. Habla consigo mismo. Y lo que se dice es esto: Jesús no puede ser un profeta, porque si lo fuera, sabría qué tipo de mujer es la que le está tocando: «una prostituta». Simón hace dos juicios muy graves y muy equivocados. Juzga mal a aquella mujer, porque la considera incapaz de arrepentirse de la vida que ha llevado hasta entonces y comenzar una nueva vida. Juzga mal a Jesús, porque no le considera como profeta, siendo así que es el mayor de todos los profetas.

En este momento comienza la tercera escena y Jesús entra en ella como el gran protagonista. Jesús comienza diciendo al fariseo: «Simón, tengo algo que decirte». Quiere dar al anfitrión que le ha invitado la posibilidad de convencerse que sí es un profeta. De hecho, ha leído lo que pensaba en su corazón. A la vez, quiere que todos los demás comensales comprendan lo que va a decirle a la mujer. Para ello recurre a la parábola de un prestamista que tiene dos deudores. Uno le debe un puñado de dinero; el otro, una gran cantidad. Él, guiado por su benevolencia, les perdona la deuda a los dos. «¿Quién de los dos estará más agradecido y le amará más?», pregunta a Simón. Simón contesta rectamente, diciendo: «El que más ha sido perdonado».

Luego añade, mientras mira a la mujer: «Por esto te digo: se le perdonan sus muchos pecados, porque ha amado mucho». Luego le dice a ella: «Te son perdonados todos tus pecados». Jesús no minimiza en nada la situación de aquella mujer. No dice que no ha pasado nada y que no tiene importancia lo que ha hecho. Al contrario, proclama abiertamente que le son perdonados «sus pecados» y que estos son «muchos».

Pero no se siente molesto por ello. No la rechaza ni la expulsa. No la condena ni la juzga. La deja actuar ante todos los invitados y acepta los signos de su amor. Finalmente, la perdona sus muchos pecados. Su actuación no tiene nada que ver con la del fariseo y la de otros muchos como él. El fariseo sólo ve una pecadora y una culpable.

Jesús, con su modo de proceder y con la parábola del prestamista nos da a conocer a un Dios que perdona todo, por muchos y graves que sean nuestros pecados. El comportamiento de Jesús está de acuerdo con lo que Dios hace y es, a la vez, un singo poderoso de la bondad de Dios. Dios no deja al pecador que rumie su pecado o que se desespere. No. Dios le perdona, le da la posibilidad de rehacer su vida, de emprender un modo nuevo de comportarse, de gozarse con el perdón que ha recibido.

Queridos hermanos. Nosotros también necesitamos que Jesucristo tenga misericordia con nosotros, porque pecamos con mucha frecuencia; a veces, incluso con pecados graves. Si nos acercamos a él, como la mujer de la parábola de hoy, encontraremos la misma respuesta: «Tus pecados quedan perdonados». Como nos ha recordado en varias ocasiones el Papa Francisco. Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. ¡No nos cansemos!, ¡no dejemos a un lado el sacramento de la Penitencia, que es donde Jesús sigue perdonando nuestros pecados. Dicen los entendidos, que antes había pocos psicólogos, porque había muchos confesores y muchos penitentes. La gente iba al sacramento y salía curada de sus heridas y con la ilusión de emprender una vida nueva. Hoy nos hemos privado de este gran sacramento de curación y de sanación. Y, como la conciencia nos recrimina, perdemos la alegría y hasta caemos en complejos de culpabilidad. Volvamos nuevamente a Jesucristo, que no nos condena sino que nos perdona y estimula.

Por otra parte, a veces es indispensable hacerlo. ¿Por qué? Porque no se puede comulgar sin confesión previa, cuando hemos ofendido gravemente al Señor. No basta con que nos apetezca o que sean muchos los que se acercan. La Iglesia exige que los que se sienten reos de culpas graves no se acerquen a la comunión sin haber recibido antes la absolución sacramental. Esta noche de Espigas es una buena oportunidad para pensar cómo son nuestras comuniones, en qué condiciones nos acercamos a recibir sacramentalmente al Señor. En los primeros siglos de la Iglesia, un diácono decía inmediatamente antes de la comunión: «Lo santo para los santos. Que se acerquen los que estén limpios».

Pidamos hoy al Señor que nos dé una conciencia recta y delicada para comulgar bien. Pidámosle también que no tengamos nunca vergüenza de acercarnos al sacramento del perdón y de no cansarnos de suplicar su perdón y su misericordia.

Misionero Burgalés

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Cope – 9 junio 2013

En un museo de Roma se conserva una pintura muy sencilla y tosca pero de excepcional valor para la fe cristiana. En ese dibujo elemental se ve a un hombre rezando delante de un crucificado con cabeza de burro. Debajo tiene esta leyenda: «Alexameno adora a su Dios». El tal Alexameno era un cristiano que frecuentaba la Escuela de los pajes del Emperador. Para burlarse de él, sus compañeros de clase no cristianos hicieron esa «pintada», recogiendo una de tantas mofas que circulaban entre los gentiles. Cuando la vio el joven cristiano, lejos de amedrentarse, se adelantó y escribió debajo de la «pintada»: «Alexameno fiel». No sabemos la reacción que tuvieron los demás alumnos, pero es fácil imaginar que sintieron una profunda admiración hacia Alexameno y probablemente, más de uno se hizo cristiano como él. En cualquier caso, ¡la fe se había hecho misión! La fe de Alexameno en Jesucristo le había llevado a profesarla con santo orgullo y a difundirla.

Así es como se propagó la fe durante los primeros siglos de la vida de la Iglesia. Los apóstoles y sus sucesores, los obispos, tuvieron un papel relevante en su difusión. Pero si la fe llegó pronto a todos los estratos y ambientes sociales, se debió a que el esclavo cristiano anunciaba la fe a la señora pagana a la que servía, el hermano al hermano, el amigo al amigo, el filósofo a sus alumnos, el padre a sus hijos, el soldado al soldado, el zapatero a sus clientes. Ser cristiano y ser testigo de la fe con la palabra y la vida era lo normal. Por otra parte, los cristianos no tenían la sensación de ser héroes sino de actuar con coherencia, dando a conocer a los demás la fe que ellos habían recibido y con la que su vida había cambiado de sentido. Con frecuencia tuvieron que sufrir calumnias, burlas y persecuciones. Pero todo esto les parecía una insignificancia comparado con la alegría que les había traído la fe en Jesucristo.

«Al celebrar el Día del Misionero Burgalés, que este año lleva por lema «La fe se hace misión», el ejemplo de Alexameno y de los primeros cristianos cobra una especial actualidad e importancia. Porque hoy es imprescindible recuperar el ejemplo que ellos nos dieron, de modo que cada cristiano se convierta en un verdadero discípulo y apóstol que anuncie a Jesucristo en el medio ambiente en que se encuentra.

Recientemente nos lo ha recordado el Papa Francisco: «Aquellos cristianos tuvieron la fuerza, el coraje de anunciar a Jesús. Lo anunciaban con las palabras, pero también con su vida. Tenían sólo la fuerza del Bautismo. Y el Bautismo les daba este coraje apostólico» (Homilía 17 de abril de 2013). Y nos interpelaba: «¿Nosotros nos creemos que el Bautismo sea suficiente para evangelizar? Hemos recibido el Bautismo, nos hemos confirmado, hemos hecho la primera comunión. Pero ¿dónde está esta fuerza del Espíritu que nos lleva adelante? ¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras?». Las consecuencias de este proceder las explicaba así el Papa: «Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos. Pero cuando no lo hacemos, la Iglesia se convierte no en madre sino en niñera, que cuida para que el niño duerma. Es una Iglesia adormecida. Pensemos en la responsabilidad de nuestro bautismo».

El Día del Misionero Burgalés del año pasado esbozaba ya estas ideas. En el de este año las reafirmo con toda convicción y urgencia. Europa, de la que forma parte España y Burgos, se ha convertido en un inmenso espacio de misión, que reclama de nosotros la inaplazable tarea de anunciar con gozo y pasión la fe que profesamos. Son muchos, especialmente entre los jóvenes, los que no conocen quién es Jesús, qué ha hecho por ellos, qué mensaje les ha dejado, qué está esperando de ellos. Bastantes no lo conocieron nunca; otros, lo han olvidado. Unos y otros lo necesitan, porque Jesús es su único Salvador.

El Papa Francisco nos ha trazado ya la hoja de ruta. Con palabras sencillas pero exigentes, nos ha dicho que «toda la pastoral ha de estar realizada en clave misionera. Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma».

Si cada uno de nosotros se convierte en testigo de la fe, ésta volverá a dar vocaciones abundantes para el sacerdocio, para la vida consagrada, para el matrimonio y para ir hasta los confines de la tierra a predicar la gran Buena Nueva del amor que Dios nos ha demostrado y nos tiene en Jesucristo. ¡Recuperemos el gozo y la alegría de nuestra fe y seamos misioneros en nuestra familia, entre nuestros amigos y en nuestros ambientes! Nuestra fe se convertirá en misión. Será el mejor regalo que hagamos a nuestros hijos, hermanos y parientes misioneros. Desde aquí les felicitamos con nuestro afecto y nuestra oración y les deseamos frutos apostólicos abundantes.

Fiesta del Curpillos

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Monasterio de las Huelgas – 7 junio 2013

Un año más nos reunimos en este marco privilegiado de Las Huelgas para celebrar la tradicional fiesta del Curpillos. Lo hacemos coincidiendo con la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús y en unos momentos en que la crisis político-social-religiosa nos oprime con fuerza especial. Me gustaría detenerme, brevemente, en cada una de esas tres palabras, que, por cierto, comienzan con la misma letra: curpillos, corazón y crisis.

1. En primer lugar, hoy celebramos el Curpillos. Como todos sabemos, esta fiesta fue – desde sus orígenes– un doblaje de la del Corpus. Dado que las monjas no podían subir a la ciudad por la clausura, se pensó que la ciudad bajara hasta Las Huelgas. Al decir ciudad, me refiero a las autoridades eclesiásticas, civiles y militares y al pueblo cristiano. De modo que aquí se repetía lo que se había celebrado en la Ciudad. Se hacía también con toda solemnidad. Es bueno recordar esto, para que tomemos conciencia de que estamos celebrando no tanto una fiesta popular de tipo folklórico, sino una fiesta religiosa profundamente enraizada en el pueblo de Burgos. La fiesta de la profesión solemne de la presencia real de Jesucristo entre nosotros, gracias a la eucaristía.

Efectivamente, cuando dentro de unos minutos los concelebrantes pronunciemos las palabras consecratorias sobre el pan y el vino, el pan y el vino se convertirán en el mismo Jesucristo: «Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», es decir: «este soy Yo». No se hará presente un símbolo, una imagen, una fotografía. NO. Se hará presente el mismo Resucitado. No cabe milagro más grande ni don más precioso. Jesucristo mismo en Persona se hace presente entre nosotros. Nosotros repetimos con fe las palabras que santo Tomás incluyó en el himno Adoro Te devote, que compuso para la fiesta del Corpus: «Se engaña la vista, el gusto y el tacto y se cree firmemente lo que oye el oído. Creo lo que dijo el Hijo de Dios, nada hay más verdadero que la palabra del que es la misma verdad».

Los cristianos con fe no se han quedado indiferentes ante semejante prodigio y regalo, sino que han prorrumpido en un cántico de adoración y alabanza y han creado la fiesta que estamos celebrando. Toda la creación: la música, el canto, las flores, los signos, todo, se postra ante su Señor y le rinde honor y homenaje como a su Dios y Señor.

Hermanos: hagamos un acto de fe rendida y digamos con el mismo santo Tomás: «Te adoro devotamente, Dios escondido, que estás oculto en estas figuras, a ti se entrega mi corazón, porque se deshace de amor al contemplarte». Cuando, más tarde, llevemos al Señor por las calles y plazas del Compás, que la procesión sea una verdadera manifestación de fe: en silencio, con recogimiento y respeto, con los cantos que salgan de nuestro corazón.

2. En segundo lugar, celebramos el Corazón de Jesús. En realidad no se trata de un nuevo misterio sino de una nueva faceta del mismo misterio. Nos lo dice claramente el evangelista san Juan, cuando nos describe la lanzada que el soldado dio al corazón de Cristo muerto en la Cruz: «Al punto salió agua y sangre». El agua es el sacramento del Bautismo, la Sangre es el sacramento de la Eucaristía. La eucaristía es, por tanto, el don de la Cruz que Cristo nos hace para que nosotros –al tenerlo delante cuando la celebramos– podamos ser alcanzados por la fuerza de su amor y de su salvación. La Eucaristía brota del corazón de Jesús, muerto por nuestro amor.

Al hablar del corazón no nos referimos sólo al órgano físico de Jesús. Cuando nosotros decimos que alguien tiene un corazón de oro o, al contrario, un corazón de piedra, nos estamos refiriendo a la totalidad de la persona. Queremos decir, en el primer caso, que es una gran persona y en el segundo que es una persona fría y egoísta. Cuando nos referimos al corazón de Jesús, nos estamos refiriendo a la totalidad de su Persona, bajo el símbolo del amor. Es Jesús que nos muestra hasta qué punto nos ama y hasta qué punto le interesamos. Nos ama tanto, y le interesamos tanto, que ha dado su vida por nosotros, muriendo en la Cruz y, luego, resucitando y quedándose con nosotros en la Eucaristía.

Hermanos: amor con amor se paga, y nobleza obliga. ¿Cómo podemos quedar indiferentes ante tanto amor? ¿cómo podemos blasfemar contra el que ha dado la vida por nosotros? ¿cómo podemos no ir nunca a visitar al que se ha quedado para siempre entre nosotros en el sagrario de nuestras parroquias? Hermanos: propósitos, propósitos de cambio y de mejora.

3. Por último, el Curpillos de este año, además de coincidir con el Sagrado Corazón de Jesús, tiene lugar en el marco de la crisis que estamos padeciendo. Los medios de comunicación social nos están vendiendo una crisis de tipo económico y financiero. Ciertamente, estamos padeciendo una gran crisis económica y financiera. Pero ni es la única ni es la más importante. Además, la crisis económica y financiera no es la fuente, no es la causa, sino la consecuencia, el efecto de una crisis mucho más profunda y mucho más seria: es la crisis del hombre. Lo que ha entrado en crisis es el hombre. Es lógico que, si se envenena el agua de la fuente, el agua que llega al grifo de nuestras casas, esté también envenenada. Por eso, si queremos remediar de verdad el problema, no nos limitaremos a desinfectar el agua del grifo sino el de la fuente. Si queremos poner verdadero remedio a la crisis económica y financiera, hay que ir a la causa que las ha provocado. Y esa causa no es otra que el alejamiento de Dios y de la imagen que él ha dejado impresa en sus criaturas, especialmente en el hombre. El remedio es volver a Dios y recuperar su imagen en el hombre.

Hermanos: tomemos conciencia de la gravedad de las cosas. No podemos seguir matando a seres inocentes antes de nacer o cuando ya son inservibles; no podemos preocuparnos de mimar a los animales domésticos, mientras dejamos morir a las personas; no podemos tirar alimentos, mientras otros pasan hambre; no podemos permitir que haya sueldos multimillonarios mientras otros no tienen ni uno mínimo; no podemos imponer una legislación matrimonial sobre lo que no es matrimonio; no podemos decir que nada es verdad ni mentira, mientras imponemos las nuestras a los demás; en una palabra, no podemos vivir como si Dios no existiera y como si el hombre fuera una cosa o un número, en vez de una persona.

Hermanos: ser cristiano es la máxima dignidad que hay en este mundo; seguir a Jesucristo no tiene parangón con ningún otro discipulado. Pero hace falta que no echemos agua al vino, que no rebajemos las exigencias de la fe, que seamos la sal de la tierra y la luz del mundo: sal que impide la corrupción y luz que elimina la oscuridad y las tinieblas. Hagamos un mundo nuevo, un mundo más humano, más habitable, más digno del hombre.

No podremos lograrlo con nuestras propias fuerzas, tan limitadas y tornadizas. Pero contamos con el poder y la fuerza de Cristo en la Eucaristía. Vayamos cada domingo a su encuentro en la misa, para que con él seamos capaces de hacer lo que nosotros solos no podemos. Amén.

A la Cofradía de San Juan del Monte

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Parroquia de Santa María de Miranda de Ebro – 3 junio 2013

Hoy hace 50 años moría Juan XXIII. Era el día en que bajaban los sanjuaneros de la gruta de san Juan del Monte, después de haber celebrado la fiesta. Al enterarse de este acontecimiento, todos los sanjuaneros al unísono plegaron las pancartas y decidieron bajar en riguroso silencio. Fue un detalle muy hermoso, que se ganó el aplauso de los mirandeses y, de modo especial, del clero de Miranda. No era para menos, porque encerraba un profundo sentido humano y cristiano, y demostraba el cariño que los sanjuaneros y, más en general, la comunidad cristiana de Miranda profesaba a aquel Papa.

Hoy nos hemos reunido para celebrar el cincuenta aniversario de aquel acontecimiento. ¿Qué hemos de subrayar en esta celebración? Ante todo, el amor que todos hemos de profesar hacia el Papa, para seguir el ejemplo que nos dejaron aquellos sanjuaneros.

El Papa es el Vicario de Jesucristo en la tierra. Es el fundamento visible de la unidad de la Iglesia. El que recibió de Cristo el encargo de pastorear a sus ovejas y a sus corderos: fieles y demás pastores. «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos». Al Papa se le quiere no por sus cualidades y talentos, sino porque representa a Jesucristo en la Tierra. Querer al Papa es querer al mismo Jesucristo: «Il dolce Cristo in terra», de santa Catalina de Siena. Querer al Papa es: rezar por él, conocer sus enseñanzas, tratar de vivirlas y tratar de difundirlas.

Amor al concilio Vaticano II. Juan XXIII fue el Papa que convocó el Concilio, a pesar de que era muy mayor. No se detuvo en las dificultades ni inconvenientes. Fue, en cambio, sumamente dócil al Espíritu Santo. El Señor no le permitió terminarlo, pero le reservó el mérito de haberlo convocado, sin saber muy bien lo que implicaba; pero confiado en la acción del Espíritu Santo.

He dicho que Juan XXIII tiene el mérito de haberlo convocado. Se sabe que los Papas Pío XI y Pío XII prepararon su celebración, pero no lo convocaron. Juan XXIII recogió esa herencia y lo convocó al poco de ser elegido Papa.

He dicho también que sin saber del todo hacia dónde le llevaba la divina Providencia. Os cuenta una anécdota. Hubo que preparar el aula conciliar en san Pedro y, entre otras cosas, hubo que alquilar cuatro o cinco mil sillas. Aquel alquiler suponía bastante dinero; por lo cual, el secretario del Concilio, monseñor Felici, le dijo un día a Juan XXIII: «sería oportuno comprarlas, porque nos vamos a gastar un dineral». El Papa respondió, «no se preocupe, que terminamos en Navidad» (estaban en octubre de 1962). El Papa pensaba, por tanto, que el concilio duraría unos meses; en cambio, duró más de tres años: desde el 12 de octubre de 1962 hasta el 8 de diciembre de 1965.

Podemos pensar que Dios se sirvió de la docilidad y santidad de Juan XXIII para convocar el concilio Vaticano II. Este concilio ha sido tan importante que es la gracia más grande que Dios ha concedido a la Iglesia durante el siglo XX –según Juan Pablo II– y está destinado a guiar a la Iglesia durante todo el XXI. Benedicto XVI convocó el Año de la Fe para conmemorar los 50 años de su comienzo. El Papa Francisco lo ha ratificado.

¿Qué hacer para ello? Conocer el concilio; Para ello un medio excelente y el más adecuado para vosotros es conocer el Catecismo de la Iglesia Católica. Este podría ser el principal fruto de la celebración que nos ha convocado esta mañana.

Corpus Christi: gesto diocesano

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Cope – 2 junio 2013

El Papa Francisco ha dicho varias veces que la Iglesia no es una ONG. Una ONG se limita a prestar servicios, a poner remedio a las necesidades. La Iglesia también presta servicios y pone remedio a las necesidades materiales y espirituales, como lo demuestran todos los orfanatos, hospitales, escuelas, colegios, universidades, leproserías y los innumerables centros de Cáritas existentes a lo largo y ancho del mundo. Pero hace ‘otra cosa’. La Iglesia mira a las personas y sabe descubrir en ellas –con independencia del color de su piel, de su carné de identidad, de su lengua y de su religión– el rostro de Cristo. Y, cuando presta todos esos servicios y pone remedio a las necesidades, lo hace sirviendo y ayudando al mismo Cristo: «Lo que hicisteis con uno de estos, a Mí me lo hicisteis», dijo él mismo.

En una ocasión, una persona que acompañaba a la Madre Teresa en Calcuta, viendo el esmero con que ella cuidaba a aquellas personas destrozadas por la vida, le dijo: «Yo no haría esto por todo el dinero del mundo». Ella le contestó: «Ni yo tampoco». –Entonces, ¿por qué lo hace? Ella respondió sin vacilar: «Yo lo hago por Jesucristo. Yo cuido a Jesucristo en estos hermanos».

¿De dónde sacaba la madre Teresa la fuerza para salir un día y otro a dar la vida por aquellos pobres desgraciados, siendo, como era, poca cosa desde el punto de vista físico? Ella misma lo dijo en más de una ocasión: de las horas que pasaba delante del Santísimo Sacramento. Personas como ella son los ejemplos verdaderos que resuelven todas las dificultades que plantean quienes tienen una fe teórica o practican un ateísmo buenista. Ellas han logrado integrar la fe en la vida y la vida en la fe. Por eso, saben que sin la fuerza de la Eucaristía a lo más que llegarán es a un filantropismo de salón o de circunstancias; y que una Eucaristía que no practica el amor real al necesitado, es una Eucaristía esteticista y de salón.

En la carta que Benedicto XVI nos escribió para el Año de la Fe, nos decía: «Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que nos impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida». Los santos –como Teresa de Calcuta– nos dicen con la fuerza de su propia vida que es imposible reconocer a Cristo como ‘prójimo nuestro’ en el camino de nuestra vida, sin descubrirle en la Eucaristía y apoyarse en ella sin cesar. A la vez, que es imposible descubrir de verdad –sin engañarnos– a Cristo en la Eucaristía y luego no descubrirle en el camino de nuestra vida. Por eso, hoy, día del Corpus, sigue siendo el Día de la Eucaristía y de la Caridad. Hoy, por tanto, es el Día de la Eucaristía, rectamente entendida, y el Día de la Caridad, rectamente entendida. Porque cada una de ellas, si se entiende en su integridad, resultan inseparables.

Por eso, hoy procesionaremos la Eucaristía por las calles y plazas de nuestros pueblos, villas y ciudades. También por la de Burgos, que yo mismo presidiré. Pero hoy queremos comprometernos a llevar adelante el ‘gesto diocesano’ que ha impulsado Cáritas con motivo del Año de la Fe. Este gesto consiste en recaudar trescientos mil euros en tres años (100.000 x 3) para apoyar a seis equipos de Caritas Rural para el acompañamiento social. Se trata de promover una serie de iniciativas para que los equipos de Caritas del mundo rural puedan articular una acogida adecuada a las personas que se encuentran en riesgo de exclusión. Un apartado importante de esta acción será el de favorecer procesos de integración social de las personas en exclusión.

El Vaticano II ha recordado que la Iglesia saca de la Eucaristía toda su fuerza y todas las energías que necesita para hacer realidad un mundo realmente nuevo, donde los cristianos seamos capaces de crear un modo de vivir evangélico, con nuevas relaciones, nuevos espacios de convivencia en todos los niveles y nueva ayuda mutua.