Testigos de amor y perdón

por administrador,

Cope – 8 septiembre 2013

El martirio pertenece a la entraña misma de la fe cristiana. Mártir fue Jesucristo, mártires fueron los apóstoles, muchos obispos y no pocos papas de los primeros siglos, y mártires han sido, con mucha frecuencia, los primeros evangelizadores y evangelizados de los países donde se implantaba el cristianismo. Ha habido momentos de especial virulencia, como las persecuciones durante el Imperio romano. Pero el siglo XX se lleva la palma, como lo atestiguan la persecución hitleriana, y las soviética y china. La que tuvo lugar en España entre 1934 y 1939 no les queda a la zaga.

La Iglesia no busca intencionadamente el martirio. Más aún, desea que todos sus hijos puedan vivir en paz su fe y que ninguno sea represaliado por tratar de vivir como discípulo de Jesucristo. Sin embargo, cuando se encuentra ante la alternativa de conservar la vida o traicionar fe, la Iglesia no duda en aceptar la muerte, antes que ser infiel a su Fundador. No importan la edad ni las demás circunstancias. De hecho, en la persecución española antes citada, murieron sacerdotes y religiosos en plena juventud, otros en la madurez de su vida, otros cuando daban clase en un colegio de enseñanza o regían una diócesis como obispos.

La Iglesia exige dos condiciones indispensables para declarar que alguno de sus hijos es mártir: sufrir la muerte «por odio a la fe» y «morir perdonando», como Cristo perdonó en la Cruz a quienes le estaban matando. De tal modo que, cuando existe la más mínima duda sobre alguno de estos requisitos, la Iglesia no les incluye en su martirologio. La Iglesia que peregrina en España es una Iglesia de mártires, pues –como ha recordado la Conferencia Episcopal Española– «fueron muchos miles los que entonces ofrecieron ese testimonio supremo de fidelidad». Ahora, el domingo 13 de octubre próximo, beatificará solemnemente en Tarragona a más de quinientos.

Burgos es una tierra en la que la fe en Jesucristo está muy arraigada desde hace siglos. Eso explica, entre otras cosas, que haya sido un campo feraz de vocaciones sacerdotales y religiosas. No es de extrañar, por tanto, que cuente con abundantes mártires. Limitándonos a la beatificación de Tarragona, 68 religiosos burgaleses recibirán oficialmente la palma del martirio. Todos dieron su vida por Cristo fuera de nuestra geografía. Muchos en Levante, bastantes en Madrid, Cataluña y Aragón; y algunos otros en ésta o aquella provincia.

La diócesis, como tal, no ha seguido el proceso de beatificación de ninguno de ellos, pues lo han llevado a cabo sus respectivas familias religiosas. Sin embargo, como es lógico, la diócesis estará presente en la magna ceremonia de Tarragona. Y, como es lógico también, yo concelebraré junto con otros muchos obispos de España.

En vísperas de tan magno acontecimiento, invito a todos los cristianos burgaleses –y a los hombres y mujeres que quieran escucharme–, a pensar en estas palabras del Vaticano II: «La Iglesia siempre ha creído que los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están íntimamente unidos a nosotros en Cristo. Por eso, los venera con especial afecto e implora piadosamente la ayuda de su intercesión» (Constitución dogmática sobre la Iglesia, n. 50). Y estas otras de Benedicto XVI: «Es decisivo volver a recorrer la historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse entre santidad y pecado» (Porta fidei, n. 13).

A la luz de ambos testimonios no es difícil afirmar con verdad que «la beatificación del Año de la fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad» españolas, porque «vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón» (Conferencia Episcopal Española). Un amor y un perdón que tanto necesitan muchas personas de nuestra patria.

Beatificación de 522 mártires en el Año de la Fe

por administrador,

6 septiembre 2013

Antes de concluir el Año de la Fe van a ser beatificados en Tarragona, el 13 de octubre, 522 mártires de la persecución religiosa en España de los años treinta; de ellos 68 nacieron en nuestra Diócesis de Burgos. Esto nos hace admirar y agradecer el profundo sentido religioso que han vivido nuestras familias. Estos mártires burgaleses estaban consagrados por su profesión religiosa al servicio de Dios y del prójimo.

«Firmes y valientes testigos de la Fe» es el lema escogido para este acto. Su vida y su muerte tienen sentido porque saben que Jesús es el Viviente (cf. Ap 4,9). El martirio es el signo ante los hombres más generoso y auténtico de la Iglesia, compuesta por hombres frágiles y pecadores, pero, por la fuerza del Espíritu, dispuestos a dar testimonio del amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida.

No cedieron ante la posibilidad de adorar a «otros dioses» y negar al Dios verdadero. Con ello nos alientan a amar a Dios sobre todas las cosas conforme al primer mandamiento. Nos ayudan a no ceder a los ídolos de la sociedad actual, pues la idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos paganos, sino que es una constante tentación de la fe. Consiste en absolutizar y divinizar lo que no es Dios, lo que tiene sus reflejos en conductas intransigentes. «El testimonio de miles de mártires ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo» (73 Asam. E.E., 26.11.1999).

En la convocatoria del Año de la Fe escribía el Papa emérito, Benedicto XVI: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón a sus perseguidores» (Porta fidei, 14).

Cristo es el modelo de todo martirio, «el cual soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la derecha de Dios» (Heb 12,2). Poniendo la mirada en su muerte y en su resurrección, los mártires pudieron soportar la vejación y la muerte, llenos de esperanza. Tenían la certeza de que valía la pena entregar la vida por Él y por los valores del Evangelio a fin de recuperarla para siempre. Fácilmente asociamos la palabra mártir con los tres primeros siglos de la Iglesia, pero con razón el siglo XX ha venido a llamarse «el siglo de los mártires», ya que sólo en él se han dado más que en todo el conjunto de los siglos anteriores de cristianismo. Hablamos de «mártires del siglo XX en España» y no de mártires de la guerra civil, por ser ésta una expresión equívoca. Ellos no entraron en ninguna contienda, ni empuñaron arma alguna sino la de la fe y el perdón.

El mártir da la vida en nombre de Cristo, porque ama intensamente la vida. Su muerte no es fruto de un desprecio a este mundo o de una postura fanática. El primer derecho de la dignidad humana es el de la libertad de conciencia. El mártir asocia su sufrimiento con la Cruz salvadora y, así, completa «lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24), haciéndose oblación y ofrenda permanente. Vive a favor de la vida las mismas actitudes de Jesús. Se convierte, en su época, en prototipo de amor y reconciliación. Su proceder nos enseña cómo ser luz en las más densas circunstancias de tinieblas. En resumen, vive amando y muere perdonando. Con San Cipriano podemos decir: «Dichosa Iglesia nuestra… Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires» (Carta 10).

Peregrinación a Tarragona

Nuestra Diócesis en su primera sede de Auca (Villafranca Montes de Oca) estuvo unida a Tarragona como sufragánea, siguiendo su disciplina, la memoria de la tradición paulina y la de sus testigos en la fe: san Fructuoso y sus dos diáconos Augurio y Eulogio, martirizados en el año 259. A comienzos del siglo XXI, en la mayor ceremonia de beatificación de mártires de la historia, hay algo que nuevamente une a estas dos viejas iglesias. Tarragona aporta la causa más numerosa, mientras que Burgos la sigue en el número de mártires diseminados en toda la Península: concretamente, 69, nacidos en nuestra provincia (uno en el Condado de Treviño, y 68 en demarcación diocesana). Los lugares de procedencia son los siguientes:

• Arciprestazgo de AMAYA (18): Acedillo (2), Albacastro, Amaya, Los Balbases (2), Grijalba, Guadilla de Villamar, Las Hormazas, Salazar de Amaya, Sasamón, Susinos del Páramo, Los Valcárceres (2), Valtierra de Albacastro, Villamedianilla, Villandiego, Yudego.

• Arciprestazgo de ARLANZA (6): Castroceniza (2), Mahamud, Santibáñez de Esgueva, Torrecilla del Monte, Torrepadre.

• Arciprestazgo de BURGOS-VENA (1): Parroquia de San Lorenzo.

• Arciprestazgo de MEDINA DE POMAR (1): Quintana Martín Galíndez.

• Arciprestazgo de MERINDADES DE CASTILLA VIEJA (1): Arroyo de Valdivielso.

• Arciprestazgo de MIRANDA DE EBRO (2): Pancorbo (2).

• Arciprestazgo de OCA-TIRÓN (9): Briviesca, Miraveche, Monasterio de Rodilla, Quintanavides, Quintanilla San García (2), Reinoso de Bureba, Santa María del Invierno, Terrazos de Bureba.

• Arciprestazgo de SAN JUAN DE ORTEGA (17): Agés, Arlanzón, Cañizar de Argaño, Celada del Camino, Fresno de Rodilla, Mazueco de Lara (2), Mazuelo de Muñó (2), Palacios de Benaver, Rabé de las Calzadas, San Adrián de Juarros, Tardajos (2), Villarmentero, Villorejo, Vilviestre de Muñó.

• Arciprestazgo de SANTO DOMINGO DE GUZMÁN (1): Santa Cruz de la Salceda.

• Arciprestazgo de LA SIERRA (2): Cubillejo de Lara, Rupelo.

• Arciprestazgo de UBIERNA-ÚRBEL (10): Arcellares del Tozo, Fuencaliente de Lucio (2), Huérmeces, Mundilla de Vadelucio (2), La Nuez de Abajo, Páramo del Arroyo, Ros, Solanas de Valdelucio.

• Provincia de Burgos y DIÓCESIS DE VITORIA (1): Añastro.

Así pues, os animo a seguir esta celebración personalmente o por los medios de comunicación y, sobre todo, con una gozosa oración. De modo especial invito a aquellas parroquias donde nacieron estos religiosos mártires burgaleses, siendo para ellas un gran honor. El Centro Diocesano de Peregrinaciones, en la Casa de la Iglesia, se encarga de facilitar las acreditaciones para familiares, autoridades y paisanos de los mártires, informando a quien lo precise de la organización del evento.

Misa de acción de gracias el 20 de octubre

Invito a todos los burgaleses y, sobre todo, a sus familiares, autoridades y paisanos de sus pueblos y de la ciudad a la Misa de Acción de Gracias que, el domingo 20 de octubre, a las 18 horas, presidiré en nuestra catedral de Burgos. Es lógico que estemos alegres y agradecidos por esta glorificación por quienes supieron dar el supremo testimonio de amor a Cristo. A partir de la declaración oficial de su muerte por causa de la fe, sus nombre quedan inscritos en el martirologio de la Iglesia para siempre, serán objeto de veneración y culto, especialmente donde vivieron y murieron y, también, en la tierra que les vio nacer. Es un gozo pensar en aquellas familias y pueblos dispersos en la Provincia en los que recibieron su formación cristiana, esa fe que profesaron con sus labios y rubricaron con sus vidas sin avergonzarse del testimonio del Señor (cf. 2 Tim 1,8).

Esta celebración es como la cima del Año de la Fe. Su recuerdo y actualización por medio de la Eucaristía nos ayuda a la coherencia de nuestras convicciones y vida para hacernos semilla de Nueva Evangelización. Los mártires son para nosotros ejemplo de fortaleza. Su beatificación encuentra pleno significado en quienes no ponen la lámpara debajo del celemín, sino que desean que alumbre a los de la casa (cf. Mt 5,15).

Una beatificación de mártires no va contra nadie, sino a favor de todos como modelos de amor. La muerte violenta no es la que hace a uno mártir, sino su motivación; es decir, haber amado a Cristo y al prójimo hasta las últimas consecuencias. San Juan nos dice: «Amar a Dios significa guardar sus preceptos. Sus preceptos no son pesados, porque todo el engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Jn 5,3-5). El mensaje profético del martirio no es otro sino el del perdón, la reconciliación y la paz.

Frutos a alcanzar

«Es cosa preciosa a los ojos de Yahvé la muerte de sus piadosos» (Sal 116,15). La condición de la mayoría de los mártires que van a ser beatificados es la de ser religiosos dedicados a la enseñanza, trabajos asistenciales o, también, pastores en la Iglesia. Entre sus rasgos comunes destacan el ser personas de fe y oración, con una vida centrada en la Eucaristía y gran devoción a la Virgen María (cf. Mens. Conf. E.E., 19.4.2013).

Pronto podremos pedir públicamente la intercesión de estos 522 mártires. Deseo que con su ayuda nuestra Diócesis de Burgos siga acogiendo el don de la redención de Jesucristo para que sea semilla de convivencia y progreso. Pido, entre otros frutos, que la celebración de la Beatificación en Tarragona y la Eucaristía de Acción de Gracias en Burgos reaviven nuestro deseo de anunciar el Evangelio, de profundizar en la acción catequética, de fortalecer la unidad de las familias, de ilusionar a los jóvenes en el seguimiento a Cristo, de apreciar la fuerza renovadora de los Sacramentos.

Para la siguiente beatificación, contando con la disposición final de la Santa Sede, nos queda ya en puertas la del Siervo de Dios don Valentín Palencia, fundador del Patronato de San José para atención de niños pobres, y los cuatro jóvenes que quisieron acompañarlo en vida y en muerte, Donato Rodríguez, Germán García, Zacarías Cuesta y Emilio Huidobro. Causa promovida directamente por nuestra Diócesis por ser modelo de sacerdote admirablemente desprendido, de dedicación a la juventud necesitada y buen pedagogo. Esta Causa cuenta ya, desde el 11 de abril de este año, con el voto favorable por unanimidad de los nueve peritos teólogos y la inmediata del Promotor de la Fe.

En momentos difíciles e inseguros para las nuevas generaciones miremos la estela de generosidad que nos han dejado estos testigos de la fe. Que Santa María la Mayor, la reina de los mártires, nos acompañe para que correspondamos sin vacilar al amor de su Hijo.

Pequeñas cosas que pueden resultar grandes

por administrador,

Cope – 1 septiembre 2013

Sarah es una chica coreana. Nació en una familia que no practicaba ninguna religión. Cuando tenía unos pocos años, comenzó a ir al patio de una iglesia a jugar con otras niñas de su edad. Un día se acercó el sacerdote y le preguntó si le gustaría aprender una oración. Contestó que sí y el sacerdote le dio el Padre Nuestro escrito en un papel. Pocos días después, el mismo sacerdote le preguntó si le había gustado la oración y, al contestarle que «mucho», le dijo si quería que le enseñara otra. La respuesta fue afirmativa y le entregó por escrito el Avemaría. Por tercera vez volvió a repetirse la escena. Pero en este caso, el sacerdote la invitó a rezar con él cincuenta veces el Avemaría, intercalando un Padre Nuestro. Así es como Sarah, siendo pagana, como sus padres, comenzó a conocer la fe cristiana y, sin saberlo, su primer rosario.

Pero aquel día fue el último en que vio al sacerdote, porque éste fue trasladado de ciudad. Pasaron veinte años y un día, de modo completamente insospechado, se encontraron mientras visitaba un santuario mariano. Sarah pudo contarle que la semilla de las pequeñas oraciones había producido un fruto insospechado, pues gracias a ellas se había hecho cristiana y había recibido el Bautismo. Más aún, su conversión trajo consigo la de sus padres. ¡El grano de mostaza se había hecho árbol frondoso!

El Papa Francisco ha contado que su abuela influyó mucho en su educación religiosa, haciendo las pequeñas cosas que hacían las buenas abuelas del norte de Italia en aquellos momentos. Él mismo ha relatado que esa abuela no dejaba de llevarle a ver la procesión del Santo Entierro y de explicarle, con sencillez pero con hondura, la muerte de Cristo.

En una ciudad del norte de España vive actualmente un matrimonio con varios hijos, entre tres y diez y seis años. Como trabajan fuera de casa el marido y la mujer, cada día tienen que hacer un ejercicio de ingenio para traer y llevar a sus hijos al colegio. Al no poder verse durante el día, aprovechan el tiempo de la tarde-noche para hablar y rezar juntos. Unos días, después de cenar uno de los hijos lee el evangelio del día y entre todos lo comentan. En otras ocasiones, los padres rezan el rosario e invitan a los hijos a rezarlo con ellos de modo voluntario. No es raro que los hijos se unan al rezo de sus padres, en cuyo supuesto ellos les enseñan a poner peticiones en los misterios y hacerlo así más atractivo. A nadie se le escapa lo que estas cosas van a significar en la fe de estos hijos.

Se me han ocurrido estos ejemplos al hilo del nuevo mes que hoy comienza, mes que trae consigo la vuelta a la vida ordinaria, que, en el caso de los padres con hijos pequeños, supone la vuelta al colegio. Hay muchos padres que no se olvidan de inscribirles en la Catequesis parroquial y acompañarles los domingos a misa. Me gustaría que el número de estos padres fuera cada vez mayor y considerasen como la mejor inversión para sus hijos o nietos, transmitirles la fe cristiana rezando antes de las comidas, cuando les acuestan o levantan, en los momentos de dificultades especiales o de alegrías también especiales y, de modo muy especial, yendo con ellos a la misa del domingo.

Más aún, quiero invitar a las mamás y a los papás a que se presenten a los sacerdotes de la parroquia y se ofrezcan como catequistas. No hay que preocuparse de no estar bien preparados. Eso se arregla sin demasiada dificultad. Lo más importante es tener ganas de educar la fe de quienes tienen la edad de sus hijos. En alguna ocasión me han contado los misioneros el papel decisivo que allí han jugado los catequistas. Cuando nos ponemos al servicio de Dios, Dios siempre nos gana en generosidad. ¿Por qué no pensar que el caso de Sarah puede repetirse y, de hecho, se repite?