El arzobispo confía a laicos y mujeres puestos de responsabilidad diocesanos

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El pasado lunes, 2 de diciembre, el arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, completaba los nuevos nombramientos de diversos departamentos pertenecientes a la vicaría de pastoral socio caritativa de la diócesis. Los nombramientos son:

  • Jorge Simón Rodríguez, de 54 años, laico y padre de familia, con cuatro hijos, como nuevo director de Cáritas diocesana de Burgos.
  • Rosalina Vicente Giménez, de 29 años, laica y madre de familia, con dos hijos, de etnia gitana y militante de Acción Católica, como directora del recuperado departamento de pastoral gitana.
  • Fermín Ángel González López, de 58 años, sacerdote, como consiliario del departamento de pastoral gitana.
  • Felipa Pozo Ramos, de 65 años, hija de la Caridad y enfermera de profesión, como delegada diocesana de pastoral de la salud.
  • Ezequiel Rodríguez Miguel, de 59 años, sacerdote y actual capellán del hospital de Santiago de Miranda de Ebro, como consiliario de la delegación diocesana de pastoral de la salud.

Con estos nuevos nombramientos, el arzobispo de Burgos sigue la línea marcada por el papa Francisco de llevar el evangelio a las“periferias” de nuestra sociedad burgalesa, como los empobrecidos, los excluidos socialmente por su raza o condición social, los enfermos y los ancianos. Además, es de destacar la elección de dos mujeres al frente de estos puestos de responsabilidad a nivel diocesano, tal como ha dejado intuir en más de una ocasión el Santo Padre.

Es de reseñar, también, la elección de laicos para llevar la dirección de estos organismos diocesanos. Laicos que se suman a los que ya ocupan puestos de responsabilidad en la diócesis como el matrimonio compuesto por Vivencio Millán y María Antonia Díez –al frente de la delegación diocesana de familia y vida– y Manuela García –delegada diocesana de enseñanza–.

El Papa publica su programa pastoral

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Cope – 1 diciembre 2013

«Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de intentarlo cada día sin descanso […] Este es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame, Señor, y acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Estas palabras son la clave de lectura de un largo documento que el Papa Francisco hizo público el martes pasado, con el título «La alegría del Evangelio», en el cual traza las líneas maestras del ambicioso programa pastoral que propone llevar a cabo en su Pontificado. Programa que no es otro que una profunda renovación eclesial.

El Papa no piensa, en primer lugar, en las estructuras. Ciertamente habla de ellas y sin que le tiemble la mano, pues llega a decir que hay que renovar el mismo Pontificado, no en el sentido de cambiar la doctrina, pero sí en el modo de ejercerlo. Habla también de la renovación de las Conferencias episcopales, de las diócesis y de las parroquias. Pero está convencido de que «la propuesta cristiana no envejece»; porque «Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los cuales podemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina».

Con esta lógica, el Papa puede decir que «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio –postulado esencial de toda reforma que merezca ese nombre, añado yo– brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual». La verdadera reforma que la Iglesia necesita, y a la cual el Papa nos convoca, es una reforma que tiene como punto de referencia a Jesucristo. Como repitió Benedicto XVI en más de una ocasión, «los santos son los grandes reformadores».

En esta línea se explica que los destinatarios de la reforma a la que Francisco nos convoca seamos todos los bautizados: desde el Papa al más humilde de los servidores del Evangelio. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide. Pero todos somos invitados a salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio».

En efecto, es imposible encontrarse con Jesucristo, renovarse y renovar las estructuras eclesiales sin anunciar el Evangelio con decisión y con alegría, con entusiasmo. Es vital que «hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie». Por eso, el Papa no duda en afirmar: «Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están».

El Papa pone especial énfasis en esta necesidad de dar pasos audaces y realmente renovadores. «La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta línea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadoras de las propias comunidades».

Se entiende que el Papa pueda abrirnos su corazón y darnos a conocer dónde lo tiene puesto: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en el sentido de que se vuelvan más misioneras». El horizonte no puede ser más apasionante. Hagamos del sueño una realidad.

Domingo I de Adviento

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Misa retransmitida por Radio María desde la catedral – 1 diciembre 2013

Con esta Eucaristía del primer domingo de adviento nos dispone al encuentro con Cristo. La liturgia celebra año tras año todo el ciclo del misterio de Cristo pero nuestra vida no vuelve atrás, nuestra vida es todo un caminar hacia el encuentro de Cristo. Él viene y nos encontrará si nosotros estamos dispuestos a acogerle. Él viene como don pero no será don para aquellos que no le acogerán: «vino a los suyos, nos recuerda el Evangelio de Juan, pero tantos de ellos no lo recibieron». Estamos en un ambiente que va concluyendo el año, se acortan los días, hace frío, hay dificultades, complicaciones, parece negativo, final de año.

Más pesimista es el clima que se respira en el ambiente. Todo el mundo habla de la crisis económica y tantísimos sufren en sus propias carnes sus consecuencias. Los ancianos se ven como una carga. Los niños que llaman a la puerta para nacer son fácilmente eliminados si vienen con alguna deficiencia. Eliminados antes o después de nacer. Una ola de pesimismo lo envuelve todo: las conversaciones, los medios de comunicación social, las tertulias radiofónicas y televisivas. Los mismos hechos de la excarcelación de los terroristas y delincuentes inquieta y hace sufrir especialmente a los que han sido víctimas de sus crímenes.

Sin embargo, el clima que nos ofrece la liturgia de hoy es completamente distinto: comienza el año nuevo de la Iglesia, comienza el adviento, disponiendo nuestro corazón al encuentro con Cristo. Se acerca la Navidad y, con ella, el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Todo nos habla, por tanto, de futuro, de horizontes optimistas, de triunfo y de victoria.

Ante este contraste, cabe preguntarnos si el mensaje de la liturgia no será un mensaje ingenuo, superficial, sin los pies en la tierra, que desconoce la realidad. Las lecturas que hemos proclamado nos dicen que no es ingenuo, que la liturgia está en lo cierto, que su optimismo no es fruto de la superficialidad o de la falta de realismo sino que brota de su fe y de sus convicciones.

La liturgia y la Iglesia parten de una gran convicción: este mundo tiene salvación, tiene remedio, el bien triunfará sobre el mal, las espadas se convertirán en arados y las lanzas en podaderas… porque no es la fatalidad y el destino quienes la rigen. El protagonista (de la historia) es Dios. Él está presente en medio de nosotros con su Palabra, con sus sacramentos, con sus santos, con sus inspiraciones, con su ayuda. La coexistencia del trigo con la cizaña puede desconcertarnos y hacer que no percibamos esta acción de Dios. Pero Dios está en medio de nosotros. Y, al final, hará que el bien se imponga al mal.

Pero él cuenta con nosotros. Nosotros no podemos desentendernos; no nos encontraremos con Cristo sin hacer nosotros nada por encontrarle. También nosotros hemos escuchado y nos desentendemos como se desentendieron los hombres del tiempo de Noé, o algunos de los primeros cristianos que no fueron fieles y se entregaron a las borracheras, desenfrenos y pasiones. Es la posibilidad de cada uno de nosotros. Al contrario hemos de estar vigilantes, en una vigilancia amorosa por la llegada de Cristo; no dormidos, dedicados a hacer triunfar el bien sobre el mal. Porque no da todo lo mismo. Al final del mundo, unos serán acogidos en la gloria del Padre y otros desechados, porque no quisieron acoger la salvación misericordiosa que se les acercaba y ofrecía acogiendo al Señor ya en la tierra.

Una pregunta pues y una llamada: ¿estamos dormidos o despiertos?, ¿estamos zambullidos en el pecado o dedicados a hacer el bien? Y la llamada: Jesús nos da una nueva oportunidad: él viene de nuevo para ser nuestro Salvador. No dudemos en abrirle la puerta de nuestro corazón de par en par.

Ahora una palabra sobre la corona de adviento que tenéis delante del altar. El color es verde, en señal de esperanza: esperamos a Cristo Salvador, que vendrá pronto en Navidad y un día, al final de los tiempos, para llevarnos con él. La forma (de esta corona): es redonda. Simboliza la eternidad. Dios, desde siempre, decidió hacernos hijos suyos en Jesucristo. Finalmente, las cuatro velas, corresponden a cada una de las semanas de adviento.

Cada semana iremos prendiendo una, manifestando que el adviento avanza. Hoy hemos prendido la morada, como señal de Penitencia, de austeridad, de dejar lo que no construye para estar disponibles al encuentro con el Señor. El Adviento nos reclama que dispongamos nuestra alma, con la conversión y la penitencia, para acoger al Mesías Redentor.

María es el mejor camino para encontrarnos con Cristo Jesús. Ha sido ella el camino que Dios ha elegido para enviarnos al Salvador. María ruega por nosotros pecadores ahora, en el tiempo de este adviento que nos prepara para el encuentro definitivo con Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.