Los capellanes del hospital, al servicio espiritual de los enfermos

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capellán hospital 2

Juan Manuel Valderrama es uno de los capellanes del hospital.

Que suene el teléfono a media noche pocas veces es por una buena noticia. Por si acaso, el teléfono de urgencias de los capellanes del nuevo hostpital de Burgos está siempre encendido. La urgencia nocturna  más habitual que suele atender un capellán en el hospital es la de administrar la unción de enfermos a aquellos pacientes cuyo cuadro clínico es grave o ha empeorado. “También puede llegar a urgencias una persona en estado grave y fallecer, sin que haya sido posible administrarle el sacramento; en estos caso los capellanes solemos realizar una oración junto con la familia”, explica Juan Manuel Valderrama, uno de los capellanes del Hospital Universitario de Burgos.

 

A los pacientes de este moderno y mastodóntico hospital no les falta quien atienda sus necesidades espirituales (siempre y cuando ellos o sus familiares quieran), ya que cuenta con tres capellanes que se turnan y realizan guardias para que nunca falte su presencia ni su atención.

 

Juan Manuel lleva dos años como capellán, exactamente los  mismos que lleva en funcionamiento el hospital. Algunos siguen sin entender cuál es la función que estos sacerdotes vestidos con bata de médico realizan allí, pero su trabajo no es baladí. “Celebramos la misa a las 10 de la mañana y a las 6 de la tarde los días laborables, y a las 12 del mediodía los domingos. Aparte, llevamos la comunión a los enfermos que lo solicitan y visitamos las habitaciones para llevarles esperanza y estar con ellos si necesitan nuestro acompañamiento. Y no nos olvidamos de los casos más graves y que están internados en la UCI, a quienes visitamos para interesarnos por su estado”.

 

Una muestra de cómo la diócesis acompaña también el dolor y el sufrimiento.

“Estuve enfermo y me visitasteis”

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2015 05 10 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

Hoy celebramos la Pascua del Enfermo. Con ella concluimos un camino que comenzó el pasado 11 de febrero, Jornada Mundial del enfermo. Estamos, por tanto, ante una hermosa realidad. Porque los enfermos son los más pobres entre los pobres y, por ello, los preferidos de Jesucristo.

Gracias a Dios es inmensa la labor que los poderes públicos, los profesionales de la sanidad, los voluntarios, las órdenes religiosas especializadas, los familiares y tantas buenas personas realizan a favor de los enfermos. Entre todos ellos, merece una mención especial la de quienes están al lado de enfermos que necesitan una asistencia permanente y una ayuda continua para lavarse, vestirse, alimentarse. Sobre todo, cuando esto se prolonga durante mucho tiempo. Porque es fácil servir algunos días o algunas horas. Pero cuidar a los enfermos durante meses e incluso durante años entraña una gran dificultad. Más aún, en muchos casos una verdadera heroicidad. Desde aquí quiero agradecer a estas personas, especialmente si son creyentes, su valiosísima atención a los familiares enfermos. El Señor se lo pagará como él sabe hacerlo.

El testimonio de estas personas tiene que ser un estímulo para todos los demás. Es verdad que no podremos hacer con los enfermos lo que hacen ellas. Pero todos podemos –y debemos- hacer algo por los enfermos. En primer lugar, podemos abrir más los ojos del alma para descubrir las personas que están enfermas y con frecuencia están solas. Quizás son personas con quienes hemos trabajado durante años, vecinos de portal o de barrio, conocidos de la misa de los domingos, vecinos del mismo pueblo. En un mundo comido por las prisas y la eficacia, como el nuestro, podemos ir tan deprisa por la vida, que no advirtamos que estas personas necesitan nuestra ayuda.

Además de descubrir a los enfermos, es preciso dedicarles tiempo. El tiempo es hoy un tesoro muy apreciado y al que estamos tan apegados. Desprenderse de él y donarlo con generosidad cuesta mucho y fácilmente encontramos justificaciones para seguir siendo nosotros sus únicos usufructuarios. Hay que aprender el don de la gratuidad y valorar que es mucho mayor tesoro regalar el tiempo sin esperar nada a cambio que mostrarse avaros del mismo. En nuestro calendario y en nuestra agenda debería estar reservado un tiempo, cuando menos semanal, para visitar enfermos, ancianos que viven solos, amigos hospitalizados o conocidos que no pueden salir de sus casas.

Pero hay un peligro si cabe todavía mayor. Me refiero a quedarse a mitad de camino en el cuidado y atención a los enfermos. Está bien que pasemos horas junto a ellos y, en el caso de los familiares, que nos desvivamos en cuidados y atenciones materiales. Pero necesitamos mirarnos en el espejo de la que es doctora en esta materia: la madre Teresa de Calcuta. Ella salía día tras día a las calles y basureros de Calcuta en busca de enfermos y moribundos. Les consolaba, les prestaba unos primeros auxilios y, si era posible, les llevaba a casa. Allí les dispensaba los cuidados que estaban a su alcance y, siempre, su inmenso cariño.

Pero no se quedaba ahí. Siempre que era posible y con el máximo respeto a la libertad de los enfermos moribundos, les ayudaba a cruzar el umbral de este mundo hacia la eternidad poniéndose en las manos misericordiosas de Dios Padre. Prestar ayuda material y humana al enfermo es un objetivo encomiable. Pero no puede ser la meta para un cristiano. Pues los cristianos sabemos que el mayor servicio que se puede prestar a un enfermo es ofertarle el amor paternal de Dios. El mandato misionero de Jesucristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” sigue estando vigente para quienes nos consideramos discípulos suyos. Por eso, la Pascua del enfermo es una oportunidad de oro para que quienes están al lado de los enfermos les faciliten la confesión y la comunión pascual.

Cofrades para la nueva evangelización

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Los turistas, al pasar, intuían que algo especial estaba ocurriendo en el primer templo de la diócesis. Una nave central abarrotada, una escalera dorada conquistada por pendones y estandartes y la representación del auto sacramental del descendimiento hacía presagiar que hoy no era un día cualquiera en el interior de la catedral. En efecto, más de medio millar de cofrades de todos los rincones de la diócesis han participado allí en una solemne eucaristía que, presida por el arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, ha supuesto el punto central de su anual encuentro diocesano. Un encuentro que pretendía despertar en los cofrades de la provincia su misión en la nueva etapa evangelizadora de la Iglesia. Un nuevo modo de vivir su fe que ha de llevar a los cofrades a «vivir entre ellos la fraternidad», «preocuparse y ayudar a los pobres y necesitados» y «cuidar su formación espiritual y catequética», tal como les ha exhortado el arzobispo en su homilía. «Alegraos de ser cofrades –les ha dicho–; buscad nuevos miembros para vuestras cofradías, sobre todo entre los niños y jóvenes, y sentid el gozo de que el Señor quiera contar con vosotros para la nueva evangelización».

Intenso programa de actos

Y es que desde hace algunos meses, la diócesis está buscando el modo de potenciar la evangelización a través de las hermandades y cofradías penitenciales y de gloria que inundan la geografía burgalesa. De hecho, este encuentro –que alcanzaba este año su décimo séptima edición– ha sido el primero coordinado por el recientemente creado secretariado diocesano para la religiosidad popular y las cofradías, al frente del cual se sitúa el sacerdote Lucinio Ramos. Él ha sido el encargado de inaugurar el encuentro de hoy con una conferencia que llevaba por título «Cofradías y nueva evangelización», donde ha ido desgranando el papel que los cofrades deben realizar en ella.

 

Tras la ponencia, los participantes, estandarte en mano, han recorrido las calles del centro de la ciudad desde el paseo del Empecinado hasta la catedral, donde ha tenido lugar la celebración de la eucaristía. La representación del acto del descendimiento –que puede contemplarse cada Viernes Santo en la plaza de Santa María–, ha dado paso a una comida de hermandad. La jornada ha concluido con la entrega de diplomas y una visita turística a los principales monumentos del centro histórico de la ciudad.

Las parroquias del Vega celebran una eucaristía en el año de santa Teresa

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Momento de la celebración de la eucaristía en la iglesia del Carmen.

 

La iglesia del Carmen de Burgos acogió en la tarde de ayer una eucaristía jubilar en la que participaron las parroquias del arciprestazgo de Burgos-Vega. La celebración, enmarcada dentro de los actos celebrativos del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, sirvió para que los fieles de la zona sur de la ciudad festejaran y celebraran a quien fuera hace quinientos años vecina de esas calles y donde fundó su último monasterio, «el benjamín», tal como lo denominó el padre carmelita que presidió la eucaristía.

 

El arciprestazgo de Vega está ubicado en la zona sur de la ciudad y cuenta en su territorio con las dos comunidades de Carmelitas de Burgos: las madres Carmelitas Descalzas, fundadas directamente por la santa abulense, y los padres Carmelitas, cuyo convento está ubicado en el paseo del Empecinado.

Encuentro diocesano de hermandades y cofradías

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Queridos hermanos cofrades de todas las cofradías de la diócesis:

 

Un año más nos reunimos en esta celebración diocesana de Cofradías. Es un testimonio muy hermoso de caridad fraterna y de comunión eclesial. Con vuestra presencia y participación manifestáis que sois miembros de la misma Iglesia, del mismo Cuerpo Místico, del mismo Pueblo de Dios, hijos del mismo Padre, hermanos unos de otros y copartícipes de la misma fe.

 

Gracias al Bautismo, todos nosotros estamos llamados a tener un solo corazón y una sola alma, como ocurría en las primeras comunidades cristianas. Por encima de las diferencias de carácter, profesión o situación social somos hermanos. Eso es lo que significa cofrade, palabra compuesta por el término frater=hermano y cum: cohermanos, hermanos en común. Y, si somos hermanos, hemos de llevarnos como buenos hermanos. Es decir, aceptarnos, acogernos, comprendernos, ayudarnos y –cuando sea necesario- perdonarnos.

 

El testimonio de caridad de los cristianos fue decisivo en la primera evangelización y tiene que serlo en la segunda o nueva evangelización. Todos los habitantes de Jerusalén, aunque no participasen de la misma fe, y más tarde las comunidades establecidas en el Imperio Romano, vivieron según este modelo testimoniado por san Pablo: “Ya no hay judío ni gentil, judío o griego, esclavo o libre, pues todos hemos recibido el mismo Espíritu y el mismo Bautismo”. El Espíritu y el Bautismo superaron las divisiones sociológicas de raza: judío o griego, y de estatus social: esclavos y libres. Cuando participaban en la Eucaristía todos se reunían el mismo lugar –no había uno distinto para cada clase- y todos comían en la misma mesa de la comida que se celebraba antes o después de la eucaristía. Tal comportamiento, que hoy nos parece normal, entonces era un verdadero escándalo, algo inimaginable, para los paganos, que no se cansaban de repetir: “¡Mirad como se aman!”

 

Las Cofradías nacieron en este surco de caridad fraterna. Fue práctica muy común acompañar a los hermanos en los últimos momentos de su vida, asistir a su entierro y, si era necesario, hacer todos los preparativos y gastos anejos a la sepultura. Junto a esta dimensión caritativa, otro rasgo común a las Cofradías ha sido la preparación, participación y vivencia de los Oficios de la Semana Santa, especialmente del Jueves y Viernes Santos. Los Cofrades se reunían con el abad de la cofradía días antes de la Semana Santa para recibir de él una catequesis más o menos informal y prepararse espiritualmente con la confesión y comunión.

 

Nuestra actual situación social ha cambiado mucho el rostro de los pobres y necesitados; aunque la crisis que hemos padecido –y en no pequeña medida seguimos padeciendo- ha dejado patente que sigue siendo imprescindible la caridad fraterna como ayuda material y espiritual. Pero hay que reconocer que la Seguridad Social cubre hoy muchos campos que antes cubrían las Cofradías.

 

Así mismo, la Semana Santa actual y la que hemos conocido muchos de nosotros difieren notablemente, como consecuencia de los principios doctrinales que sentó el Vaticano II y llevaron a la práctica los Pontífices posteriores. Baste pensar que los actos litúrgicos, sobre todo, los de Jueves Santo y la Vigilia Pascual, han recuperado el horario que se corresponde con los misterios que celebran, y el sentido genuino de dichos misterios. El pueblo cristiano todavía no ha asimilado plenamente estos cambios, aunque estamos en el buen camino. Las Cofradías tienen aquí un amplio campo de acción para la nueva evangelización: ponerse al frente –con el ejemplo- del pueblo cristiano, siendo modelos en la asistencia y participación en los Oficios litúrgicos y en la integración en ellos de las Procesiones y demás actos religiosos que se organizan durante la Semana Santa.

 

Para ello, pienso que –en mayor o menor grado- necesitáis dar los siguientes pasos. Ante todo, recibir una catequesis básica sobre los grandes misterios de la Semana Santa, especialmente, sobre el sentido de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección del Señor. Esta catequesis ha de ser permanente, de modo que, al menos, deberíais recibirla una vez al mes. Además, es preciso que recibáis una catequesis específica sobre el sentido y significado de cada una de las celebraciones litúrgicas de Semana Santa; sobre todo, del Domingo de Ramos, de la Misa Vespertina del Jueves Santo, de la celebración de la Pasión del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual. Finalmente, es muy conveniente que os preparéis espiritualmente a vivir la Semana Santa leyendo más asiduamente la Palabra de Dios y recibiendo los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión.

 

Queridos cofrades: si vivís la fraternidad entre vosotros, la preocupación y ayuda los pobres y necesitados, la catequesis y preparación espiritual que os he propuesto, seréis un instrumento valiosísimo de la nueva evangelización y marcaréis el camino que deben seguir nuestras comunidades cristianas para renovarse y ponerse a tono con lo que Dios espera ahora de los cristianos. Alegraos, por tanto, de ser Cofrades; buscad nuevos miembros para vuestras Cofradías, sobre todo entre los niños y jóvenes, y sentid el gozo de que el Señor quiera contar con vosotros para la nueva evangelización.

 

No quiero terminar sin dirigir una palabra a las Cofradías relacionadas con el Santísimo Sacramento. De todos es conocido que en los años posteriores al Vaticano II la piedad popular eucarística sufrió una crisis seria. Todavía no la hemos superado del todo. Gracias a Dios, en Burgos se han dado pasos importantes en el buen camino. El último es, quizás, el impulso dado a la procesión del Corpus, que desde el año pasado ha recibido un apoyo entusiasta precisamente de personas relacionadas con la Cofradía del Santísimo Sacramento. ¡Ánimo y a seguir por ese camino, para que vuelva a ser una fiesta llena de colorido humano y eucarístico! No en vano la Eucaristía es el centro de la Iglesia y de la vida cristiana.

 

Que Santa María, que estuvo tan presente en la primera evangelización, nos acompañe ahora en esta nueva etapa y bendiga vuestros buenos deseos y vuestras iniciativas.