Queridos hermanos cofrades de todas las cofradías de la diócesis:
Un año más nos reunimos en esta celebración diocesana de Cofradías. Es un testimonio muy hermoso de caridad fraterna y de comunión eclesial. Con vuestra presencia y participación manifestáis que sois miembros de la misma Iglesia, del mismo Cuerpo Místico, del mismo Pueblo de Dios, hijos del mismo Padre, hermanos unos de otros y copartícipes de la misma fe.
Gracias al Bautismo, todos nosotros estamos llamados a tener un solo corazón y una sola alma, como ocurría en las primeras comunidades cristianas. Por encima de las diferencias de carácter, profesión o situación social somos hermanos. Eso es lo que significa cofrade, palabra compuesta por el término frater=hermano y cum: cohermanos, hermanos en común. Y, si somos hermanos, hemos de llevarnos como buenos hermanos. Es decir, aceptarnos, acogernos, comprendernos, ayudarnos y –cuando sea necesario- perdonarnos.
El testimonio de caridad de los cristianos fue decisivo en la primera evangelización y tiene que serlo en la segunda o nueva evangelización. Todos los habitantes de Jerusalén, aunque no participasen de la misma fe, y más tarde las comunidades establecidas en el Imperio Romano, vivieron según este modelo testimoniado por san Pablo: “Ya no hay judío ni gentil, judío o griego, esclavo o libre, pues todos hemos recibido el mismo Espíritu y el mismo Bautismo”. El Espíritu y el Bautismo superaron las divisiones sociológicas de raza: judío o griego, y de estatus social: esclavos y libres. Cuando participaban en la Eucaristía todos se reunían el mismo lugar –no había uno distinto para cada clase- y todos comían en la misma mesa de la comida que se celebraba antes o después de la eucaristía. Tal comportamiento, que hoy nos parece normal, entonces era un verdadero escándalo, algo inimaginable, para los paganos, que no se cansaban de repetir: “¡Mirad como se aman!”
Las Cofradías nacieron en este surco de caridad fraterna. Fue práctica muy común acompañar a los hermanos en los últimos momentos de su vida, asistir a su entierro y, si era necesario, hacer todos los preparativos y gastos anejos a la sepultura. Junto a esta dimensión caritativa, otro rasgo común a las Cofradías ha sido la preparación, participación y vivencia de los Oficios de la Semana Santa, especialmente del Jueves y Viernes Santos. Los Cofrades se reunían con el abad de la cofradía días antes de la Semana Santa para recibir de él una catequesis más o menos informal y prepararse espiritualmente con la confesión y comunión.
Nuestra actual situación social ha cambiado mucho el rostro de los pobres y necesitados; aunque la crisis que hemos padecido –y en no pequeña medida seguimos padeciendo- ha dejado patente que sigue siendo imprescindible la caridad fraterna como ayuda material y espiritual. Pero hay que reconocer que la Seguridad Social cubre hoy muchos campos que antes cubrían las Cofradías.
Así mismo, la Semana Santa actual y la que hemos conocido muchos de nosotros difieren notablemente, como consecuencia de los principios doctrinales que sentó el Vaticano II y llevaron a la práctica los Pontífices posteriores. Baste pensar que los actos litúrgicos, sobre todo, los de Jueves Santo y la Vigilia Pascual, han recuperado el horario que se corresponde con los misterios que celebran, y el sentido genuino de dichos misterios. El pueblo cristiano todavía no ha asimilado plenamente estos cambios, aunque estamos en el buen camino. Las Cofradías tienen aquí un amplio campo de acción para la nueva evangelización: ponerse al frente –con el ejemplo- del pueblo cristiano, siendo modelos en la asistencia y participación en los Oficios litúrgicos y en la integración en ellos de las Procesiones y demás actos religiosos que se organizan durante la Semana Santa.
Para ello, pienso que –en mayor o menor grado- necesitáis dar los siguientes pasos. Ante todo, recibir una catequesis básica sobre los grandes misterios de la Semana Santa, especialmente, sobre el sentido de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección del Señor. Esta catequesis ha de ser permanente, de modo que, al menos, deberíais recibirla una vez al mes. Además, es preciso que recibáis una catequesis específica sobre el sentido y significado de cada una de las celebraciones litúrgicas de Semana Santa; sobre todo, del Domingo de Ramos, de la Misa Vespertina del Jueves Santo, de la celebración de la Pasión del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual. Finalmente, es muy conveniente que os preparéis espiritualmente a vivir la Semana Santa leyendo más asiduamente la Palabra de Dios y recibiendo los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión.
Queridos cofrades: si vivís la fraternidad entre vosotros, la preocupación y ayuda los pobres y necesitados, la catequesis y preparación espiritual que os he propuesto, seréis un instrumento valiosísimo de la nueva evangelización y marcaréis el camino que deben seguir nuestras comunidades cristianas para renovarse y ponerse a tono con lo que Dios espera ahora de los cristianos. Alegraos, por tanto, de ser Cofrades; buscad nuevos miembros para vuestras Cofradías, sobre todo entre los niños y jóvenes, y sentid el gozo de que el Señor quiera contar con vosotros para la nueva evangelización.
No quiero terminar sin dirigir una palabra a las Cofradías relacionadas con el Santísimo Sacramento. De todos es conocido que en los años posteriores al Vaticano II la piedad popular eucarística sufrió una crisis seria. Todavía no la hemos superado del todo. Gracias a Dios, en Burgos se han dado pasos importantes en el buen camino. El último es, quizás, el impulso dado a la procesión del Corpus, que desde el año pasado ha recibido un apoyo entusiasta precisamente de personas relacionadas con la Cofradía del Santísimo Sacramento. ¡Ánimo y a seguir por ese camino, para que vuelva a ser una fiesta llena de colorido humano y eucarístico! No en vano la Eucaristía es el centro de la Iglesia y de la vida cristiana.
Que Santa María, que estuvo tan presente en la primera evangelización, nos acompañe ahora en esta nueva etapa y bendiga vuestros buenos deseos y vuestras iniciativas.