El arzobispo visita la zona pastoral de Villafruela

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Pinilla 3

El arzobispo, con algunos feligreses en Pinilla Trasmonte.

 

Continuando con su visita pastora, el arzobispo, don Fidel Herráez Vegas, se desplazó hoy hasta los pueblos de Pinilla Trasmonte, Cilleruelo de Arriba, Pineda Trasmonte, Cilleruelo de Abajo y Villafruela.

A lo largo de la jornada, se reunió con los feligreses de estas distintas localidades en sus respectivos templos, conoció algunas de sus ermitas y templos, visitó algunos enfermos en sus propias casas y celebró una misa estacional en la parroquia de San Lorenzo de Villafruela.

Un grito solidario en la Navidad

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Como viene sucediendo desde hace más de 25 años en más de 30 ciudades de España e Iberoamérica, el Movimiento Cultural Cristiano organizó ayer tarde en Burgos una marcha solidaria contra las causas del hambre, el paro y la esclavitud infantil.

 

Este año la marcha comenzó con una breve actuación del conocido cantautor cristiano Migueli. A continuación, un nutrido grupo de personas, entre las que destacaban las familias con niños, recorrieron en silencio las calles céntricas denunciando a las empresas multinacionales que roban los recursos de los países empobrecidos y la complicidad del consumismo navideño de los países ricos.

 

En la conclusión de la marcha, uno de los organizadores denunció especialmente la situación de los inmigrantes y refugiados, pero señaló diversos signos de esperanza que se están dando en todo el mundo, como la lucha no-violenta de cientos de organizaciones de empobrecidos, algunas de las cuales participaron recientemente en un encuentro con el papa Francisco. Especialmente emocionante fue el momento en el que un inmigrante cortaba la alambrada entre África y Europa en recuerdo de sus amigos que no pudieron llegar.

 

Al final del acto, se invito a asistir a la proyección de la histórica película «La Marcha» que ya en 1990 planteaba el drama de la emigración de los africanos hacia la Europa enriquecida. Se proyectará en la Subida San Miguel 3 bajo el jueves 22 de diciembre a las 20:00 horas y la entrada es gratuita.

Arte para plasmar el nacimiento del Niño Dios. Así es el belén de la Fundación Caja Círculo

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En 1223, cuando faltaban solo tres años para su muerte, san Francisco de Asís celebró una misa con el permiso del papa Honorio III, en un pueblo de Greccio, en Italia. Allí colocó una imagen del Niño Jesús, un buey y una mula. Sin apenas imaginarlo, estaba fundando una tradición que se iría difundiendo por todo el mundo. Aunque las representaciones de la Sagrada Familia eran comunes desde comienzos del cristianismo, tal como reflejan algunas imágenes de las catacumbas, con la idea de san Francisco nació el belenismo propiamente dicho. La estampa creada por el santo emocionó a la gente, haciendo que esta costumbre se extendiera durante los años sucesivos por otros pueblos y ciudades, siendo los Franciscanos los que comienzan a conmemorar plásticamente el aniversario del Nacimiento de Jesús. Las Clarisas fueron las que propagaron la tradición de adorar al Niño Jesús representado en una imagen en la cuna y, con el paso de los años se fueron añadiendo otros personajes a la estampa, siendo en el año 1330 cuando en la iglesia de Santa Clara de Nápoles, se instala un verdadero belén, tal como lo conocemos hoy.

 

Esta ciudad italiana se convirtió durante los siglos XVI y XVII en el exponente mundial del arte belenista. Los estudiosos de la materia cuentan que fue Carlos III quien importó la tradición del belén a nuestro país, siendo escuela de importantes escultores como Montañés, Cano y Becerra.

Continuar la tradición

Los años han pasado y la tradición de montar el belén ha pasado de padres a hijos de generación en generación. Así le sucedió también a Francisco Guerrero, uno de los maestros belenistas de la provincia. Recuerda cómo su afición por los belenes le viene de pequeño, cuando lo montaba en casa con ayuda de su padre: «Con un portalito y cuatro ovejas y gallinas hacíamos cosas muy bonitas. Yo iba con él a buscar el musgo, las piedras… Ahí comenzó a gustarme y ahí seguimos, como un apasionado más del belén…»

 

La afición comenzó a hacer mella en él y poco a poco sus trabajos se fueron ampliando. «Un año, puse un belén en un escaparate que quedó precioso y gustó mucho; los niños se pegaban al cristal para mirarlo», comenta. Tras varios trabajos y proyectos y ampliar su colección de belenes, le llegó la ocasión de exponerlos con Caja Círculo; después empezó a colaborar con el maestro Fabri y tras su muerte, es el encargado de montar el belén que esta institución expone en su sede central de la plaza de España.

 

Se trata de un belén monumental, de 90 metros cuadrados y más de un centenar de cuidadas figuras procedentes de los talleres de arte sacro de Olot. Un grupo de cuatro amigos y voluntarios capitaneados por Francisco han llevado a cabo una intensa labor durante una semana, trabajando una media de 13 horas diarias. El resultado, un espectacular belén de obligada visita durante las Navidades burgalesas. Cada año, pasan por delante de las escenas creadas por Guerrero más de 24.000 personas: «Después de tanto esfuerzo, te sientes realizado, haces el trabajo que te gusta y cuando ves cómo disfruta la gente y busca todos los detalles que has querido meter en el belén», comenta orgulloso.

 

Para él, el belenismo es más que un hobby, «no es solo algo artístico. Hay un mensaje de trasfondo: el nacimiento del Niño Dios que vino al mundo». Para Guerrero, las construcciones que realiza tienen como objetivo «plasmar la llegada de Dios, dando un toque artístico, un toque personal que con el que quieres dibujar ese bonito misterio». En efecto, todo en el belén está enfocado para que la mirada se dirija al portal. Una gran cueva hecha con musgo y cortezas de árbol queda iluminada por una suave luz blanca que ilumina la escena: María sostiene en brazos a Jesús ante la atenta mirada de san José. Y alrededor, todo un enorme monumento artístico que reproduce al estilo clásico hebreo la vida y costumbres de la época. «Nada está al azar», asegura. «Cada figura tiene una vida y su colocación no es arbitraria: con varias figuras formamos diversas escenas» que cuentan a su vez pequeñas historias», comenta señalando diversos puntos de su gran belén. Este año, por ejemplo, Guerrero ha querido destacar a los reyes desde todos los prismas y ha incluido entre esas escenas cotidianas una bajada de bueyes inspirada en una estampa que vio hace años en Vallejimeno.

 

Nada en el belén, por tanto, se improvisa. Para Francisco, es una afición que dura todo el año y ya está pensando en cómo será el del año que viene. Al belenismo dedica sus ratos libres y le sirve como contrapunto a su frenética labor como hostelero. Él mismo prepara y fabrica las casas de sus montajes y en ellos intenta dejar su propia impronta personal: la forma de colocar las cortezas, el musgo de colores, las piedras… todo tiene su razón de ser.

 

A pesar de que el mundo del belenismo y las asociaciones de amigos del belén «son un poco pobres en Burgos», «él y cuatro locos más» mantienen con vida una tradición que conjuga arte y evangelio. Y persuade a hacerlo a todos: «Animo a los burgaleses a poner el belén por tradición: nos lo han enseñado los padres y tenemos que mantenerlo vivo. El sentimiento religioso depende de cada cual. Pero independientemente de ello, el belenismo engancha»…

Vivir mejor con menos

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El próximo domingo celebramos la gran fiesta de la Navidad. Caminamos en la esperanza del Adviento actualizando un año más la venida del Señor a nuestro mundo y a nuestras vidas. El Apóstol Pablo en su carta a Tito (2,12-14) aconseja e invita a aquella primera comunidad a llevar «una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo». Lejos de esa vida sobria y austera, que sabe vivir con menos para que otros puedan vivir, nuestra sociedad consumista ha identificado estos días con hábitos que se alejan mucho de lo que significó aquel acontecimiento de gracia: la presencia de un Dios pobre entre los pobres. Las razones de esta avidez de consumo quizás las podamos encontrar en lo que nos dice la encíclica Laudato Si del Papa Francisco: «Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir».

 

No hace falta recordar los efectos destructivos que puede producir este nivel de vida, de producción y de consumo que, por otra parte, a todas luces resulta imposible de sostener. La encíclica a la que antes me refería, apunta algunos de esos males. En primer lugar, con respecto al propio planeta, nuestra «casa común», en lo que supone de producción de infinidad de basuras y de residuos; en lo que conlleva de contaminación y de efectos en el cambio climático; en lo que comporta de dilapidación de recursos que no nos pertenecen, sino que los tenemos en préstamo para las futuras generaciones.

 

También estos estilos de vida tienen sus consecuencias con respecto a las relaciones fraternas que han de presidir los encuentros humanos. El consumismo nos encierra en nuestro propio bienestar, en nosotros mismos, haciéndonos incapaces de la solidaridad frente a la miseria que deshumaniza. Además, como reflexiona el Papa Francisco, es interesante preguntarnos si la violencia de nuestro mundo no tiene que ver con la «obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos pueden sostenerlo». O, preguntarnos, como se preguntan los Obispos de Nueva Zelanda, qué significa el mandamiento «no matarás» cuando un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que resta a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir.

 

El consumismo es, pues, una visibilización más de esta sociedad del descarte que es preciso afrontar. La espiritualidad cristiana nos aporta importantes herramientas que nos permiten recrear alternativamente esta cultura, haciéndola florecer en un equilibrio sano de relaciones con la naturaleza, con los hermanos, con uno mismo y con Dios. «La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco». Disfrutar de todo, por pequeño que sea, sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos; valorar cada cosa y cada momento, evitando poner la felicidad en el consumo ávido de más y perdiendo así la libertad que nos da el momento presente; cuidar nuestros deseos y primar la satisfacción de lo que verdaderamente se necesita. Es la sabiduría y la convicción de que no siempre «más es mejor» sino que «menos es más». «Vivir mejor con menos», expresión que parece un slogan, es mucho más que eso: es una invitación a aprender a vivir de otra manera, a sentir la satisfacción de la vida sencilla, a saber compartir con los que no tienen o tienen menos, a experimentar la felicidad de los pequeños gestos de austeridad, para ser solidarios con lo demás.

 

Esta espiritualidad es la que aprendemos en Jesús de Nazaret, especialmente en estos días de la Navidad. Su misterio en el portal de Belén es siempre una provocación a llenar de Dios nuestro corazón y a cambiar así nuestros estilos de vida. Me uno a los deseos que el propio Papa Francisco expresó las navidades pasadas: «En una sociedad ebria de consumo, de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Dios nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante». Esto es lo que, a lo largo de la historia, han vivido y encarnado tantos hombres y mujeres de Iglesia como testimonio del nacimiento de una nueva humanidad. Esto es también lo que yo os propongo para esta Navidad que nos disponemos a celebrar.