«Hoy acoger a los jóvenes en la Iglesia no es hacer cosas para ellos, sino con ellos, aceptarlos como son»
Laura Terradillos Bilbao es burgalesa aunque cursó estudios de psicología en Salamanca y realizó un master en Madrid. Casada y con un hijo, es profesora de Formación Profesional Básica en el Centro Educativo Salesianos de la capital burgalesa. Pertenece a la parroquia de la Inmaculada, donde da catequesis de Confirmación desde hace 10 años y actualmente atiende un grupo de posconfirmación con 8 miembros. A nivel diocesano pertenece al grupo de Pastoral Juvenil, en el que se programan actividades para los jóvenes. Además, es cooperadora salesiana, un grupo seglar que busca dar respuesta a las inquietudes de los jóvenes y ofrecerles alternativas de ocio y formación.
Laura considera que conectar con los jóvenes no es tan difícil, porque aunque los tiempos hayan cambiado todos tenemos aficiones de música o de ocio que pueden ser iguales a las de los jóvenes, o que es posible llegar a ellos través de la vocación o los valores compartidos con ellos. No obstante, cree que es un reto que la Iglesia debe asumir y una obligación como creyentes. En su opinión, los jóvenes de hoy no son muy diferentes a los de otras generaciones: «Ni mucho menos, lo que pasa es que el joven nos confronta, nos sitúa delante del espejo, nos hace ver nuestras flaquezas y eso no nos gusta a nadie, por eso hay cierto temor a dedicarnos por entero a ellos desde la Iglesia. El joven busca su camino y quiere sinceridad y compromiso, no valen solo las palabras, ellos demandan coherencia en las actitudes, no les podemos pedir un estilo de vida cristiano, sin antes asumirlo y vivirlo nosotros, porque nos lo echarán en cara o se alejarán».
Los jóvenes de hoy, asegura, buscan «lo que hemos buscado todos siempre, una mano amiga, que te entienda y te anime en las dificultades, porque los jóvenes demandan ayuda en muchos momentos de su vida ante las dificultades que les surgen, en numerosos casos afectivas, y necesitan sobre todo que se les escuche y que no se les juzgue, que es lo que habitualmente hacemos. Todos hemos sentido lo mismo que ellos y no son raros ni complicados por ello».
Para ella, la explicación a que la Iglesia se esté vaciando de jóvenes es que «quizá está fallando el lenguaje, los símbolos y los gestos que no se entienden, porque nos falta coherencia entre lo que decimos y pedimos a los demás y lo que hacemos nosotros. Debemos acercarnos a los jóvenes desde su propia realidad y vida. El papa Francisco tiene un corazón joven y un lenguaje cercano, con gestos muy humanos, y eso los jóvenes lo entienden, aunque la forma de vida actual nos lleva por otro camino, con alternativas que a todos nos resultan más fáciles, porque a ver quién no se deja llevar por ver la televisión sentado en el sofá, en vez de conversar con la familia y llenarnos de los problemas de otros, por ejemplo….y eso nos pasa a todos».
«Considero que hay que bajar más el altar y descender a los bancos», añade. «Al joven hay que tocarle, estar a su lado y acompañarle. No vale con verle desde fuera, todo lo que no tenga una cercanía de vida no sirve. Si unos padres van a misa todos los domingos, pero luego su actitud no cambia, no sirve de nada, o si le animamos a un joven a confesar, pero no siente nada y no se traduce en nada en su vida, para qué vale. A los jóvenes hay que hablarles en su lenguaje hay que acercarnos a su realidad y hay que seducirlos desde nuestro propio compromiso, si no, no llegamos a nada».
No obstante, el hecho de ver tan pocos jóvenes en las parroquias no la desanima: «No hemos entendido nada si medimos las situaciones por el número. Está claro que la Iglesia de hoy no es la de hace unos años, de grandes masas y templos llenos, el catolicismo no es de mayorías, tenemos que cambiar esa mentalidad. No nos podemos venir abajo porque solo tengamos cuatro jóvenes en nuestra parroquia, debemos de trabajar con esos cuatro que el Señor nos ha enviado y procurar que sean la semilla para que vengan más. Dios nos pide simplemente que le demos a conocer con su Palabra y eso es lo que debemos hacer. No nos pide cosas que no podemos dar, ni se plantea que los templos estén llenos, estarán los que deben estar y hemos de asumirlo y hacer lo que debemos».
A Laura estar con los jóvenes la enriquece personal y espiritualmente: «Me aporta vitalidad, me llenan de energía positiva, porque tienen están cargados de aspectos muy positivos, aunque a veces no les valoremos, son jóvenes en edad, tienen salud, están llenos de ilusiones, de proyectos, con toda una vida por delante, compartir con ellos mi tiempo es una bendición y le doy a Dios gracias por permitírmelo y le pido cada día que me ayude a que más jóvenes le descubran. Además, la relación con ellos me refuerza mi compromiso diariamente. No es lo mismo hablar a los jóvenes que a los niños o los mayores. Los jóvenes te piden algo de ti mismo cuando les explicas las cosas, te piden pruebas y te exigen que se lo demuestres con tu propia experiencia de vida. De otra manera no les convencemos», confiesa.
Para esta catequista, la clave para relacionarse con la juventud está, sobre todo, «en perder el miedo a las propuestas nuevas, el miedo a fracasar, a que venga poca gente o no nos hagan caso. Hay muchas cosas que han funcionado antes y que ahora no sirven y debemos afrontar el tiempo nuevo. Los jóvenes no huyen de la Iglesia, necesitan a Dios en sus vidas para encontrar apoyo. Hoy acoger a los jóvenes en la Iglesia no es hacer cosas para ellos, sino con ellos, aceptarlos como son».
Elena Pérez
26 noviembre, 2017 en 20:24
Me parece muy interesante . Hoy es muy difícil convivir con un joven, ellos creen que todo lo saben, y nosotros los padres según ellos estamos anticuados
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