Juan José Omella y Cristina López Schlichting dialogarán en la Catedral sobre el amor

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El arzobispo de Barcelona y cardenal Juan José Omella y la periodista Cristina López Schlichting reflexionarán en torno a la pregunta «¿Qué aman los que aman?» en la primera sesión de «Diálogos en la Catedral», una iniciativa que promueve la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, dentro de la programación de la Fundación VIII Centenario de la Catedral. Burgos 2021. José Luis Cabria, decano de la Facultad de Teología, moderará la charla, que tendrá lugar en la capilla de Santa Tecla este miércoles, a las 20.00 horas, con entrada libre hasta completar el aforo.

 

«Diálogos en la Catedral» contará con cuatro citas anuales en la que se irán desgranando los interrogantes profundos del ser humano y dar cabida a cuestiones como son su dimensión ética, existencial, filosófica, religiosa, social y comunitaria, todas ellas iluminadas desde el Evangelio. En torno a esas preguntas inquietantes surge un necesario ejercicio de diálogo entre la fe y la razón, entre la creencia y la cultura, entre el mundo actual y la Iglesia. De este modo, se creará un «Atrio de los gentiles», donde sea posible aunar ideas, contrastar opiniones, aclarar conceptos, interpelar convicciones, iluminar inquietudes, responder preguntas.

 

Los protagonistas

Juan José Omella, nacido en Cretas (Teruel) en 1946, estudió en el seminario de Zaragoza, en Lovaina y en Jerusalén. El 20 de septiembre de 1970 fue ordenado sacerdote. Además de trabajar en diferentes parroquias, fue misionero en Zaire. En 1996 fue nombrado obispo auxiliar de Zaragoza; en 1999, obispo de Barbastro-Monzón; en 2004, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño hasta 2015. Ha sido consiliario nacional de Manos Unidas. Desde diciembre de 2015 es arzobispo de Barcelona. El 28 de junio de 2017 el papa Francisco le nombró cardenal de la Iglesia y le otorgó el título de la Santa Cruz de Jerusalén.

 

Cristina López Schlichting nació en Madrid en 1965. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, se inició en el periodismo como becaria en ABC, en donde después sería reportera en el extranjero. También ha trabajado para El Mundo y La Razón. Actualmente trabaja en la Cadena COPE, donde dirige el programa Fin de Semana y es columnista de diferentes medios. Ha publicado cinco libros; el último, la novela Los días modernos.

 

José Luis Cabria nació en Melgar de Fernamental en 1963, es sacerdote y delegado de Ecumenismo de la diócesis de Burgos. Se licenció en Teología Dogmática en Burgos y se doctoró en la Universidad Gregoriana de Roma. Actualmente es catedrático de Teología Dogmática en la sede de Burgos de la Facultad de Teología del Norte de España, donde también es decano. Sus líneas de investigación se centran en la mariología, la eclesiología y la teología fundamental, con especial interés en el diálogo entre teología y filosofía.

El arzobispo prosigue su visita pastoral en el entorno de Peñaranda de Duero

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El arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, prosigue con su recorrido por la diócesis cumpliendo con su visita canónica a parroquias y comunidades. Después de presidir el Consejo Pastoral Diocesano, el pasado sábado se desplazó hasta el arciprestazgo de Santo Domingo de Guzmán para conocer la vida de las comunidades parroquiales de Peñaranda de Duero, Valverde, Casanova y Arandilla.

 

Además visitar los templos y saludar a los vecinos, el arzobispo presidió una celebración de la unción de los enfermos en la residencia Nuestra Señora de los Dolores, que regentan las hermanas Reparadoras en Peñaranda de Duero.

 

La visita pastoral a esta zona proseguirá el próximo mes de mayo.

2019 03 11 lunes: Resumen de Prensa

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¿Por qué no ser tan feliz como tú?

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Álvaro (a la izquierda) decidió seguir las huellas de Marcos, su amigo sacerdote.

Álvaro (a la izquierda) decidió seguir las huellas de Marcos, su amigo sacerdote.

 

«Yo también quiero vivir así». Este es el lema con el que la diócesis celebra este año su campaña vocacional y el Día del Seminario, un eslogan que, tal como explica el delegado de Vocaciones, Quique Ibáñez, pone el foco en el descubrimiento de la propia vocación «por contagio, por deslumbramiento, por el modelo de otras personas». Este fue el caso del seminarista Álvaro Zamora, quien desde niño quedó fascinado con el talante y el modo de vida del que hoy es párroco de Nuestra Señora la Real y Antigua, Marcos Pérez Illera.

 

Álvaro Zamora conoció a Marcos Pérez cuando estudiaba en el colegio Sagrado Corazón, donde este, que entonces era vicario parroquial de San Pedro y San Felices, «atendía las fiestas escolares, las confesiones, y era el que más estaba con los chavalitos en la parroquia, en los campamentos, hasta el punto de que pensábamos que él era el párroco». Ya entonces le llamaron la atención su humildad, su sencillez («nos sorprendía mucho que no tuviese televisión», cuenta divertido) y, sobre todo, su alegría, «su buen rollo». Lógicamente, Álvaro no se planteaba aún nada, «era uno de tantos», comentan los dos. «Pero es curioso», apostilla el joven, «mi padre incluso recuerda la homilía de Marcos en mi primera comunión. A veces echas la vista atrás y dices: quizá Dios puso ahí a Marcos desde pequeñito porque tenía algo pensado…».

 

Años después coincidieron en el colegio de San Pedro y San Felices, donde el sacerdote daba clase de Religión. Fue en ese momento cuando empezaron a conocerse más… «Sus clases eran movidas, había mucho debate, no seguíamos un libro como tal. Y lo que más me sorprendía es que era de todos, no trataba de imponer su idea, sino que se daba a todos por igual aunque pensaran distinto, y nos quería a todos como tales. Me seguía llamando también la atención la sencillez de cómo vivía, la alegría de los campamentos, la entrega, los chistes, las gracias… Nunca le he visto enfadado, bueno, un par de veces, pero porque había que enfadarse. Tenía mucha paciencia. Recuerdo que un día pusieron el crucifijo de clase boca abajo y cogió y le dio la vuelta sin más, sin enfadarse. Sobre todo me llamaba la atención su alegría. La alegría de ser sacerdote».

 

No fue hasta bachillerato, entre 1º y 2º, cuando Álvaro empezó a plantearse y a descubrir su vocación. «Fue un proceso con Marcos y Modesto (Modesto Díez), sobre todo. Al principio yo no lo decía abiertamente pero ellos en clase de Religión se fijaban porque sí mostraba inquietud por algún tema. Quizá hice algún comentario pero no lo recuerdo. Me plantearon ir a los retiros mensuales del Seminario para ir conociéndolo, para ir hablando con el rector y el director espiritual de entonces, ir asomándome un poco al seminario».

 

Y así fue. Poco a poco se fue «asomando». Ahora cuenta divertido que Marcos, que estaba de confesor extraordinario en los retiros del Seminario, empezó a hacerle lo que él llama «la trama de Iesu Communio», y lo hizo varias veces: «Las llamaba y decía: «voy a ir con un chaval que está planteándose esto, rezad por él”. El camino desde Burgos allí también nos servía para hablar mucho», asegura. En uno de esos trayectos tuvo que enfrentarse a una situación un poco violenta que nunca ha olvidado, sobre todo, por la reacción de Marcos y su respuesta, una frase que se le ha quedado grabada para siempre: «En este plantearme la vocación o no, apareció una chica, empecé a salir con ella y me dije: “Uf, he fallado a esta gente. ¿Cómo les voy a decir ahora que he encontrado a una chica y que todo lo que hemos hablado se va a la porra?” Pues en el coche se lo dije a Marcos: “Estoy saliendo con una chica”. Yo pensaba: “Me va a decir ‘pero eres tonto, tú tienes otro camino… ’Sin embargo, con mucha paz y tranquilidad, me respondió: “Mira, si Dios quiere que tú seas sacerdote, con novia o sin novia te lo va a hacer ver”. Esa frase me quedó muy marcada. Eso me ayudó mucho, no se enfadó. A mí me lo hacen y no sé qué hubiese dicho. Duré un año con esa chica pero al final Dios me lo hizo ver y bien. Fue muy claro, muy concreto», asegura.

 

Marcos recuerda ese momento pero no exactamente qué le dijo: «Se trata de ser felices. Creo que la idea era: pues bendito sea Dios, que has encontrado una persona y que has descubierto que ese camino que estabas dilucidando pues no es por ahí… Lo importante de esto es discernir, sobre todo en momentos puntuales de la vida, con 16, 18, 20 años. ¿Qué quiere Dios de mí? ¿qué espera de mí? Eso es precioso. Tendrás tus crisis porque hasta que descubres puede pasar un tiempo. Pero él siempre se define y te da mucha luz, muchas pistas. ¿Si estás abocado a la vida matrimonial? O igual puede ser de soltero, también… ¡Pues estupendo! Lo importante es ser felices, realizarse e intentar descubrir por dónde Dios te está llamando».

 

«La mejor pastoral vocacional es el testimonio, interpelar a los demás con nuestra vida sin hacer cosas extraordinarias. Llevar a otros a que se pregunten: «¿Por qué no puedo ser tan feliz como tú?»»

 

Hoy Álvaro tiene 25 años, lleva seis en el Seminario y espera recibir el diaconado el próximo curso. De lunes a viernes su vida transcurre entre las clases en la Facultad de Teología, donde cursa primero de licenciatura, en la rama de Espiritualidad, su vida comunitaria en el Seminario y su actividad pastoral los fines de semana en Villarcayo. «Del Seminario lo que más me gusta es la vida en comunidad, estar con los demás, crecer… Allí pasa el tiempo volando y no te das cuenta de lo que vas avanzando. Luego echas la vista atrás y te dices: pues sí he ido mejorando en esto, o me he ido perfilando. Y lo notas mucho. Cuando salgo a la calle los amigos me dicen: pero tú has cambiado mucho (no sé si lo dicen para bien o para mal) y claro que me lo noto». En cuanto a su tarea pastoral en Villarcayo, es una experiencia que le está sirviendo mucho y le está «haciendo saborear» lo que puede ser en breve su vida.

 

Este joven, que asegura que también está aprendiendo mucho de los otros sacerdotes («cuando decides entrar en el seminario empiezas a fijarte más en los curas que te rodean y vas tomando cosas de unos y otros, incluso de algunos también tomas nota de para no hacer tú lo mismo»), mantiene que el tener una figura de referencia y un acompañamiento en todo el proceso («antes, durante y después de entrar en el Seminario») es fundamental. También así lo cree Marcos, aunque insiste en que él no se considera «un modelo de nada». «Si en este caso, en algún momento dado he servido como instrumento, pues fenomenal… Pero hay mucha gente que pasa por tu camino y vas cogiendo un poquito de cada persona, eso te va modelando. He podido ser instrumento y después se ha ido generando entre nosotros una amistad. Estoy convencido que esto de la fe se transmite por contagio. Yo lo he vivido también. Uno no sabe dónde ni cuándo ni en qué personas. El proceso lo va haciendo él, nosotros estamos ahí como referencia. Sé que todos en un momento dado estamos influenciando en personas pero es Dios el que hace. Entonces lo que tenemos que hacer es intentar ser eso, instrumento de Dios, testigos».

 

«Yo por ejemplo», relata Marcos, «me movía en la parroquia de pequeño, era muy de parroquia, de San Julián. Hubo ya una persona que me influyó mucho en ese sentido de empezar a plantearme todas las cosas, de ver la religión, la fe, de otra manera, Félix Castro. Cuando yo estaba en la parroquia, que tenía 15 o 16 años, él era seminarista y estaba trabajando allí y formó un grupo con chicos de esa edad en el que entré yo y empezamos a hacer muy buena relación. Para mí también fue un momento en el que yo veía al cura o al futuro cura de una forma concreta: pues un tío alegre, una persona maja, un tío cercano, que ves que está feliz con lo que hace y que se plantea ser sacerdote y está supercontento… Hay gente que te llama la atención y que te ayuda, son eso, instrumentos que Dios va poniendo en el camino para que si uno abre el corazón de verdad pueda elegir».

 

El seminarista es consciente de que hoy también puede haber chavales que se miren en él. Y lo ilustra con una anécdota: «El otro día en Villarcayo una madre me dijo que su hijo, de nueve años, quería ser sacerdote y futbolista, porque estuve jugando con ellos al fútbol y le enganché para ser monaguillo. Entonces, que suscites en un chaval el deseo de ser sacerdote porque hayas jugado con ellos al fútbol, porque te vean alguien diferente entre comillas, que estás cercano a Dios, que estás para servir… eso me estimula mucho y me ayuda personalmente y vocacionalmente».

 

«La mejor pastoral vocacional es el testimonio», asegura. «Porque nos podemos liar en mucha programación, mucho proyecto, pero lo mejor es el testimonio del día a día y la alegría y el contagio. Interpelar a los demás con nuestra vida sin hacer cosas extraordinarias, esa es la mejor pastoral vocacional. Llevar a otros a que se pregunten: «¿Por qué no puedo ser tan feliz como tú?»

Yo también quiero vivir así

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Seminaristas en la última fiesta del Reservado.

Seminaristas en la última fiesta del Reservado.

 

Escucha aquí el mensaje

 

En torno a la fiesta de San José, el 19 de marzo, la Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada en el Seminario. Dentro de ese edificio, más o menos grande, que todos conocemos, hay una realidad importantísima de nuestra Iglesia Diocesana que nos incumbe a todos. Allí se preparan nuestros futuros sacerdotes y, sobre todo, allí se nos recuerda de una manera palpable la dimensión vocacional que tiene la existencia para un cristiano.

 

La vida es fundamentalmente una vocación. Vocación, lo sabemos, quiere decir llamada. Nuestra existencia es, en primer lugar, la respuesta a la llamada que Dios nos ha hecho a la vida. Pero, en segundo lugar, nuestra historia también es respuesta a la llamada-vocación que Dios nos hace a ir realizando una vida con sentido desde la entrega y el servicio a los demás. Solo de esta manera alcanzamos la plenitud, el desarrollo y la felicidad personal. Tenemos que recuperar esa «cultura vocacional» a la que nos invita el Papa en tantas ocasiones: redescubrir nuestra existencia en clave de vocación, como llamada y como respuesta concreta al seguimiento de Jesús; «una llamada de amor, dice el Papa, para amar y servir».

 

En la Iglesia hay muchas formas de vivir esta vocación… Desde el misionero que gasta y desgasta su vida en tierras lejanas, al matrimonio que construye el hogar con sus hijos, sin medir el amor y la entrega; desde la religiosa dedicada a la educación o a los enfermos; o el laico que se compromete en su profesión por la transformación del mundo, hasta el sacerdote que vive para los demás y acompaña silenciosamente a muchas personas en el mundo urbano o rural…

 

El «Día del Seminario», que celebraremos el próximo domingo, nos recuerda precisamente eso: que cada uno de nosotros tenemos un camino que recorrer en la tierra, una misión querida por Dios para contribuir con ella al proyecto amoroso que tiene sobre toda la humanidad. Pero, ¿cómo saber cuál es nuestro camino? ¿Cómo ser yo capaz de elegir aquello que es la voluntad de Dios para mí? El lema que este año hemos escogido para el «Día del Seminario» nos da alguna pista: «Yo también quiero vivir así». Detrás de esta frase se encierra una de las dinámicas del aprendizaje: la admiración y la imitación. Cuando somos niños, gracias a esta mecánica vamos interiorizando aspectos importantes en la vida, o vamos eligiendo los caminos a seguir… Somos seres que, en muchas ocasiones, reproducimos lo que consideramos bueno, bello, grande… Al final, se vive lo que se aprende y se aprende lo que se vive.

 

La llamada de Dios llega sin palabras y de diversos modos a nuestro corazón. Detrás de una vocación muchas veces se encierra ese sentimiento de admiración hacia la manera de vivir de otra persona. Cuando la vemos feliz y contenta, cuando percibimos que lo que hace es grande y merece la pena, se despierta en nosotros un gozoso sentimiento: «Yo también quiero vivir así». Aquí radica la enorme responsabilidad que todos tenemos, por la repercusión que, aun sin saberlo, tiene nuestra vida en las opciones de los demás. El testimonio vocacional de cristianos auténticos (matrimonios, profesionales, consagrados, sacerdotes…) provoca sin duda «llamadas» al mismo estilo de vida cristiana, entregada en una determinada vocación.

 

Por eso, en este día del Seminario quiero dirigirme especialmente a vosotros, sacerdotes. En estos tiempos de turbación que nos afectan es fundamental vivir con mayor convicción, esperanza y alegría nuestra personal vocación y renovar una vez más nuestra entrega completa y generosa a Dios en los demás. Me dirijo también a vosotros, seminaristas de nuestros Seminarios San José y Redemptoris Mater: ¡merece la pena entregar la vida a Jesucristo en el camino sacerdotal!; que la vivencia de vuestra vocación sea siempre un aliciente en la vida de los jóvenes de vuestro entorno. También a vosotros, jóvenes, os digo: ¡encended en vuestro interior la capacidad de escucha para conocer cuál es el camino que Dios pide de vosotros! ¡No temáis! Él siempre irá a vuestro lado en el camino que os ofrece para ser felices buscando su voluntad.

 

Finalmente, deseo y os pido a todos que, en el día del Seminario, acompañemos a los seminaristas y a los sacerdotes de nuestra diócesis con el afecto y la oración, para que sean pastores según el corazón de Dios, y para que nos den siempre testimonio de que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG, 1).