Un auténtico canto de amor a «mi Cristo roto»

Un accidente ha fracturado la imagen del Cristo de las Santas Gotas. A pesar de ello, sus cofrades han decidido sacarlo a la calle para no privar a Burgos de una de sus más antiguas procesiones.
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En 1963, el sacerdote jesuita Ramón Cué Romano escribió un hermoso canto de poemas titulado «Mi Cristo roto». En la obra, un joven sacerdote compra a un anticuario de Sevilla una imagen deteriorada de Cristo con el objetivo de restaurarlo. A la talla le faltaban la cruz, media pierna, un brazo y el rostro. El padre Ramón se sorprende cuando el mismo Cristo le prohíbe que lo restaure porque prefiere que sea visto en «el rostro de todos nuestros hermanos, los Cristos rotos vivos y sufrientes», más que en una talla de madera.

 

Una hermosa parábola que, esta tarde de Domingo de Ramos, los cofrades de la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores han vivido en sus propias carnes. La réplica del Santo Cristo de Burgos construida en 2007 que iba a ser procesionada «en vertical» con motivo del 75 aniversario de la refundación de la cofradía se ha roto en el instante mismo en que los costaleros la colocaban en el trono que construyó en su día Saturnino Calvo y que había sido modificado para la ocasión. La cruz ha sucumbido al peso del madero y el Cristo se ha desplomado de su trono. Con el golpe de la caída, el brazo izquierdo del Cristo y de la propia cruz se han roto, así como la corona de espinas. Algunos miembros de la cofradía también han resultado heridos leves al intentar frenar la caída.

 

Las lágrimas de decepción han aparecido entonces en los rostros de los cofrades, costaleros y miembros de la banda de cornetas y tambores que, lejos de suspender el desfile, han procesionado a su «Cristo roto» con más amor, si cabe, que en otras ocasiones. Y, a su paso ha arrancado numerosos aplausos de las cientos de personas que han contemplado la escena y han querido así mostrar su cercanía a las cerca de 300 personas que llevaban meses preparando esta singular procesión. Todos ellos conscientes de que «el Cristo se ha roto», pero su Pasión sigue siendo actual.

 

Las marcas de la Pasión

 

Fue en el año 1592 cuando se fundó, en el extinto convento de la Trinidad, la «Cofradía Noble de la Sangre de Cristo». Su misión era la de perpetuar en la ciudad de Burgos la devoción de su Santísimo Cristo y las reliquias de sangre que brotaron de su cabeza en 1366. Desde entonces, y hasta 1753, la venerada imagen del Cristo de las Santas Gotas, como se le conoce popularmente, recorrió las calles de la ciudad en la tarde del Domingo de Ramos. La falta de hermanos hizo que la cofradía acabara desapareciendo, si bien su imagen se custodia en la parroquia de San Gil desde 1836, tras la desamortización de Mendizábal.

 

Fue precisamente uno de sus párrocos, Onofre Saiz Calzada, quien, pasado más de un siglo, en 1944, decidiera recuperar la extinta cofradía, que adoptó el nombre de Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores. 75 años después de su refundación, la procesión de este Domingo de Ramos ha tenido un carácter especial y, aún con la talla rota, la cofradía no ha querido privar a Burgos de una de sus más antiguas procesiones de Semana Santa.

 

Tras la procesión de la Borriquilla, que rememora la entrada de Jesús en Jerusalén, la liturgia de la Iglesia comienza la Semana Santa con la lectura y meditación de la Pasión del Señor, del que la talla procesionada esta tarde da sobrada cuenta. En efecto, la imagen destaca por la cantidad de heridas que presenta. Todo el cuerpo está salpicado de pequeñas laceraciones de las que manan gotas de sangre. Cuenta con corona de espinas. El paño de pureza es natural y la cruz es un madero tosco y pesado sin adornos. La imagen está vinculada a san Juan de Mata, fundador de la Orden de los Padres Trinitarios, y al convento de la orden que fundó en 1207 en un solar contiguo al arco de San Gil. Según la tradición, la talla del Cristo fue donada por el papa Inocencio III.

 

Según cuenta la tradición, en 1366, en plena guerra de sucesión entre Pedro I y Enrique II, el convento que albergaba la imagen se vino abajo, golpeando la cabeza del Cristo. En ese momento, manaron gotas de sangre que se recogieron en un sudario conservado en la parroquia de San Gil. Desde entonces, son varios los milagros atribuidos a la imagen. El del consuelo y la fortaleza de sus cofrades es muestra de ello.

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