Cien años honrando a San Juan del Monte

por redaccion,

<
>

 

2019 ha sido un año especial para la cofradía de San Juan del Monte, de Miranda de Ebro. Y es que un centenario no se cumple todos los días. Cien años han pasado, pues, desde que aquel primer grupo de personas, juntando un incipiente capital, apostaron por revitalizar la romería del santo, en el lunes de Pentecostés. El deterioro de la primitiva ermita cambió las condiciones del lugar original. El fervor y la popularidad de la fiesta comenzaban a declinar. Sin embargo, el lugar actual de la gruta pronto supo reunir a los mirandeses en torno a esta fiesta, celebrada el pasado lunes. El compromiso de este grupo de amigos, que más tarde se denominaría cofradía, hizo que esta fiesta no cayera definitivamente en el olvido. Su popularidad entre los mirandeses habla de la buena iniciativa que tuvieron aquellos pioneros.

 

Cien años honrando al santo, en los que algunas cosas han cambiado, pero donde sin embargo la esencia permanece. La imagen subía inicialmente en un carro de tracción animal hasta la laguna, ahora sube empujada por los del santo. El rezo del rosario acompaña la procesión hasta la gruta. Especialmente emotivo es el momento en el cual, desde el balcón a mitad del recorrido, se vuelve la mirada hacia la ciudad de Miranda y se recuerda a todos los que, por enfermedad, ancianidad u otro impedimento, no han podido sumarse a la celebración, pero se unen espiritualmente, y también a todos los que ya no están.

 

Peculiar es la  «resurrección» del bombo desde las aguas del Ebro. En los años setenta empieza esta tradición, a la que se une la de bajar la imagen a Miranda el sábado previo a las fiestas, a la parroquia de Santa María.

 

Este año, la misa del monte fue animada por el grupo folclórico Familia castellana. Como peculiaridad del centenario, se recibió la imagen del santo frente a la ermita con el baile de una jota. Y, también como algo extraordinario, la imagen estuvo presente en el Ayuntamiento de la ciudad durante el pregón de las fiestas, el jueves anterior.

 

Durante la homilía, Agustín Burgos, mirandés y delegado diocesano de liturgia, subrayó tres ideas que deberían resumir la actitud de todo cristiano que celebra esta fiesta: animar, ser y agradecer.

 

Una romería, en fin, que continúa después de la misa, con la tradicional ofrenda de velas en la ermita. También en esto se ha visto la evolución de los tiempos, porque antes eran de aceite y actualmente son de cera. Pero lo que no cambia es el fervor y la devoción con que se encienden. Ni tampoco el deseo de que no falte el pañuelo de ninguna de las cuadrillas de San Juan, que durante ese día decoran la ermita. Unas fiestas, en fin, que se viven en cuadrilla, con el deseo de volver a reunirse cada año. Y es que, cada día que pasa, falta menos para San Juan del Monte.

Finaliza el curso en el Aula de Doctrina Social de la Iglesia de Aranda

por redaccion,

doctrina social

 

La parroquia de Santa Catalina acogerá el próximo lunes, 17 de junio, la octava y última sesión del Aula de la Doctrina Social de la Iglesia, organizada por la Comisión de Pastoral Obrera del arciprestazgo de Aranda. Será a las 7’30 de la tarde en una sesión conjunta de los dos grupos.

 

Comenzará con una reflexión a cargo de José Luis Lastra, vicario pastoral de la diócesis, acerca de «La cultura del encuentro para un trabajo digno en una sociedad decente», lema del Día de la HOAC, que se celebra por toda España durante estos días. A continuación se hará una evaluación del curso, una oración de acción de gracias, y se compartirá la merienda.

 

También se dará por concluido el gesto económico solidario, con las aportaciones que mes a mes han ido haciendo los participantes en las sesiones del Aula, y que esta ocasión se destinará al proyecto Betania de las religiosas Adoratrices de Burgos, para mujeres en situación de prostitución y trata.

 

El acto está abierto a los asistentes habituales del Aula de la Doctrina Social de la Iglesia y a cuantas personas interesadas quieran participar.

«Dios me dejó pisar el infierno para que ahora pueda proclamar su misericordia»

por redaccion,

María, en el centro, durante su intervención.

María, en el centro, durante su intervención.

 

Tenía «todo lo que el mundo dice que necesitas para ser feliz». En su vida no faltaban las fiestas con gente de alto standing y botellas de champán de más 200 euros; tenía una casa «súper lujosa», sus vestidos eran siempre de los caros y no cejaba nunca en su empeño por ser la mejor y destacar en todo. Sin embargo, «nada lograba saciar su sed», era «una muerta que caminaba por el mundo». Amaia Martínez Gómez –que así se llamaba entonces– logró poseer lo que todo el mundo desea alcanzar: fama, salud, prestigio. Sin embargo, todo aquello le hizo «endurecer el corazón», incapaz como era de «mirar a los ojos a quien tenía enfrente». Se hizo «pro divorcio» e, incluso, intentó apostatar: «Deseaba arrancarme la piel para quitarme el bautismo». «En una palabra, me volví imbécil», sentencia.

 

Trabajó durante años practicando abortos, «asesinaba niños», asegura sin temblar. «Hice pactos con el mal y me volví horrible». Consiguió amasar una fortuna que la llevó a Barcelona a estudiar fisioterapia, convirtiéndose en una afamada experta en la materia. Sin embargo, «la soberbia, la vanidad, el deseo de ser como Dios» le hacían vivir en «un mundo de ruido» y se apegó «a lo terrenal, donde no habita Dios». Incluso planificó suicidarse precipitándose por un acantilado con su flamante jaguar.

 

Pero en uno de sus viajes a Nepal para competir en una de las carreras en las que le gustaba participar Dios salió a su encuentro. Un terremoto en la zona hizo que una de las religiosas Misioneras de la Caridad solicitara su ayuda como fisioterapeuta para paliar los dolores de algunos heridos. Y allí, en la capilla de aquellas religiosas seguidoras de santa Teresa de Calcuta, vivió su momento de conversión. «Oí una voz que me decía: «Bienvenida a casa». Yo pensaba que sufría mal de altura, pero volví a sentir al mirar al crucifijo: «¡Cuánto has tardado en amarme!». Entonces, caí de rodillas y vi toda mi miseria». Pasó tres horas llorando y sintió «la misericordia de Dios que te abraza y te envuelve».

 

«Proyecto Raquel»

 

Desde entonces, Amaia se llama María y se ha convertido en una predicadora sin tapujos de la misericordia de Dios. Con su «sonrisa bobalicona» ha venido hoy hasta Burgos de la mano del Centro diocesano de Orientación Familiar «para deciros que hay esperanza, que siempre hay una segunda oportunidad». María siente que «Dios me dejó pisar el infierno para que ahora proclame su misericordia» y, de hecho, respaldando el «Proyecto Raquel», quiere ayudar a muchas mujeres que, como ella, sufren las consecuencias de haber vivido en primera persona un aborto provocado.

 

Según sus palabras, «este proyecto secará las lágrimas de muchas mujeres». Al apoyar este programa, María pretende «reparar» el mal que ha provocado con sus abortos, haciendo que la misericordia de Dios sea el cauce para sanar «las heridas sangrantes de nuestros hermanos». Pero, «para poder amar es necesario que nosotros lo pidamos a Dios; hemos de pedir a Jesús que nos revista de su misericordia; de lo contrario no nos moveremos por la misericordia, sino por el juicio; no verán en nosotros perdón, sino condena».

 

Vídeo de la charla completo

 

Nuevos sacerdotes para nuevos tiempos

por redaccion,

sacerdotes

 

Para Isaac Hernando González, que estudió Magisterio y entró en el Seminario de San José tras participar en la JMJ de Madrid en 2011, sus 15 meses de diaconado han supuesto una experiencia muy enriquecedora, «una etapa en la que el Señor, a través de la parroquia en la que sirvo, me ha ayudado a conocer la realidad pastoral con las personas que la forman», asegura. Durante este tiempo ha impartido clases de religión, que ha compatibilizado con sus estudios de Teología, y ha prestado servicio pastoral en la zona de Salas de los Infantes, pero en este momento no se inclina por ninguna pastoral concreta, sino que se manifiesta abierto a lo que Dios le pida a través de del pastor diocesano y dispuesto «a servir allá donde haga falta».

 

Diego Luis Diez tiene mucho en común con Isaac. Burgalés como él, también estudió Magisterio y entró en el Seminario diocesano a su regreso de la JMJ. Y ambos recibieron el diaconado el mismo día, el 17 de marzo de 2018. Comparte también la misma percepción sobre esta última etapa de su camino hacia el sacerdocio: «Ha sido un tiempo muy enriquecedor en muchos aspectos. Personalmente he ido siendo más consciente de mi proceso vocacional y asumiendo una vida célibe y en obediencia, intentando que sea también austera, e interiorizando la dimensión del servicio a todas las personas y a la Iglesia. Es un proceso del día a día, con pequeños descubrimientos, en el que poco a poco se va aprendiendo mucho». Tampoco él se ha hecho ninguna idea de algún lugar o pastoral concreta. «Sí que me gustaría poder estar bien acompañado de sacerdotes, «hermanos mayores» que me puedan ayudar a ir aprendiendo a vivir y ejercer el sacerdocio», matiza.

 

Pablo Andrés Rodríguez fue uno de los cinco jóvenes que estrenó el Seminario Redemptoris Mater en 2009. Nacido en Chile hace 33 años, se ordenó diácono en noviembre del pasado año y asegura que en estos meses se ha sentido realizado en su servicio a la parroquia y, «aunque las cosas nunca son lo que uno espera o se imagina», no se arrepiente del paso dado. «Creo que sé muy pocas cosas y me falta mucho por aprender», reconoce. Por el momento no muestra ninguna inclinación por una pastoral concreta («no conozco más que una que es llevar el Evangelio a todos aquellos que lo quieran recibir», aclara, «y esto se puede hacer de muchas formas. Y la verdad es que también hay mucho que aprender. No tengo ningún apego a ningún sitio. Donde la Iglesia quiera».

 

Imagino una gran aventura en la que Dios se sirve de nosotros como instrumentos para acercar a otros a Él

 

Isaac confiesa que muchas veces hasta ahora ha soñado con su ministerio: «Imagino una gran aventura en la que Dios se sirve de nosotros como instrumentos para acercar a otros a Él con los sacramentos, oración y testimonio». Para él, ordenarse sacerdote «es un gran regalo que Dios por medio de la Iglesia, y por lo tanto un don y una tarea importante». «Me gustaría que el mío fuese un ministerio de entrega y misión en el que no me reservase nada egoístamente para mí. Imagino que habrá momentos muy buenos y momentos muy difíciles, y espero que en todo momento pueda estar cerca del Señor, fiel a mi vocación y a las pequeñas llamadas que vaya haciéndome», asegura Diego. Por su parte, Pablo es muy expresivo al hablar del ministerio que ahora estrena: «Ufff…. Se me ponen los pelos de punta. Sobre todo el pensar en que ya empezaré a administrar el sacramento de la Misericordia. Es un regalo inmenso poder llevar a Cristo a tantas personas siendo yo inmerecedor de tal don».

 

Sobre la actual escasez de vocaciones, Isaac sostiene que «el Señor sigue llamando, y lo seguirá haciendo. Sin embargo a veces los miedos, las incertidumbres, pueden echar para atrás. Por ello, tenemos que hacer todo lo posible aquellos que desarrollamos algún ministerio dentro de la Iglesia por acompañar a estas personas. Especialmente señalo el acompañamiento de nuestros adolescentes y jóvenes», insiste. «¡Es un ministerio especial y muy importante!». «La pastoral vocacional es cosa de todos», concluye. «Por ello os invito a seguir rezando por ellas ya que en las parroquias, colegios e institutos tenemos muchas personas que necesitan de Dios y les puede estar llamando».

 

Descubrir y vivir la vocación es el proceso natural de quien sigue a Jesús en una comunidad

 

Diego deduce que esa falta de vocaciones es consecuencia del contexto actual: «Hoy en día cada vez hay menos personas creyentes, incluso menos personas que dan importancia a su dimensión espiritual. Es difícil descubrir tu vocación «espontáneamente». Por eso, si las personas que cultivan su relación con Jesús en una comunidad son cada vez menos, cada vez menos personas descubren su vocación, sea cual sea. Porque descubrir y vivir la vocación es el proceso natural de quien sigue a Jesús en una comunidad. Si esto no se da, es difícil descubrir tu vocación. Aunque no imposible, ya sabemos que no hay nada imposible para Dios». En opinión de Pablo, se debe a que «hay pocas familias que se abren a la vida y porque quizá tanto religiosos, como pastores y laicos no damos un testimonio trasparente y verdadero del amor de Cristo en nuestras vidas. Y se podrían decir muchas más razones».

 

A pesar de que ordenarse «no sea lo común ahora mismo» ninguno de ellos se siente un chico extraño, «pero sí a contracorriente de las tendencias humanas actuales», apunta Pablo. «Me siento privilegiado porque una llamada de Cristo a seguirle totalmente es un privilegio enorme. Pero no por que yo lo merezca. Al contrario, soy consciente de mis limitaciones como persona, y de las que conoceré en el futuro», concluye.