El Círculo de Silencio pide una educación inclusiva
Ni el frío ni la niebla impidieron ayer a numerosas personas concentrarse en el paseo Sierra de Atapuerca de Burgos y solicitar una vez más el respeto de los derecho de los migrantes. La última edición de Círculos de Silencio, que se desarrolla cada dos meses en este emplazamiento de la capital, alcanzó ayer su 72 edición poniendo el foco en los estudiantes que, venidos de otras latitudes del mundo, se preparan en nuestra ciudad para «servir mejor a esta sociedad y a sus comunidades de origen», tal como se leyó en el manifiesto conclusivo del acto [leer aquí].
Los estudiantes que se forman en los centros de enseñanza y universidades de Burgos –entre los que se encuentra el mismo Seminario– deben no solo «superar el alejamiento de los suyos», sino también afrontar «la adaptación a una cultura, lengua, modo de pensar y también modo de vivir la fe muy diversa de la suya», todo ello sin olvidar «la tensión por sacar adelante unos estudios que les resultan especialmente complicados». Por no hablar de los estereotipos que estas personas tienen que sufrir, fruto, en muchas ocasiones, de las «banalidades» de los medios de comunicación que, tan ocupados por narrar las noticias de Occidente, solo se centran en «aspectos negativos de catástrofes, pobrezas o violencias» de los demás países del mundo.
Por ello, en la tarde de ayer se solicitó llevar a cabo una «educación inclusiva que facilite el intercambio», y que sea, además, «personalizada, para que todos puedan tener una formación para desarrollarse con dignidad». Los jóvenes seminaristas que leyeron la declaración apuestan por «facilitar medios de conocimiento mutuo entre las diversos países y culturas, experiencias de intercambio y de estudio que permitan abrir la mente y los corazones a la pluralidad». A la vez, acogieron y agradecieron «el esfuerzo, el tesón, la alegría, la disponibilidad y todos los valores que nos aportan nuestros compañeros que vienen de fuera», mientras alegaron que «el intercambio cultural nos enriquece».
Tras la celebración de la Navidad, durante la cual la delegación diocesana de Pastoral de Migraciones instaló un belén migrante en la plaza de Santo Domingo, se tuvo también un especial recuerdo a todas aquellas personas que, como «el Dios que se hizo migrante», han huido de sus países «buscando seguridad y refugio» y cuyas historias han acabado de forma trágica.