
Azucena, con su hijo Adrián.
Villalmanzo, once de la mañana. A pocos pasos de la ya cerrada escuela del municipio vive Azucena Galaz, quien nos recibe calurosamente en su casa. Hasta el año pasado, su hijo Adrián Arnáiz era uno de los cinco niños mayores de este colegio rural. En este curso, a diferencia de sus otros cuatro compañeros que se han matriculado en el instituto de Lerma, él ha optado por estudiar en el Seminario de San José, una decisión que a su madre no le ha pillado por sorpresa pues, según detalla, era algo por lo que venía suspirando desde que estaba en quinto de primaria, cuando él y otros amigos comenzaron a acudir al Preseminario.
La invitación llegó de Domingo, el párroco de la localidad, quien animó a Adrián, uno de sus mejores monaguillos, a participar en las actividades que organiza el centro vocacional. «El Preseminario era para él algo especial y lo esperaba con ilusión», detalla su madre; «no se perdía ninguna de sus actividades, los viajes a Futuroscope y Port Aventura, los campamentos de verano… Allí ha hecho grandes amigos», y así es como poco a poco surgió en él el deseo de entrar en el Seminario. «A mí no me pareció raro; si te soy sincera, me produjo alegría», revela Azucena. «Yo simplemente quise cerciorarme de que realmente quería, porque no iba a ser una decisión fácil e iba a comportar muchos cambios en la familia. Así que un día su padre y yo tuvimos con él una conversación en la cocina para ponerle sobre la balanza los pros y contras que su decisión podría acarrear». Valoraron que iba a estar en un internado y vería mucho menos a sus padres y su hermana Lucía, que estaría lejos de casa, que sus amigos del pueblo no iban a ir al Seminario y que su madre no le podría echar una mano con sus deberes. Por contra, iba a tener nuevos amigos, una formación de calidad y otros cauces para madurar a su edad. Con todo, Adrián «lo tenía claro; él quería ir y ahí está». «Es muy maduro y reflexivo, así que estoy segura de que ha tomado la decisión acertada», concluye su madre.
La entrada de Adrián en el Seminario ha supuesto un cambio no solo en la vida del muchacho, sino de toda la familia. Su madre, concejala del ayuntamiento de Villalmanzo, trabaja dando clases particulares y llevando la contabilidad y demás tareas administrativas del trabajo de su marido Jorge, agricultor de profesión. Al comienzo, a Azucena le costó adaptarse a la nueva situación, continuaba poniendo cuatro platos en la mesa y notaba la ausencia del joven: «Adrián es para mí un gran apoyo, hablamos mucho entre nosotros y la pequeña, quizás por imitación, también está forjando su personalidad en este sentido extrovertido y dialogante. Me ha causado mucho vacío que no esté Adrián, pero ahora lo complementamos entre todos: mi marido está más metido en el núcleo familiar y es un respaldo para mí. Somos una familia bien avenida y ahora lo somos un poco más. Que Adrián esté en el Seminario es como un pellizco, un impulso más porque necesitamos estar más fuertes y unidos ahora que él no está entre semana con nosotros». Y asegura: «Yo estoy contenta de verle a él feliz. Aunque a mí me duela, me siento contenta de verle feliz. Eso me causa tranquilidad y me reconforta verle con gente que realmente le cuida y le educa».
«A mí me gustaría que Adrián fuera cura; no tendría ningún problema. Mucha gente me dice que estamos locos, pero él mismo parece que está ilusionado»
Se consideran una familia cristiana. Ella ha sido catequista, canta en el coro de Lerma y participa en todo lo que haga falta en su parroquia «para hacer comunidad». Junto a su esposo, participan en los grupos de matrimonios del arciprestazgo del Arlanza desde que se casaron en 2005 y siempre se han movido «en círculos religiosos». Existían todos lo ingredientes para que Adrián entrara en contacto con el Seminario y, a pesar de que aún es demasiado joven, a su madre no le importaría tener un hijo sacerdote: «A mí me gustaría que Adrián fuera cura; no tendría ningún problema. Mucha gente me dice que estamos locos, pero él mismo parece que está ilusionado», detalla su madre. «El otro día me dijo: “Mamá, cuando sea sacerdote voy a pedir que me traigan a Villalmanzo o a los pueblos del alrededor porque así estaré cerca de mis amigos, que quieren que esté por aquí, y así puedo hacer el campo en mis ratos libres…»
Su segunda familia
Mientras ese sueño se cumple, Adrián y su familia están en un «proceso de aprendizaje». «Lo del Seminario era una incógnita, pero creo que se están cumpliendo las expectativas», asegura Azucena, quien no tiene más que palabras de agradecimiento para el Seminario y su equipo de profesores y formadores. Allí, indica, existe «una atención continuada, familiar, que es lo que me llama la atención y es algo que me reconforta». «Les dan un abrazo cuando llegan tras el fin de semana en casa, hay vaciles, se nota que hay cariño, como en una familia». Además, valora positivamente que «no hay barreras» entre los formadores y las familias y que la relación «es abierta, para nada impositiva o autoritaria». «Adrián está muy a gusto», tanto que a veces se olvida de dar un beso de despedida cuando sus padres lo dejan en el Seminario tras el fin de semana, que siempre pasa en casa.
Azucena no oculta que son pocos los niños que actualmente estudian en el Seminario Menor (siete este curso, tres de ellos en el mismo que Adrián), algo que le llama a la reflexión: «Creo que es miedo a lo desconocido. Tenemos pensamientos muy encasillados de lo que puede ser un centro religioso. Pero el Seminario Menor está renovado, hay gente joven y muy bien preparada. Mi opinión es que hay que conocerlo para poder hablar de ello y dejar que los niños tengan la experiencia, que comiencen por el Preseminario y si les gusta dejar que repitan. Aunque veamos a veces más inconvenientes que ventajas, realmente al final tenemos que mirar por el bien de ellos, por su felicidad, aunque los demás tengamos que hacer estrategias para pagar a final de mes la cuota o habituarnos a estar menos tiempo con ellos».
A pesar de todo, Galaz señala que son muchas las ventajas que tiene estudiar en el Seminario. No solo destaca las instalaciones, con habitaciones amplias, luminosas, limpias y con calor o los grandes laboratorios y patios para jugar, sino también la formación y «variedad» de su profesorado y el buen ambiente que se respira entre los sacerdotes formadores y los propios seminaristas. Un clima propicio, concluye, para que los adolescentes que allí estudian «se forjen a nivel académico y personal, aprendan nuevos hábitos de conducta y maduren a nivel personal y relacional».