Don Fidel Herráez asiste a la reunión de la permanente de la Conferencia Episcopal

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La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) celebra su última reunión del curso los días 6 y 7 de julio en la Casa de la Iglesia, en Madrid (C/ Añastro, 1). Esta reunión se atrasó de su convocatoria original con motivo del Covid-19 y será presencial y en ella participará el arzobispo, don Fidel Herráez Vegas.

 

En el transcurso de esta Comisión Permanente se celebrará, el día 6 de julio a las 20.00 h., una misa funeral en la catedral Sta. María la Real de la Almudena de Madrid por todos los fallecidos a causa de la pandemia. La eucaristía será presidida por el cardenal don Carlos Osoro Sierra, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la CEE y será concelebrada por todos los obispos de la Comisión Permanente.

 

A la celebración acudirán SS.MM. los Reyes de España, don Felipe VI y doña Letizia, y SS.AA.RR. la Princesa de Asturias doña Leonor de Borbón y la Infanta doña Sofía de Borbón, así como diversas autoridades del Estado y representantes de otras confesiones religiosas.

 

Durante estos dos días los obispos trabajarán también sobre otros temas, como la situación pastoral de la Iglesia católica en España después de la salida del estado de alarma; el estudio de un borrador de documento pastoral sobre la situación de los ancianos a raíz de la experiencia vivida con la Covid-19, o los resultados y la actualización del Congreso de Laicos Pueblo de Dios en Salida que se celebró el pasado mes de febrero.

 

Asimismo, los obispos recibirán información sobre diversos asuntos de seguimiento. La Comisión Permanente aprobará, como es habitual, el calendario de las reuniones de los órganos de la CEE para 2021.

Casarse en tiempos de pandemia: «Mi mundo está en sus ojos»

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El coronavirus ha puesto en jaque muchos de los eventos que teníamos planificados en nuestras agendas: primeras comuniones pospuestas hasta septiembre, octubre o incluso el próximo mayo; bodas aplazadas y bautizos esperando a tiempos mejores. Sin embargo, a pesar de las dificultades y la incertidumbre de saber si las iglesias podían o no estar abiertas o cuántos invitados iban a poder acudir a la celebración, Esperanza Espeja y Jaime Arroyo decidieron seguir adelante con su boda. Estaba prevista para el 20 de junio y tenían claro que no iban a cancelar ni posponer este evento que llevaban planificando desde el pasado mes de septiembre.

 

Se conocieron en 1986 y fueron grandes amigos hasta que por fin decidieron salir e irse a vivir juntos. Eran «pareja de hecho» desde hace 20 años y ambos fueron considerados como hijos por los padres de la otra pareja. «Estábamos bien, éramos muy felices y, aunque la idea de casarnos por la Iglesia siempre estuvo ahí lo fuimos dejando y nunca llegaba el momento de planteárnoslo definitivamente, no le dábamos demasiada importancia», comentan.

 

Sin embargo, el verano pasado Jaime sufrió una dura enfermedad que puso patas arriba sus proyectos y les llevó a afrontar la vida de otra manera. Ingresado en el Hospital Universitario de Burgos, perdió rápidamente mucho peso, no era capaz de sujetarse por su propio pie, su corazón estaba solamente al 14% de su capacidad, sus constantes eran monitorizadas en todo momento y su vida pendía de un hilo: «Estuve 16 días muy grave y cuando Esperanza se despedía, nunca le decía hasta luego», por si acaso no volverían a verse: «Basta menos de un minuto para decir adiós», relata emocionado mientras ella le abraza y acaricia suavemente su espalda para reconfortarlo.

 

Una nueva vida

 

Tras más de un mes debatiéndose entre la vida y la muerte, y gracias «a unos especialistas maravillosos» que lo sacaron adelante, a Esperanza y Jaime les dio «un giro la cabeza»: «Se nos cayeron todos los esquemas y descubrimos que hay que agradecer cada detalle, cada segundo de tu vida, de darte cuenta de que mañana te arrepentirás del beso que no has dado hoy». «A pesar de las limitaciones y de las pastillas, desde septiembre soy más feliz desde que me levanto hasta que me acuesto», comenta Jaime. «Ahora vemos la vida de otra manera y, aunque antes también rezábamos pero quizás no íbamos a misa, ahora todos los días damos gracias a Dios. Aunque el cielo esté gris, siempre hay motivos para la esperanza», comenta ella: «Mi nombre siempre va por delante, no nos hacen falta tantas cosas para disfrutar de la vida, ama cada ratito que tengas y no nos agobiemos ni demos importancia a tantas tonterías», subraya.

 

Y fue en ese valorar la vida desde otro prisma cuando decidieron emprender el proyecto de boda que desde hacía tiempo estaba en el tintero. Hablaron con el párroco de Nuestra Señora de las Nieves, completaron su expediente matrimonial y realizaron sus encuentros de preparación al matrimonio, si bien en los últimos meses tuvieran que hacerlo de forma telemática a causa de la pandemia. «Aunque estábamos preocupados y no pudieron venir algunos familiares de Madrid o Barcelona, no queríamos posponer la boda; ya lo celebraremos con ellos más adelante, en cuanto podamos». Así, aún en la «fase 3» de la desescalada, con pocos invitados y pertrechados con mascarillas, sus hermanos y algunos amigos fueron testigos de una bonita celebración que no olvidarán, aunque no fuera como habían imaginado en un primer momento. Para ellos «fue un día lleno de sorpresas», donde no faltaron los regalos y los cantos de sus sobrinos y el convite del hotel fue sustituido por una fiesta en el jardín de la casa de la madre de Esperanza, en la barriada de Los Ríos.

 

Ahora, ambos han comenzado una nueva vida, totalmente diferente a la anterior. Aseguran convencidos de que son «enormemente felices» y que «tenemos que durar muchos años así». En las últimas semanas han salido lo mínimo de casa para preservar la salud de Jaime y ahora empiezan a dar más paseos juntos «para disfrutar y agradecer cada amanecer y atardecer, cada segundo de nuestra vida juntos». «He tenido la suerte de encontrar a la mujer de mi vida, de haberme casado con ella y no haberme muerto. Soy inmensamente feliz. Mi mundo está en sus ojos».

Un plan para resucitar

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Escucha aquí el mensaje

 

Hay unas palabras de San Pablo en su carta a los Filipenses que me gusta recordar ahora, cuando nos vamos abriendo cautelosamente a una nueva etapa después de lo anteriormente vivido; dice San Pablo: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús» (Flp 3,13-14). A lo largo de estos meses hemos venido reflexionando mucho sobre lo que nos ha acontecido y lo que hemos experimentado personal y comunitariamente. A través de mis mensajes, también he querido animaros a que nos apoyáramos mutuamente y a vivir la situación como un tiempo de gracia, que nos permitiera abrirnos al plan de Dios que siempre es misericordioso.

 

Hoy, siguiendo con la mirada hacia adelante como os decía el domingo pasado, me gustaría soñar el futuro y avivar en vosotros la necesaria esperanza que nace de la fe y que hoy es tan urgente. En alguna ocasión os he manifestado mi certeza de que la experiencia vivida nos debe llevar a construir un mundo distinto, porque el mañana no puede ni debe ser como el ayer. Sin duda hay un antes y un después de lo vivido, o tendría que haberlo necesariamente, si es que hemos aprendido algo de este acontecimiento de muerte y de vida. Así confluyen las valoraciones y reflexiones que nos invitan a consolidar las actitudes mejores nacidas durante la pandemia. Y así lo hace también el Papa que nos ofreció su propia reflexión en torno a la Pascua con el título: «Un plan para resucitar», como un aliento de esperanza y de alegría pascual para animar la vida en tiempos de la pandemia. Solo así podremos afirmar que el dolor de lo vivido no ha sido en vano y que las crisis son el comienzo de un nuevo nacimiento. Dejar, como decía Pablo, lo que queda atrás… y correr hacia adelante, hacia la meta que deseamos.

 

Me viene al pensamiento la pregunta que el Papa Francisco plantea en su Encíclica Laudato Sí, de la que estamos celebrando su quinto aniversario, y cuyas enseñanzas están hoy más vivas que nunca: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (LS 160). Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. En efecto, la pandemia es un momento oportuno para que seamos capaces de reflexionar particular y conjuntamente sobre esta gran cuestión. Preguntarnos sobre qué tipo de mundo queremos es descubrir la insatisfacción por el mundo en el que vivimos y afrontar juntos esas otras epidemias silenciosas que también nos asolan. Así nos vuelve a preguntar el Papa: «¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?» (Cfr. «Un plan para resucitar»).

 

La Encíclica Laudato Sí puede ser una excelente guía moral y espiritual para la concreción de esta nueva sociedad que buscamos y por la que luchamos: un mundo más solidario, fraterno, pacífico y sostenible. Porque si algo nos ha demostrado la crisis que hemos vivido es que todos estamos conectados, que somos interdependientes. Y eso requiere de respuestas integrales tal y como se nos recordaba en la Encíclica. La «ecología integral», como propuesta de camino, tiene en cuenta los distintos aspectos ambientales, humanos, económicos y sociales; es esa visión completa que hoy necesitamos para esta casa común en la que vivimos. En concreto, esa pluralidad de elementos que componen nuestro mundo y que ninguno ha de descuidarse: una buena política que haga converger las diferentes sensibilidades en torno al bien común; una economía humana que solucione las auténticas necesidades de las personas; una cultura que contribuya al auténtico desarrollo; unos estilos de vida sencilla y solidaria que tengan en cuenta la justicia intergeneracional; una espiritualidad y una educación que sostengan este compromiso transformador…

 

Releer esta Encíclica nos puede ayudar a cambiar, y a que algo cambie en el mundo, en esta nueva etapa a la que nos enfrentamos; sin duda es un hermoso «plan para resucitar». «Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante… Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea» (LS, 245).

Confirmación de adultos en Miranda de Ebro

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El arzobispo, don Fidel Herráez Vegas, administró ayer en la parroquia del Buen Pastor de Miranda de Ebro la confirmación a seis adultos que se han preparado para recibir este sacramento desde hace algunos meses. Todos ellos han seguido un itinerario de formación especial que cada año pone en marcha la diócesis para aquellas personas que no pudieron recibir el sacramento en su infancia o adolescencia y que desean culminar su iniciación cristiana.

 

Este año, a causa de la pandemia por el coronavirus, este grupo de adultos han recibido sus catequesis de forma telemática, y han estado acompañados durante todo el proceso del párroco del Buen Pastor, Jesús María Calvo, y de un grupo de catequistas de la comisión arciprestal. Junto a estos encuentros «virtuales» han mantenido también alguna reunión presencial antes y después del estado de alarma y, ayer mismo, tuvieron un encuentro con el propio arzobispo antes de la celebración del sacramento, que se llevó a cabo guardando las medidas de seguridad. De hecho, el prelado ungió a los confirmados con el santo crisma usando un bastoncillo de algodón.

 

La celebración en el Buen Pastor ha sido la última que el arzobispo ha presidido en las últimas semanas con la celebradas también en la parroquia de Santo Domingo de Aranda de Duero (donde recibieron la confirmación diez personas) y la de San Martín de Porres de Burgos, en la que recibieron el sacramento 34 personas.

Imagen del mes de julio: vidriera del apóstol Santiago

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La vidriera gótica se constituye en la principal forma de pintura monumental, transforma la arquitectura del momento (marcada por amplios ventanales para dar luminosidad a los templos) y se convierte en el vehículo idóneo para expresar los conceptos de la mística y el simbolismo del cristianismo de los siglos finales de la Edad Media.

 

La que traemos en este mes de julio representa al apóstol Santiago, se ubica en la capilla de los Condestables y es obra del maestro vidriero Arnao de Flandes, nacido en Flandes en fecha indeterminada de la segunda mitad del siglo XV. Se cree que llegó a España entre 1480 y 1490 y se estableció en Burgos, donde elaboró varias vidrieras para la Catedral e hizo lo propio con las de Ávila y Palencia.

 

En la escena representada, aparece el apóstol con un libro abierto, que está leyendo, lo cual se advierte por la dirección de su mirada. Su sombrero con venera indica su condición de peregrino. El tratamiento de cabellos y barba es esmerado. Esta se divide en el centro como en dos partes, cada una de las cuales termina en cinco especie de bucles, haciendo así referencia al número diez (X), que es el número de Cristo.

 

El apóstol Santiago el Mayor, patrono de España, gozó de un trato privilegiado del Señor, estando presente junto con su hermano Juan y con Pedro en la Transfiguración y en la Oración de Getsemaní. Los españoles nos podemos considerar discípulos suyos.

 

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