«El coronavirus nos deja cicatrices en el corazón que solo Dios puede curar»

María Victoria es auxiliar de Enfermería y colabora con la Pastoral de la Salud en la parroquia del Espíritu Santo. Desde que comenzó la pandemia, la tarea de acompañamiento se ha intensificado.

MARIA VICTORIA GAMARRA (5)

 

María Victoria Gamarra González nació en Burgos en 1964 y siempre ha vivido en la capital burgalesa. Sus parroquias de referencia han sido La Anunciación, donde estuvo como catequista cinco años, y San Rafael Arnáiz, en el G-3, aunque donde actualmente desarrolla sus actividades es en la parroquia del Espíritu Santo, donde es miembro del grupo de oración y del coro, así como colaboradora en Pastoral de la Salud, atendiendo a las personas mayores durante el confinamiento por la pandemia de coronavirus. Auxiliar de enfermería de profesión y vocación, se declara gran devota de la Virgen María desde los 15 años, que ha marcado su vida de fe y compromiso con la Iglesia. También, desde hace 14 años pertenece al grupo Entreculturas, que gestionan los jesuitas y cuyo objetivo es construir escuelas por todo el mundo.

 

Procede de una familia católica en la que siempre hubo devoción a la Virgen, pero donde descubrió el amor a María, según cuenta, fue en unas colonias en Lourdes. «Allí aprendí a rezar el rosario y ahí nace mi devoción, que luego se ha reforzado más, sobre todo con la enfermedad de mi padre, un gran devoto de la Virgen del Carmen, que le confortó durante su enfermedad de cáncer de colon, de la que murió, pero con mucha paz y mucho amor a María. Por eso yo le tengo una devoción especial a la Virgen del Carmen».

 

Su vocación profesional también le viene de lejos: «Desde siempre, desde pequeña, he sentido un cariño especial por los enfermos y por las personas mayores, siempre he querido estar cerca de ellos, por lo que estudié en Burgos auxiliar de enfermería, que es mi profesión, pero también mi vocación. Me conmueven las personas mayores que están enfermas porque son personas frágiles, que se sienten vulnerables, desconocen lo que les puede pasar cuando les llega la enfermedad, en muchas ocasiones se consideran estorbos en la familia y en la sociedad. En esos momentos es muy importante que sientan a personas que están cerca de ellos».

 

Colabora, desde hace un año, con la Pastoral de la Salud desde su parroquia, acompañando a las personas dependientes que necesitan ir al médico y no tienen a nadie. «Es importante que sepan que la parroquia está pendiente de ellos, que no están solos, y procuramos estar con ellos en los momentos de mayor fragilidad. Considero un deber estar al lado de las personas enfermas que nos necesitan, sobre todo las personas mayores que en muchos casos están solas, porque sus hijos están fuera o tienen trabajos que les impiden estar con ellos. Acompañarlos me aporta una sensación de amor especial que resulta reconfortante y para mí es muy importante sentir que puedo ser útil a los demás», asegura.

 

Desde que comenzó la pandemia de Covid-19, el equipo de Pastoral de la Salud de la parroquia, formado por seis personas, ha puesto mucho más empeño en esa tarea de acompañamiento. «Nos hemos organizado muy bien, con una agenda para llamarles a todos y preguntarles cómo estaban y si necesitaban algo; afortunadamente, en lo que yo he atendido, no hemos tenido casos directos de coronavirus, pero ha sido un periodo muy activo, de aconsejarles de qué manera tenían que protegerse del virus y evitar los contagios. Además ellos estaban muy preocupados porque no podían salir de casa y tenían mucho miedo al contagio en caso de salir a comprar alimentos, pero lo más importante para nosotros era que se sintieran acompañados, que supieran que no estaban solos».

 

Lo más triste que le puede suceder a una persona es morir sola. También es duro el dolor, pero eso en muchas ocasiones se soluciona con medicamentos, la soledad es lo peor.

 

María Victoria reconoce haber vivido los momentos más duros de la pandemia «como una pesadilla». «Lo más triste que le puede suceder a una persona es morir sola. También es duro el dolor, pero eso en muchas ocasiones se soluciona con medicamentos, la soledad es lo peor. Tener personas a tu lado en el momento de la muerte da fortaleza, consuela mucho, pero morir con sensación de soledad y abandono provoca una inmensa tristeza. Todo ello unido a la sensación de impotencia de sus familiares, a los que se les impide poder estar con sus seres queridos en esos momentos, supone que lo que hemos vivido estos días es horrible, no tiene otro calificativo», lamenta.

 

«La pandemia podrá ser superada, aunque es una enfermedad con un deterioro grande en el organismo y un final incierto. Pero lo que hemos vivido a nivel de sentimientos deja mucha huella. A las familias que han perdido seres queridos les ha quedado una cicatriz en el corazón que no se cerrará nunca. No poderse despedir de las personas que más quieres, ni tan siquiera acudir a su entierro, es tremendo. Pero las personas que tenemos fe, los cristianos, sabemos que Dios no abandona nunca. Las personas que han fallecido en estas circunstancias de soledad seguro que han tenido a Dios cerca y su muerte habrá sido un camino hacia el cielo, y todo esto debe consolarnos a quienes somos creyentes, porque solo Dios nos puede dar un verdadero consuelo y una salida a esta situación tan dolorosa, es el único que puede curar las heridas y quitar las cicatrices de lo que nos ha tocado vivir».

 

Frente a estas adversas circunstancias, cree que el papel de la Iglesia y de los cristianos es «salir de nosotros mismos; lo primero, apoyar a las personas que han perdido a sus seres queridos en esta pandemia, y ayudar es también prestar apoyo económico a quienes han perdido su trabajo y no tienen ingresos, porque el coronavirus no solo nos ha traído enfermedad, sino también pobreza y situaciones familiares muy delicadas. A los cristianos nos toca ahora hacer la tarea que el Señor nos pide, de acompañar, animar y ayudar a quienes nos necesitan, comenzando por los que tenemos más cerca. Ayudar y estar al lado de los otros, a veces una simple sonrisa lo es todo, y si tenemos mascarilla, la sonrisa también llega con los ojos. Debemos conseguir que se sientan acompañados, que sepan que estamos a su lado. Y otra cosa importante es hablarlos y consolarlos, pero sobre todo escucharlos, porque muchas personas necesitan ahora, sobre todo, que se les escuche».

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