Coros y grupos peregrinan a la Catedral en torno a la fiesta de Santa María la Mayor
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, el Amor con mayúsculas sublima la existencia. Hoy, vuelve a exultar de gozo aquel Niño encerrado en el seno materno. Hoy, la Virgen María sube gloriosa al Cielo. La Madre de Dios y nuestra, inmaculada en su concepción, vence al pecado y a la muerte. Y lo hace para siempre. La glorificación de su cuerpo virginal –a imitación de su Hijo único Jesucristo– nos recuerda, como dijo el apóstol de los gentiles, que «la muerte ha sido absorbida en la victoria»
Hoy, desde lo más profundo de la intimidad de María, desde lo más insondable de su silencio, «brota ese cántico que expresa toda la verdad del gran misterio». Así lo expresó el Papa san Juan Pablo II, un gigante de Dios, en una homilía pronunciada en la iglesia de Santo Tomás de Villanueva (Castelgandolgfo), en 1979. Allí, en el umbral de la eternidad, tras el encuentro admirable del Magníficat, destacó que la inmensidad de ese cántico «anuncia la historia de la salvación y manifiesta el corazón de la Madre: “Mi alma engrandece al Señor” (Lc 1, 46)». Por ello, en el momento en que se clausura su peregrinaje terreno, «brota de nuevo del corazón de María el cántico de salvación y de gracia: el cántico de la asunción al cielo».
La Iglesia pone de nuevo en boca de la Asunta, Madre de Dios y nuestra, el Magníficat, testamento espiritual donde hemos de postrar cada resquicio de nuestra fe. Ahora, como hijos, discípulos y peregrinos, llenos de un profundo gozo en el seno de la eternidad, queremos de permanecer exultantes en Su presencia, porque el Poderoso ha hecho en nosotros –endebles y quebradizas vasijas de barro– maravillas (Lc 1, 47-49). Un amor que se derrama incólume en el Cordero de Dios, en esa inmensa misericordia que se esparce de generación en generación (Lc 1, 50). La Asunción de María nos muestra el horizonte que conduce a la plenitud en la eternidad. Ella, elegida para ser Madre del Verbo Encarnado, mora –del primero al último latido– en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: el seno de la Santísima Trinidad.
Con el misterio de la Asunción que hoy se revela en toda su grandeza, la Madre de Dios y nuestra, libre de la corrupción del sepulcro, libera los retazos que lastiman nuestra plegaria. Con este sentir, fijamos nuestra mirada en la morada definitiva desde donde Ella ahora nos contempla: junto al Padre, en la gloria de la Resurrección. Hoy, con la Asunción, que es la unión definitiva con Dios, celebramos una gran fiesta de la fe. Ella, elevada a la gloria del Cielo, nos abre el paso y nos alumbra el camino, para que en la duda, el peligro o la tribulación podamos gritar –con la Esposa del Cantar de los Cantares– «Llévame en pos de ti: ¡Correremos tras el olor de tus perfumes!» (Ct 1,3-4), y decir «Dios te salve, María, llena de gracia» (Lc 1, 28) y sentir cómo su fuego contagia nuestro corazón de ternura. Ella lo enciende para que nosotros prendamos el mundo de su gloriosa presencia. Su amor nos precede, y su mirada bienaventurada nos indica el corazón del Cielo: la preciosa meta hacia la que todos nos encaminamos.
Con gran afecto, os deseo un feliz día de la Asunción de nuestra Madre.
Ayer jueves recibieron sepultura los dos últimos sacerdotes diocesanos fallecidos: Luis Hernando Hernando y José Luis de Pedro de Pedro.
Luis Hernando nació el 21 de junio de 1941 en Jaramillo Quemado. Fue ordenado sacerdote el 2 de julio de 1966 y ejerció el ministerio como vicario parroquial de Lerma, párroco del Valle de Losa, Pampliega y servicios y adscrito a la Unidad pastoral de Salas de los Infantes.
José Luis de Pedro nació el 25 de octubre de 1940 en Quintanar de la Sierra y recibió la ordenación sacerdotal el 25 de julio de 1964, ejerciendo el ministerio presbiteral como vicario parroquial en Briviesca, vicario parroquial en Melgar de Fernamental; párroco de Llanillo de Valdelucio, párroco de Villalba de Duero y párroco de San José de Aranda de Duero. Últimamente ejercía como adscrito en las parroquias de San Nicolás y Santa Águeda.
El arzobispo, don Mario Iceta, y el todo el presbiterio diocesano lamentan su pérdida, agradecen al Padre la entrega generosa de sus vidas y piden por su eterno descanso.
Santos Luis Díez Alonso nació en Burgos en 1962. Maestro de profesión, ha ejercido en colegios de diversas localidades como Alcántara, Covaleda, Sepúlveda, Palencia, Aranda de Duero y Burgos. Su vida está marcada por la enfermedad de la poliomelitis, que sufrió a los 9 meses de su nacimiento y que le afectó a la movilidad en sus dos piernas. Hasta hace cinco años ha podido caminar sin muletas, pero actualmente tiene que hacer uso de las mismas para desplazarse. Soltero. Pertenece a un Grupo de Jesús de Pagola en Burgos, un movimiento implantando en todo el mundo, compuesto por personas con inquietudes que buscan a Jesús y reflexionan sobre su doctrina. Pertenece a la parroquia de San Cosme y San Damián y en su vida religiosa hubo un periodo en su juventud, a los 16 años, cuando militó en un grupo carismático protestante, pero no tardó en volver a la Iglesia Católica, en la que lleva 30 años.
A pesar de padecer polio, asegura que no ha sentido especialmente diferente: «Como lo tuve desde muy pequeño, desde los 9 meses, siempre ha sido parte de mi vida y cuando somos niños nos adaptamos muy bien a cada circunstancia. En mi caso nunca percibí mi enfermedad como un gran problema, me adapté casi sin darme cuenta, sin suponerme un gran esfuerzo, porque fui creciendo con ello y no había vivido nada diferente antes. Era consciente de mis limitaciones pero debía vivir con ello y así lo hice sin ningún dramatismo. Mi sensación es que fui siempre bien aceptado por la sociedad, no he sido discriminado y no he sufrido afortunadamente ningún momento duro por ello».
La enfermedad tampoco le ha impedido desarrollar su vocación de maestro, profesión en la que dice sentirse muy realizado, «porque no sólo me ha permitido enseñar a los jóvenes, sino también aprender muchas cosas. En la escuela no solo enseñamos sino que aprendemos todos. En mi caso siempre me he visto con fuerzas para seguir adelante porque he vivido mi enfermedad como un proceso natural, y además he tenido en cuenta dos aspectos esenciales, me ilusionaba con lo que podía hacer y no me fastidiaba lo que no podía hacer por tener dificultades de movimiento en las dos piernas».
He aprendido que amar conlleva perdón, reconciliación, paz, justicia y verdad, que son los principios de la doctrina de Jesús
A los 16 años se apartó de la Iglesia católica, aunque «fue una cuestión coyuntural», matiza. «A esa edad buscas movimientos que te enganchen, que tengan tirón, y a mí me atrajo un grupo carismático protestante. Ciertamente no guardo mal recuerdo de aquel periodo, éramos jóvenes y había un buen ambiente, pero notaba que no era lo que yo buscaba y terminé de nuevo en la Iglesia Católica. Me gustó la Iglesia pequeña, en la que se hacían actividades cercanas con las personas y yo me sentí muy bien, porque palpaba libertad, era una Iglesia abierta a todos, acogedora, con los brazos abiertos. En el movimiento protestante era más complicado aceptar a las personas no creyentes, pero la Iglesia daba cabida a todos, a quienes tenían fe y los que no, todos podíamos participar. Me enganchó esa Iglesia abierta a todos y en ella estoy desde hace 30 años», explica.
Desde hace cinco años forma parte de un grupo de Jesús de Pagola. «Por casualidad escuché que había unos cursos de Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología, me interesó y me encontré con gente que tenia las mismas inquietudes que yo. De allí salió la idea de formar un grupo de Jesús de Pagola con otros compañeros de la Facultad. En el grupo profundizamos sobre la doctrina de Jesús, que se basa en el amor y en la entrega a los demás. Jesús de Pagola me ha permitido acercarme al conocimiento de Jesús y saber cómo debemos actuar, con el amor siempre por delante. He aprendido que amar conlleva perdón, reconciliación, paz, justicia y verdad, que son los principios de la doctrina de Jesús. Además de la reflexión también pasamos a la acción y cada miembro del grupo se va decantando para llevar a cabo actividades con otros movimientos, como Pastoral Penitenciaria, Migración, Pastoral Gitana, y cada uno colabora con lo que considera que más puede aportar. A nivel personal me encuentro muy bien en el grupo y estoy muy contento y comprometido».
En estos momentos ve la Iglesia «con un resurgir sano, no tanto en número de creyentes como en el compromiso con la fe que profesamos. Estamos en proceso de cambio, para pasar de ser una Iglesia de fans, en la que valía con ir a misa los domingos, a ser una Iglesia más comprometida como nos pide el Papa Francisco, una Iglesia cercana a las personas, que tiene muy claro el compromiso con el reino de Dios, que actúa desde el amor al prójimo y comparte sus necesidades. Una iglesia, como quiere el Papa, «con olor a oveja»».