Misioneros en Ucrania: «Anunciamos que Dios nos saca de la muerte y el sinsentido»

César y María Auxiliadora pertenecen al Camino Neocatecumental y catequizan en Kiev desde 1997. Relatan cómo el país vive la tensión con Rusia y cómo anuncian la esperanza del evangelio.
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César y Mariauxi (a la izquierda) tras la celebración de la misa en una casa.

 

«Vivimos una especie de miedo artificial; hay incertidumbre más por lo que oímos desde fuera y las noticias que nos llegan desde España que por lo que realmente vemos aquí. No hay sentido de alarma ni tanques en las calles, solo la tensión a la que los ucranianos llevan acostumbrados desde 2014», cuando Rusia se anexionó la península de Crimea. Es la percepción que traslada César Campomar, un burgalés nacido en Bilbao y que vive en una misión católica en Kiev desde 1997 junto a su mujer, María Auxiliadora Hernando, y sus diez hijos, los tres últimos nacidos en Ucrania. «Ahora mismo, nadie percibe que vaya a estallar un conflicto, estamos más preocupados por los contagios de covid que por una guerra», relata mientras explica que escuelas y universidades llevan cerrados desde antes de Navidad y los hospitales continúan saturados. Con todo, si la contienda se hiciera efectiva, esta familia del Camino Neocatecumenal «preguntaría a Dios qué hacer» e «intentaría escuchar su respuesta», que posiblemente pasaría por devolver a la abuela con la que viven a España –tiene 90 años y padece alzheimer– y permanecer junto a sus hermanos católicos de Kiev. 

 

Los Campomar Hernando se han mimetizado con la minoría católica de la capital de Ucrania, en la que, a diferencia de lo que cuentan los datos oficiales, viven más de cinco millones de personas. Allí los católicos apenas representan el 7% del total de una mayoría ortodoxa que, «como ocurre en España, tampoco son muy practicantes». Tampoco se puede olvidar el ambiente comunista y anticristiano que se vive en su cultura. Tras haber pasado seis años como misioneros en Bielorrusia –donde les dieron un «ultimátum porque sabían que éramos de la Iglesia»–, los responsables del Camino Neocatecumenal los enviaron por sorteo a Kiev. Allí colaboran con la recién creada parroquia de San Alejandro, que han visto edificarse y que aglutina a una población de 400.000 personas pero a la que solo acude un millar de católicos a rezar cada domingo. «Caminamos con ellos e impartimos catequesis en esta y otras parroquias del entorno donde nos llaman. No hacemos nada extraordinario, solo lo que podemos». «Aportamos nuestras ganas de vivir, contamos que Dios ha sido bueno con nosotros».

 

Anunciar que Dios actúa

 

Para César «la misión lo es todo; mi vida es la misión». A ella ha dedicado más de la mitad de sus años y lo hace «como agradecimiento a Dios», que, como explica, ha construido su vida «de la nada y el sinsentido» y necesita «que la gente lo conozca», que descubra cómo transforma la vida de las personas. Trabajador como administrativo en la Embajada Española en Ucrania –no hubo suerte de que lo contrataran como chófer y se puso pronto las pilas para aprender el manejo del ordenador y los trámites documentales–, César ha experimentado que «Dios se ocupa de nosotros con pequeños milagros» que él resume en haber encontrado a la mujer de su vida, tenido con qué alimentar a su familia numerosa y haber encontrado «una comunidad de hermanos que me acogen y acompañan», refiriéndose al Camino Neocatecumenal, al que pertenece desde que era un adolescente. 

 

Campomar quedó huérfano de padre a los 13 años, hecho que le empujó a «una crisis existencial profunda» que le hizo dudar de la bondad de Dios, quien para él comenzó a ser «una especie de canalla» que le había «arrebatado» a su padre cuando más éxito laboral cosechaba. Sus dudas de fe, la huída hacia adelante y las «borracheras intentando escapar de esta realidad» se toparon un día con las catequesis del Camino en su parroquia de Burgos, San Martín de Porres, a las que comenzó a acudir con asiduidad. Allí descubrió «una comunidad acogedora» y «el amor de Dios que era capaz de reconstruirte por dentro y recuperar el sentido de la existencia porque él está actuando». «Dios me estaba sacando del agujero profundo en el que me hallaba», recuerda. 

 

Además del encuentro sanador con Dios, en el Camino Neocatecumenal descubrió «hermanos que caminaban conmigo y me acogían a pesar de mis equivocaciones y pecados» y conoció a su actual mujer, con la que decidieron «abrirse generosamente a la vida» aunque ello acarrease «numerosas dificultades». 

 

Ambos se ofrecieron disponibles a la misión, a pesar de contar él con un buen puesto de trabajo como electrónico en el grupo Nicolás Correa. Y es que, como cuenta César, «los cristianos podemos alentar a este mundo que vive sin esperanza, que ha perdido el sentido, para quien todo termina con la muerte». «La vida eterna da sentido a nuestra existencia, si se cierra el cielo, ¿para qué aguantar? ¿Para qué sufrir si no existe la vida eterna y no existe el perdón? La propuesta cristiana es la mejor respuesta a los anhelos del mundo; el cristianismo atrae por su belleza, cuánta gente desearía creer y vivir nuestra esperanza. ¡No hace falta demasiada propaganda, es el deseo de nuestros heramanos!», revela. «Por eso estamos nosotros aquí y donde haga falta, para anunciar lo que he vivido, que Dios me ha sacado de la muerte, que Dios me ha devuelto a la vida».

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