25, 50, 60 y 70 años de ministerio: el asombro de ser curas
Más: galería fotográfica completa
Decenas de sacerdotes se han dado cita hoy para celebrar la fiesta de su patrón, el maestro san Juan de Ávila. Después de dos años de pandemia, el evento ha regresado con fuerza al Seminario (en 2021 se celebró una solemne eucaristía en la Catedral) y con los actos tan característicos de esta entrañable celebración, en la que son homenajeados de forma especial los sacerdotes que cumplen 25, 50, 60 y hasta 70 años de vida ministerial.
La figura del sacerdote y periodista José Luis Martín Descalzo, desgranada en una conferencia a cargo del profesor de Teología Antonio Martínez Serrano, y una comida de hermandad han completado los actos de la jornada, en la que ha ocupado el puesto central la eucaristía concelebrada y presidida por el arzobispo momentos después de haber desvelado la configuración de su nuevo consejo episcopal.
En su homilía, don Mario Iceta ha recordado a los presbíteros que «ser sacerdote es ser amor, ejercer el oficio de amor». Y un amor «concreto, con rostros y nombres» pues, ha dicho, «no se puede amar a bulto, en masa». Por eso, si los sacerdotes deben imitar las actitudes de Cristo, el Buen Pastor, «tenemos que poner rostro a la porción del pueblo que Dios nos ha confiado» y «desgastarnos por nuestras ovejas». En este sentido, el pastor de la Iglesia en Burgos ha subrayado que «los fieles tienen olfato y enseguida se dan cuenta si somos personas de Dios, si queremos transmitirlo a él o a nosotros». «Hagamos vida lo que leemos o, de lo contrario –ha advertido–, lo que digamos quedará hueco». «Busquemos –en definitiva– la santidad, pues la santidad es la plenitud del amor», ha remarcado.
En su extensa alocución, el arzobispo también ha pedido a los sacerdotes que «la sinodalidad no se convierta en un eslogan de moda», sino que promueva en sus vidas una auténtica conversión. En este sentido, ha exhortado a los presbíteros a «escuchar», poner sus vidas «en servicio a la misión», colocar «en el centro a Jesucristo» y favorecer la comunión en el presbiterio: «No nos unen las apetencias, ni los gustos o las afinidades ideológicas… nos une la ordenación presbiteral y que somos hijos de Dios. Gracias a Dios, él nos ha elegido diferentes. Acojamos en el corazón al hermano diverso, formando un único presbiterio». «La fragmentación es obra nuestra, la diversidad es obra del Espíritu. Convirtámonos para querernos como hermanos», ha concluido.