El trabajo: un reto pastoral
En el mes de marzo había en la provincia de Burgos 15.748 personas en situación de desempleo –759 menos que el mes anterior–. Si se distingue entre hombres y mujeres, son ellas las que más sufren esta situación –9.164 frente a 6.314 hombres–. Más de mil son menores de 25 años –1.131– y 2.177 son extranjeros. Si en vez de las personas en paro, se habla de contratos que se han creado en Burgos ese mismo mes de marzo la cifra asciende hasta los 8.135 contratos –1.410 más que el mes de febrero–. Pero de estos, sólo 2.952 fueron indefinidos, ante los 5.183 de carácter temporal. Estos son los datos recogidos por el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), y ante ellos cabe preguntarse, ¿qué tiene que decir la Iglesia en este ámbito? Es importante recordar que detrás de cada número hay personas: que sufren porque les han despedido, o porque no encuentran trabajo para poder desarrollar un proyecto vital; personas que son felices porque por fin han encontrado un trabajo o porque les han hecho indefinidos después de meses –o incluso años– firmando contratos temporales.
En palabras del papa Francisco «los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida y en consecuencia también las plazas y las fábricas» –discurso en el establecimiento siderúrgico Ilva en 2017–. Incluso el arzobispo don Mario Iceta ha promovido la celebración de la Pascua del Trabajo el tercer domingo de Pascua: «Conscientes de que cualquier injusticia que se lleve a cabo contra el trabajador hunde y deteriora la propia dignidad de la persona, hemos de tener presente que la misión de la Iglesia no termina en la puerta del templo. Cada uno de nosotros somos responsables de la importancia del trabajo, tanto para la vida de las personas como para el cuidado del prójimo y la construcción de una sociedad fraterna».
En la Iglesia de Burgos, sin ir más lejos, se aprobaron en la Asamblea Diocesana varias propuestas, que desde la delegación de Pastoral Obrera se están tratando de ir poniendo en marcha, «para hacer visible el rostro de Jesucristo en los parados, en los inmigrantes, en los jóvenes, en las mujeres, en los trabajadores precarios, etc.», destaca Amaya Muñoz, responsable de esta pastoral. La tarea de esta delegación es «ser puente entre la Iglesia y el mundo del trabajo». Una labor primordial en ambas direcciones, porque «necesitamos trasladar los anhelos y preocupaciones de tantas personas que sufren por el trabajo o por su falta de él; pero también podemos llevar a este mundo laboral tan convulso una gran esperanza, una luz que nunca se apaga: el Evangelio y sus valores», explica.
Destaca además la importancia de ser capaz de ver a las personas más allá de los datos. «En particular en el mundo del trabajo, se considera al trabajador como un recurso más, olvidando su dignidad intrínseca y su necesaria realización personal», denuncia Amaya. Y en cuanto a que la Iglesia deba estar implicada en el ámbito del trabajo, la delegada de Pastoral Obrera lo tiene claro: «El trabajo afecta de modo trasversal la vida de las personas. Nos guste o no, determina nuestro modo de vivir y nuestras relaciones personales». Pero esta implicación no debe ser sólo de la Iglesia en general, sino que cada persona cristiana podría asumir este reto como propio, «una fe autentica exige un compromiso encarnado en la realidad del mundo, para construir el Reino de Dios aquí y ahora».
Trabajo para los más jóvenes
En la provincia, son más de mil menores de 25 años los que buscan empleo. Esta cifra, que a priori podría ser baja, no sólo cuenta con el componente de no encontrar trabajo, si no que cada vez son más los jóvenes que deciden salir de su lugar natal para trabajar y poder formar un proyecto de vida. Otro de los aspectos que se relaciona a los jóvenes, muchas veces sobre cualificados, es que no pueden dedicarse a lo que han estudiado. Este es el caso de Jorge Contreras –25 años– que cuenta en su currículum con varios grados de formación profesional. Su sueño sería poder dedicarse a la fotografía, pero «tras acabar los dos grados de imagen y sonido y sacar un proyecto a delante, vi la realidad del sector en Burgos y la cosa pintaba fea». Descubrió el mundo de la fotografía gracias a su tío, y vivió su momento culminante cuando, con el conflicto vivido en Gamonal, sus amigos le preguntaban «qué pasaba en mi barrio». «Empezó como un hobbie y acabó siendo una meta el poder vivir de ello, de contar historias a través del visor», explica Jorge sobre la profesión que siente que es su vocación.
Pero si además de querer ser fotógrafo decides que quieres enfocar tu carrera a cubrir las historias que casi nadie más quiere contar, como es la realidad rural, pues la situación es «muy sangrante y no te da una estabilidad vital, ni laboral». Así que Jorge, ahora ha decidido ponerse a opositar, lo que le aporta un futuro «más seguro».
Este joven burgalés ha sido militante de la Juventud Obrera Cristiana y «actualmente estoy en un Equipo de Vida» con otros jóvenes que se reúnen en la parroquia de San Juan de Ortega, en el barrio de San Cristobal. Un equipo con el que revisan aspectos de su vida, lo que les pasa, cómo afrontar el futuro… Un momento de pausa dentro de la «vorágine de idas y venidas en la que vivimos», y en el que «revisar lo que hemos vivido», algo a lo que «no estamos acostumbrados». Pero además, hacer esta revisión «a través del testimonio de Jesús», «te ayuda a reflexionar y ver dónde se está construyendo el Reino».
Inserción laboral
Karamo tenía solo 18 años cuando vino a España. Llegó solo un mes después de haber cumplido la mayoría de edad y recorrió gran parte del levante peninsular: tras llegar a Motril, fue transferido a Barcelona y de ahí pasó a estar en Alicante y Lérida. En esta última ciudad estuvo durante tres años, «trabajaba en el campo, sin contrato ni papeles». Vivía en casas de amigos, a los que les daba a final de mes una parte del dinero conseguido, pero cuando no había trabajo ni dinero, «vivía en la calle». Después llegó el Covid-19 y era «muy difícil encontrar trabajo». Así que, decidió coger un tren a Burgos, ciudad a la que llegó «sin conocer a nadie».
Una vez aquí, encontró la ayuda de Cáritas, la casa de acogida y de Atalaya. Le dieron un sitio donde vivir, comida, clases para aprender el idoma. «Me ayudaron a conseguir los papeles». Y desde mayo del año pasado tiene un contrato en una empresa de construcción y se ha podido ir a vivir a un piso por su cuenta. «Dios me ha ayudado mucho para encontrar a buena gente en mi camino», destaca este joven que llegó a España desde Guinea. Buena gente con la que mantiene el contacto por teléfono y a la que estará siempre agradecido.
Además, en Cáritas cuentan con un programa de orientación e inserción laboral. Para esta entidad, el empleo es el primer factor de integración, y con este programa tratan de reforzar las capacidades personales de hombres y mujeres, para que puedan acceder de manera autónoma a un puesto de trabajo en el mercado laboral. Estela García es una de las personas que se han beneficiado de este programa. Llegó a España en el año 2008 desde el sur de México. Venía de visita, pero tras una temporada aquí, descubrió que no podía volver: «no se puede volver teniéndolo todo aquí». Había oído hablar de Cáritas en su país y cuando llegó a Burgos lo descubrió. «Estoy sorprendida, admirada y muy agradecida», porque «han estado cuando más lo he necesitado». Desde que llegó a España siempre ha tenido trabajo, pero gracias a la ayuda de esta entidad ha podido ir mejorando sus condiciones y empleos hasta llegar al actual. Después de realizar un curso de socio-sanitaria y estar trabajando en otra residencia, desde Cáritas le enviaron una oferta para trabajar en la residencia sacerdotal. «Ahora trabajo donde quería estar. Entras y recibes paz», destaca Estela de su empleo actual. «No sé cómo se lo voy a poder pagar», concluye emocionada.
Un reto pastoral
El trabajo es, por tanto, un aspecto a tener en cuenta también dentro de la Iglesia, porque «nos golpea la precariedad del trabajo, la imposible conciliación familiar o la explotación de inmigrantes, mujeres y jóvenes», «si Jesucristo se hubiera encontrado con todas estas personas, también se habría compadecido de ellas. Y nosotros, como seguidores de Él, hemos recibido el compromiso de defender la dignidad de las personas, especialmente de aquellas más desfavorecidas o que peor lo están pasando», reivindica la delegada de Pastoral Obrera.
El más grande de los retos al que se enfrenta esta delegación es «la extensión de esta conciencia obrera, animar a desarrollar esa formación sociopolítica en los cristianos e implicarse en aquellos ambientes donde estamos inmersos », concluye Amaya.